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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 06/09/2025 08:07
Natalia Oreiro: “Hacerle creer a la gente que si existe el cine los jubilados no van a cobrar es una maldad” Lo describe como un proceso muy emocional, hasta visceral, que la llevó a involucrarse en cuerpo y alma. Tanto que luego de filmar ciertas escenas de La mujer de la fila, Natalia Oreiro suspiraba: “Ah, okey. Esto es actuar”, se decía. Y ahora, que ya se encuentra en la presentación del filme que este jueves se estrenó en las salas, se explica: “Hay momentos donde dejás de ser consciente de que estás haciendo un personaje para convertirte en el personaje. Es una película que me desarmó, desde todo punto de vista”. El film de Benjamín Ávila, el mismo que la dirigió en Infancia clandestina -“La primera película dramática que me permitió bucear en mi sensibilidad”, destaca Oreiro-, se basa en la historia real de Andrea Casamento, una madre cuya vida cambia por completo cuando su hijo de 18 años va a la cárcel. “Es tan poderosa que pudo resignificar un hecho traumático y convertirlo en algo maravilloso como es ACiFaD, una asociación civil que ayuda a mujeres que tienen algún familiar privado de libertad. Y me atravesó lo que le pasó a ella: Andrea es viuda, tenía tres hijos, y se enamoró de un preso mientras luchaba para dejar en libertad a su hijo. Pero antes, su mayor conflicto era a ver qué se ponía para salir a tomar el té con sus amigas: era de esas mujeres que decía que esas cosas no podían pasarle porque era una mujer de bien”, dice Natalia. Puede transitar esa experiencia, la Oreiro que ahora se sienta con Infobae es distinta a cualquiera de las entrevistas pasadas. Porque es eso lo que busca, según cuenta, al elegir un papel: historias que transformen. Y asi, tanto le aporta ella al personaje como lo que el personaje termina provocando en ella. Y sin embargo, a sus 48 años, continúa siendo aquella adolescente de Villa del Cerro, en Montevideo, que vino a Buenos Aires persiguiendo sus sueños ante las reticencias ajenas. La que superó prejuicios pero que todavía convive con las miradas ajenas. La que intenta construir un mundo mejor y a la vez, conservar su propio universo: el que armó en su hogar con Ricardo Mollo y un Merlín que ya tiene 13 años. La que habla de su madre y de su propia maternidad. La que se preocupa por la realidad social. Porque Oreiro siempre está distinta. Aunque Natalia nunca cambia: evoluciona. “Las mujeres que están en ACiFaD se juntan todos los martes y es conmovedor escucharlas -empieza a contar-. ¿Y sabés cuál es el miedo más grande de una mamá con un hijo preso?“. —¿Cuál? —Que lo maten adentro de la cárcel. Y pasa bastante. Es terrible todo lo que pasa ahí adentro. Vivir con un hijo preso es un infierno porque estás todo el tiempo... No lo podés cuidar. Eso es lo que decía Andrea. —Pudiste empatizar con esas mamás. —Claro. Seas o no madre, no hay manera de no empatizar. ¿Qué responsabilidad tienen ellas de tener a sus hijos ahí adentro, presos? imaginate a la madre de un adolescente, que se lo sacan y ya no puede cuidarlo: no puede saber si está bien, si la hacen la comida, si necesita un medicamento. Siempre hay alguien en el medio. Y es un nene al que le sacan. La mujer de la fila, el nuevo filme protagonizado por Natalia Oreiro —En tu maternidad, ¿en algún momento te sentiste mala mamá? —Todos los días. El otro día leía un dato real: la madre toma 35 mil decisiones por día y somos interrumpidas cada tres minutos. Entonces vivimos la maternidad absolutamente sobrepasadas. Y cuando son las cuatro de la mañana, nuestro cuerpo está durmiendo pero nuestro cerebro ya está diciendo: “La comida, las zapatillas, el coso de la tarea, si hace frío...”. Yo sé que duermo con ese pensamiento, como todas las madres. —La carga mental. ¿Te has peleado con tu pareja por esa carga? —No. Cuento con un compañero que realmente se ocupa mucho. Estuve filmando un mes en México y vinieron a verme ambos. Lo lleva a la escuela, hace todo lo que tiene que hacer un padre. Pero igual, hay algo de la madre que no es que no lo entienden: no lo viven. Entonces, es difícil explicar esta situación de soltar: dejar de preocuparse, de ocuparse. Una está todo el tiempo pensando: yo sé lo que está haciendo, lo que está comiendo, con quién está, cuántas tareas tiene que hacer. —Te pregunté cuándo te sentías mala mamá. ¿Y cuándo sos la mejor del mundo? —(Risas) Me cuesta más pensar cuándo soy la mejor del mundo que cuándo soy mala... Porque no es que yo me crea mala mamá: a veces uno hace lo que puede. —Igual, nuestros hijos van a ir a terapia y algo nos van a recriminar. —Ni hablar. Hay que entender que son seres individuales, libres, que van a elegir por ellos, y nosotras solo estamos para acompañarlos y darles esas herramientas. —¿Hay algo del vínculo con tus padres que se haya resignificado a partir de tu maternidad? —Y... mis padres hicieron lo mejor que pudieron. Obviamente, yo los critico un montón, más a mi madre. Es terrible eso. Todo el tiempo estoy en ese proceso de amigarme con mi mamá, entendiendo que mis padres me dieron una libertad que no sé si tendría la posibilidad de dársela a mi hijo. Ya eso es un abismo y un agradecimiento para siempre. Y después, entender de dónde vienen sus padres, ese prejuicio que también existía. Natalia Oreiro: "Me está costando mucho disfrutar el ocio, siento que pierdo el tiempo y eso es terrible" —¿En tu caso, cuál era el prejuicio? —Cuando tenía ocho años quería estudiar teatro. Llega el diario y pedían chicos para hacer unos castings: “Yo quiero ir acá”, le dije a mi mamá. “Salí de acá”, me dijo. “Mamá, yo voy a salir en los diarios”. “Sí, en los diarios... ¡En Policiales vas a salir vos!”. Sí, mi mamá, que encima siempre quiso ser cantante... Y mi papá, que escuchó todo eso, me dijo: “Yo te llevo”. —¿Y qué pasaba con esa mamá? —Mi madre me ha dicho que ella pensaba: “Bueno, que se saque el gusto, que se dé la cabeza contra el piso y que vuelva”. Y yo no volví nunca. Una vez me dijo: “A mí me engañaron”, porque le habían dicho que yo venía a (Buenos Aires para) grabar dos o tres días, y volvía. Pero yo sabía que no iba a volver. —¿Vos lo dejarías a Atahualpa hacer eso? —A la edad que yo lo hice, no. Más adelante sí, por supuesto. Pero lo acompañaría siempre. De hecho, lo acompaño en todo lo que le gusta. —¿Le tira lo artístico? —Por ahora no. Pero nunca se sabe. Y estamos hablando de irse a vivir a otro país: yo vine a Buenos Aires a los 16 años, casi 17. —Y sola. —Sola, sí. Pero este país realmente me cuidó mucho. —Una a los 16 años se puede sentir muy grande, pero que cuando lo ves en tu hijo decís: “No”. —No, me muero. Pero bueno, todavía me faltan dos años y medio... —Por ahora no se quiere ir a ningún lado. —Por ahora no. Está cómodo. —¿Se te rebeló alguna vez? No deja de ser un preadolescente. —Tiene mucha personalidad. Es muy comprensivo, sobre todo conmigo. Con el padre se lleva genial, pero ellos tienen más límites. Creo que es una relación madre-hijo en ese sentido. —¿Les diste muchos dolores de cabeza a tus padres durante tu adolescencia? —Yo creo que sí (risas). A partir de que me vine a Buenos Aires fui muy responsable: no podía mandarme una macana porque sino, tenía que volver. Muchas cosas que me pasaban, que no eran graves, no las contaba para que no se preocuparan. Entonces me hice muy adulta de muy pequeña. Yo trabajo de muy chica, por eso no me gusta que los niños trabajen. Pasa que hay jóvenes que tienen una vocación tan fuerte que son imparables, entonces en esos casos, cuando es genuino, pues bienvenido. Pero después, cuando hay familias que quieren llevar a su hijo a los medios, decís: “No le hagas eso”. Lo más importante que podés tener en la infancia, además de una cama calentita, un plato de comida, buena educación y gente que te abrace, es ser anónimo. —¿Cuáles eran en esos dolores que les dabas a tus padres? —Mi hermana siempre decía que a ella no la dejaban hacer nada y yo hacía sin pedir permiso. Ella, por ser la primera, no podía tener novio hasta los 16, no podía ir a bailar hasta los 15. Yo, por supuesto, tuve novio a los 12, salí a bailar a los 13. Con una amiga me escapaba a los tablados, que en Uruguay son como una especie de teatros al aire libre con la murga, y nos íbamos a bailar. —Nati, preguntas porque sí. ¿La peor cita de tu vida? —Vos sabés que no tuve tantas citas, porque yo era de las que se ponían de novia en la primera cita. O sea, si me gustaba salir, nos poníamos de novios. —¿Te levantás con la primera alarma o posponés? —Pospongo 45 minutos. Soy de las personas que creen que siempre tienen más tiempo del que tienen. Al único lugar al que no llego tarde es a buscar a mi hijo a la escuela porque la sensación de pensar que me está esperando, esa cosa de “se olvidaron de mí”... Nunca. Siempre llego antes. —¿Se olvidaron de vos alguna vez? —A mí no me iban a buscar. —¿Algo de eso duele? —No duele: forma mi personalidad. Esta cosa de aguerrida, de me vine sola. Yo me hacía el desayuno, volvía y me hacía la comida. Y era rechiquita. Nosotros, a Ata lo llevamos, lo vamos a buscar, lo llevamos a todos lados. —Algo de eso marcó. —Sí, pero no sé qué es mejor que lo otro. Hay algo de tenerte que hacer cargo de vos a temprana edad que deja sus heriditas chiquitas, pero también te fortalece. Natalia Oreiro: "Ata tiene mucha personalidad. Es muy comprensivo, sobre todo conmigo" —¿Te bancás estar inactiva? —No. Y antes sí. Estoy trabajándolo. Disfrutaba del ocio: me gusta mucho la naturaleza, las plantas, los animales, la huerta. Lo necesito para mi vida, para sentirme en armonía conmigo. Pero me está costando mucho disfrutar el ocio. Siento que pierdo el tiempo y eso es terrible. El no desconectar te cansa el doble. —¿Y las redes? —Solo tengo Instagram, que lo utilizo para promocionar lo que estoy haciendo y cada tanto subo algo más personal. Le tengo mucho respeto porque es la caja de Pandora: abrís por curiosidad y te puede correr de tu eje muy rápidamente. —¿Recibís ataques, recibís hate? —¿Quién no? Estamos viviendo ese momento muy explícito, sin ser yo una persona que se meta en polémica. Siempre trato de correrme de ese espacio, ser respetuosa lo más que puedo. A mí no me importa la cantidad. ¿Viste eso que dicen “que hablen”? No. No sé de dónde salió eso. No quiero lidiar con eso. —Las redes sociales nos dieron esta libertad, pero parece que siempre tenemos algo para decir. A mí puede no gustarme algo tuyo, ¿pero por qué creo que tengo que ir a contártelo? Como si mi opinión fuera importante. —Es que nuestra opinión es importante, depende el entorno en la que lo expresemos. Me pasa que me preguntan sobre cosas que no tengo una opinión y me siento en la obligación de contestar para no ser irrespetuosa. ¿Por qué tengo que saber de todo, opinar de todo? Cuando me preguntan de algo que no quiero, porque me duele o porque siento que no va a sumar, pareciera que es la búsqueda de un comentario contradictorio que genere polémica, un título. A todos nos mueven esas cosas porque la roña siempre pica, pero necesitamos construir un mundo más amable, más respetuoso. —¿Consumís algo de esa roña? —Claro. —Wanda, Icardi, la China: ¿hay algo de eso que te puede resultar divertido? —Cuando pasa a un lugar, ya no. Hice miles de telenovelas y los conflictos eran parte de la historia: entiendo por qué las historias funcionan, y cuando son verídicas, reales, hay un plus. Pero hay un momento donde me duele mucho el hate que se genera y siempre sobre las mujeres, ¿viste? —Lo que está pasando con las redes y con ciertos escándalos es que supera tanto la ficción que es muy difícil también pretender que se produzca más. —Siempre sucedió: María Callas, Marilyn Monroe, los romances explosivos, íntimos, relacionado con lo público y político. Eso siempre movió, no es algo nuevo. Lo que sucede hoy es que no está lo otro porque es más económico el chimento. Falta ese balance. Porque a mí me gusta ver de todo. —¿Te puedo ver haciendo zapping un rato por Intrusos, LAM? —Me podés ver perfectamente. Últimamente no puedo porque estoy trabajando mucho, pero sí, sí. —¿Si podés robarle un talento a alguien, cuál sería? —Me gustaría cantar muy bien. —Pero cantás, Nati... —Pero no muy bien. Me gustaría cantar muy bien. Tener ese talento. Y tocar el piano. —¿Sos feliz cantando? —Sí. Me encanta cantar. —¿Estás para sacar nuevo disco? —No, no. Siempre estoy dándole vueltas a la música. En Campamento con mamá, canté. Voy a estrenar una serie para Disney que se llama La jefa y el personaje canta un par de canciones. Me gusta cuando la cantante acompaña a la actriz. Me gusta mucho ser intérprete de personajes, entonces no le dejo espacio para un disco conceptual, que lleva mucho tiempo. Natalia Oreiro con Tatiana Schapiro en Infobae (Maximiliano Luna) —¿Si pudieras eliminar un chisme de tu vida, cuál eliminás? —Un montón, un montón, un montón... Creo que el que más me ha dolido es uno de rivalidad entre mujeres en un Martín Fierro. No importa, no quiero llevarlo a... Pero cosas así, ¿viste?, que decís: “Eso no existió y no construyó nunca”. Y aunque diga que eso no es verdad, hay cosas que se instalan y no sé por qué. —Quedó. ¿Y si tenemos que organizar un escándalo mediático? —¿Yo? Ni loca. Me pongo renerviosa. Yo prefiero que no hablen, aunque sea bien. De chica no me molestaba tanto. Nunca me gustó, pero no me molestaba. Pero no siento que algo que puedan decir de mí pueda perjudicarme en mi profesión. No pasa por ahí. Pasa que... No sé, no me gusta. Hay gente que se redivierte. —Y hay gente a quien eso la ayudó mucho en su carrera. —Bueno, depende lo que quieras para tu carrera. Yo creo que, por el contrario, cuanto más anónima es mi vida privada más fácil es actuar. Hay algo de lo privado que debe quedarse ahí porque después yo tengo que interpretar un personaje. Y si estoy muy presente, o sea, si mi nombre solo ya es muy conocido, el trabajo que tengo que hacer es el doble porque lo primero que ves cuando mi cara aparece en la pantalla es a la persona, no al personaje. —¿Tenés placeres culposos? —Cuando intentás tener una alimentación consciente, sabiendo que hay cosas que no le van a hacer bien al organismo, sí, ciertas cosas... Pero bueno, me encanta la pizza. —¿Y con la música? Decís: “Estoy escuchando esto...”. —Ah, no. Cero prejuicio. Me encanta la música. A mi hijo le encanta el rock y siempre le digo: “Tenés que escuchar todo porque no hay que tener prejuicios para nada”. —El papá no tiene ningún prejuicio tampoco. —Sí, el papá sí. Al papá no le gustaba la cumbia. —Yo pensé que con Gilda... —Bueno, bueno, eso fue después. —Lo bien que le has hecho a ese hombre. —(Risas) No sé. Muchos fans no van a decir lo mismo. Todos tenemos prejuicios. Yo los tengo en otras cosas, como con la ropa: “Ay, ya estoy grande para ponerme esto”, digo. Tonta, nunca estás grande para ponerte algo que te haga sentir bien. Pero son esas cosas... No uso minifalda porque no me gustan mis piernas. Para trabajar sí, porque es el personaje, pero en mi vida jamás me vas a ver con un short. O me encanta usar dos trencitas y digo: “Ay, pero van a decir que me hago la pendeja”. ¿Y? A veces es muy difícil soltar los mandatos. Cuando era muy chica hice unas publicidades y usaba shorcito, y en un punto, la mirada sexualizada siendo tan chica me costó. De ahí también puede ser que no... Siempre tuve mucha cola, entonces sentía que... Con lo que crecemos las mujeres, ¿no? —¿Hay algo de esa mirada siendo tan chica que pesó? —Sí, sí. —¿La pasaste mal en ese momento? —Yo iba a un liceo público y de un día para el otro todo el liceo sabía que yo era la chica que pasaba caminando con un shorcito blanco. Y me sentí muy incómoda. Entonces, crecí con eso. Acompañé mi profesión con mi cuerpo, hice mil tapas de revistas en bikini, y no estoy diciendo que me llevaron a eso. Pero después, para la vida, siempre trataba de usar falda larga, remeras anchas, no llamar la atención. Y después, también hubo un crecimiento personal que hizo que yo tuviera más recursos, donde lo importante era la interpretación y no cómo se me veía. —Nati, ¿viste todo lo que pasó con Homo Argentum, cómo un hecho artístico se llevó a una discusión política? —Pero estamos así como sociedad: todo se lleva a ese plano. Estamos muy en carne viva en relación a lo que le pasa al país. Lo sufrimos todos, algunos mucho más que otros, por supuesto. Y otros, que estamos en lugares de privilegio, tratamos de acompañar a las situaciones que son más vulnerables. A veces eso tampoco gusta y no quieren que acompañes o hables. En relación al cine, todos hacemos películas para que las vea mucha gente, pero la cantidad de gente que ve una película no hace a la calidad de la película. Y la diversidad en el cine, como en la vida, es absolutamente necesaria. No podemos ser antagonistas dentro de la cultura. Todo es válido. Y después, hay público para ver todo. Me gusta leer, escuchar música, ir al cine, ver televisión: nunca me vas a ver hablando mal de un tipo de cine, de un tipo de programa o de un tipo de música. Hoy, con lo difícil que está todo, hacer ya es un montón. Celebremos los que tienen trabajo y ayudemos a los que no lo tienen, para que lo tengan. —En ese sentido, ¿el rol del INCAA te parece importante? —Claro que sí. Por supuesto. Hay muchas necesidades en la Argentina, pero pero hacerle creer a la gente que si existe el cine los jubilados no van a cobrar es una maldad. No es así. Hay un mensaje, seguramente a propósito, para que la gente, estando tan lastimada y con tanta necesidad, piense algo que no es real. —¿Nos están haciendo enojar, pelear entre nosotros? —No sé. Me parece que estamos con muchas necesidades, y cuando un país tiene mucha necesidad, prender la mecha es más fácil.
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