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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 13/09/2025 08:30
Desembarco en Normandía. (Getty Images) El ambiente internacional no deja de tensarse. Casi cada día surge una noticia nueva que suma presión a una sensación generalizada: algo grande está a punto de explotar. La guerra en Ucrania, la crisis humanitaria en Palestina, los discursos cada vez más agresivos de algunos líderes... Los países de la OTAN han disparado su gasto militar y, desde Francia, el Gobierno ha pedido a los hospitales estar listos para recibir entre 10.000 y 50.000 soldados heridos. Estados Unidos ha colocado buques frente a Venezuela, ofreciendo 50 millones de dólares por la captura de Nicolás Maduro, alineado a su vez con el bloque Rusia, China y Corea del Norte (y resto de los BRICS), dibujando una línea que, de forma cada día más evidente, divide el mundo en dos mitades. Con tanto suceso encadenado, ya casi nada logra asombrar al público. Muchos han empezado a compartir la misma inquietud, esa frase que va de boca en boca y que resume el clima actual: se está acercando otra Gran Guerra. El fantasma de la Tercera Guerra Mundial Las voces que alertan sobre la llegada de una nueva guerra a escala mundial suenan con más fuerza, pero entre los principales motivos por los que nadie cree, en realidad, que pueda pasar nada de tales dimensiones destaca la capacidad de destrucción de la tecnología militar moderna. Ese riesgo de daño extremo es hoy un freno clave para los que deciden en los centros de poder internacional. “Tenemos armamento del cual nadie tiene ni idea de lo que es y son las armas más poderosas del mundo, no estoy preocupado”, lanzó Donald Trump en abril a la prensa cuando le preguntaron si temía una escalada en la guerra comercial con China. Lo cierto es que el mundo ya recorrió la cuerda floja del conflicto nuclear en la crisis de los misiles de Cuba, en los 60: trece días de máxima alerta entre la Unión Soviética y Estados Unidos, a raíz de la decisión estadounidense de poner cabezas nucleares en Turquía —muy cerca de territorio soviético— y la respuesta de Moscú al instalar los suyos en la Cuba de Fidel Castro. Nunca llegó a pasar nada, pero dejó claro lo cerca que se puede estar de esa “destrucción mutua asegurada”: una vez lanzado un misil nuclear, el resto vendría detrás y el mundo, tal como se conoce, podría desaparecer. Pero, por suerte para todos, para que se produjese una nueva guerra total, primero debería darse una serie de desencadenantes. Lo común al explicar las dos grandes guerras es caer en la simplificación: de la Primera Guerra Mundial se dice que fue por el asesinato del archiduque Franz Ferdinand; y la Segunda por la invasión de Polonia, pero en realidad es bastante más complejo. La Primera empezó por un cúmulo de factores económicos y sociopolíticos, por la competencia colonialista y, sobre todo, porque había intereses en que llegase a estallar. La Segunda, por su parte, fue prácticamente una consecuencia directa de la Primera. Xi Jinping, Vladimir Putin y Kim Jong-un. (Florence Lo/Reuters) El contexto pre-guerra La Segunda Guerra Mundial empezó a gestarse desde aquella hora 11, del día 11, del undécimo mes de 1918, y aunque todo olía a tormenta, nadie supo verlo del todo hasta que el trueno retumbó en septiembre del 39. Para entonces, Europa llevaba 20 años arrastrando cicatrices que nunca llegaron a cerrar. Se sucedieron cambios de fronteras, nuevas banderas y millones de vidas remendadas a toda prisa. Había quienes estaban convencidos de que lo peor había pasado, de que el horror de las trincheras quedaba atrás, pero el resentimiento era un yugo invisible. El Tratado de Versalles, firmado a la sombra aún fresca de los muertos, no solo desarmó a Alemania y partió en pedazos su imperio: la condenó a pagar compensaciones inasumibles, a entregar Alsacia y Lorena, Prusia Oriental, la Alta Silesia, a perder sus colonias y ver ocupada Renania, naciendo así la República de Weimar. El país perdió millones de habitantes y territorios industriales clave, su ejército quedó reducido a la irrelevancia y la economía nacional se vio atrapada en la asfixia. Alemania, humillada y arruinada, vio durante los años 20 una sucesión inagotable de crisis: hiperinflación, paro masivo, polarización política y violencia en las calles. Se formaron milicias paramilitares (como las Freikorps y la “Schwarze Reichswehr”), y la sensación de que tanto la democracia como la economía tenían los días contados se extendió entre la población. El alto mando militar empezó pronto a saltarse las condiciones del tratado de Versailles, rearmando en secreto y enviando a oficiales y técnicos a la URSS para que mantuvieran y perfeccionaran su adiestramiento, mientras en suelo ruso se desarrollaban y probaban armas prohibidas en Alemania. Hubo intentos de golpe de Estado, atentados políticos y una inestabilidad crónica, que no mejoraron ni siquiera tras los acuerdos de Locarno (1925) y el aparente acercamiento con Francia y Reino Unido. En ese caldo de cultivo de frustración social y resentimiento, el crack de 1929 hizo las veces de detonante. La depresión económica mundial tumbó bancos y empresas, disparó el desempleo y terminó hundiendo del todo la confianza en la República. Los partidos democráticos fueron incapaces de responder con solidez. En ese escenario, el mensaje extremista de Hitler —primero desde el Partido Obrero Nacional hasta su “transformación” en el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (que en realidad, de acuerdo con sus propios altos cargos, no era ni socialista ni obrero)—, que culpaba a los judíos, los comunistas y los “traidores de noviembre” de la ruina nacional, prendió rápido. Sobre la base de promesas de trabajo, venganza y grandeza, Hitler fue ganando apoyos en las urnas y en la calle hasta que, en enero de 1933, fue nombrado canciller. Adolf Hitler y Goebbels. (The Grosby Group) Adolf Hitler, de canciller a káiser Desde ese momento, Alemania cambió completamente: el régimen nazi suspendió libertades, persiguió con dureza a la oposición, y se lanzó a una política de rearme a gran escala, violando abiertamente los tratados internacionales. El ejército alemán se reorganizó y expandió, surgieron nuevas armas y los gastos militares se multiplicaron. Apareció la Gestapo, se construyeron los primeros campos de concentración y empezaron las leyes raciales antisemitas (como las Leyes de Núremberg de 1935). Aquello que había empezado entre bambalinas se convirtió en política de Estado: Alemania abandonó la Sociedad de Naciones, firmó alianzas con Italia y Japón y, sobre todo, desafió abiertamente a las potencias occidentales. Al principio, Francia y Reino Unido optaron, ingenuamente, por una política de apaciguamiento, convencidos de que era mejor ceder ciertas demandas antes que volver a una guerra total. De esta forma, Hitler reocupó Renania (1936) sin oposición; intervino en la Guerra Civil Española; se anexionó Austria en el Anschluss (1938) y, tras la Conferencia de Múnich, absorbió los Sudetes checos sin que nadie se atreviera a enfrentarse directamente a él. Cuando las tropas alemanas ocuparon el resto de Checoslovaquia en marzo de 1939, los gobiernos occidentales empezaron a darse cuenta de que el expansionismo nazi no tenía límites y que la guerra sería inevitable. Noticias del día 11 de septiembre del 2025. El momento clave llegó ese verano, cuando Alemania y la Unión Soviética firmaron el pacto de no agresión conocido como Ribbentrop-Mólotov, que incluía cláusulas secretas para repartirse Polonia y otras zonas del este de Europa si estallaba la guerra. El 1 de septiembre de 1939, siguiendo su exigencia de recuperar la ciudad de Danzig y el “corredor polaco”, las tropas alemanas invadieron Polonia. Dos días después, cumpliendo sus promesas de apoyo, Francia y Reino Unido declararon la guerra a Alemania. La Unión Soviética invadió Polonia desde el este el 17 de septiembre, cumpliendo su parte del pacto secreto con Hitler. Había empezado la Segunda Guerra Mundial y en pocos meses, el conflicto se extendió por todo el continente con la Blitzkrieg (Guerra Relámpago) de Hitler: Dinamarca y Noruega cayeron rápidamente; después, los Países Bajos, Bélgica, Luxemburgo y Francia. Las tropas alemanas entraron en París en junio de 1940 y la Luftwaffe libró la Batalla de Inglaterra. Para entonces, el mundo ya estaba sumido en una guerra total, marcada desde el principio por la brutalidad y la destrucción a gran escala. La nueva guerra sólo había necesitado dos décadas y muchas heridas abiertas para envolver de nuevo a medio planeta en una tragedia aún mayor.
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