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Parana » Uno
Fecha: 19/09/2025 12:55
Ante la seguidilla de tragedias abordar las causas probables una por una, para revertir el flagelo que padecemos y evitar más pesadumbre por un Estado ausente. No hay palabras para describir la tristeza ante los accidentes fatales. Comunidades enteras en estado de shock, acompañando a las mamás, a los papás, a los amores, y con el paso de los días se van resignando, hasta el próximo shock. El éxito del estado argentino en la política del “yo no fui” es marca registrada. Así ocurre con las muertes en las rutas y en las calles urbanas, donde el estado es responsable principal, pero las balconea. Algo parecido vemos en la intervención del estado en las enfermedades fatales prevenibles, y en el amontonamiento de las familias que provoca, también, muerte. Hacerse el sota es su especialidad. ¿La solución está en cambiar el estado por las multinacionales? ¿La solución está en más de lo mismo? ¿O llegará la hora de devolver a las comunidades la participación que el estado, su Constitución, sus gobiernos y sus socios de la economía concentrada les quitaron? La Constitución dice que el pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus representantes, y eso ha sido usado para ninguneo de la vida comunitaria y la participación. Todos los años sabemos que entre seis y siete mil personas, mayoría niños y jóvenes, morirán en las rutas y callecitas argentinas; sólo nos falta llenar los casilleros del formulario con nombres propios, de enero a diciembre. Si no es uno será el otro. Triste verdad. Así durante una, dos, tres décadas. Salta a la vista: es el sistema el que no funciona; el sistema destruye la vida de niños y jóvenes, deja padres, hijos, abuelos, amores, en la desesperación; y ese sistema depende del estado-nación. ¿Qué hace el estado, en este valle de lágrimas? Muestra el más pequeño desliz de las víctimas, para cargarles la responsabilidad. Muy astuta maniobra, y repetida. Nos pone a caminar en una cornisa, uno resbala de tanto en tanto, entonces el estado señala el detallecito y lo incrimina. Casi siempre encuentra alguna excusa para librarse de sus responsabilidades. Las familias cargan la pesadumbre por la pérdida del ser querido, y también la pesadumbre porque “fue su culpa”. “Algo habrán hecho”. “Por algo será”. Al crimen de la desidia estatal se le añade el crimen del relato estatal, bien adobado. ¿O acaso son accidentes nomás? Si así fuera, en todos los países dependería del azar. Y no es así. La farsa sirve para el accidente de tránsito (“iba fuerte”); para la contaminación (“son los industriales, son los productores”); para la violencia en los barrios hacinados (“se matan entre ellos”); para el destierro (“era un haragán”). Es el sistema el que mata, y es el sistema el que culpa a quien se le cruce, para quedar indemne. Hemos escuchado a algunos desarraigados y desterrados asegurar que Fulano, el padre de familia, no debió enojarse con el patrón, debió alejarse de ciertas amistades, hizo mal en tomar ese préstamo, no supo administrarse… Todos los años el sistema diezma a la población, y por supuesto, siempre algunos andan un poco más flojos que otros por mil razones, y caen primero. No sabe, no contesta El embotellamiento es responsabilidad del estado que no supo prevenir; la mezcla de autos, colectivos, motos, bicicletas y camiones en una misma cinta es responsabilidad del estado, y lo mismo la presencia de automovilistas temerarios al volante, la ausencia de una educación acorde a la gravedad del flagelo, la falta de infraestructura vial segura. ¿Y el consumo de alcohol, y el uso indebido del celular? El responsable de la organización sabe que trabaja en el aquí y ahora, con estas conductas, estas costumbres, y sobre eso debe dar respuestas. En determinadas arterias, tarde o temprano habrá un accidente, y aunque alguien lo diga, lo repita, lo advierta, lo grite, el estado hará como que no ve, no oye, no sabe, no contesta. Claro: el estado tiene gobiernos, gobernantes con nombre y apellido. Pero están cebados en la coartada perfecta: ya les hicieron mala fama a los argentinos, entonces les adjudican toda la responsabilidad a los individuos, a las víctimas. Es la misma línea del famoso “por algo será”. Y suelen pasarse la responsabilidad unos a otros, a la herencia recibida, al gobierno de otro estado, como en el cuento del Gran Bonete. ¿Yo señor? ¡No señor! En este sistema, la menor distracción, el menor desliz, se paga con la muerte. Eso no equivale a ignorar responsabilidades individuales, o accidentes sin explicación, pero esas serán unas contribuciones, cuando todo estaba perfectamente preparado, como una trampa. ¿No funcionan así las trampas? Si en una ruta marchan la moto, el auto, el camión, el colectivo, la bicicleta, todos juntos, y los peatones caminan al lado porque no hay veredas retiradas, y al mismo tiempo no hay un solo agente de tránsito que advierta, sugiera, controle, el combo es perfectamente mortal. Eso ocurre en muchas arterias de Paraná y el Gran Paraná, y ha sido señalado y denunciado en forma pública una y otra vez, pero el responsable (el estado, los estados) no escucha. Gestión tras gestión, lo mismo. Empresas poderosas junto a la ruta, sin veredas, y ausencia de los estados nacional, provincial y municipales que les exijan esas veredas, o que deleguen en la comunidad la responsabilidad que los estados acaparan (y no ejercen) en la vía pública. El estado podría ocuparse de las casas humildes que son pocas junto a la ruta, y de los pasos o lugares comunes, es decir: la inversión sería menor para una veredita que garantizara la seguridad. Pero nada. Lo que brilla es la ausencia de gestión y de mirada integral. Como fruto de la desidia alguien caerá, y sobre el pucho le caeremos a esa víctima, relato mediante, para convertirla en victimaria o suicida. Amores destrozados El accidente en el tránsito es la principal causa de muerte de los niños y jóvenes en la Argentina y, como consecuencia, la principal causa de dolor extremo de las madres argentinas y los padres. Si son 6.000 los muertos, 100 mil los heridos y amputados, y otro tanto de amores destrozados, empezando por las madres, los padres, los hijos, las parejas. En los pocos segmentos del tránsito en los que el estado, como una excepción absoluta, sí se organiza, los accidentes fatales brillan por su ausencia. Son testimonio de que se trata del dueño, no de los usuarios. Claro que aquí se viene otro tema de debate: ¿es público el dueño? ¿Es público el estado, o tiene apenas una máscara de público? Hemos cruzado el túnel subfluvial diez mil veces, y no hemos visto jamás un sobrepaso en el interior. Siempre y todos a 50 o 60 kilómetros por hora, todos respetuosos, todos bien organizados, cuidando al otro. Así somos los argentinos, esa es la verdad. La muerte en ruta es un flagelo de la Argentina y otros veinte países del mundo. Nosotros estamos entre los peores. Eso no responde a una tara de los argentinos: es un desvío del estado-nación. Hay otros veinte estados en el tope de la mayor seguridad, en el mundo. Y no todo depende del dinero. ¿Cómo, entonces, superar esta decadencia y reducir al mínimo las posibilidades de accidentes? Con educación acorde a la gravedad del problema, con mejoras en las rutas, con presencia de agentes para orientar y sugerir, con sanciones a aquellos que atropellan; con normas relativas a la velocidad y al descanso y al celular y al alcohol en sangre, según lo que sugieran los expertos; con la separación de los ciclistas y motociclistas del resto de los vehículos más pesados, obviedad total; con el uso del tren o el barco para impedir la saturación de las rutas con camiones, con el cuidado de la cantidad de vehículos que suben a una ruta en un momento… Y principalmente, con el fomento de relaciones y comunicaciones serenas, a salvo del apuro y la crispación que predominan hoy. Es cierto que muchas organizaciones vecinales, sindicales, partidarias, cooperativas, se muestran reacias a estudiar y debatir el problema de la muerte por accidentes de tránsito, y colaboran así con la desidia. ¿Por qué ocurre esto? Porque el estado ha metido como una religión el cuento de que él es público y él es el dueño, mientras que la comunidad no delibera ni gobierna (el perro del hortelano no lo hace mejor). Y porque no pocos se dejan llevar por recetas de hace cien, doscientos años, cuando la gente andaba a caballo. Ni los seguidores de Adam Smith ni los seguidores de Karl Marx encuentran referencias a la muerte en ruta; sin embargo, entre las premisas de cualquier pensador está la de mirar el contexto presente, para trazar un diagnóstico y encarar formas de superar problemas. ¿Dónde está hoy el meollo? En la destrucción de la biodiversidad y, dentro de ella, la vida comunitaria; en el apremio, en naturalizar los riesgos impuestos por el sistema. Una mísera veredita Las municipalidades de Paraná, Colonia Avellaneda y San Benito, junto a la provincia y la nación, esos cinco estados, ¿no están en condiciones de trazar con los frentistas una veredita en las rutas que vinculan el Gran Paraná, para que las mamás puedan caminar con sus niños en coche alejadas de los camiones? Ya se cumplieron diez años desde que el estado trazó cientos de kilómetros de pavimento junto a la ruta 18. Miles de vehículos se enfrentan todos los días en una arteria de 8 metros, y al lado, otra ruta vacía espera, desde hace una década, que se construyan los puentes. ¿Por qué no construyeron tramos completos, que pudieran usarse en la vecindad? En el mientras tanto, hace diez años que el acceso a Seguí, por caso, está repleto de baches bien dispuestos para romper el auto y provocar accidentes. Y algo más: ¿a quién vamos a atribuir el amontonamiento de la gente en las rutas de acceso a las grandes urbes, sin condiciones de seguridad en el tránsito? Veamos esto: el estado decidió construir miles de casas en Colonia Avellaneda, pero no previó los servicios adecuados. Sin contar los hechos de corrupción detrás de esas obras, por la connivencia del estado y la patria contratista que sería largo detallar, veamos esto: el estado construyó el acceso norte de doble vía y no planificó una salida fácil para que los habitantes de Colonia Avellaneda viajen a Paraná. De no creer. Sería lo mismo que construir un baño sin puerta… Al mismo tiempo, la calle Convención Constituyente que podría aliviar el tránsito y evitar accidentes se encuentra prácticamente inhabilitada por el pésimo estado. Entonces la vecindad se agolpa en la avenida Almafuerte, saturada de vehículos y semáforos. Luego lamentamos los accidentes… El estado no previó tampoco las cloacas, y entonces hace desembocar los caños en el arroyo Las Tunas, aguas arriba de los balnearios y la toma de agua de Paraná. Ni previó el destino de los residuos sólidos y, tras un amparo judicial presentado por la vecindad y la intervención de un juez, un basural ultra contaminante fue clausurado, pero no superaron el problema. Es el estado el responsable de las rutas ultra peligrosas: de la saturación de camiones en las rutas porque canceló el ferrocarril; es el estado el que mezquina a la población una mísera veredita, y es el responsable de la contaminación de los arroyos. Es el estado el que embreta a las poblaciones en arterias saturadas, para ponerlas a merced de cualquier roce que matará a nuestra juventud. Una sola salud Las poblaciones hablan, dicen, gritan, y sus pretendidos “representantes”, la mayoría de ellos enquistados en el poder por décadas, responden con indiferencia. ¿No ocurre lo mismo con la llamada “salud”? Los ministros y ex ministros se acusan mutuamente por cada gestión, e insisten en la salud hospitalaria. Se ufanan de hacerle una radiografía al joven herido en un accidente, y ocultan que ese accidente era prevenible, y que otros cuatro jóvenes murieron. Se ufanan de dar una pastilla en el hospital a un intoxicado, y ocultan que el sistema que los tiene de empleados contamina a miles con sustancias industriales y agropecuarias acumuladas, cada día. La salud es integral, es una. No basta con asistir de urgencia con bomberos y ambulancias al accidente: hay que prevenir para no chocar. En la misma línea que el tránsito y la salud, al fin aspectos del mismo asunto, está el amontonamiento. Por décadas sabemos del desarraigo de las personas, el destierro, el hacinamiento y sus riesgos en materia de tránsito, agua, seguridad, educación, trabajo, salud, adicciones… Pongamos este ejemplo: si en una sociedad de mil personas hay cien desnutridos, el 10 por ciento, y de esos cien, cincuenta se mueren y otros 50 se marchan a vivir a otro lado, la estadística dirá al año siguiente que bajó drásticamente el índice de desnutrición… Así funciona el engaño con los números. Entre Ríos ha expulsado, por décadas, a las familias desocupadas; cada familia expulsada bajó el índice de desocupación… No sabemos si reír o llorar. Máquina de impedir En la Argentina el estado monopoliza compromisos que incumple de modo sistemático. Algunos gobiernos que cuestionan al estado son los que más lo arman para la represión, y quieren reemplazarlo por algo peor: el poder de los banqueros y las multinacionales. Otros gobiernos quieren resolver los problemas que genera el estado con más estado. La solución está lejos de allí y cerca de la vida comunitaria. Las comunidades sí saben dónde está la prioridad, las comunidades sí se saben cuidar. Las consecuencias de su desplazamiento están a la vista. Haber quitado participación a las comunidades, o convertido en masas acríticas al servicio de capitales y partidos, no es inocuo. Por ejemplo, la muerte en el tránsito, la muerte por contaminación, la muerte por hacinamiento y violencia.
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