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» Comercio y Justicia
Fecha: 09/09/2025 06:44
Por Gabriela Gonzalez Alemán (MN 33343) / Dra. en Genética del Comportamiento, Neurocientífica y fundadora de Brainpoints Transitar por las redes sociales puede ser tan placentero, que el tiempo se nos pasa sin que nos demos cuenta. Pero como todos los placeres, a veces puede convertirse en displacer Transitar por las redes sociales puede ser tan placentero, que el tiempo se nos pasa sin que nos demos cuenta. Pero como todos los placeres, a veces puede convertirse en displacer. Son muchas las veces en las que después de un rato de navegación, empezamos a sentirnos irritables o tristes. La ausencia de reacciones a una publicación, un comentario inesperado o un impacto menor al previsto, pueden llevar a las nubes nuestros niveles de ansiedad. Nos pasa a todos, pero es un efecto mucho más frecuente en los adolescentes. Nuestro cerebro está diseñado para buscar la aprobación social. Cada “me gusta” activa en el sistema nervioso una recompensa: un pequeño disparo de dopamina, el neurotransmisor que nos hace sentir placer y nos lleva a repetir los comportamientos que activan la recompensa. Es lo mismo que pasa cuando comemos algo rico o ganamos un premio. Pero como cualquier sistema de recompensa, puede volverse disfuncional. Las redes nos ofrecen recompensas sociales fáciles, rápidas y constantes. El problema es que también nos exponen a la comparación, a la crítica, a la frustración y a la exclusión en tiempo real. Estudios con neuroimagen muestran que cuando una persona se siente excluida en las redes, como por ejemplo, ser ignorada en una conversación grupal, se activan regiones cerebrales asociadas al dolor físico. Ser “dejado afuera” en Instagram o WhatsApp, duele de verdad. Y ese dolor repetido, sumado a la sobreestimulación y a la falta de descanso mental, puede gatillar síntomas ansiosos o depresivos. Porque esa es otra cuestión. La luz azul de los dispositivos electrónicos como el teléfono, las tabletas o las computadoras, engaña al cerebro haciéndole creer que es de día e inhibe la liberación de melatonina, la hormona por detrás del sueño. Solo por dedicarle tiempo a las redes cuando ya está oscureciendo, estaremos conspirando contra el sueño y el buen descanso. Pero eso no es todo. El contacto permanente con contenido que está cargado emocionalmente, como pueden ser las noticias, los conflictos, los “likes” y los rechazos van a mantener al cerebro en alerta impidiendo la completa desconexión de la actividad diurna. Estos problemas no son menores pero tampoco son los únicos que acarrea nuestro afán por estar presente en las redes e interactuar en forma virtual. El scroll infinito y la naturaleza adictiva de las plataformas alteran los circuitos de atención y de autorregulación. Esto no es casualidad, ya que las redes están especialmente diseñadas para captar nuestra atención. El cerebro, acostumbrado a recompensas inmediatas, pierde la tolerancia a la frustración y se vuelve más impulsivo. Si a eso se suma la exposición constante a vidas perfectas y a cuerpos idealizados, el combo puede volverse verdaderamente tóxico. En el caso de los adolescentes, esto puede ser un escollo a la hora de formar una identidad sólida y una buena autoestima. A medida que navegamos por las redes, nuestro sistema atencional empieza a fragmentarse. Se activa el modo de “alerta”, que está dominado por estímulos externos y rápidos. En el largo plazo, esto entrena al cerebro para funcionar en estado de distracción crónica. Como resultado, nos cuesta más concentrarnos, planificar o leer con profundidad. La memoria tampoco queda afuera de los efectos nocivos del uso desmedido de las redes sociales. Como consecuencia de la sobrecarga de información y de la dificultad para hacer foco, la memoria empieza a sentirse limitada para consolidar información nueva. Cada vez recordamos menos y la calidad de los recuerdos es cada vez más lábil. La solución no es apartarnos de los avances que implica la vida moderna sino aprender a usarlos. Nuestras herramientas no pueden condicionar nuestra salud, nuestro ánimo, el estilo de vida o la autoestima. Las herramientas son para ser utilizadas y mejorar la calidad de vida de las personas. Por eso, es importante, en vez de demonizar a las redes, usarlas con conciencia. Algunos tips pueden ser limitar el tiempo de uso con alarmas o aplicaciones que midan el consumo; dejar el celular fuera del dormitorio; apartarlo en los momentos en los que se requiere de concentración y practicar el “ayuno digital” durante algunas horas al día. Esto sería suficiente para darle al cerebro el silencio que necesita para procesar información, integrar y restaurar su equilibrio.
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