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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 27/08/2025 02:49
El cantor de Buenos Aires: con su fraseo inconfundible y su alma de barrio, Goyeneche transformó cada tango en una escena de película “Ya ves, a mí y a Buenos Aires, nos falta siempre el aire cuando no está tu voz...”. Roberto “el Polaco” Goyeneche caminaba sus últimos pasos cuando recibió uno de los más conmovedores homenajes en vida: Garganta con arena, la canción que le escribió Cacho Castaña, refleja al hombre que logró que las nuevas generaciones se acercaran al tango y se enamoraran de él hasta caer rendidas. Pero antes de eso —mucho antes— fue chofer de colectivos en la línea 219 (la actual 19), taxista y también mecánico. Vivió otra pasión: el fútbol (era hincha de Platense). A los 18 años se anotó en un concurso que buscaba nuevas voces y el resto es historia. Primero llegó a la orquesta de Raúl Kaplún, pero el verdadero reconocimiento le llegó en 1952, cuando Horacio Salgán lo convocó para reemplazar a su cantor. Fue entonces cuando lo bautizó con el apodo que lo acompañaría por siempre: “Polaco”, por su porte y esa melena colorada. Ahí comenzó un camino sin retorno hacia la consagración, que avanzó sin tropiezos. Cuatro años después formó dupla con Aníbal Troilo. Pero Goyeneche no cantó solamente para el público tanguero. Se coló también en la floreciente generación de músicos jóvenes que dieron vida al rock nacional en los años 80. Y hasta se animó al cine. El 27 de agosto de 1994, una neumonía se llevó su vida, a los 68 años. En sus años de chofer de colectivo El camino del Polaco El 29 de enero de 1926, María Elena Costa regresaba en tren del norte argentino hacia Buenos Aires cuando las contracciones la sorprendieron a mitad de camino. Bajó en Urdinarrain, un pequeño pueblo al sur de Entre Ríos, y allí nació Roberto Emilio Goyeneche. Lo recibió en una sala de hospital regional la joven enfermera Santiaga Bondioni de Boerque: “Era un bebé pelirrojo y con muchas pecas”, repetía al recordar a quien se convertiría en una leyenda del tango. A los pocos días, Robertito llegó con su madre a su casa, en el barrio de Saavedra. Desde ese rincón porteño que tanto amó, vivió una vida de barrio, fútbol y tango. Fue hincha incondicional de Platense y desde chico se enamoró de la música, del tango. Mientras aprendía los oficios de mecánico, taxista y chofer de la línea 219, su verdadera pasión iba gestándose, despacio, como se cocinan los sentimientos profundos. En 1944, cuando tenía 18 años, ganó el concurso de nuevas voces: su voz ya había dejado una marca. Mientras cantaba con la orquesta de Kaplún por las noches, pasaba las tardes manejando colectivos desde Plaza Miserere hasta Carapachay. Una sociedad indiscutible: Roberto Goyeneche y Aníbal Troilo compartieron escenario entre 1956 y 1963, y volvieron a unirse en 1971 para grabar juntos el disco ¿Te acordás, Polaco? En 1956 llegó la consagración definitiva junto a Aníbal Troilo: la química entre ellos fue instantánea, tanto arriba como abajo del escenario. “Pichuco” no solo fue su maestro musical, también fue su amigo entrañable. Juntos grabaron veintiséis canciones que hoy son patrimonio sentimental de Buenos Aires. Cuando Troilo lo alentó a seguir como solista, el Polaco emprendió un camino en solitario que lo convirtió en el cantor de todos. Su voz, única. Su fraseo, inconfundible. Era capaz de estirar una palabra, acariciarla, arrastrarla con una precisión quirúrgica. Cada tango en su boca se volvía una historia. No solo lo cantaba: lo actuaba. Pintaba escenas. Generaba escenas mentales con el poder de su voz... Por eso fue el elegido de tantos. Cantó junto a Astor Piazzolla en la inolvidable Balada para un loco, de 1969, y más adelante, en 1982, volvió a unirse al bandoneonista para un disco en vivo con su quinteto en el Teatro Regina. También compartió proyectos con Atilio Stampone, Raúl Garello, Armando Pontier y Osvaldo Berlingieri, entre muchos otros. En 1969, Goyeneche le puso voz a la inolvidable “Balada para un loco”. Más adelante, en 1982, el Polaco se sumó al quinteto de Astor Piazzolla, dejando su huella en una etapa clave del tango Pero no fue solo cantor para los amantes clásicos del tango. Su figura pudo romper fronteras generacionales. En los años 80, su espíritu callejero y profundo enamoró a los músicos del rock nacional, que lo adoptaron como un faro. Esa conexión se selló definitivamente cuando Fernando “Pino” Solanas lo convocó para Sur (1988), la película que lo convirtió en un símbolo vivo del Buenos Aires que dolía y resistía. Allí compartió una escena con un joven Fito Páez, con quien nació una relación entrañable. “Si hubo, hay y habrá un artista de Buenos Aires, ese es mi Polaco. Roberto Goyeneche. Cantor de todos los barrios porteños. Amante de la luna y la noche. Eximio delirante de mi corazón. Te amo tanto, tanto, tanto… Que tus luces nos sigan iluminando bajo este sol. Te sigo extrañando", lo recordó Páez un año atrás y compartió fotos inéditas para el publico. Entrañables para él. Esa película de Solanas fue un viaje sin retorno para Adriana Varela, la fonoaudióloga que cantaba cada tanto y que más tarde se convirtió en la ahijada musical de Goyeneche. “A partir de Sur, en la que veo al Polaco, descubro el tango. Él es el vehículo por el cual me llega", le confió la cantora, hace unos años, a Infobae. “Nunca había comprendido el tango ni a sus poetas… Escucharlo fue una revelación. Me estaba contando cómo era Buenos Aires”. El emotivo recuerdo de Fito Páez Varela y Goyeneche se conocieron en el Café Homero. Él, estaba entre el público como uno más cuando Adriana cantó. La escuchó y la llamó: “¿De dónde saliste, piba?”, le preguntó, como quien encuentra una joya inesperada. La apadrinó. En 1994, le puso voz y emoción al tributo en vida que Cacho Castaña le escribió al Polaco un año antes: Tu voz, que al tango lo emociona diciendo el punto y coma que nadie le cantó; con tu voz, con duendes y fantasmas, respira con el asma de un viejo bandoneón. (...) A vos, que tanto me enseñaste el día que cantaste conmigo una canción. El Polaco era un artista sin edad. Un tipo del barrio que hizo del tango un lenguaje universal. Grabó 42 discos y otros 4 se editaron tras su muerte. Cuando el paso del tiempo alcanzó su garganta, ella no se rindió: se volvió aún más honda, más profunda... de arena. Cada temblor en su voz era emoción pura. Su manera de cantar fue, hasta el final, una forma de contar la vida. “Yo siempre canté los sentimientos a flor de piel. Sin sentimientos no puede existir nada, no se puede vivir. Es la única manera que tiene el hombre de mirarse hacia adentro”, dijo Goyeneche una vez. Y así vivió; y así cantó. Ahijada y padrino: el Polaco descubrió la voz de Adriana Varela y la incentivó a cantar Cuatro de los tango que inmortalizó Si hubo algo que el Polaco hizo como nadie, eso fue apropiarse de los tangos que cantaba. Los hizo tan suyos, tan de su estilo, que después de escucharlo a él, cualquier otra versión suena como un eco lejano. Su fraseo fue una revolución silenciosa. Partió el tango en dos: desde Carlos Gardel hasta Roberto Goyeneche, y desde Goyeneche en adelante. A partir de él, el tango dejó de ser “la música de los abuelos” para volverse una entidad viva, cercana, con olor a calle húmeda y corazón dolido... Una de esas canciones que cruzó generaciones es “Balada para un loco”, esa genialidad de Astor Piazzolla con letra de Horacio Ferrer. Fue Amelita Baltar quien la estrenó en 1969, pero Ferrer mismo confesó que, al escribirla, la había imaginado en la voz del Polaco. Y cuando finalmente la grabaron juntos ese mismo año, nació una versión insuperable. No es solo que la cante bien: es que parece escrita para él. Como si la locura dulce de esa letra hubiera encontrado, por fin, su voz. El video que la registra lo muestra cantándola en Japón, frente a un público que, aun sin entender el idioma, entiende todo. Lo siente todo. Roberto Goyeneche interpreta "Balada para un loco", con música de Astor Piazzolla y letra de Horacio Ferrer Otro tango que lleva su marca es “La última curda”, una joya nacida en 1956 del encuentro entre Cátulo Castillo y Aníbal Troilo. Cuenta la historia que una noche calurosa, en el departamento de Pichuco, el bandoneón y el tarareo se mezclaban mientras afuera, sin saberlo, una multitud se había reunido bajo la ventana abierta para escucharlos. Fue la primera vez que sonó en público, sin quererlo. La versión del Polaco, grabada en 1963, es pura melancolía. Al hablar de tangos con historia, no puede faltar “Afiches”, una obra nacida también en 1956 del talento de Atilio Stampone y Homero Expósito. El Maestro Stampone solía contar que Homero, cansado de escuchar siempre la misma melodía melancólica que él tocaba después de comer, un día le dictó la letra y se fue. La música ya estaba lista, aunque él aún no lo sabía. La leyenda dice que ese tango fue escrito con un viejo amor en mente, pero también como una crítica sutil a la sociedad del consumo, que empezaba a llenar de carteles y promesas vacías las calles y la vida. Roberto Goyeneche interpreta "La ultima curda", con letra de Cátulo Castillo y música de Aníbal Troilo La primera versión no tuvo demasiado éxito, pero todo cambió cuando la cantó el Polaco en Caño 14, el mítico bar de tango que fundó el propio Stampone. Después, lo interpretó en el teatro Ópera el 22 de agosto de 1987, acompañado por Néstor Marconi en bandoneón y Ángel Ridolfi en contrabajo. Esa noche, lo cantó como si hablara con alguien que ya no estaba. Como si cada palabra fuera una despedida. Varios años antes, y como parte de El derecho a la felicidad, una película en blanco y negro dirigida por Carlos Rinaldi de la que participó, en 1968, interpretó Garúa, otro de esos tangos que parecen escritos para la voz del Polaco. La historia dice que una noche de 1943, durante un intervalo de la orquesta de Aníbal Troilo, el propio Pichuco llamó desde el público a Enrique Cadícamo para mostrarle una melodía que tenía en mente. Subieron juntos al altillo que usaban los músicos como camarín y allí, mientras afuera lloviznaba, nació la primera frase: “Garúa… solo y triste por la acera”. Al volver a su casa, con esa melodía pegada al cuerpo, Cadícamo escribió la letra en una noche de inspiración pura. La primera versión fue grabada por la orquesta de Troilo con la voz de Francisco Fiorentino. Pero casi dos décadas más tarde, ese tango volvió a nacer: el 9 de enero de 1962, para el mismo sello RCA Víctor, Goyeneche lo grabó con la orquesta de Pichuco y lo consagró para siempre. En su voz, el frío, la llovizna y la soledad de Garúa dejaron de ser metáforas: se volvieron carne, sentimiento y poesía en estado puro. Desde entonces, nadie volvió a caminar bajo la lluvia sin escuchar al Polaco en algún rincón del alma. Roberto Goyeneche interpreta "Garúa", tango compuesto por Enrique Cadícamo y la música de Aníbal Troilo El Polaco eterno La voz del Polaco no se apagó con su muerte. Al contrario: se quedó flotando en el aire espeso de Buenos Aires, pegada a las paredes gastadas de los bares, a las baldosas húmedas de madrugada, a los bandoneones que lloran por costumbre. Goyeneche es más que un recuerdo: es una presencia que vuelve cada vez que alguien se atreve a decir un tango sintiéndolo en el pecho. Desde que se fue aquel 27 de agosto, su nombre se convirtió en una bandera para los amantes del tango y para los que, sin saberlo, también le deben algo. Porque el Polaco fue mucho más que un cantor: fue puente, fue transformación, fue revolución desde la ternura. Y por eso, su homenaje no quedó en palabras. La ciudad, que tanto lo amó, lo llenó de señales. El Polaco llevó el tango desde su querido barrio hasta los grandes escenarios, y supo cruzar generaciones sin perder la emoción ni la autenticidad Su barrio, Saavedra, se encargó de que su nombre no se pierda entre las calles: una de las avenidas más importantes hoy se llama Parque Roberto Goyeneche, y al llegar, un cartel con su rostro le da la bienvenida a los que pisan ese suelo que él caminó tantas veces. En Galván y Balbín, su imagen y la del “Mono” Gatica decoran los muros del viaducto con un mural que fue votado por vecinos, como se elige a los entrañables. La plaza República Oriental del Uruguay lo honra con un busto. Y frente al Parque Sarmiento, durante años, su estatua lo mostraba en gesto eterno. Cuando el vandalismo intentó apagar esa presencia, fue reubicado con respeto dentro de la sede comunal. Porque con Goyeneche no se puede: siempre vuelve. En su barrio, Saavedra, no olvidan al Polaco Goyeneche En el Club Platense, su otra pasión, su tribuna lleva su nombre. En el Café Homero, su voz todavía vibra en las paredes. Y en El Tábano, ese club del barrio donde lo escucharon por primera vez, una placa lo celebra como “Hijo Ilustre”, como si el tiempo no hubiera pasado, como si aún pudiera aparecer a cantar un par de tangos entre amigos. En vísperas de los 30 de su partida, su historia volvió a las pantallas. El documental “Roberto Goyeneche. Las formas de la noche” llenó salas en Villa Urquiza y en su querido Saavedra. Nadie se quiso quedar afuera. Porque cada vez que el Polaco suena, algo se mueve adentro. La garganta se aprieta y el corazón escucha: sabe que la voz eterna volverá a cantar.
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