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  • China quiere un nuevo orden mundial, Trump y Europa se lo están facilitando

    » Diario Cordoba

    Fecha: 07/09/2025 07:35

    El mundo ha orbitado esta semana sobre China, quizás en un anticipo de lo que está por venir. Primero sobre Tianjin, donde Rusia, India y la propia China escenificaron un frente común para resistir los dictados de Washington e impulsar el orden mundial alternativo que persiguen; y después, sobre Beijing, donde una corte de autócratas acompañó a Xi Jinping para celebrar con un desfile militar el 80 aniversario de la victoria china sobre Japón en la Segunda Guerra Mundial y reivindicar su papel como garante de las instituciones internacionales creadas tras la contienda. “La humanidad se enfrenta hoy de nuevo a un dilema crítico: paz o guerra”, dijo Xi durante la parada militar, donde estuvo flanqueado por el autócrata ruso Vladímir Putin y el dictador norcoreano, Kim Jong Un. “El pueblo chino está firmemente en el lado correcto de la historia, en el lado de la civilización humana y el progreso”. Xi dejó claro que China no busca la guerra, pero también que ha dejado de tenerle miedo. Ninguno de los grandes líderes occidentales — salvo el turco Recep Tayyip Erdogan, invitado como observador a la cumbre de seguridad de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) en Taijin— asistió a los fastos de la semana. Pero particularmente Donald Trump estuvo muy presente en el subtexto. Sus agresivas políticas arancelarias están acercando a Beijing a potencias antes renuentes como la India. A la cumbre de Taijin se sumó el indio Narendra Modi, quien hacia siete años y varias escaramuzas fronterizas, que no viajaba a China. Pero días después de que Trump impusiera a uno de sus principales aliados en el Indo-pacífico un arancel del 50%, oficialmente como castigo por ser uno de los principales compradores del petróleo ruso, Modi compareció sonriente junto a Xi y cogido de la mano de Putin, con quien compartió también 50 minutos de intimidad en la limusina del presidente ruso. “Xi, Modi y Putin se echan unas risas en una cumbre de seguridad”, tituló gráficamente la CNN. A costa de Trump, le faltó decir. Y es que el estadounidense está paradójicamente dando alas a las reclamaciones de China y el Sur Global que lidera para crear un nuevo orden internacional con sus esfuerzos para demoler el actual. Una dinámica a la que Europa asiste como espectador por pura incomparecencia. Xi delineó algunos de esos principios al presentar una “iniciativa de gobernanza global” basada en la “igualdad entre Estados”, el respeto a la soberanía nacional, el “multilateralismo” o el “imperio de la ley internacional”. Unas ideas que no son particularmente innovadoras, sino más bien una vuelta al espíritu original del sistema liberal imperante liderado por Occidente. “Ni China ni Rusia ni India han presentado planteamientos radicales o revolucionarios para cambiar completamente el orden vigente. Más bien al contrario”, afirma la investigadora del CIDOB, especializada en el Asia Oriental, Inés Arco. “Defienden el status quo siempre que se modifiquen aquellos elementos que nos les gustan”. Reformas con matices del sistema internacional Eso implica un comercio abierto y la continuidad de la globalización, que tanto ha servido al imponente desarrollo chino. Pero también una reforma del sistema de cuotas de instituciones globales como el Banco Mundial o Fondo Monetario Internacional (FMI) para otorgar a las potencias del Sur Global el peso que les corresponde por el tamaño de sus economías. O la democratización del Consejo de Seguridad de la ONU. Todo ello, sin embargo, con un importante matiz añadido. Como hace Estados Unidos con su cacareado “excepcionalismo”, los liderazgos nacionalistas de China o India se reivindican como culturas milenarias con una una cosmovisión propia, su punto de partida para cuestionar la universalidad de los valores occidentales. “Básicamente reclaman que se conceda a los Estados un margen a la hora de decidir si aplican aquellos elementos que no generan un consenso universal, como los derechos humanos, sobre todo políticos y civiles”, explica Arco en una conversación telefónica. Una forma de justificar así el autoritarismo de sus regímenes. Esa versión armoniosa de un mundo multipolar genera, no obstante, evidentes recelos en Occidente, donde muchos la interpretan solo como una fachada para perseguir sus ambiciones hegemónicas. ¿Cómo se explica si no la estrecha alianza de Xi con Putin, el invasor en Ucrania perseguido por la justicia internacional? ¿Su apoyo a Kim Jong Un, el dictador norcoreano, sentado también a su lado en la parada militar? ¿Las agresivas maniobras militares chinas en torno a Taiwán? ¿O sus reivindicaciones del 90% del Mar del Sur de China, que están yendo acompañadas de una política de hechos consumados y la militarización de las aguas que se disputa con otros cinco países? “El apoyo de Xi a un orden internacional más ‘multipolar’ significa en esencia un mundo donde las naciones fuertes y sus hombres fuertes puedan repartirse esferas de influencia donde hacer y deshacer a su antojo”, escribió esta semana el ‘Financial Times’ en un editorial, reflejando la interpretación predominante en Occidente. “Puede que esta vision del mundo no sea muy diferente a la de Trump, aunque Xi cree que la influencia china crecerá a medida que retrocede la de EEUU”. Influencia en el mundo China ha ido labrando esa influencia con sus mastodónticas políticas de inversión e infraestructuras en el mundo, que le han servido para dar salida a sus excedentes industriales y acceder a las materias primas que necesita para mantener su fulgurante desarrollo. Pero también con su penetración tecnológica o su condición de principal prestamista del mundo en desarrollo, que ha ayudado a convertir a Beijing en el líder del Sur Global. Todo ello acompañado de la creación de foros como los BRICS o bancos de desarrollo que rivalizan con el Banco Mundial o el FMI. En esos foros se habla también mucho de crear mecanismos para reemplazar al dólar como moneda de reserva internacional, pero sin demasiados resultados por el momento. “Aquí hay un claro discurso reivindicativo, pero no hay ni la voluntad ni la capacidad de crear un orden mundial alternativo”, opina José Antonio Sanhauja, experto en relaciones internacionales de la Complutense y ex asesor de Josep Borrell durante su etapa como jefe de la diplomacia europea. “Si hay en este momento un actor que está actuando de manera revisionista y cuestionando el orden liberal es fundamentalmente EEUU. No son los países emergentes, no son los BRICS”, añade. Y esa es la gran paradoja del momento actual. Una época marcada por la competencia creciente entre grandes potencias, el rearme generalizado, el declive de la democracia o la fragmentación de la globalización en bloques. Está siendo EEUU, el principal arquitecto y seguramente beneficiario de las instituciones globales creadas tras la Segunda Guerra Mundial, quien más está haciendo haciendo por socavarlas. Tanto discursivamente como en la práctica. El antiglobalismo de Trump “Trump comparte con las extremas derechas el discurso antiglobalista. La idea de que el orden liberal, sus instituciones y las élites de los organismos internacionales conspiran contra la libertad de los individuos y la soberanía de las naciones”, dice Sanhauja. “Y, por tanto, hay que salirse de esos organismos que nadie ha elegido”. Los ejemplos de su plasmación práctica abundan. El republicano ha sacado a EEUU de la Organización Mundial de la Salud, del Consejo de Derechos Humanos de la ONU o del Acuerdo del Clima de París. Mantiene paralizada la Organización Mundial del Comercio con el veto a los nuevos nombramientos del tribunal encargado de dirimir las disputas entre Estados. Ha sancionado a los jueces de la Corte Penal Internacional. Ha cerrado en gran medida el grifo del dinero para todo el sistema y mantiene bloqueadas en el Consejo de Seguridad las posibles soluciones al desastre en Gaza, del mismo modo que Rusia y China han frenado una posible acción colectiva en Ucrania. “La parálisis del Consejo ha deteriorado seriamente la legitimidad y credibilidad del sistema internacional. Cada vez que hay escaladas de la violencia y la comunidad internacional queda aparentemente paralizada, se mina la confianza en la ONU y el sistema multilateral”, asegura Jaclyn Streitfeld-Hall desde el Global Center for the Responsability to Protect. Ese sistema no se creó para alimentar a una legión de funcionarios ociosos, como parecen pensar Trump y los suyos, sino para que los Estados puedan solucionar sus disputas de forma pacífica y proteger los derechos y libertades del individuo. La alternativa es la ley de la selva. "Vasallaje europeo" La operación trumpista de demolición del orden liberal, unida a su apoyo a las fuerza eurófobas en el Viejo Continente o la mala sangre que ha esparcido por el mundo con sus agresivas políticas arancelarias, había dejado a Europa el espacio para tomar las riendas del liderazgo y defender ese orden normativo que también es suyo. Pero Bruselas ha acabado cediendo sin contrapartidas claras a la intimidación y el chantaje de la Casa Blanca, a diferencia de lo que han hecho otras grandes potencias. Para evitar que Washington se desentendiera de la seguridad de Ucrania y, por ende de Europa, ha aceptado sus aranceles, pero también ese 5% de gasto en Defensa que muchos consideran inasumible e innecesario. Por no hablar de su compromiso para comprarle 750.000 millones de dólares en hidrocarburos a EEUU o invertir allí masivamente, cuando sus planes estratégicos hablan de potenciar la industria europea y las energías verdes. “La opción estratégica de la UE ante la ofensiva de Donald Trump parece ser mostrarse más como fieles vasallos de Washington que como aliados”, escribió recientemente Borrell. “Dicho de otro modo: Europa acepta ser más dependiente, pero sin obtener más seguridad a cambio”. Tambien Sanhauja se lamenta de la oportunidad perdida. “Podría haber sido un momento muy bueno para pararle los pies a Trump en el ámbito económico, ya fuera en concertación abierta o informal con otros países como China, pero perdimos ese momento”, esgrime el especialista en relaciones internacionales. China está aprovechando la coyuntura para llenar el vacío occidental, pero solo selectivamente. “Pekín ha estudiado mucho qué elementos de la hegemonía de EEUU no le gustan. No creo que vayamos a ver bases militares chinas en todo el mundo o un papel como el que Washington tiene en Oriente Próximo. Lo considera costoso y negativo”, asegura Arco desde el CIDOB. “Donde sí trata de coger el liderazgo es en las ayudas al desarrollo, los préstamos y la cooperación. Ahí sí creen que pueden promover una visión distinta y más próxima a lo que el resto del mundo quiere”. La impresión generalizada entre los especialistas es que el viejo mundo está muriendo, pero el nuevo no acaba de nacer. La idefinición es por el momento la norma en esta suerte de interregno, el espacio donde afloran los monstruos, según el aforismo del teórico marxista Antonio Gramsci. El gran reto es lograr que esos monstruos desaparezcan pronto sin que el mundo tenga que desangrarse antes en otra guerra mundial. Suscríbete para seguir leyendo

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