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  • El suboficial que espió 18 años para la Unión Soviética sin que lo descubrieran y se convirtió en “el mayor traidor de la historia”

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 28/08/2025 04:47

    John Walker Los espías de verdad poco o nada tienen que ver con aquellos agentes arriesgados, glamorosos, expertos en artes marciales y el uso de armas que protagonizan las novelas y las películas del género. Suelen ser todo lo contrario: prudentes, grises, capaces de pasar inadvertidos y enfocados en un solo tema. Así era John Walker, el suboficial de la marina estadounidense considerado “el mayor traidor de la historia de los Estados Unidos”. Lo de “traidor” le cabe porque era estadounidense y le pasaba información a la inteligencia de la Unión Soviética. Cuando lo descubrieron, en 1985, ya se había retirado de la Armada, cuyo uniforme visitó durante dos décadas, y hacía 18 que espiaba para la KGB, primero solo y después mediante una red integrada por amigos, un antiguo colega de la fuerza y miembros de su familia. Al dar la noticia de su detención, el secretario de Defensa Caspar Weinberg enumeró los daños que Walker había perpetrado a la seguridad nacional: su espionaje proporcionó a Moscú “acceso a armas, datos de sensores, tácticas navales, amenazas terroristas, entrenamiento, preparación y tácticas de superficie, submarinos y aerotransportados”, dijo. No solo eso, la silenciosa e indetectable labor de Walker puso en evidencia la incapacidad del FBI y de otras agencias para descubrirlo, ya que si terminó preso no fue a causa de un eficaz trabajo de contrainteligencia sino por la denuncia de su exmujer y su hija, que no actuaron por patriotismo sino por puro resentimiento. Hasta entonces, siempre había navegado en las oscuras aguas del espionaje sin ser captado por los radares. Con los años, su caso se convirtió en materia de estudio en la Armada y en las agencias de seguridad nacional. “Resulta esclarecedor repasar la historia de su red de espionaje naval, tanto por lo que revela sobre el espionaje versus la seguridad como por cómo pone de relieve las ambiciones y las debilidades en la base del espionaje”, sintetizó la Revista de Historia Naval del Instituto Naval de EE. UU. en un artículo que lleva el contundente título de “La mayor traición de la Marina”. Allí se repasan su carrera y la facilidad con que se convirtió, según The New York Times, en el artífice del “anillo de espionaje soviético más dañino de la historia”. John Walker era suboficial de la marina estadounidense con una carrera intachable hasta que quiso hacer con su vida algo más y comenzó a servir como espía para la KGB. (AP Foto/ Ivan Sekretarev, Archivo) Alistado a la fuerza John Anthony Walker nació en Washington el 28 de julio de 1937 y fue a una escuela secundaria en Scranton, Pensilvania. Lo atraían mucho más las calles que las aulas y para sostenerse —como su familia le había cortado los víveres— organizó con un amigo una serie de robos en un solo día, el 27 de mayo de 1955. Cuando los capturaron el botín que habían obtenido incluía, dos llantas de auto, cuatro litros de aceite, seis latas de limpiador y tres dólares en efectivo. Como tenía 17 años, le ofrecieron la alternativa de ir a la cárcel o alistarse en una de las fuerzas armadas. El joven Walker eligió la Armada y se formó como operador de radio. Contra lo que se esperaba de un delincuente precoz alistado a la fuerza, Walker inició una tarea que por muchos años fue intachable. Primero sirvió a bordo de un destructor de escolta y luego se unió a la tripulación del portaaviones USS Forrestal. Se anotó en la escuela de submarinos y, al completar el curso, fue asignado al portaaviones Razorback que cumplía una misión en el pacífico. Ascendido a suboficial, recibió una autorización criptográfica de alto secreto y aprobó el Programa de Confiabilidad del Personal, una evaluación psicológica para garantizar que solo el personal más confiable tuviera acceso a armas nucleares. Corría 1960 y se había casado con Barbara Crowley, con quien tuvo tres hijos. En los años siguientes tuvo varios destinos, donde los informes de sus superiores siempre fueron excelentes, lo que le valió ser asignado a la Tripulación Azul del submarino de misiles balísticos Polaris Andrew Jackson para dirigir la sala de radio. En 1963 aprobó sus exámenes de grado de educación general de la escuela secundaria, así como las pruebas de ascenso de la Marina, lo que le valió el grado de suboficial jefe. Diez años después, John Walker había servido con cierta distinción a bordo de media docena de buques, había alcanzado el grado máximo al que podía aspirar un suboficial y dirigido el taller de radio de un submarino de misiles nucleares. Mientras su vida transcurría a bordo de un barco o de un submarino, todo marchaba sobre rieles, pero cada vez que pisaba tierra se convertía en un infierno. Para 1967 había descubierto que Barbara, su dulce esposa y madre de sus hijos, lo engañaba y se tomaba hasta el agua de los floreros, y que el bar que había montado con sus ahorros y entregado a un amigo para que lo administrara estaba al borde de la quiebra. Esas frustraciones se mezclaron con una idea que comenzaba a germinar en su cabeza: que el asesinato de John F. Kennedy había sido orquestado por líderes gubernamentales y empresariales con la intención de impedir que moderara la Guerra Fría. Walker había servido con distinción en media docena de buques y había alcanzado el grado máximo al que podía aspirar como suboficial, sin embargo cuando descubrió que su esposa lo engañaba y su amigo había llevado casi a la quiebra el bar que le había dejado para administrar, su vida dio un vuelco. (Ltjg Julian Jacobs/U S Navy/Plan) Una visita a la embajada El panorama con que John Walker se encontraba todos los días al despertar y mirar a su alrededor se puede sintetizar así: su mujer lo había traicionado, necesitaba dinero y ya no confiaba en el Gobierno de su país. Eso lo llevó en el otoño de 1967, cuando estaba asignado como oficial de guardia en el cuartel general de la Fuerza de Submarinos de la Flota Atlántica en Norfolk, a pedir unos días de licencia y manejar hasta Washington. En uno de sus bolsillos llevaba las fotocopias de varios documentos del cuartel general. En la capital dejó su auto en un estacionamiento y caminó con paso seguro hasta la embajada de la Unión Soviética, donde pidió ver al jefe de seguridad. Yakov Lukasevics, especialista en seguridad interna de la embajada, no tenía ni idea de qué hacer con el estadounidense que llegó con un documento fotocopiado y se ofreció para espiar. Sin embargo, los papeles necesitaban ser evaluados, así que llamó al jefe de estación del KGB, Boris Solomatin. “Tengo aquí a un hombre interesante que llegó de la calle. Tiene que venir alguien que hable mejor inglés”, le dijo. Debían descubrir si ese suboficial de la Armada estadounidense que había llamado a la puerta de la sede diplomática era una oportunidad o una trampa montada por la CIA o el FBI. Solomatin no demoró en darse cuenta de que Walker podía ser una mina de oro. Conocedor del mundo naval, descubrió que algunos de los documentos que le ofrecía se referían a submarinos estadounidenses cuyos movimientos afectaban a la flota soviética. Otro de los documentos pertenecía a la Agencia de Seguridad Nacional y era aún más importante: detallaba la configuración del mes siguiente para la máquina de cifrado estadounidense KL-47. Los soviéticos ya habían recibido algunos documentos de la NSA de otro espía, y luego de comparar las marcas y el formato, se dieron cuenta de que el documento de configuración de Walker, llamado lista de claves, era auténtico. La entrevista personal también lo impresionó bien: en ningún momento Walker manifestó amor alguno por el comunismo, algo que los impostores solían enfatizar, sino que simplemente le dijo que quería ganar dinero. Decidió utilizarlo. Le dio unos miles de dólares como anticipo y lo puso a las órdenes de Oleg Kalugin, su adjunto de inteligencia política, y de Yuri Linkov, un espía naval, como su oficial de caso. Esperaron que se hiciera de noche y sacaron a Walker de la embajada escondido en el baúl de un auto. En 1967, Walker decidió hacer una visita a la embajada de Rusia en Estados Unidos: llevaba documentos con información confidencial. Necesitaba dinero y se ofreció como espía. (REUTERS/Yulia Morozova) 18 años sin sospechas Durante los siguientes 18 años, John Walker, primero en soledad y luego a través de una red que él mismo se ocupó de montar, inundó de datos a los soviéticos, especialmente en lo referido a las claves criptográficas. Hasta 1974 operó sin cómplices, pero para 1975, cuando se retiró de la Armada, ya tenía montada una organización que le permitiría seguir obteniendo información para Moscú. Incorporó primero a su colega y amigo Jerry Whitworth, un suboficial mayor que también era operador de radio y tenía acceso a las claves. Más tarde sumó a su propio hijo, Michael, oficial a bordo del Nimitz que trabajaba en la oficina de administración del barco y le suministró más de 1500 documentos para el KGB, incluyendo material sobre sistemas de armas, control de armas nucleares, procedimientos de mando, identificación hostil y métodos de sigilo, y listas de objetivos de contingencia. También consiguió información de su hermano mayor, Arthur L. Walker, teniente comandante retirado de la Marina que trabajaba para una contratista de defensa. Bien estudiados por la inteligencia soviética, esos contratos sirvieron para que supieran hacia dónde apuntaban los proyectos estadounidenses. Toda esa información le dio a Moscú una ventaja significativa durante la Guerra Fría y alteró de manera drástica el equilibrio de poder. En un artículo titulado “El mayor traidor de la Marina de la historia de los Estados Unidos”, Cyd Ollack, antiguo colega de Walker, enumeró los principales aportes que el suboficial espía hizo a la inteligencia soviética: Procedimientos para un lanzamiento nuclear cuando se lo ordenara y dónde se establecería el mando y control; movimientos de tropas y aire en Vietnam de 1971 a 1973 que los soviéticos pasaron a Vietnam del Norte y sus aliados; ataques aéreos planificados para Vietnam del Norte y varias misiones de operaciones especiales que se llevaban a cabo en Laos y Camboya; planes de guerra, manuales, resúmenes de inteligencia, operaciones en curso, así como numerosos documentos clasificados y claves criptográficas; estrategias navales de los Estados Unidos para los océanos Pacífico y Atlántico. También provocó la captura por parte de corea del Norte de un barco estadounidense para obtener máquinas de cifrado. “Los soviéticos interceptaron nuestros mensajes codificados, pero nunca pudieron leerlos. Y con Walker proporcionando las tarjetas de códigos, esto era la mitad de lo que necesitaban para leer los mensajes. La otra mitad que necesitaban eran las propias máquinas. Aunque Walker podía darles manuales de reparación, no podía darles máquinas. Entonces, un mes después de que John Walker ofreciera sus servicios como voluntario, los soviéticos organizaron, a través de los norcoreanos, secuestrar un barco de la Armada de los Estados Unidos con sus máquinas de cifrado, y ese era el USS Pueblo. Y a principios de 1968 capturaron el Pueblo, lo llevaron al puerto de Wonsan, rápidamente sacaron las máquinas… las llevaron en avión a Moscú. Ahora Moscú tenía ambas partes del rompecabezas. Tenían la máquina y un espía estadounidense en Norfolk, con las tarjetas de códigos y con acceso a ellas”, cuenta el historiador de la CIA Keith Melton. Durante 18 años, Walker inundó a los soviéticos de datos y documentos que le otorgaron a Moscú una ventaja significativa durante la Guerra Fría. (EFE/ Maxim Shipenkov) El talón de Aquiles Durante esos 18 años, ni el FBI ni ninguna agencia de contrainteligencia tuvo jamás en la mira a John Walker o a alguien de su red. Sin embargo, al armar su equipo, el suboficial de la Armada cometió un error: incorporar o tratar de incorporar a sus familiares para que colaboraran con él. Su hijo Michael y su hermano Arthur aceptaron, pero su hija Laura —a quien intentó sumar en 1979— se negó y, aunque cortó relaciones con él, no quiso denunciarlo. Solomatin y Kalugin le advirtieron que no comprometiera a su familia, porque eso significaba un enorme riesgo de seguridad, ya que si caía uno caerían todos, pero Walker desobedeció. A fines de 1984, la exesposa de Walker, Barbara, resentida con él porque no le pasaba dinero, lo denunció al FBI. Sin embargo, cuando el 29 de noviembre un agente especial la entrevistó en su casa decidió que la mujer no era una fuente confiable, porque aunque algunas de las cosas que describía —como cuando había acompañado a Walker en algunas entregas realizadas en Washington—, coincidían con las técnicas de la KGB, Barbara lo recibió completamente borracha y no dejó de beber vodka durante toda la charla. Con esas apreciaciones, el informe del agente quedó archivado sin que se avanzara en la investigación hasta que, en enero de 1985, un supervisor del FBI que realizaba una revisión trimestral rutinaria de los archivos inactivos tomó nota del informe de Barbara Walker y lo remitió a la oficina de Norfolk del FBI. El 25 de febrero le asignaron el caso al agente Robert Hunter, que volvió a entrevistar a Barbara y después a Laura, la hija de Walker, que contó el intento de reclutarla que había hecho su padre en 1979. A instancias del FBI, Laura llamó por teléfono a Walker y se pudo grabar la conversación en la que este le sugirió que se reincorporara al Ejército o tratara de entrar en la CIA para desde allí espiar para él. Casi al mismo tiempo, el Servicio Nacional de Inteligencia detuvo a Michael —el hijo que sí espiaba— y obtuvo su confesión. El final de John Walker como espía llegó finalmente el 20 de mayo, cuando el FBI lo arrestó luego de confiscar 127 documentos clasificados que había dejado en un punto de entrega. Al allanar su domicilio se encontraron abundantes pruebas de la red de espionaje, incluyendo registros de pagos a Jerry Whitworth, que se entregó a las autoridades el 3 de junio. El hermano Arthur también fue arrestado. A cambio de limitar sus cargos, John Walker acordó hablar de su espionaje en detalle y declararse culpable, y Michael también aceptó la oferta. Arthur Walker fue juzgado en agosto y condenado a 365 años de prisión, tres cadenas perpetuas, y Michael a 25 años. Por colaborar con la Justicia John Walker —el ideólogo y jefe de la operación de espionaje— solo fue condenado a una cadena perpetua. John Anthony Walker murió de cáncer el 28 de agosto de 2014 en prisión, cuando le faltaba un solo año para obtener la libertad condicional. Desde Moscú, ya retirado del servicio, su jefe directo en la estructura del espionaje soviético lo despidió así: “Por mucho, el de John Walker fue el caso de espionaje más espectacular que manejé en los Estados Unidos”.

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