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Parana » AnalisisDigital
Fecha: 07/09/2025 10:07
Hay una teoría muy en boga según la cual la Argentina no tiene solución si no muere definitivamente el kirchnerismo. No es algo nuevo. El kirchnerismo es la última versión del peronismo, del cual durante muchas décadas alguna gente pensó lo mismo: la Argentina no tendría solución hasta que no se desembarace definitivamente del peronismo. Básicamente, quienes piensan así argumentan que la mera existencia del peronismo, o de su variante kirchnerista, aleja cualquier chance de que lleguen capitales al país. Cuando gobiernan, porque gobiernan. Y cuando no gobiernan, porque podrían gobernar alguna vez. De esta manera se explica la expresión riesgo “kuka”, que han esgrimido muchos funcionarios en las últimas semanas. Los capitales no llegan, la gente compra dólares, la inflación no cede, hay que subir las tasas, hay recesión, por el “riesgo kuka”. No es la idea central de esta nota poner en cuestión esa mirada. Qué más da. Pero sí señalar que hoy, finalmente, podría ser el día. El presidente Javier Milei ha dicho que si gana la elección que se realizará en la provincia de Buenos Aires habrá puesto “el último clavo en el ataúd del kirchnerismo” y dado un paso definitivo hacia la prosperidad argentina, que está atada a eso: al entierro definitivo del peronismo. No se trata apenas de una apuesta a ganar la elección. Eso solo no solucionaría el problema. El kirchnerismo ha perdido cinco de las últimas seis elecciones y el intríngulis sigue ahí: los capitales no se convencen. Para que esto último ocurra, la victoria debería ser aplastante, categórica, inapelable, debería reducir al peronismo a un lugar de insignificancia para siempre. Si sucede eso, finalmente se podrá comprobar si la teoría es correcta. Tal vez la Argentina se vuelva próspera gracias a que el peronismo sea destruido esta tarde. O tal vez ni así. En ese caso, descubriremos con dolor que los problemas eran otros. Pero también puede ocurrir que esta tarde nadie clave ningún clavo en ningún ataúd. Entonces, los problemas serán más acuciantes e inmediatos. El presidente Javier Milei deberá lidiar con una situación económica ciertamente problemática, que convivirá con un peronismo débil pero vivo, o vital, o –quién dice- victorioso. Otra vez: si la teoría que culpa de los problemas del país al peronismo fuera correcta, estaríamos al borde del precipicio. Si alguien profundiza un poco, descubrirá que esa teoría, la de que el país solo tiene destino si el peronismo desaparece, encierra a una sociedad en un laberinto imposible. Quizás alguna vez ocurra, quién dice, pero es muy difícil que el peronismo sea enterrado. Es gente muy tenaz. Puede que no gobiernen demasiado bien. Pero que sobreviven, sobreviven. Entonces, sostener que solo con su muerte podrá haber soluciones para la Argentina es como pensar que no habrá soluciones. Es un condicional gigantesco. Mejor pensar en una solución que incluya la existencia del peronismo, o de los reclamos, las esperanzas que ha expresado siempre el peronismo. Sería más acorde al principio de realidad. En cualquier caso, para quien mire la foto y la compare con otros tiempos, el peronismo enfrenta un período de mucha debilidad. Su principal líder está detenida y solo tiene influencia relativa en la designación de candidatos en la provincia de Buenos Aires y en la capital del país. Es más: si hubiera sido por ella, las elecciones de hoy no se hubieran realizado. Su convocatoria fue un acto de rebeldía de Axel Kicillof, el gobernador de la provincia de Buenos Aires, que supo ser su preferido y hoy se animó a enfrentarla. Nunca el peronismo gobernó tan pocas provincias. Nunca obtuvo tan pocos votos en la mayoría de las elecciones provinciales. Sus gobernadores se parecen más a líderes de partidos provinciales que a integrantes de una fuerza nacional. Y esa debilidad podría profundizarse en el día de hoy, si es derrotado. O podría empezar a revertirse, si es que triunfa. De eso se tratan las elecciones: de ganar o perder, no de enterrar a nadie ni de clavar ningún clavo en ningún lugar. Si las referencias son las encuestas de las últimas horas, todo parece indicar que la elección terminará en una especie de empate, un triunfo pírrico en un sentido u otro, con lo cual el peronismo saldrá entero y no habrá sido enterrado. Si llega a perder, aún por poco, el caos interno, las divisiones, los reproches serán ensordecedores. Pero si gana, ese triunfo debilitará al Gobierno, fortalecerá la figura de Kicillof, uno de los políticos con mejor imagen del país, y –de repente—al menos por un rato, el clima político del país habrá cambiado. Lo curioso de todo esto es que el peronismo, esta vez, no es responsable de lo que suceda. Porque los resultados de una elección no los define la oposición sino el gobierno de turno. De hecho, mientras los principales funcionarios hacen cola para explicar que estamos como estamos por los kirchneristas, hay gente muy importante que lo pone en duda. Por ejemplo, en los últimos días, los economistas más valorados por Javier Milei a lo largo de su vida, han explicado hasta el cansancio que los problemas actuales de la economía argentina se deben en gran medida al aporte que ha hecho la mala praxis del equipo económico que conduce el Presidente. Domingo Cavallo, Miguel Ángel Broda, Carlos Rodríguez y Ricardo Arriazu explicaron con lujo de detalles cuáles son las consecuencias de no acumular reservas, de defender el dólar barato, de liberar las Lefis, liberar el cepo, subir las tasas, congelar los encajes, intervenir en los mercados cambiarios. Casi no existe un macroeconomista serio que no esté perplejo por las cosas que ha hecho el equipo económico en los últimos meses. Sin esa ayuda, nadie tendría dudas sobre la elección de hoy. Pero a los desmanejos económicos se le suma una historia inverosímil: la de un gobierno que se ensaña con los discapacitados, que además queda encerrado en un escándalo de corrupción que involucra a la cúpula del poder, y que para taparlo pide a la Justicia que prohíba la difusión de audios comprometedores y que allane los domicilios de periodistas. Ese mismo gobierno denuncia conspiraciones que involucran a rusos, chinos, venezolanos, dirigentes de la AFA, bancos locales y extranjeros, pero no presenta ninguna prueba. El Presidente denuncia que lo quieren matar, pero al mismo tiempo recorre zonas que no controla con seguridad poco profesional, conduce un acto que nutre con barras bravas encapuchados, y se plantan a pocos metros de la ministra de Seguridad, que observa todo sin intervenir. Y, además, en las horas previas a la elección, uno de los comunicadores preferidos de Milei -el célebre y simpático Gordo Dan- escribe barbaridades irreproducibles contra dirigentes aliados. Es en ese contexto, que el peronismo tiene una posibilidad de resurgir esta tarde. Sin todo eso sería imposible. Y aun así no es seguro. Es el mismo peronismo de la inflación cercana a los 200 puntos, el que gobernó dividido, el que no renovó dirigentes, el que no ha hecho demasiada autocrítica. Pero, claro, si el Gobierno es lo que es, tal vez hoy tenga una chance. Y si no es hoy, será la próxima. Porque solo se trata de unir los puntos y proyectar la recta hacia el futuro y se ve, tarde o temprano, dónde termina. En todo caso, este panorama expresa que los problemas de la Argentina no se reducen al peronismo, aunque lo incluya. Algunos de ellos llevan el nombre de Cristina, otros el de Macri, y en estos días, los nombres de Javier y Karina Milei, Luis Caputo y Federico Sturzenegger. La expresión más precisa sería riesgo argentino y es bastante transversal. Sea como fuere, tal vez hoy sea el día del entierro del peronismo. Se escuchará entonces el golpeteo del martillo sobre el último clavo. Si no lo es, mucha gente va a recordar una famosa frase del general Perón. “No es que seamos demasiado buenos. Es que los demás son mucho peores”. (*) Esta columna de Opinión de Ernesto Tenembaum fue publicada originalmente en el portal de Infobae.
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