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» Diario Cordoba
Fecha: 14/09/2025 11:52
El tablero bancario español está a punto de volver a asentarse, más de 16 meses después de recibir una sacudida que lo hizo saltar por los aires y que levantó polvaredas políticas y sociales de dimensiones y características inéditas en el sector. Dentro justo de un mes, el 14 de octubre, está previsto que se publique el resultado oficial de la oferta pública de compra (opa) del Sabadell lanzada por el BBVA en mayo de 2024, si bien no es descartable que el desenlace se conozca oficiosamente unos días antes. Sea como fuere, lo que parece claro es que ni el triunfo ni el fracaso de la operación marcarán el final del camino, sino un nuevo hito en el largo proceso de transformación en que lleva inmersa la banca española desde hace casi dos décadas. El mapa financiero del país seguirá mutando en su configuración durante los próximos años. Pero que lo haga en una dirección u otra depende en buena medida del desenlace de la opa más relevante en España en años. Para entender que el intento de compra del cuarto mayor banco español por parte del segundo se engarza en un proceso mucho más amplio resulta necesario rebobinar hasta el 15 de septiembre de 2008. El día que quebró el banco de inversión estadounidense Lehman Brothers es el parteaguas que marca el inicio de la gran crisis financiera internacional. En el caso español, causó el doloroso estallido de la burbuja inmobiliaria, que había inflado el tamaño y los balances de buena parte del sector bancario del país hasta niveles insensatos durante más de un lustro. España contaba entonces con 45 bancos de un tamaño significativo, mientras que actualmente apenas quedan 10, que serán nueve si el BBVA logra absorber el Sabadell. Ese proceso de concentración ha vivido tres fases bien diferenciadas por las distintas motivaciones y necesidades que las provocaron. La operación entre el banco de origen vasco y el catalán sería la primera de la tercera de esas etapas, otro factor que explica su importancia. En un primer momento, las integraciones se dieron entre entidades con graves problemas -en muchos casos, nacionalizadas- que fueron absorbidas por otras más sólidas, en la mayoría de los casos tras la inyección de multimillonarias ayudas públicas que se han perdido en su mayor parte. Sucedió entre 2009 (intervención de Caja Castilla-La Mancha y adjudicación a Cajastur) y 2017 (lo mismo con el Popular y el Santander). Anticiparse a los problemas En 2020, hubo otra pequeña ronda de fusiones (absorción de Bankia por CaixaBank y Liberbank por Unicaja, además de un infructuoso intento de fusión amistosa entre el BBVA y el Sabadell). Al contrario que en los años precedentes, las entidades absorbidas eran razonablemente sólidas. El motor de su integración en otros grupos más potentes fue el sombrío escenario que afrontaban de bajos ingresos y morosidad al alza (y en el caso de los gestores de Bankia, el temor al impacto que podría tener en su entidad la entrada de Podemos en el Gobierno). Aunque dicho escenario de negocio finalmente no se materializó, las fusiones buscaban anticiparse a posibles problemas en las cuentas. Y contaron con el apoyo de las autoridades políticas y supervisoras, que tenían fresco los dramáticos rescates de la crisis anterior. Al contrario que en anteriores olas de integraciones, las entidades presentan hoy altos niveles de rentabilidad y capital La opa hostil lanzada por el BBVA sobre el Sabadell, en cambio, responde a otros factores muy diferentes. Al contrario que en las dos fases anteriores, el sector financiero vive un momento dulce, con los beneficios marcando máximos históricos desde 2022 gracias al endurecimiento y normalización de la política monetaria tras años de travesía del desierto por la era de los tipos de interés ultrabajos (2014-2021). Es cierto que persisten algunos retos estructurales, como el creciente gasto en tecnología que ha esgrimido la entidad con sede en Bilbao para justificar la operación. Pero la opa responde también a otra lógica mucho más prosaica e inmediata: la mejora de los resultados ha permitido a las entidades acumular excesos de capital sobre sus objetivos que tratan de aprovechar para mejorar su valoración bursátil. Los bancos españoles dispararon el año pasado a 33.246 millones de euros el beneficio que obtuvieron en el país (sin tener en cuenta su negocio internacional), según datos del Banco de España. Supone un notable incremento del 36% respecto a los 24.358 millones de 2023 y es más del doble que los 14.447 millones de 2021. Pero sobre todo es reseñable porque las entidades lograron 17 años después superar el récord histórico de 25.111 millones que alcanzaron en 2007, pico de la burbuja inmobiliaria. Incluso si se tiene en cuenta el efecto de la inflación (que hace que una cantidad de hace años equivalga hoy en día a una cifra mayor), los 33.246 millones de ganancias de los bancos en el mercado español del año pasado empatan prácticamente con el nivel de 2007 (34.376 millones, aplicando el IPC acumulado). Los bancos tratan de emplear el exceso de solvencia obtenido por la mejora de beneficios para remontar en bolsa Si se tiene en cuenta el negocio internacional, la banca española ya logró superar en 2023 el máximo anterior (ganó 30.954 millones, frente a los 30.640 millones de 2007) y el año pasado marcó un nuevo récord histórico de 37.672 millones. Gracias a todo ello, el sector logró cerrar 2024 con una rentabilidad sobre el capital del 14,1%, frente al 5,5% de los años de los tipos ultrabajos (2014-2020). Al mismo tiempo, la mejora del resultado le ha permitido acumular capital y elevar el peso de este sobre sus activos, del 12,6% del periodo 2014-2020 al 13,5% del final del 2024. Ello le ha facilitado, a su vez, tomar medidas para solventar su talón de Aquiles de la pasada década: su pobre desempeño bursátil, particularmente en comparación con los bancos estadounidenses. Durante el último lustro, las entidades han empleado ese capital excedentario que iban apilando para mejorar la remuneración de sus accionistas, maltratada durante los largos años de la crisis financiera y los tipos bajos, con el objetivo último de lograr una subida de su cotización. Los bancos han ido incrementando el pago de dividendos, pero también han implementado de forma masiva los programas de recompra y amortización de acciones propias (una vía indirecta de retribución, ya que al reducir el número de títulos en circulación, incrementa la parte del beneficio que corresponde a cada uno de ellos). Más y más concentración Una de las principales derivadas del proceso de fusiones que ha redibujado el mapa bancario español en las últimas dos décadas ha sido el incremento vertiginoso del grado de concentración bancaria en el país. Las autoridades sectoriales, pese a ello, siguen sin ver alarmante la situación en función de los indicadores que utilizan para analizar los riesgos a la competencia. En cualquier caso, el semáforo que utilizan para medir el nivel de concentración en el mercado lleva instalado en el nivel amarillo desde 2018, si bien en 2024 redujo ligeramente su intensidad por segundo ejercicio consecutivo, según datos del Banco Central Europeo (BCE). La institución presidida por Christine Lagarde mide el nivel de concentración de la banca del continente a partir del índice Herfindahl e Hirschman, utilizado por los principales organismos de defensa de la competencia del mundo para analizar la situación de un mercado y aprobar o no operaciones de fusión. Se calcula elevando al cuadrado la cuota de mercado de cada empresa y sumando esas cantidades, con lo que se da más peso a las compañías más grandes. Un valor máximo de 10.000 implica un monopolio. Como regla general, el BCE estima que un nivel inferior a 1.000 supone una baja concentración, mientras que una cota de entre 1.000 y 1.800 la considera de concentración media, y por encima de 1.800 la ve de alta concentración. En 1999, primer año del que el banco central ofrece datos, el sector financiero español presentaba una muy baja cota de 427, que apenas creció a 459 en 2007, el año previo al estallido de la gran crisis financiera. Desde entonces se disparó, hasta alcanzar el 1.327 en 2022, si bien posteriormente se ha reducido a 1.296 en 2024. La Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC) ha calculado que la integración del BBVA y el Sabadell llevaría el índice a 1.408, todavía en amarillo. Sin embargo, el umbral se traspasaría en Catalunya (2.271) y la provincia de Barcelona (2.649). En el crédito a pymes, se daría en Catalunya (2.334), Baleares (3.180), Barcelona (2.720) y Lleida (2.074). Reinvertir el excedente Las entidades que se lo han podido permitir, asimismo, han comenzado a reinvertir parte de ese exceso de capital en aumentar su negocio, aprovechando la pujanza económica y la reactivación de la demanda de préstamos. Se trata de una fórmula para contrarrestar el impacto en sus ingresos de las bajadas de tipos de los últimos dos años: elevan el volumen de activos para compensar el menor rendimiento que se obtiene por cada uno de los mismos. El balance de las entidades españolas, así, ha pasado de 3,8 billones al cierre de 2020 a 4,3 billones el año pasado, el 17,3% más, con un incremento del crédito al sector privado del 13,5%, hasta los 2,4 billones. En resumen, se puede afirmar que los bancos atraviesan su situación más sólida y rentable en prácticamente dos décadas, que poco a poco se ha ido viendo reconocida en su valoración en bolsa. Las acciones de las entidades financieras cotizadas se han repreciado entre el 220% (Santander) y el 780% (Sabadell) desde el cierre de 2020, el año de la pandemia. Sin embargo, los motores que explican esa mejora -como la política monetaria o la recuperación económica poscovid- se están agotando. La búsqueda de nuevas palancas para continuar seduciendo a los inversores, en un contexto de exceso de capital, es clave para entender por qué el BBVA lanzó una opa hostil sobre el Sabadell y por dónde podrían venir los próximos movimientos corporativos en el sector. Más dispar que nunca A corto plazo, en cualquier caso, el facto más determinante para el futuro del mapa bancario español es, lógicamente, si la opa tiene éxito o no. Las consecuencias de uno u otro escenario en la configuración del sector son más dispares que en procesos de integración anteriores debido a que las diferencias de tamaño entre las entidades actuales y las potencialmente resultantes es mucho mayor que en el pasado. La banca española cuenta hoy por hoy con dos bancos globales que mantienen su fuerte presencia tradicional en el país (Santander y BBVA, mucho más grande el primero que el segundo); un gigante del mercado nacional, con negocio también en Portugal (CaixaBank); una única entidad mediana, que acaba de renunciar a su intento de internacionalización con la venta de su filial británica (Sabadell); y seis bancos más pequeños con presencia relevante en ámbitos geográficos concretos (Unicaja, Abanca, KutxaBank, Cajamar e Ibercaja) y segmentos de negocios específicos (Bankinter). Si la opa tiene éxito, CaixaBank, Santander y BBVA pasarían a tener una cuota de mercado cada uno de entre el 25% y el 17% en el mercado crediticio español. CaixaBank, ya absorbió Bankia en 2021, mientras que el Santander hizo lo propio con el Popular en 2017. La idea predominante en el sector es que habría poco espacio, necesidad y apetito para más movimientos de integración con esos tres bancos como protagonistas. Tendrían ya unas cuotas muy elevadas y no quedaría ningún objetivo potencial de un tamaño suficiente como para que su absorción resultante realmente transformadora. El resto de bancos considerados significativos estarían todos por debajo del 6% de cuota. Cosa distinta son las operaciones paneuropeas, que los supervisores llevan anhelando infructuosamente desde hace años pero que, por la lógica histórica del proceso de integración continental, es probable que algún día lleguen. Los tres grandes bancos españoles son los únicos del país que tienen la dimensión suficiente como para tener un papel activo en estos procesos y no ser meramente sujetos pasivos de una absorción. Si la opa fracasa, por otro lado, parece bastante obvio que el Sabadell tendrá que buscar a corto o medio plazo una operación alternativa que le evite volver a ser el objetivo de un pez más gordo español. Aunque ahora lo enfrían, sus directivos calentaron esa posibilidad hace unos meses y, de hecho, llegaron a mantener contactos con Unicaja y sobre todo Abanca, que hubieran hecho fracasar la opa pero que no fructificaron. El problema que tiene el Sabadell es que querría liderar la operación, pero sus seis potenciales objetivos son entidades con grandes accionistas de control que no tienen intención de vender ni presión para hacerlo dado el buen momento de resultados. Ello también hace difícil que, caso de fracasar la opa, el BBVA pudiera interesarse por una de estas entidades como alternativa. Parece más probable que buscase en otras geografías. Tres tipos de entidades El sector lo completan bancos controlados por fundaciones de las antiguas cajas (Unicaja, Kutxabank e Ibercaja), propiedad de inversores privados con grandes participaciones (Bankinter y Abanca) y una multitud de cajas rurales (el banco cabecera de Cajamar). Sumado a que solo Unicaja cotiza en bolsa, en la práctica implica que cualquier operación debería ser amistosa y pactada, lo que pasa por alcanzar un siempre complejo acuerdo sobre el reparto de poder. Ante esa dificultad, no es descartable que como plan b el Sabadell pudiera ver con buenos ojos algún tipo de alianza o integración en un grupo extranjero que le garantizase cierto grado de autonomía en el mercado español, posibilidad que también ha sobrevolado la opa. Una tercera derivada es si las entidades más pequeñas harán alguna operación entre ellas si el banco vasco absorbe finalmente al catalán. La gallega Abanca, propiedad del financiero hispanovenezolano Juan Carlos Escotet, tiene detrás un historial de compras y ha dado muestras desde hace años de su ambición de crecer. Es una presencia habitual en las quinielas del sector, bien sea con el Sabadell o con otra entidad. También Unicaja, por su condición de banco cotizado, es un protagonista potencial de movimientos, por más que la fundación malagueña que le da nombre controle el 30% de su capital. Algo parecido puede decirse de Ibercaja, pese a que recientemente descartase salir a bolsa tras retrasarlo durante años. Y nunca se pueden descartar movimientos del resto de entidades si se dan las circunstancias apropiadas, por más que parezcan menos probables por diferentes motivos. Bankinter, así, está controlada por la familia de Jaime Botín y siempre ha evitado fusiones; KutxaBank lo controlan las instituciones públicas vascas; y Cajamar tiene una configuración jurídica particular por ser una cooperativa de crédito. Sin descartar imprevistos Mientras la pujanza de los beneficios continúe, como parece probable que suceda a corto plazo, no es previsible ningún movimiento de este grupo. En cualquier caso, el ciclo económico cambiará algún día, como siempre sucede, y los resultados dejarán de ser tan boyantes. Además de que nunca se pueden descartar acontecimientos inesperados o crisis de dureza insospechada, como ha quedado claro en las últimas dos décadas. Parece claro, por tanto, que el mapa bancario español no ha alcanzado su foto final, si es que es posible afirmar que algún día pudiera alcanzarla.
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