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  • Anécdotas del Borges profesor en mis años de estudiante: sus clases de Literatura y el día que tomamos la facultad

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 03/09/2025 12:55

    Jorge Luis Borges tuvo gran impacto en la vida académica y personal del autor de este texto Borges supo decir “en el fondo nunca salí de la biblioteca de mi padre”. Salvando infinitas distancias, yo podría decir otro tanto de mí. Habrá sido hacia los 12 o 13 años cuando, hurgando en la vastedad de libros que tenía mi padre en tres amplios recintos encontré una curiosidad, Historia universal de la infamia; fue lo primero que leí de él. Me sorprendió y me interesó. Se lo conté a mi padre y le pregunté: “¿Este Borges es argentino? Claro, me respondió. A menudo escribe en el suplemento de los domingos de La Nación y también en la revista Sur. Tengo otros libros suyos”. Y me pasó Ficciones y El Aleph. Los leí y no lo podía creer, aún no lo puedo creer. Tuve diversas devociones cambiantes a lo largo del tiempo, una de las pocas que se mantuvo firme fue por Borges. Cuando terminé el secundario, para seguir una tradición familiar, al principio pensaba estudiar Derecho, pero luego decidí ir a Buenos Aires a la Facultad de Filosofía y Letras. Así llegué en 1962 a Viamonte 430. Un día, mientras realizaba trámites en la Oficina de Alumnos de la Facultad vi con sorpresa a Borges caminar por un pasillo y entrar a un aula. A una chica que estaba en la puerta le pregunté si daba clases ahí y me respondió que todos los miércoles y viernes a las 10 de la mañana enseñaba Literatura inglesa y norteamericana; así figura en el Plan de estudios, me aclaró, pero él sólo habla de literatura inglesa. Con tal dato, y como la pensión donde yo vivía quedaba a sólo cinco cuadras, algunas veces –ahora estimo demasiado pocas- fui a escucharlo. Tuve varios directos con Borges en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA en los años 60, cuenta el autor de esta nota (Foto: AP) A la salida de una de sus clases, cuando él estaba por bajar la escalinata hacia la calle, ayudado por una mujer que lo sostenía del brazo, me acerqué a saludarlo; le dije que admiraba sus obras, que era de Santiago del Estero y, que allí había una familia Borges. Se detuvo, inclinó su rostro, me miró, creo que me miró, y murmuró: “Ah, santiagueño, sí, pero los Borges de ahí son apellidos ilustres, en cambio yo provengo por parte de mi padre de una familia portuguesa, creo que judía”. Cuando llegué a Buenos Aires aún no tenía en claro qué carrera pensaba estudiar; dudaba entre Letras y Sociología. En ese entonces había un ciclo preparatorio común (similar al actual CBC) para todas las carreras. Entre mis compañeros había aspirantes a diversas disciplinas; casi todos ya tenían definida cuál pensaban proseguir. Finalmente yo me decidí por Sociología; en tal decisión tuvo que ver sin duda que me había incorporado al Partido Socialista de la Izquierda Nacional (PSIN). "Este Borges es argentino", preguntó el autor al descubrir "Historia universal de la infamia" El relato del alumno Rozenmacher Una compañera, y sobre todo amiga, de la Izquierda Nacional, Analía Payró, me dijo: “Carlos, leí lo que escribís, quiero que conozcas a Germán Rozenmacher, le hablé de vos”. Así lo conocí, una noche en casa de Analía. Un muchacho cálido y generoso. Yo había leído su muy reciente Cabecita negra. Por uno de tus cuentos, Ataúd, le comenté, parece que anduviste por mis pagos. “Así es -me dijo-, anduve con Chana”. Le agregué que ese cuento me traía resonancias de Mientras yo agonizo de Faulkner. “Claro, tal cual”, asintió. Como Germán estudiaba Letras quise saber si había cursado con Borges; me lo confirmó, y le pregunté cómo le había ido en el examen. Lo recordaba todo perfectamente; me contó que una de las ayudantes de Borges tenía una lista de los alumnos que debían acercarse a rendir. Ella leía los apellidos en voz alta. Primero pasaron dos chicas, luego lo llamó a él. Germán se acercó, Borges pronunció su apellido y luego lo volvió a repetir. Rozenmacher. A continuación dijo: “He aquí una de las maravillas que nos depara el idioma alemán: el hacedor de rosas”. Ese fue el comienzo de una larga disquisición sobre las posibilidades y virtudes de la lengua germánica. Entre tantos encomios se refirió al sentido de sus declinaciones, a sus vocales abiertas que nos acercan a nosotros y evocó a Heine del cual recitó unos versos. “Me sentí obligado –memoró Germán- a decir algunas palabras de mi parte; él no me lo impidió, sino simplemente me dijo: Muy bien joven, puede irse, está aprobado.” El escritor Germán Rozenmacher, cuyo apellido alemán fue traducido por Borges durante un examen La toma de la Facultad En Agosto de 1964 la Confederación General de Trabajo (CGT), cuyo Secretario General era José Alonso, declaró un Plan de la Lucha en repudio al gobierno de Arturo Illia que iba a consistir en movilizaciones por las calles y en ocupaciones de fábricas. En solidaridad con los trabajadores, la conducción del PSIN decidió que sus estudiantes debían ocupar la Facultad de Filosofía. Para cumplir con tales instrucciones, un día a las 7 de la mañana, una decena de compañeros de la Juventud Universitaria de la Izquierda Nacional (JUIN) fuimos a Viamonte 430. A los escasos empleados que estaban presentes a esas horas les anunciamos que íbamos a ocupar la Facultad. Estamos hablando de hace 60 años atrás; quizás valga la pena aclarar que, en esos tiempos, a diferencia de lo que suele acontecer en la actualidad, las tomas eran pacíficas, diríamos civilizadas. De tal manera que, por indicaciones de los porteros, no cerramos la puerta de acceso a la Facultad. A media mañana subimos a la azotea a ver hacia la calle. Contentos con nuestra tarea, comentábamos que habíamos cumplido con lo que planeamos, que las clases no se estaban dictando. “Así es”, nos dijimos. Pero de pronto recordé algo: “Muchachos, alguien se nos pasó por alto. ¿Quién? Borges, dije. ¿Cómo? Sucede -recordé- que los viernes él da sus clases y no pasamos por ahí. “Vayan y arreglen eso”-nos dijeron. En los años 60, Borges daba clases de Literatura inglesa y norteamericana en la Facultad de Filosofía y Letras (Colección Makarius) Con Jorge Raventos fuimos hacia el aula y abrimos la puerta. Borges estaba dictando su clase (¿sobre Chaucer, quizás?) No ingresamos, levantamos la mano desde el umbral e hicimos señas hacia la tarima donde estaba Borges acompañado de dos mujeres; ambas nos miraron y no nos hicieron caso. Ante nuestra insistencia, una de ellas, que resultó ser María Esther Vázquez, bajó de la tarima, se acercó a nosotros y con visible molestia nos dijo: “¿Qué pasa jóvenes? Están molestando, ¿van a entrar o no?”. Con voz que pretendió ser firme, le dijimos: “La clase no puede continuar, la Facultad ha sido tomada en solidaridad con el Plan de Lucha de la CGT”. Al día siguiente se difundió en los medios que Borges había sido agredido por alumnos que pretendían interrumpir su clase. Con debida justicia, deseo hacer constar que en jornadas posteriores, cuando a Borges le solicitaron declaraciones sobre la cuestión, él señaló que estaba en total desacuerdo con las motivaciones de los alumnos, pero que desmentía totalmente que hubiera sido agredido por ellos. Ante los medios, Borges negó haber sido agredido por estudiantes aunque condenó la toma de la Facultad. Foto de archivo: el escritor en el estreno de "Invasión", película de 1969, junto a Lautaro Murúa (der) Algunas resonancias en el exterior A lo largo de los años, en carácter de sociólogo académico, se me deparó la posibilidad de ser invitado a diversas universidades del exterior. Mis clases o disertaciones versaban sobre las cuestiones para las que me habían convocado: la sociología del trabajo, los estudios culturales y políticos, y los problemas de la escritura en ciencias sociales. Al final de mis intervenciones, los alumnos planteaban interrogantes y comentarios sobre la temática que había abordado, pero también ¿curiosamente? o no tanto, en razón de que el profesor que les hablaba era argentino, surgía el tema de Borges. Esto aconteció no sólo con el alumnado sino, sobre todo en tertulias con los colegas que habían incurrido en el –quizás- generoso error de invitarme. Evoco algunas de esas experiencias. En Francia, donde estuve en la Universidad de París I (Pantheon-Sorbona) y París III (Créteil), me preguntaron qué significaba para un argentino que Michel Foucault en el comienzo de su, probablemente, más importante volumen, “Las palabras y las cosas”, señalara que ese libro se lo debía a un texto de Borges. Les dije que sentía complacencia y orgullo, obviamente. Esa grata sensación la volví a sentir en la Universidad de Texas en Austin en la cual Borges dictó conferencias y cuyo repositorio alberga varios de sus manuscritos. Otro tanto, pero más acentuadamente, aconteció durante mi permanencia de dos años en El Colegio de México (Colmex) –institución de la cual uno de sus fundadores, Alfonso Reyes, fuera un gran amigo de Borges-. Me sorprendió, me impresionó el conocimiento y la valoración que existía en México por el autor de Hombre de la esquina rosada. Clases de Literatura argentina dictadas por Borges en el exterior No sucedió lo mismo en mis estadías en España y Chile donde la recepción fue diferente, y debí escuchar fuertes reparos sobre él; aunque no sobre el valor literario de sus textos sino acerca de sus opiniones, debidas o indebidas, acertadas o desafortunadas, que en rigor no fueron “escritas” sino prorrumpidas o arrancadas en declaraciones a periodistas. Tanto en la Complutense de Madrid, pero particularmente en la Universidad de Sevilla y en la Universidad de Alicante, en las cuales para preservar un clima de buena conversación con mis colegas debí aclararles que no compartía la opinión de Borges –que a ellos les indignaba-, en la que había dictaminado que la poesía de García Lorca tan sólo reflejaba lo que únicamente era: “un andaluz profesional”. Inquietantes experiencias similares viví en Chile, tanto en Santiago, en la Universidad de Chile, como en la Universidad de Concepción. Borges había expresado juicios, más bien denuestos, sobre el valor de las poesías de Gabriela Mistral y de Pablo Neruda. De la primera –a la que ya le habían concedido el premio Nobel- sentenció que era tan sólo “una superstición chilena” y de Neruda que nunca había leído “un poema suyo que fuera excelente”. (Quizás yo pueda coincidir en algo con su opinión sobre la Mistral, pero de ninguna manera acerca de Neruda, a quien considero, tal vez, el más grande poeta latinoamericano del siglo XX). La última vez que vi a Borges, en carne y hueso, fue una tarde en el bar “La Fragata” en Corrientes y San Martín en Buenos Aires; él estaba en una mesa acompañado de su entonces reciente esposa, Elsa Astete Millán. Tales son algunas de mis evocaciones de Borges que espero no resulten inapropiadas para los condescendientes lectores de estas líneas.

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