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  • Humanidad e inteligencia artificial: futuros posibles

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 11/09/2025 04:50

    La IA generativa se embebe en cada uno de nuestros productos y realidades (Imagen ilustrativa Infobae) No hay dudas de que estamos frente al gran desafío de estos tiempos de aceleración de cambios en nuestra civilización: ¿cómo será nuestra vida futura bajo el paradigma de la inteligencia artificial, cada vez más potente y generalizada? No hay evento, disciplina, convención o agenda estratégica donde este tema no domine la conversación y el debate prospectivo. “Se viene algo muy grande. Y no estamos preparados para ello”, tituló, con mucha sensatez, hace algunas semanas el analista Kevin Roose en New York Times. Y más recientemente el reconocido Thomas Friedman alertó, al cerrar una nota en el mismo medio titulada El único peligro que debería unir a China y Estados Unidos, que “estamos a una décima de grado de liberar por completo el vapor de la IA que desencadenará el cambio de fase más importante en la historia de la Humanidad”. Se refuerza, cada día, la idea de que estamos en un verdadero punto de inflexión en nuestro recorrido histórico. Siempre afirmamos que, aún con fracasos, asimetrías y altos costos, hemos progresado sostenidamente a lo largo de los siglos que llevamos habitando este planeta. Vivimos y trabajamos mejor que hace décadas atrás y las tecnologías emanadas del proceso evolutivo del conocimiento, siempre han sido aliadas en ese trayecto, creando más de lo que destruyeron, abriendo más nuevas oportunidades que los inevitables impactos de obsolescencia en mucho de lo que hacíamos o usábamos. Pero no es menos cierto que el reto colectivo que hoy enfrentamos se muestra más desbordante y con inusitadas alertas de ingobernabilidad. La IA generativa se embebe en cada uno de nuestros productos y realidades. Oscilamos entre el costado deslumbrante y la derivación aterradora de tanta penetración. Optimizar nuestros ahorros e inversiones, resolver cuestiones legales de baja complejidad, cocinar de forma ágil y nutritiva, estudiar y avanzar en programas de formación, organizar nuestros itinerarios de viajes, simplificar nuestro trabajo diario eliminando tareas de ejecución directa, programar e integrar aplicaciones de software, producir contenidos, emitir comunicaciones y explicitar conclusiones de reuniones o sesiones. Y tanto más. Todo ello es ofrecido por múltiples aplicaciones de IA que van asumiendo el rol de agentes, equipados de capacidades para “razonar”, tomar decisiones y también innovar. “La IA salvará al mundo”, dice Marc Andreessen, alabando el poder transformador de semejante repertorio de herramientas. “La IA puede poner en jaque a nuestra civilización”, alerta Yuval Harari, entre otros, frente a la opacidad de sus fórmulas constitutivas y el riesgo latente de que, combinadas y expandidas sin límites, se hagan ingobernables. Entre las posiciones más extremas puede haber, como es habitual, matices y combinaciones que permitan visualizar escenarios posibles para un fenómeno tan disruptivo a escala global. Se trata de pensar los futuros posibles de manera sistémica, desprejuiciada y holística. En ese marco, los elementos centrales que entendemos serán decisivos a la hora de configurar futuros posibles para la humanidad bajo la energía líquida de la inteligencia artificial en todas nuestras realidades, son: La capacidad prometida de la IA para resolver mejor muchas fricciones y problemas que aún tenemos en nuestra vida terrenal , como también los que vayan surgiendo. Ya sea en temas ambientales, de salud, de combate a la delincuencia organizada, de educación personalizada, etc., la propuesta de valor común de los modelos de IA es ayudarnos a resolver problemas y situaciones donde los humanos solos (equipados con las tecnologías previas a la IA) registran limitaciones o anomalías evidentes. Muchas batallas que debemos ganar, como por ejemplo la lucha contra los tipos de cáncer más agresivos, parecen más factibles de la mano de la IA. De la mano del tópico anterior, emerge con trascendencia la incógnita acerca del impacto de la IA como factor de producción y multiplicador de productividad de todas las actividades económicas . ¿Puede la IA convertirse en el motor de las economías y desatar una lógica expansiva capaz de elevar la abundancia, bajar los costos de crecer y dinamizar industrias, emprendimientos y profesiones? Fuera de idealismos, proliferan las dudas acerca de a qué sistemas económicos pueden conducirnos la baja sistemática de los costos marginales de producción de cualquier bien o servicio y la creciente automatización de actividades, correlato natural de tanta penetración de la IA. ¿Es bueno o es malo, para la economía en su conjunto, que los costos de producción tiendan a cero? ¿Pueden canalizarse las ganancias crecientes originadas en la productividad tecnológica hacia externalidades positivas en las sociedades (empleos, impuestos, impactos ambientales decrecientes, etc.)? Todo por demostrarse aún. La transformación del mercado de trabajo humano, llevando la automatización de tareas a niveles nunca vistos . Tareas humanas de índole cognitiva puede ser actualmente, al menos en partes, realizadas por dispositivos de IA. Y se espera que ello sea mucho más elevado en el futuro, incluso con el aporte diverso de robots humanoides cada vez más diestros y equipados con IA. Diseñar nuevas combinaciones de tareas humanas y tecnológicas emerge como el gran reto a lograr en todas las industrias y profesiones. Tenemos señales de que ello es posible, en algunos tipos de trabajos más que en otros, pero también otras que alertan sobre impactos crecientes de sustitución de mano de obra y barreras más altas para ingresar al mercado laboral en muchos sectores. Capacidad humana de dirigir y gobernar el desarrollo y despliegue de la IA en nuestro mundo . Se expanden las voces que proponen y anhelan “una IA al servicio de la Humanidad”, pero no está claro como lograrlo. Entre los incentivos para hacer la IA más “explicable” para los humanos, las buenas arquitecturas en sus configuraciones a fin de mitigar riesgos de “rebelión de las máquinas”, los llamados a regular desde el Estado al menos algunas de sus manifestaciones y la necesidad de alinear a actores tecnológicos y económicos poderosos que están compitiendo en la carrera de la IA, se define esa capacidad de conducir este fenómeno para beneficio de las personas. Y todo ello en el marco de una confrontación geopolítica feroz por el dominio de la IA en el mundo, relegando espacios de cooperación y desarrollo conjunto para, quizás, una época de liderazgos más sabios y sensatos. Finalmente, el impacto de la IA en lo que somos como especie, en la esencia humana del Homo Sapiens. ¿Seremos algo distinto si la IA penetra en todos los rincones de nuestra vida e incluso se conecta con nuestras mentes y cuerpos a través de distintos dispositivos? Si efectivamente estamos camino a ser algo distinto, ¿seremos algo mejor gracias a esta nueva fase de evolución? ¿O dejaremos de ser humanos para ser otra cosa, abriendo una caja de Pandora con inesperadas consecuencias? Las ciencias de la vida, propulsadas por la interacción con modelos y soluciones de IA, constituyen un terreno de profunda innovación que demandará el concurso de las mentes más brillantes, pero también las éticamente más responsables. La dirección en la que puedan darse estos procesos y la combinación entre los mismos a escala global definirá, en buena medida, como será nuestro futuro bajo el paradigma de la IA. Haciendo un esfuerzo simplificado de visualización de posibilidades, advertimos al menos 4 escenarios posibles: Comencemos por el escenario más optimista, la verdadera utopía de la humanidad llegando a un estadio superior de plenitud y desarrollo. En este escenario, efectivamente la IA cumple sus promesas de ser el gran copiloto que necesitamos para funcionar mejor, individual y colectivamente. Todos nuestros sistemas son transformados, funcionando con menos errores y desviaciones propias de “nuestra Humanidad”. Vivimos más y mejor gracias a los aportes de la IA. Las economías se organizan en modelos de capitalismo superadores, en los que la competencia se nivela bastante en todos los mercados. La IA profundiza las tendencias de la revolución digital previa en términos de expansión de capacidades humanas, viabilidad de emprendimientos pequeños y menores fricciones o intermediaciones que no agregan valor. El trabajo humano se recrea, miles de tareas que dejamos de hacer son compensadas con creces por tareas descuidadas del pasado (cuando corríamos todo el tiempo detrás de los procesos), nuevas tareas y, sobre todo, por la grata novedad de trabajar menos horas y de forma más flexible o independiente sin por ello ganar menos dinero. La inteligencia colectiva (articulada por Estados menos voraces y más inteligentes) logra conducir el proceso de haber creado inteligencia tecnológica ilimitada para asistirnos y atendernos. Todo se hace más transparente, explicable y por ende gobernable. Y los seres humanos aprovechamos esta bellísima oportunidad de ser más humanos que nunca, acordando reglas de intervención en nuestra biología universalmente aceptadas y elevando el juicio y la conciencia humana como grandes reaseguros de supervivencia y bienestar. En el escenario contrario estamos en aguas propias de la distopía. En general, las mejores hipótesis sobre los impactos positivos de la IA a gran escala en la humanidad, no se cumplen. Hemos creado una tecnología que se vuelve en contra de la misma, superándola, desafiándola y sometiéndola a una creciente irrelevancia. Ya no dirigimos los destinos de este planeta. Y mucho menos lo hace un Ser superior de carácter espiritual, como durante siglos hemos creído, dando forma a un orden basado en la fe religiosa, aún en la diversidad de credos. La inteligencia artificial se hace general y cobra entidad propia. No podemos explicar en detalle cómo esos modelos funcionan, se expanden y toman decisiones. Han resuelto problemas humanos, pero han creado otros, mucho más graves y han llegado a comprometer nuestra supervivencia como especie. La economía se desploma, pues desaparece el ciclo virtuoso que conocimos: creación de valor, empresas, productividad, empleos, impuestos, progreso. Cada uno resuelve su sustento como puede. Mucho hay gratis, distribuido por sistemas que canalizan cierta abundancia cuyo control es disputado por élites de distinto pelaje. Las pautas e instituciones que hicieron posible la vida organizada en sociedad se ven crecientemente desdibujadas, estando las mayorías en estado de letargo y vidas con escaso sentido. Nacen cada vez menos personas en el mundo y los trabajos dejan de ser tales, solo tenemos actividades aisladas y escasas. Ni hablar si hacemos foco en la geopolítica. El mundo es un polvorín de confrontaciones regionales, entre países, grupos tecnológicos e IAs difíciles de identificar. En un escenario así, la humanidad se transforma en una agonía expuesta a cualquier desenlace fatal. Un tercer escenario está más asociado a lo que conocemos como protopías, es decir a esa lógica evolutiva que pareciera ser hasta ahora una constante en la humanidad, frente a las distintas olas de cambio y revoluciones tecnológicas. En este escenario priman los efectos positivos, sobre todo al superar complejas transiciones ante las fuerzas del cambio tecnológico. La IA no llega a ser ese copiloto universal soñado para la humanidad, sin sobresaltos y tensiones. Hay experiencias positivas, que ayudan a resolver muchos de nuestros problemas, pero nos obliga a inventar nuevas instituciones, controles y dominios frente al desborde creciente de tecnologías que parecen voraces en todo sentido. Le vamos encontrando la vuelta a este mundo donde humanos conviven con robots y modelos de IA, en todo. Las economías se concentran en servicios, experiencias y mucho trabajo independiente, estando la fabricación y administración de cosas, propias de las organizaciones, ejecutadas centralmente por máquinas inteligentes y células de gestión ágiles y pequeñas. Se logran protocolos y criterios éticos aceptados mayoritariamente, por necesidad de supervivencia. Pero intenciones rebeldes deben sofocarse con mucha frecuencia, estando el poder de policía de los Estados cada vez más orientado a verdaderos ejércitos de ciberseguridad. En el mundo seguimos siendo humanos, pero aumentados por tecnologías crecientes que se combinan con nuestra biología. Hay dilemas éticos y filosóficos profundos, en esta convivencia entre humanos tradicionales y ciborgs de distinta matriz. Se alcanza cierta estabilidad en la carrera por dominar la IA, pues los líderes de las potencias mundiales entienden que no hacerlo es peor para todos. Finalmente, podríamos considerar otro escenario con chances de probabilidad. Se trata de un estado de involución o decadencia, sin llegar a esa larga noche que supone la distopía del escenario 2. En esta mirada, muchas de las propuestas de valor que anunciaba la IA para mejorar problemas de la humanidad se cumplen parcialmente, pero muchas terminan desvirtuadas ante los efectos de juegos de poder de quienes manejan las IAs más agresivas. Nos recuerda la época donde debatíamos cuándo y cómo las pantallas, redes sociales y algoritmos en la web había dejado de tener efectos positivos en la sociedad y se transformaban en lastres para personas y comunidades, alentando polarización, sesgos y vínculos efímeros. La economía global no cambia drásticamente, predominando distintos tipos de capitalismos llenos de asignaturas pendientes, con escasas respuestas innovadoras al dilema de la productividad y el progreso colectivo, y crecientes desigualdades sociales entre quienes mejor dominan nuevas habilidades y negocios y las mayorías concentradas en trabajos precarios y de supervivencia. Crece el desempleo en el mundo, obligando a los Estados a ensayar nuevas fórmulas de contención y remuneración, sobre todo ante la evidencia de que han sido más las tareas que perdimos en manos de máquinas inteligentes que las que mantuvimos o añadimos para nosotros, en la mayoría de sectores y profesiones. La convivencia con robots y ciborgs baña de tensiones crecientes a las sociedades, dando forma a reductos o guetos de escasa o nula interacción entre sí. La humanidad gobierna el funcionamiento de la IA sólo formalmente. En la realidad, proliferan los atajos, los juegos de actores que no reconocen instituciones o regulaciones y la IA se hace tan potente bajo la computación cuántica que ya dejamos de aspirar a que sea explicable y la aceptamos tal como es antes de que se nos vuelva en contra. Es muy complejo y azaroso asignar probabilidades. Pero es necesario profundizar este tipo de esfuerzos prospectivos para entender lo que tenemos por delante y agudizar los esfuerzos colectivos para construir el mejor futuro posible. Más que nunca, es la hora de liderazgos conscientes de lo que nos jugamos como civilización y de ciudadanos comprometidos con hacer la parte que a cada uno nos toca bajo esta inevitable dinámica de cambios y transformaciones. Sería una gran ironía del destino que, habiendo llegado hasta acá, la humanidad no fuera capaz de conducir el impetuoso torrente de la IA hacia el mejor futuro posible para personas y comunidades. Por todo ello, podemos y debemos ser optimistas.

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