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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 19/09/2025 04:45
Los expertos descubrieron que tenía 45 o 46 años en el momento de su muerte, que era intolerante a la lactosa, que tenía caries dentales y que padecía de una artritis avanzada (South Tyrol Museum of Archaeology) Pasado el shock inicial, los escaladores alemanes Helmut y Erika Simon no tuvieron dudas de que el hombre que yacía boca abajo, con un brazo extendido, estaba muerto, pero jamás imaginaron que acababan de hacer un descubrimiento trascendental para la ciencia. Ni lo soñaron. La tarde del 19 de septiembre de 1991 estaba cayendo y habían alcanzado los 3.120 metros de altura en los Alpes de Ötztal, cerca de la frontera entre Italia y Austria. Pensaban seguir subiendo cuando se toparon con el cuerpo. Creyeron que se trataba de un alpinista desaparecido el año anterior y, por las dudas, no tocaron nada. El cadáver congelado estaba en muy buenas condiciones de conservación, semienterrado en la nieve y el hielo. Por eso pensaron que se trataba de un muerto reciente y se apresuraron a descender por la ladera del Finialspitze hacia el refugio de montaña más cercano para avisar a las autoridades. Cuando llegaron ya había oscurecido, de modo que hubo que esperar hasta el día siguiente para que un equipo de la policía austríaca fuera al lugar en helicóptero. Uno de los agentes intentó liberar el cuerpo del hielo con una perforadora neumática, pero no pudo. En cambio, durante el intento le atravesó la cadera izquierda y desgarró parte de la ropa. El rescate del cuerpo demoró tres días, durante los cuales, al correrse la voz del hallazgo, fueron al lugar varios montañistas curiosos, algunos de los cuales burlaron la vigilancia policial y se robaron algunos objetos que estaban cerca del muerto. A nadie se le ocurrió pensar que el difunto llevaba más de cinco mil años ahí. El primero en notar algo extraño fue uno de esos curiosos, el alpinista austríaco Reinhold Messner, cuando descubrió que cerca del cadáver había un hacha rústica y un arco de madera, objetos que ningún montañista llevaría consigo en una excursión. Además, la piel del cadáver estaba tan curtida como el cuero. No podía ser un muerto reciente. Entonces les dijo a los integrantes del equipo de rescate que tuvieran cuidado, que ese hombre no era el montañista desaparecido el año anterior, sino alguien mucho más antiguo. Por eso, cuando finalmente el cuerpo pudo ser liberado del hielo y trasladado en helicóptero hasta el Instituto Forense de Innsbruck, en Austria, la policía científica convocó al Konrad Spindler, director del Instituto para la Prehistoria. Solo tuvo que hacer un examen superficial del cuerpo para confirmar que estaban frente a una momia natural de larga data. Estudió e hizo analizar el cadáver y los objetos encontrados alrededor. El hacha era una hoja de metal en forma de cuña, unida con una cuerda a un mango curvo de madera de tejo, y había sido fundida con rebordes en sus cuatro lados. Estableció que el hacha podía datar de la Edad de Bronce, unos 2.000 años A.C. Pero una especie de mochila de corteza de árbol y el arco podían ser todavía más antiguos. Finalmente, los análisis de Carbono 14 que se realizaron sobre los huesos y los tejidos en laboratorios especializados de Zúrich y Oxford, determinaron que el hombre había vivido hacía aproximadamente 5.300 años que, gracias a las bajas temperaturas de la alta montaña, se había momificado naturalmente y estaba en perfecto de estado de conservación. Más aún: Ötzi, como lo bautizó la prensa por los Alpes de Ötztal donde fue hallado, era la momia mejor conservada de forma natural del mundo. Medía 1,59 metros, pesaba 50 kilos, tenía el pelo castaño y los ojos marrón oscuro. Su cuerpo, además, estaba cubierto de tatuajes. Pronto se descubriría también que el Hombre de Hielo –como también se lo llamó– no había muerto de forma natural, sino que fue víctima de un asesinato perpetrado hacía más de cinco milenios. El primer análisis en profundidad del contenido estomacal de Otzi, el cadáver momificado por el frío durante 5.300 años, hallado en 1991, develó que comió por última vez alimentos ricos en grasa (Europa Press) Un crimen prehistórico Ötzi no había muerto congelado después de perderse en la altura de las montañas. El examen del cadáver reveló que tenía varias costillas rotas y una flecha le había perforado el pulmón izquierdo, pero que esa no era la causa de la muerte, sino un traumatismo de cráneo. Era evidente que lo habían atacado. La punta de flecha se alojó en su omóplato izquierdo, lo que causó un daño irreversible a sus arterias y pulmones, aunque no lo mató. La acumulación de sangre en el cráneo mostraba que había recibido un golpe fuerte, mortal. Aunque no es posible conocer con certeza la naturaleza del impacto, es probable que el flechazo provocara una caída en la que se golpeó la cabeza o bien que, una vez caído, sus enemigos se acercaron y le dieron el golpe mortal. La manera en que fue encontrado el cuerpo, con los pies cruzados y el brazo izquierdo extendido en una posición poco natural, revelaba también la posibilidad de un ataque. Nuevos exámenes permitieron determinar que tenía 45 o 46 años en el momento de su muerte y que no estaba en buen estado de salud, aunque su deterior físico era acorde a su edad y la época en que había vivido. Descubrieron que era intolerante a la lactosa, que tenía caries dentales y que padecía de una artritis avanzada, que debió provocarle fuertes dolores. Esto último también podía ser una explicación de sus 61 tatuajes, compuestos por líneas paralelas a lo largo de las rodillas, los tobillos, la espalda y otras zonas relacionadas con dolores compatibles con los de la artrosis. Podía tratarse de una técnica de sanación o de un ritual curativo. También analizaron el contenido de los intestinos y descubrieron que se alimentaba de plantas, proteínas de origen animal, carbohidratos y lípidos, en una dieta de alto contenido calórico, necesaria para enfrentar las frías temperaturas de la alta montaña. Estaba vestido con un gorro de piel de oso, un pantalón de piel de cabra y zapatos de cuero y paja, que le permitían caminar sobre la nieve que se le congelaran los pies. Estaba armado con un cuchillo, un arco y un hacha de cobre, que evidentemente no le sirvieron para salir airoso del ataque de sus enemigos. También llevaba en su “mochila” dos puntas de flecha bastante gastadas, una cuerda enrollada, un pedernal y pirita para hacer chispas y dos especies de hongos. Uno de los hongos, de abedul, tiene propiedades antibacterianas y debió usarlo para curarse heridas; el otro, un hongo de yesca, le servía para encender fuego. Los escaladores alemanes Helmut y Erika Simon que lo encontraron jamás imaginaron que acababan de hacer un descubrimiento trascendental para la ciencia (South Tyrol Museum of Archaeology) Persecución en las alturas Otros estudios permitieron, incluso, reconstruir parte de la vida del hombre de hielo y sus movimientos antes de morir: una huida hacia las alturas de la montaña para escapar de sus perseguidores. Gracias a las trazas de elementos químicos en los huesos y dientes, se supo que Ötzi creció al nordeste de Bolzano, posiblemente en el valle del río Isarco, y vivió de adulto en el valle de Venosta. También se encontró polen en su cuerpo, lo que indicaría que murió en primavera y que su viaje fue por un sendero que sube por el valle de Señales hacia un paso alpino situado al oeste del glaciar Similaun. El examen de una mano reveló una lesión parcialmente curada, posiblemente una herida sufrida en una pelea anterior a la de su muerte. Los restos de alimentos encontrados en el recto y el final del colon del cadáver tenían también restos de polen y de abeto, lo que permitió ubicar a Ötzi en un bosque a una altura de 2.500 metros en la montaña, el último lugar donde crecen árboles. Por el grado de descomposición de los alimentos se estableció que estuvo allí aproximadamente 33 horas antes de su muerte. En cambio, en el tracto medio del colon, el hombre de hielo tenía polen de lúpulo y de otros árboles que solamente crecen en altitudes más bajas, lo que indica que pudo haber descendido después hasta una altura de unos 1.200 metros entre 9 a 12 horas antes de morir. Allí debe haber tenido su primer enfrentamiento, porque la evidencia del polen indica que volvió a subir y comió por última vez en un bosque de coníferas subalpino antes de seguir subiendo hasta el Paso Tisen, donde fue asesinado. El ADN de los restos que tenía en los intestinos permitió establecer que sus últimos alimentos fueron carne seca de cabra montesa y de ciervo, cereales y hojas de bracken. Eso indicaría que, en algún momento de su escape hacia las alturas, Ötzi pudo haber despistado a sus perseguidores y pudo detenerse y tal vez a descansar, pero que fue nuevamente descubierto y debió seguir huyendo. Había alcanzado los 3.120 metros de altura cuando un certero flechazo le entró por la espalda a la altura del omóplato izquierdo y lo derribó. Tal vez haya muerto al golpearse la cabeza contra una roca al caer o, quizás, sus perseguidores lo remataron en el suelo al darle alcance. Allí Ötzi quedó, momificado de manera natural por la nieve y el hielo. Algunos de los bocetos que intentan retratar a Ötzi con vida (South Tyrol Museum of Archaeology El verdadero rostro de Ötzi En 2017, se estrenó la película El hombre de hielo, escrita y dirigida por Felix Randau, con el actor Jürgen Vogel en el papel de Ötzi. La historia, completamente ficticia, se desarrolla en los Alpes tiroleses y bávaros, casi no tiene diálogos, con una cantidad mínima en lenguaje no traducido basado en el rético reconstruido, creado para la película por un lingüista. El protagonista es un hombre alto, de piel blanca, abundante pelo y ojos celestes, la imagen que millones de espectadores tienen hoy de Ötzi. Nada más alejado de la realidad. En 2023, un análisis del genoma del cuerpo hallado en las alturas de los Alpes demostró que era un hombre completamente calvo, de piel y ojos oscuros. “El análisis del genoma reveló rasgos fenotípicos como una elevada pigmentación de la piel, ojos oscuros y calvicie de patrón masculino, que contrastan fuertemente con las reconstrucciones anteriores, que mostraban a un varón de piel clara, ojos claros y bastante peludo”, explicó el director del estudio, Johannes Krause, investigador del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva. El descubrimiento del equipo de investigadores del Instituto Planck no solo contradice a la imagen de la película de Raudau, sino también a la imagen del hombre de hielo que se habían hecho muchos antropólogos durante más de dos décadas. Para Krause, esa confusión radica en un prejuicio: “Es notable cómo esa reconstrucción está sesgada por nuestra propia idea preconcebida de un humano de la Edad de Piedra procedente de Europa”, explicó cuando le preguntaron por la diferencia.
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