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Gualeguaychu » Reporte2820
Fecha: 08/09/2025 11:37
En el inicio de la mayoría de los talleres de periodismo el profe pregunta “¿Cuál es el fin supremo de un periodista? ¿Qué busca un periodista?”. Y la respuesta, a pesar de escuchar variadas contestaciones, es simple: la verdad. Esa suerte de “correspondencia entre lo que se dice o expresa y la realidad”, como la “conformidad de lo que se dice con lo que se siente o se piensa”. Esa misma verdad, hoy es cuestionada. O mejor, quizás, inmersa en la no “conformidad” de lo que se dice con lo que sucede. Sin ánimo de irnos por las ramas, vemos y observamos esa falta de coincidencia entre hechos y expresiones. Y si no es así, igual dudamos. Por las dudas. ¿Moda o costumbre? Es cierto que venimos de soportar varias y repetidas mentiras a lo largo y a lo ancho del país y de su rica historia (al igual que el resto del mundo, ojo) que atraviesa clases sociales, profesiones y niveles culturales. La modernidad nos ha llevado a tener una vida totalmente diferente a la de antes. Desde cuándo éramos niños, creciendo cronológicamente y adaptándonos a los vertiginosos y profundos cambios. Integramos (al menos quien suscribe) una generación que cada día intenta superar la barrera de la tecnología (entre otros menesteres) lo más dignamente posible para no quedarnos en el tiempo. Esas acciones que hoy los jóvenes llevan a cabo con total naturalidad, nos parecen un laberinto para quienes pintamos canas o superamos el medio siglo de vida. Esto, en definitiva, no es lo preocupante. Hay algo más profundo de que alertarnos y tiene que ver con el desinterés por conservar ciertos valores. Esos que no tienen su asiento religioso, político o como quieran llamarlo, sino simplemente en algo tan sencillo y simple como es el sentido común. A ver. Hay una suerte de definición de valores: son “las normas o los principios que guían la forma de actuar, ser y pensar de los individuos y las sociedades. Algunos de los valores más destacados son la responsabilidad, la justicia, la lealtad y la paz. Los valores son cualidades positivas, porque son las virtudes que tiene una persona o un grupo”. Podemos sumar otros como la libertad, la igualdad, la diferencia, sostenibilidad, civismo, democracia, cooperación, sensibilidad, compromiso… Una suerte de valores supremos y que deberían (repito, deberían) guiar la vida de las personas –sin querer exagerar- en el mundo!!! Gestos Sonarán más cercanos y más reales esos gestos que demuestran el ejercicio y el desempeño de muchos de esos valores, como un saludo, un apretón de manos, un simple gracias, ni hablar de un abrazo o un te quiero. Puede ser también la amabilidad de dejar pasar a alguien en el cruce de una esquina, de ayudar a una persona en la situación que sea, por mencionar algunas acciones que hemos venido perdiendo. Para colmo, un hecho agradable o este tipo de gestos, no salen en los noticieros, se privilegian aquellos que nos auto-flagelan como sociedad, el robo violento (cuanto más violento mejor), la pelea de vecinos en quien sabe que lugar del AMBA, etc. Y caemos siempre en la no muy apropiada calificación “y somos así” o “el problema es nuestra cultura, nuestra idiosincrasia” y listo. Tal Pilatos nos lavamos las manos. Pero seguimos igual. De hecho, si a veces nos conmovemos por alguna cuestión sensible, con el paso de algunas horas se olvida. Como me dijo un amigo “en el fondo somos buenos” y no tenía patio. Quizás si. O no. ¿Los seres humanos fuimos buenos alguna vez pensando que siempre hubo envidia, competencia, celos y recelos? En verdad somos el producto de la propia sociedad que nosotros mismos construimos. “El mundo me hizo malandra. El mundo te quiere matar” canta el genio del uruguayo Tabaré Cardozo. Somos el propio producto del Dr. Frankestein y si nos miramos así al espejo nos espantaríamos. Uh que mala onda!! Dirán a esta altura de la lectura. Así parece. Pero veamos desde otro punto: hay cosas de las que tenemos que hablar, porque si no serán cosas de las que vamos a dejar de hablar, porque la realidad es que ya son cosas de las que venimos dejando de hablar. Y bla, bla, bla. No sirve. Ayuda pero no sirve si no lo llevamos a la práctica. Y, como expresé al principio, mentimos y nos mentimos, Ya que hice referencia al cantor oriental, Cardozo habla de lo que “Lo que el tiempo me enseño”, que no deja de ser traicionero porque “te enseña cuando ya llegó la hora”. Y finaliza: “El tiempo me enseñó que desconfiara De lo que el tiempo mismo me ha enseñado Por eso a veces tengo la esperanza Que el tiempo pueda estar equivocado”. Por Luis Evaristo Alem Periodista
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