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  • Diez fotos en blanco y negro, dos bancos de madera en un museo y una pregunta clave: “¿Dónde está la obra de mi abuelo?”

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 25/09/2025 03:12

    Catálogo para una familia - Tráiler “Lo único que sabía de mi abuelo era que había sido escultor y que dos de sus esculturas estaban en el Malba. Ese era mi único lazo con él”, cuenta Iair Michel Attías. Pero un día fue al museo y descubrió que esas esculturas ya no estaban. “En ese momento me surgió una pregunta: si mi lazo con mi abuelo era a través de su obra, ¿qué ocurriría si ya no podía verla?”, dice. Hasta entonces, en la casa de Iair apenas sobrevivían diez fotos en blanco y negro y dos libros de poemas de su abuelo, un personaje rodeado de aura mítica. Se sabía que Jorge Michel —o simplemente “Michel”, como lo llamaban todos— había sido marinero y poeta, que había dejado huella en el mundo del arte porteño con sus esculturas y que su vida se había apagado demasiado pronto, en diciembre de 1991, a causa de un cáncer. Nada más. El relato familiar eran un montón de piezas de rompecabezas que había que armar. La fractura venía de antes: el padre de Iair —Juan Jorge— creció con otro apellido —Fariña— sin saber que era hijo del escultor. “Mi papá conoció a Michel cuando tenía 30 años. Fue una relación breve, intensa y que quedó interrumpida por su muerte temprana”, cuenta ahora Iair. Ese quiebre también demoró la transmisión de la identidad: él mismo llevó primero el apellido de su madre —Attías— y recién de adulto pudo sumar el “Michel”. “Cuando me convertí en su nieto, ya no pude desentenderme de su historia”, explica. De ahí en adelante, la búsqueda se volvió inevitable. Si quería saber quién había sido su abuelo, tenía que volver sobre sus huellas, por más mínimas que fueran. Lo que comenzó como un gesto íntimo, terminó transformándose en Catálogo para una familia: un documental que rescata el legado artístico de Jorge Michel y lo devuelve a la memoria, no solo de quienes lo conocieron, sino también de su nieto y de las generaciones que vendrán. “En mi casa casi no se hablaba de mi abuelo. Lo único que había de él eran diez fotos en blanco y negro, guardadas en un cajón, y un par de libros de poemas”, cuenta Iair Pocas imágenes y muchas preguntas Todo empezó con diez fotos, las únicas que había del escultor en la casa de infancia de Iair. Llegaron gracias a una gestión de su madre, Alejandra, que le pidió a Josefina Robirosa —la gran artista plástica argentina y última pareja de Jorge Michel— que le diera algún recuerdo para su hijo. “En esas imágenes en blanco y negro, Michel aparecía sentado en alguno de sus bancos de madera, manipulando materiales que medían el doble que él o escribiendo poesía en una agencia de publicidad. Todo muy ecléctico”, cuenta Iair. Aquellas fotografías no trajeron certezas, sino nuevas preguntas. “Cada vez que las miraba, pensaba: ‘¿Cómo puede ser que del trabajo de mi abuelo —realizado con maderas centenarias, con piedra y granito, de dimensiones importantes— solo haya dos únicas obras en un museo?’. Algo había que reconstruir. Me puse el traje de detective y empecé a rastrear sus esculturas. Fue un trabajo arqueológico”, recapitula. La búsqueda empezó en 2018 y duró cuatro años. Lo primero que hizo Iair fue ponerse en contacto con Josefina. “Me decidí a levantar el teléfono y a hacer ese llamado que había postergado durante mucho tiempo. Ahí supe que tenía un Alzheimer muy avanzado y creí que había llegado tarde, pero el tiempo me demostró que no había sido así”, cuenta. En ese camino conoció a María Robirosa, la hija de la artista, quien le abrió las puertas su casa. “Fue muy impactante estar en el lugar donde ocurrieron muchos de los hechos que yo iba a narrar”, recuerda. Jorge Michel trabajando en su atelier en una de sus esculturas: un banco hecho con maderas centenarias Jorge Michel empezó a esculpir a los 40 años Más adelante, recopiló más de una decena de testimonios de amigos, colegas y conocidos de su abuelo, entre ellos, el actor Norman Briski; el fundador del Malba, Eduardo Costantini; el escultor Ricardo Longhini; y la artista Alina Diaconú, íntima de Robirosa. “Todos los que lo conocieron, de algún modo, quedaron marcados por su personalidad y por lo que vivieron con él”, asegura Iair. “Michel era una persona muy generosa. Cuando uno lo conocía, era como conocer a cinco o seis personas diferentes en un mismo cuerpo”, dice Longhini en el documental. En sintonía, el artista Pablo Reinoso, discípulo y amigo de Michel, destacó que “empezó a esculpir a los 40 años” y recordó que, junto con Robirosa, vivieron en La Celeste, la casa que Clorindo Testa construyó para ellos. “De la Celeste al estudio de la calle Heredia hay diez años de producción, donde él creó el cuerpo de su obra. Él creó algo distinto: los bancos”. “Trabajaba la madera, la piedra o el mármol como un obrero. Plasmaba y tallaba con sus propias manos las más puras, refinadas y armoniosas formas. Había descubierto, además, cómo convertir un mueble en una escultura”, sumó Diaconú. Pero no todos quisieron hablar. “Mi padre no quiso dar su testimonio —cuenta Iair—. Eso está explicado en la película también. No quiso ser filmado porque no estaba cómodo con eso. Sí, en cambio, con que yo estuviera haciendo el documental. En las charlas que teníamos aparecían recuerdos de cosas que él creía haberme contado y yo desconocía, y también olvidos que volvió a recuperar gracias a mi trabajo. Ese es, en definitiva, el ejercicio que propone la película: un aporte a la construcción de la memoria, hecha de fragmentos dispersos de testimonios, a los que ahora se suma este film como uno más”. Jorge Michel y Josefina Robirosa fueron una pareja de artistas de alta exposición Varias pistas y algunas anécdotas A medida que se adentraba en la vida de Jorge Michel, Iair fue armando un catálogo. “En ningún lugar estaba escrito cuántas obras había hecho mi abuelo, ni cómo eran —explica—. Pero había fotos, recortes de diarios y artículos de revistas que hacían referencia a su trabajo. Las entrevistas que hice sumaron información: uno por uno, les pregunté qué se acordaban, qué habían visto o escuchado. Así armé un documento en el que fui poniendo nombres, medidas, fotos y todo lo que apareciera”, cuenta. Ese registro artesanal se convirtió en la base para rastrear las piezas que parecían perdidas. Durante la búsqueda aparecieron esculturas en los lugares más impensados: colecciones privadas de argentinos, la Fundación García Uriburu, empresas como J.P. Morgan e incluso en el exterior. “Encontré obras que habían sido exhibidas en Múnich y que estaban en manos de una persona que las había comprado en 1989 en Nueva York”, cuenta. “En la revista Living descubrí casas que tenían sus obras como parte del decorado. En la película muestro un caso particular: yo sabía de alguien que tenía piezas suyas y estaba tratando de ubicarlo. Buscando en Internet apareció una dirección, la puse en Google Maps y, en el Street View, vi una escultura enorme de Michel en el jardín de esa casa. Fue la confirmación de que las piezas seguían vivas, aunque estuvieran dispersas por el mundo”, agrega. Después de cuatro años de trabajo, Iair logró catalogar más de 30 obras, aunque la lista siguió creciendo. “Sigo encontrando piezas que no estaban en ninguna clasificación, pero que por los materiales, por la forma o por ciertas marcas de estilo, es evidente que son de Michel. Incluso hay bancos realmente increíbles de los que, por ahora, solo vi fotografías. Me gustaría saber dónde están porque, después de todo este recorrido, ya no doy nada por perdido”, reconoce. Iair a los 20 años, tras renovar su DNI con el apellido Michel, sentado en la escultura Máquina Fósil, perteneciente a la colección permanente del Malba “Lo único que sabía de mi abuelo era que había sido escultor y que dos de sus esculturas estaban en el Malba. Ese era mi único lazo con él”, cuenta Iair —Una de las escenas más potentes es tu encuentro con las obras que estaban embaladas en Nueva York, donde Jorge Michel hizo su última exhibición. —Sí, en noviembre de 1989, Michel realizó su última exhibición en la CDS Gallery de Clara Diament Sujo, en Nueva York, dos años antes de morir. Trabajó durante muchos meses, tuvo que embalar sus mejores obras y enviarlas en barco para una muestra que duró un mes. Al terminar, algunas piezas se vendieron —una de ellas fue adquirida por el Met Museum, otras pasaron a colecciones privadas— y varias de las mejores quedaron en manos de la propia galería. Pero también hubo obras que fueron a depósitos y durante mucho tiempo se consideraron extraviadas, hasta que pude reconstruir su destino actual. Hoy el depósito de la exgalería lo lleva adelante Glenn Sujo, el hijo de Clara, que fue quien me abrió las puertas y me permitió ver el banco alto Encuentro (1975). Esto está relacionado con la institucionalización del arte: que una obra esté en una institución tan importante como el Met Museum garantiza que no sufrirá daños y permanecerá allí como una cápsula del tiempo, aunque nadie pueda verla. Lo cual tampoco tiene mucho sentido. Mientras tanto, la película funciona como un museo ambulante. —¿Existe alguna forma de recuperar esas esculturas y traerlas de vuelta a la Argentina? —Siempre fue muy costoso. Ahora cambió la legislación de importación de obras de arte, así que creo que sería más fácil. Nos encantaría que algún museo argentino pueda adquirir alguna de esas piezas que, aunque pertenecen a privados, en el caso de la ex galería de Clara Sujo, sabemos que la propietaria busca un buen destino para la obra. Sería muy valioso que algún museo público albergara una obra de Michel. En Argentina él forjó su mito y su historia, y no hay mejor lugar para tenerlas que aquí. Esas piezas existen, se conservaron, están hechas de materiales nobles y él las pensó casi para la eternidad. Si hubiera interés y entusiasmo, sería un deleite poder verlas. Michel realizó su última exhibición en 1989 en Nueva York, dos años antes de morir. Para trasladar sus esculturas hasta allí, tuvo que enviarlas en barco —¿Qué cambió en tu percepción de Jorge Michel después de hacer este documental? ¿Algo que hayas descubierto y te haya sorprendido mucho? —No lo conocí porque falleció en 1991, cuando yo tenía un año y medio. Cuando empecé a recopilar información de Jorge Michel, el primer lugar donde me apareció su nombre fue en el Museo del Cine de la Ciudad de Buenos Aires. Yo dije: “Qué raro, tiene que ser otra persona”, pero no. Ahí me enteré de que había hecho cortometrajes. Uno que filmó en 1959 fue la primera aparición cinematográfica de Norman Briski, un corto blanco y negro que se ve en la película. Briski, que era vecino, vivía entonces en Córdoba y lo trajo a Buenos Aires a trabajar en la industria. Así que fue testigo y protagonista de hechos culturales muy impactantes. Para mí fue una sorpresa, era como un capítulo del que nadie me había hablado, ni siquiera mi padre. “Después de estrenar la película aparecieran obras nuevas. Me siguen escribiendo, seguimos buscando. El año pasado aplicamos a Mecenazgo Cultural de la ciudad de Buenos Aires para poder hacer un libro”, cuenta Iair que, por estos días, trabaja en recopilar el archivo inédito de Jorge Michel en papel, con la esperanza de que los cien años del nacimiento de su abuelo, el próximo 24 de diciembre, sean también una oportunidad para volver a poner en valor su obra. *Las próximas proyecciones de “Catálogo para una familia” son los jueves 2 y 9 de octubre a las 19 horas en la Sala Manuel Antin del Piso 6° del Centro Cultural Palacio Libertad (Sarmiento 151, CABA). Entrada libre y gratuita. *El documental también se proyectará en Mar del Plata, en el marco de las primeras “Jornadas de archivos de Artes Visuales en la provincia de Buenos Aires”, el jueves 16 y viernes 17 de octubre en el Museo Municipal de Arte Juan Carlos Castagnino (Avenida Colón 1189). Entrada gratuita.

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