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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 05/09/2025 08:20
Gretl Braun se casó con el oficial nazi Hermann Fegelein Al pie de una escalinata alfombrada del centro de Berlín, Gretl Braun se detenía siempre un instante antes de penetrar en el salón hermético. A sus espaldas, la seguían con la mirada la guardia personal de Adolf Hitler. La hermana pequeña de Eva Braun era la única pariente directa de sangre admitida en el círculo íntimo del líder nazi. La vida privada en la corte del Reich era, para casi todos, una sucesión de puertas cerradas. Gretl Braun tenía el privilegio de traspasarlas. Entre los muros de la Berghof, la residencia alpina de Hitler en Baviera, la joven circulaba entre ministros y generales como una sombra. La muchacha, nacida en Múnich en 1915, creció bajo la sombra alargada de su hermana mayor, Eva Braun, que desde adolescente se sintió fascinada por el magnetismo letal del futuro Führer. Sin embargo, nadie –ni siquiera los más cercanos al poder– entendía del todo el porqué de esa predilección silenciosa de Hitler por ella. La vida en el círculo íntimo de Hitler En la fotografía familiar de la Alemania nazi, Gretl apenas ocupa un margen, pero su posición como “cuñada del Führer” encerraba más que un simple parentesco. Su madre, Franziska Kronberger, y su padre, Friedrich Braun, le enseñaron la discreción como virtud, un blindaje necesario en un mundo donde todo podía ser interpretado como traición. Eva, con su espíritu de actriz secundaria deseosa de protagonismo, hacía equilibrios entre la devoción y la desesperación, mientras que Gretl optaba por la contención. Si su hermana se lanzaba al abismo amoroso de un hombre imposible, ella eligió observar. El casamiento de Gretl Braun con eo oficial nazi propuesto por Hitler A veces, en las largas cenas del Obersalzberg, Hitler dirigía hacia Gretl una pregunta liviana. En esos momentos, el aire se congelaba. “¿Qué tal la fotografía, Gretl?”, preguntaba él alguna vez, sabiendo que la joven compartía, con menos soltura, el amor amateur de Eva por la cámara. O se giraba hacia algún invitado: “La señorita Braun sabe más de disciplina que muchos en este gabinete”, decía, y sonreía con una amabilidad artificial. “Nunca me trató como a una extraña, pero tampoco como a una igual”, confesaría la propia Gretl años más tarde, cuando ya no tenía nada que perder. Hitler se revelaba en privado como un patriarca ultracontrolador. Las hermanas Braun, cada una a su modo, formaban parte de su coreografía de afectos, lealtades y sumisiones. El Führer toleró y luego bendijo la presencia permanente de Gretl por una razón más profunda que la mera cortesía. Junto a ella podía fingir, aunque solo fuera unos minutos, que tenía una familia normal. En esas raras escenas, la joven pasaba de ser invitada silenciosa a cómplice involuntaria del delirio doméstico. “No olvides enviarle flores a Eva”, le murmuraba Hitler de pronto, dando instrucciones como si fuera el jefe de una casa burguesa. Y, en torno a la mesa, las sonrisas eran frágiles como porcelana de colección. La boda de Gretl Braun El único momento en que Gretl cruzó la línea del anonimato fue el día de su boda. El tres de junio de 1944, bajo la mirada de Adolf Hitler, la joven contrajo matrimonio con un héroe del régimen: el oficial de las Waffen-SS Hermann Fegelein. La víspera, la casa familiar se llenó de oficiales de alto rango y de secretarios ansiosos por complacer al dictador. Todo debía lucir perfecto. Pero nada en ese ritual escapaba a la sensación de amenaza larvada. Las tres hermanas Braun: Gretl, Ilse y Eva La boda fue un juego de fuerzas ocultas. Hitler impuso la asistencia de sus más allegados. “Debes casarte con Fegelein, te lo recomiendo”, había ordenado meses antes, consciente de que la unión sellaba una alianza interna entre su familia ficticia y el aparato militar. Para Gretl, la decisión venía dictada por la obediencia, envuelta en las formas suaves de la protección. Fegelein, alto, apuesto, elegante, lucía condecoraciones en la solapa y una sonrisa calculada y letal. “—¿Estás nerviosa? —le preguntó Eva minutos antes de entrar en la iglesia. —Solo un poco. Supongo que todos deberíamos estarlo —respondió Gretl, mirando su vestido blanco, incapaz de dejar de pensar en el peso de cada paso. —Hazlo por mamá. Y por él. —Lo hago por todos —replicó, apretando la mano de su hermana.” La relación entre Gretl Braun y Adolf Hitler sobrevivía. La joven era la última testigo del drama sentimental de Eva pero también, a partir de su matrimonio, se volvió pieza clave en el juego de poder familiar del Führer. Más allá de las apariencias, Hitler exhibía hacia Gretl una mezcla de paternalismo estratégico y fría distancia. Durante meses tras la boda, Gretl y Fegelein representaron en público el modelo del matrimonio ideal nazi: disciplina, discreción, devoción total al Führer. Pero tras las paredes de su apartamento en Múnich, la farsa se desmoronaba. Fegelein, conocido por su ambición sin escrúpulos y sus infidelidades, dedicaba más tiempo al juego y al lujo que a la lealtad conyugal. La joven esposa aprendía rápido la regla primera: sobrevivir requería mirar a otro lado. Adolf Hitler ordenó la ejecución del esposo de Gretl Braun El destino del nazi traidor Las semanas finales de la guerra trajeron consigo una aceleración febril de la tragedia. En abril de 1945, cuando la derrota de Alemania era inminente, Hitler, resguardado en su búnker de Berlín, decidió formalizar el único vínculo matrimonial de su vida legalizando, al borde del suicidio, su unión secreta con Eva Braun. Pero el destino de Gretl sería irrevocablemente ligado al de su esposo. Fegelein había permanecido cerca del círculo de Hitler por conveniencia, pero en los últimos días, como muchos jerarcas nazis, buscaba salvarse a sí mismo. Huyó del búnker, traicionando la confianza –si es que la hubo– de su cuñado. La orden fue tajante: “Tráiganlo de vuelta. No hay lugar para la cobardía ahora.” Cuando lo capturaron ebrio, vestido de civil y portando una considerable suma de dinero, su sentencia se decidió en el aire viciado del refugio subterráneo. “—¿Qué hacemos con él, Mein Führer? —inquirió uno de los ayudantes, sabiendo que la pregunta era más retórica que real. —Fegelein ha traicionado todo lo que representamos. No hay perdón. Ni para él, ni para los traidores —respondió Hitler, sin levantar la vista de la mesa de mapas.” Pocas horas después, el destino de Fegelein quedó sellado: ejecución sumaria. En las cronologías oficiales del régimen, el caso aparece como un episodio menor, una nota a pie de página en la orgía de destrucción de los días finales. Gretl Braun junto a su hermana Eva, pareja de Adolf Hitler A los veintinueve años, Gretl Braun quedó viuda, embarazada y exiliada de la historia. El régimen había devorado a todos sus miembros visibles. Su hermana Eva yacía muerta junto al dictador que la había adorado y confinado. El esposo de Gretl, ejecutado por ese mismo dictador. Hitler, en su paranoia crepuscular, había dado la orden sin titubear y el círculo familiar quedó destruido en un instante. Gretl, la sobreviviente Cuando la guerra terminó y las ruinas de Alemania se cubrieron de silencio, Gretl intentó rehacer su vida lejos de los focos. Cambió de residencia varias veces, empleó nombres falsos y se refugió en la educación de su hija. El apellido Braun, que alguna vez fue pase libre en la corte del poder absoluto, se convirtió en objetivo de la condena social. Años después, sus declaraciones sobre el pasado oscilaron entre la nostalgia dolorosa y el hermetismo: “Éramos simples espectadoras”, se atrevió a decir una vez. “Nos ignoraban cuando querían y nos recordaban cuando les convenía”. En el tribunal de la memoria, Gretl nunca pudo desprenderse del todo de su herencia. A diferencia de otros parientes lejanos, nunca fue señalada como participante activa en los crímenes del nazismo, pero el estigma persistió. La joven de rostro dulce e inteligencia silenciosa sobrevivió a todo: al Führer, al amor imposible de su hermana, al escándalo de la ejecución familiar y a la derrota de un país. Eva Braun y Adolf Hitler en una imagen junto al perro del dictador (Grosby) ¿Y Fegelein? Las versiones sobre su muerte crecieron como maleza en los años de posguerra. Algunos insistieron en que logró escapar a Argentina o Brasil, camuflado entre las redes del exilio nazi al otro lado del Atlántico. Otros sostuvieron que el disparo en la penumbra de Berlín fue el último capítulo de su biografía oportunista. Nadie logró ofrecer pruebas concluyentes. La propia Gretl nunca corroboró ni desmintió las leyendas. Prefirió el silencio, ese escudo que siempre supo manejar mejor que nadie en el entorno de Hitler. “Toda mi vida aprendí a no preguntar demasiado. La curiosidad era un lujo peligroso en nuestra familia.” Las palabras de Gretl, pronunciadas en voz baja en una ocasión remota, resumen el drama envueltos en la vida de quienes orbitaban el núcleo radiactivo del poder nazi. Compartió cenas, paseos y celebraciones con el hombre que desató la mayor devastación en la historia moderna. En la foto borrosa del final, una mujer delgada y de ojos grandes mira hacia un lugar impreciso detrás de la cámara. A su lado, una niña sostiene una muñeca. El apellido Braun ya no protege ni condena. Simplemente, sobrevive.
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