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CABA » Plazademayo
Fecha: 10/09/2025 22:56
En menos de 24 horas, Nepal vivió un estallido social que provocó la caída del gobierno, la renuncia del primer ministro Khadga Prasad Sharma Oli y dejó al menos 19 personas muertas. La chispa fue el bloqueo de redes sociales por parte del gobierno, una decisión que derivó en masivas protestas lideradas por jóvenes y que rápidamente escalaron en violencia, incendios y una profunda crisis política. El lunes, tras días de movilizaciones encabezadas por la denominada Generación Z, el gobierno ordenó reprimir las protestas con fuerza. La intervención policial dejó un saldo de 19 muertos y decenas de heridos, lo que encendió aún más la indignación popular. Al día siguiente, miles de manifestantes tomaron las calles de Katmandú y otras ciudades, incendiaron edificios oficiales, incluyendo el Parlamento y la residencia del primer ministro, y forzaron la dimisión del jefe de gobierno. Bloqueo digital como detonante La crisis comenzó el jueves 4 de septiembre, cuando el gobierno anunció el bloqueo de una veintena de plataformas tecnológicas, incluyendo Facebook, X (antes Twitter), YouTube, LinkedIn e Instagram. La medida, según las autoridades, respondía al incumplimiento de estas empresas de registrarse legalmente en Nepal, conforme a una ley de regulación digital derivada de un fallo de la Corte Suprema en 2023. El gobierno exigía que las plataformas designaran representantes legales dentro del país y establecieran canales para resolver litigios. Según el Ministerio de Comunicaciones, el objetivo era “controlar la desinformación, frenar la incitación al odio y proteger la armonía social”. Sin embargo, la medida fue ampliamente interpretada como una forma de censura y de ataque a la libertad de expresión. La reacción de la juventud La respuesta ciudadana no se hizo esperar. Miles de jóvenes, principalmente de entre 18 y 30 años, salieron a las calles para exigir la restitución inmediata de las redes sociales. Las protestas rápidamente se transformaron en un reclamo más amplio contra la corrupción, el desempleo y la represión del gobierno. “Estoy aquí para protestar por la corrupción masiva en nuestro país. El país ha empeorado tanto que para los jóvenes ya no hay motivos para quedarse”, declaró un manifestante a medios locales. Otro expresó: “Queremos paz, trabajo y libertad. No aceptamos que nos callen”. Según datos oficiales, Nepal cuenta con 13,5 millones de usuarios activos en Facebook, 10,8 millones en Messenger, 3,6 millones en Instagram, 1,5 millones en LinkedIn y 466 mil en X. El 80 % del tráfico de internet en el país está vinculado al uso de redes sociales, lo que demuestra su papel central en la vida cotidiana y política de la población, especialmente entre los más jóvenes. Renuncia y transición incierta Pese a que el gobierno levantó las restricciones el martes, la situación ya se había desbordado. Ese mismo día, el primer ministro KP Sharma Oli presentó su renuncia “con el fin de dar nuevos pasos hacia una solución política”, según señaló en una carta dirigida al presidente del país. El presidente aceptó la dimisión y designó a Oli para encabezar un gobierno interino hasta que se conforme una nueva coalición. Todo indica que el Partido Comunista de Nepal, al que pertenece el exmandatario, formará un nuevo gobierno con el Congreso Nepalí, de tendencia centro-izquierda. No obstante, persiste la incertidumbre sobre la legitimidad de ese proceso y el rumbo inmediato del país. Un debate global en el corazón del Himalaya La situación en Nepal también ha reavivado un debate global sobre el papel de las grandes plataformas tecnológicas y los límites del control estatal sobre internet. El caso guarda similitudes con los procesos legislativos en marcha en países como Brasil o la India, donde se discute hasta qué punto las big tech deben someterse a normativas locales. Sin embargo, en Nepal el intento de imponer regulaciones fue percibido como un acto de censura en un contexto de descontento social creciente. En un país con 29,6 millones de habitantes, de los cuales más del 20 % vive bajo el umbral de la pobreza, la represión y la desconexión digital encendieron una mecha difícil de apagar. Lo que comenzó como una protesta contra el bloqueo de redes sociales terminó evidenciando una crisis más profunda: el descrédito de la clase política, la falta de oportunidades para los jóvenes y la urgente necesidad de un nuevo pacto social.
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