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  • Andrea Pietra: “El divismo en este oficio me molesta y hasta me da vergüenza”

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 25/08/2025 04:33

    A Solas - Andrea Pietra con Sebastián Soldano Con perdón de Miller, que Todos eran mis hijos fuese aquella vez el título de cartelera aún hoy sigue resultándole una duda. Tenía catorce años como para recordar tanto detalle de una excursión escolar. Pero sí, “la llama” suficiente para entender que sobre su butaca del San Martín se había frenado el mundo. Cuando de Grazia (Julio, tal vez Alfonso, da igual) entró a escena, “yo vi a mi viejo, yendo y viniendo a través de ese escenario”, relata. “Porque pensé, muy maravillada: ‘Este hombre debe ser papá. Un papá que todas las noches trabaja de ponerse otra ropa y hacer de alguien más’”, recuerda. Fue así que Andrea Pietra (57) –de momento Pietranera– disipó la culpa por ese tan pesado y recurrente ‘¡Ay Andrea, ya sos grande… Dejá de jugar!’ y encontró validación a su silente deseo. “Supe que ese sería un gran laburo para mí. Tendría una sola vida, pero podría vivir cientos de miles”. Andrea Pietra (por entonces Pietranera) en tiempos de su adolescencia Casi dos años después, con arrojo adolescente y una clara e histórica “percepción para elegir bien”, irrumpió en la Asociación Argentina de Actores “buscando profesores”, evoca. A decir verdad, “estaba obsesionada con Carlos Gandolfo”, pero el maestro solo admitía mayores de dieciocho. Entonces, esperó a cumplir los dieciséis para ser alumna de la Boero en una sala de espera que todavía agradece: el Instituto Vocacional de Arte Manuel José de Labardén, donde, además, aprendió quena, guitarra y pintura. Así da cuenta de la “sólida y genuina determinación” con la que esa chiquita que jugaba hasta el hartazgo –“y no del propio, sino del de toda una familia”, bromea– ha caminado no solo en los escenarios. “Si uno pone el corazón en consecuencia de su hambre, su deseo o su ideal, no hay forma de que falle en el intento. Sucede. Siempre sucede”, advierte hoy, cuando los sets de El Eternauta (de Bruno Stagnaro), el gran éxito de Netflix en el que interpreta a Ana, han sido para Pietra el más fantástico de los playgrounds. Porque, tal cual remata: “¿Qué es ser actor sino jugar un rato?” Andrea Pietra (57) en el rol de Ana, junto a Ricardo Darín en “El Eternauta”, de Bruno Stagnaro para Netflix Andrea Pietra (57), como Ana, en una de las escenas de “El Eternauta”, de Bruno Stagnaro para Netflix, compartida con Carla Peterson y Marcelo Subiotto Será por esa concepción tan particular de la metier que ningún brillo la distrajo jamás de su ‘por qué’. Y cuando creía que sería una apreciación muy personal decir que Andrea es de las artistas argentinas con el ego mejor trabajado, una tal Bella, parte del grupo español de Escenas de la vida conyugal (de Ingmar Bergman) ya se me había adelantado. “’¡Dios mío, tía… Pero quien bien puesto llevas el ego!’, suele decirme… Por eso me hace gracia el comentario. Y sí, trabajado está”, suelta Andrea con humor. “Una puede producirse y quedar hermosa. Ir a una nota o posar para una producción. Verte y sentirte divina. Pero todo eso, que es el trabajo del trabajo para mí (y el que más me cuesta), es sumamente efímero. Después hay otro, que es hacerse la canchera, la importante… (mira por sobre su hombro) ‘¡Soy actriz, cuidado conmigo antes de hablarme!’… No sería capaz, siquiera, de inventar ese rol”, admite. Andrea Pietra (57) y Ricardo Darín (68) sobre el escenario de “Escenas de la vida conyugal”, obra que regresa al Coliseo el próximo 19 de noviembre “¿Podría haber usado situaciones de mi historia personal para lograr tapas de revista? Sí. Pero nunca quise ser eso. Y puedo asegurarte que después de treinta y seis años, sé que esa ‘luminaria’ o ‘trato diferencial’, le ha garpado a mucha gente”, afirma Pietra. “¿Podés cobrar más? Sí. ¿Podés protagonizar más? También. Pero no sé hacerlo. Me peleo con eso. Y me molestan quienes lo hacen. Por eso he laburado tanto ese aspecto, diciéndome: ‘Bueno, basta Andrea. No es para vos, pero los demás pueden elegir el camino que quieran’. Además, debo confesar: me da vergüenza. Porque todo ese ‘sistema’ pone a mi oficio en un lugar de ‘seres superiores’. Y solo somos obreros de la ficción. Contadores de cuentos con la misma relevancia de cualquier otro trabajador. Me niego y me he negado siempre a esa idea absurda del halo de distancia”. Comparte que hace muy poco le dijo Patricia Palmer (70): “Creo que nunca fuiste considerada en el nivel de actriz que realmente sos”. Un juicio que ella recuerda y linkea con esa “pose” de la que hablaba y “el círculo que la compra y la alimenta”. Andrea, apuesta a ese otro círculo: el que sigue trayecto y construcción. Porque, como explica: “Mi propósito, como buena persona que se aburre fácil, siempre es aceptar todo lo que haga crecer. Lo que resuene a incomodidad. Lo que resulte desafío o un gran esfuerzo”. Y no quisiera dejar el concepto sin volar rasante por un episodio inherente en la formación tan consciente de su ‘yo artista’. Fue precisamente en las clases de Boero que Pietra entabló una profunda amistad con María Mercedes Sosa (56), hija del ex futbolista Osvaldo Chiche Sosa (1945-2020) y de Martha González (80). “Y por esa relación con Mecha, pasaba mucho tiempo en casa de Martha viendo cómo ese figurón, a pesar de los flashes, también hacía lo que cualquier mamá. Una mamá muy de sus cachorros, que venía bien de abajo y educada por laburantes”, recuerda Andrea. “Ella fue la primera de mis referentes en esto de que la fama no te convierte en deidad ni debe quitarte los pies del piso”, cita entre lecciones. En fin, solo un líneas de reflexión porque queremos a Andrea pero también a Marthita. Andrea Pietra nació el 26 de marzo de 1968 Andrea Pietra a mediados de 1969 Andrea Pietra a sus cinco años, tiempo en los que dejaría su Morón natal para mudarse a Boedo Creció (y soñó) en un contexto muy ajeno a su pasión, así “muy ariana, trepada a las ramas de los árboles, siempre roñosa, con las rodillas manchadas de barro en cada fotografía familiar y criticada por jugar entre varones”, detalla de una primera infancia atravesada, hasta sus cinco, por los aires de la calle Alegría (altura 72) del partido de Morón. “En una casa en la que se planeaban asados de domingos y si llovía, se sacaba la Pastalinda. Entre tías, veintiocho primos y las puntadas de una madre que cosía lo que vestíamos”. Por entonces ya creía en esto de que “irse de uno” o “meterse en otros”, era por demás “saludable”. Incluso, y al pasar, linkea con una preferencia muy actual. “Me imantan las vidas ajenas. Y si me preguntás que elijo ver en televisión, voy al documental. Tengo mucho interés, o cierta debilidad, en conocer ese sendero que hacen las personas hasta llegar a lo que son”, dice. Y qué casualidad, de eso también se trata esta conversación. Andrea Pietra, sus padres, Héctor y Ana, y sus tres hermanos, Gabriela (la mayor, vestuarista), Sebastián (el tercero, comerciante) y Fernando (“de todo un poco”) Cuando nació (es la segunda de cuatro hermanos), su padre Héctor –el mayor de ocho e hijo de un ingeniero civil de muy buen pasar– estudiaba arquitectura, carrera que dejaría a cuatro materias de culminarla por sus trabajo simultáneos en la fábrica de zapatos familiar y las inspecciones callejeras que hacía para SEGBA (Servicios Eléctricos del Gran Buenos Aires) habilitado por su título de Maestro mayor de obras. En otra realidad –“más humilde”– su madre, Ana, quien supo ser docente, fue hija de un carpintero devenido en personal de ordenanza de un banco y una “gran tejedora” que, además, “lavaba y planchaba ropa para afuera” con el ánimo de avanzar en la escala social. Con los años, y “habilitado para edificar hasta cuatro pisos”, los Pietranera inauguraron la propiedad de Boedo, que Andrea alternaba entre “la casita con baño compartido” de los abuelos maternos y la quinta de los veranos inolvidables del “muy bien posicionado” abuelo paterno. Andrea Pietra entre sus hermanos, Gabriela (la mayor) y Sebastián (quien la sigue). Aún esperaban al pequeño Fernando Andrea Pietra de paseo con su madre Ana, su hermana Gabriela, y sus abuelos Gerardo y Esperanza Y es precisamente del paso del ingeniero Pietranera por esta charla que se desprende una anécdota con reflexión. Porque fue él, su abuelo paterno, quien la bautizó como la Negra, un mote que se viralizaría hasta las plateas. “Era un tipo muy sencillo, muy ‘a la par’. Lo recuerdo cayendo con todos sus obreros a comer juntos en casa de mi abuela. Siempre sociable, muy amiguero… Él nunca lo fue, pero me decía algo sumamente racista: ‘¡Mi negrita de corazón blanco!’. Así me llamaba”, cuenta Pietra. “Y hoy, siendo mamá de una hija negra, digo: ¡Qué insulto! Dios mío…. Pero entiendo que ni cuenta se daba. ¿Qué sé yo? Son educaciones, dichos, formas, modismos inconscientes que fueron arrastrándose de generación en generación. Por suerte, y lamentablemente no hablo de todos, pero fuimos evolucionando bastante en términos discursivos... Aunque este temita del negro y el blanco aún siga siendo tan usado socialmente para ciertas cosas”, concluye. Andrea Pietra inalcanzable por su madre Ana y su abuela Esperanza, durante un día de vacaciones con el abuelo Gerardo y Gabriela, su hermana mayor Andrea Pietra entre sus hermanos, Gabriela y Sebastián. Siempre acompañados muy de cerca por su mamá Ana En definitiva, Pietra siguió jugando, entre su determinación y los prejuicios de una madre “convencida de que después de mi debut en la actuación, alguien intentaría meterme en una red de trata y prostitución”, reseña con gracia. Ana intentaba bajar la efervescencia de aquel deseo tratándolo de ‘fantasía’ o repitiendo que nadie entraría a la televisión sin padrinos’ en pos de una posible desilusión. “Ella me decía: ‘Pero Andrea, esto es un sueño… ¿Por qué no buscás algo real? Debe haber otra cosa que te guste hacer…’ Y así fue como me anoté en el CBC (Ciclo Básico Común, UBA) para estudiar Asistencia Social, la carrera que sentí me identificaba entre un listado de tantas”, cuenta. Pero el camino duró lo que tardó en darse cuenta de que podía trabajar para pagarse las clases de teatro, ya y finalmente con Gandolfo, “y tirarme de cabeza a mi pasión” aún con “toda una familia en contra”. Andrea Pietra y sus hermanos, Sebastián y Fernando, abrazan a Héctor, su padre, fallecido en 2019 Su padre jugaba tenis con los hermanos Sabatini (productores y publicistas). Y fue entonces que Enrique, al tanto de la vocación de Andrea y responsable de Grock, el recolector de estrellas (Canal 11, 1987) pidió hablar con ella. “‘Se me fue el chiquito que estaba dentro del muñeco, ¿te animás a reemplazarlo?’, me preguntó. ‘Sí… ¿Pero qué tengo que hacer?’, le respondí. ‘Tranquila, vos hacé lo que el locutor te diga’”, relata. Convertirse en el alma del personaje verde independizado ya de Flavia Palmiero (59), le insumiría solo un día a la semana y le valía el doble de lo que ganaba durante un mes asistiendo en la fábrica de calzado de papá. “Habrán sido tres meses de trabajo… Y la verdad, es un tortura estar metida ahí adentro. Es por eso que hoy, cada vez que veo un muñeco como ese, me acerco discretamente a preguntar por la bajo: ‘Che, ¿Querés una agüita?’ ¡Yo sé bien lo que siente!”, dispara. Andrea Pietra a finales de los años ochenta, cuando alternaba su trabajo en la zapatería familiar y las pruebas de suerte en los canales de TV De trayecto cita personas claves y, en parte, mentores de la maravillosa posibilidad de jugar para vivir. Gandolfo –“algo más evolucionado que los profesores de la vieja escuela para quienes la televisión nunca sería prestigio”– la animó a trabajar para las cámaras. Porque según decía: “el teatro siempre buscaría caras conocidas”. Y en algunas líneas más, sabremos cuánta razón tenía. Mientras tanto, asomarán otros dos nombres en esa nómina de fundamentales. El productor Ángel “Cacho” Mele y el director Edgardo Borda, dos grandes figuras del viejo Canal 13, supieron clavar un dardo certero. El de ‘¡Vamos nena... ¿Qué es lo que querés ser?! “Fue en una de las tantas vueltas a la emisora que solía dar desde hacía tres años para dejar las fotos que me había hecho un noviecito. Eso y un currículum que sumaba un bolo con Brandoni en La fiaca, para lo que estuve repitiendo durante semanas la frase ‘¿A qué piso va, señor?’, que fue mi única línea; Y una participación en Una voz en el teléfono (Canal 9, 1990), como la jefa de carceleras”, recuerda. Ese día, cargada de cajas de zapatos que había recogido en la fábrica de Caballito, después de haber cerrado el local de Barrio Norte de su padre y hasta volver a abrirlo, pasó rasante por el canal de Constitución. “Fue por consejo de Pablo Novak (59), mi compañero de teatro. Él me sugirió: ‘Che, quedé para una nueva tira, ¿por qué no llevás tu material?’. Al llegar, alguien me dijo: ‘Falta un personaje, ¿te quedás para una prueba?’ Y yo, que estaba demasiado preocupada por llegar a tiempo para abrir el local de Pacheco de Melo y Callao, leía el guión y me lo aprendía al toque”, relata. Pasó la primera. Pasó la segunda. Y de cara a la tercera, cuando el tiempo realmente apremiaba, le comunicaron: “Están llegando dos chicas que vienen recomendadas. Quedate para audicionar con ellas”. A lo que, mirando el reloj, Andrea respondió: “Y si vienen recomendadas, ¿para qué voy a quedarme?’ ¡Mi viejo va a matarme!” Entonces un severo reto la acomodó en eje. Andrea Pietra como parte del elenco de “Los 90 son nuestros” (1992) junto a Reyna, García Pintos, Gianola, Gandolfo (director), Dopazo, Novak, Mirás y Sbaraglia Mele fue duro. “A ver, nena: ¿Vos querés ser actriz o zapatera? ¡Te quedás!”, exigió. Minutos después, eran dos las finalistas frente a su escritorio. “A vos te espero mañana para firmar contrato y a vos en unos meses para hacer un bolo”, anunció el productor. “’Dale, buenísimo’, dije mientras recogía las cajas. Y mientras atinaba a salir, me gritó: ‘Andrea, ¿a dónde vas? ¡Sos vos la que tiene que firmarme el contrato!’”, evoca respecto de su debut en Así son los míos (Canal 13, 1989/1990). “Desde entonces fueron claros: ‘Olvidate de Pietranera, es demasiado largo… Vas a ser Pietra’”, relata. “Al salir de ahí, solté las cajas, me senté en el cordón de la vereda y no paré de llorar. ¡Habían sido demasiados años puestos en ese deseo!”. Que a treinta minutos de llegar a casa, tras esa firma tan esperada, la haya llamado Borda para decirle “¡Querida, me firmaste el contrato de Hugo Arana!”, es otra anécdota. Ahora nos detendremos en el próximo ring que cambiaría su rumbo. Dos años después alguien telefoneó a casa de los Pietranera. “Hola, ¿Andrea? Te llamo de parte de Gandolfo para sumarte a su próxima obra”, dijo quién sabe qué productor. “Ah, ¿sí? Andá a lavarte el o…”, respondió ella antes de cortar. El segundo intento confirmó que efectivamente se trataba del ofrecimiento para ser parte del elenco de la icónica Los 90 son nuestros (1992). Tal y cual, el director se lo había anticipado aquella vez. Andrea Pietra en un break de las grabaciones de “Poliladron” (eltrece, 1997), junto a Federico D’Elía (58), “el Chino”, y Alejandro Fiore (56), “el negro” Rodríguez en el ciclo Otra de las figuras fue, sin duda alguna, Adrián Suar (57). El mismo que, entre los set de Así son los míos, “me miraba de reojo”, revela Andrea. “Que yo fuese un poco lenta, le rompía los cocos. Pero al toque aprendí”. Al parecer, lo convenció de más, porque tiempo después –cuando ella ya era parte del elenco de Nano (Canal 13, 1994)– la invitó a participar del piloto del legendario Poliladron (Canal 13, 1995). Fue entonces que, para cuando Marcela “La Negra” Espina ya estaba instaladísima en el pecho de los fans, Suar le comentó entre balazos: “¡Tengo un programón para hacer! Se trata de un grupo de amigos de barrio… Todo eso que nosotros hubiésemos querido ver siempre…”, adelantó el ex Nene Carrizo. “Y me gustaría que hicieras un personaje”. Se trataba de Verdad/Consecuencia (Canal 13, 1996/1998). Pero, la superposición de grabaciones complicarían sus días. Y eso los obligó a una acuerdo: Debía dejar las armas. Fue entonces que Pietra pidió: “Adrián, si me voy, matame”. Y fue “glorioso”. Andrea Pietra (57) y Adrián Suar (57), amigos desde 1989 Fueron entrañables. Es por eso que hoy son hermanos elegidos. Compartieron las esperas de Michi, esa novia de Adrián que vivía en Israel. El after de las grabaciones en “PietraNor”, como llamaban a la pileta de los Pietranera. Varias navidades en familia. El escenario de Hamburgueses (Teatro Ateneo). Y se hicieron compañía para soportar el dolor por la inesperada muerte de su amigo y colega Marcelo Grau, de por entonces treinta y tres años. “Hasta que, de golpe, se convirtió en el Bon Vivant de la Argentina. Yo me acuerdo de las tapas de Teleclic: ‘Las chicas Polka”, dice con gracia. “Más allá de ser amigos y de quererlo tanto, siempre digo que lo mejor de mi carrera lo hice con él. Aunque debo admitir que nunca fue condescendiente conmigo”, revela al final del reglón, clavando una intriga y la pertinente explicación. Andrea Pietra fue Isabel en “Son de Fierro” (eltrece, 2007/2008), como parte de la explosiva dupla con Osvaldo Laport Andrea Pietra como Mía Pontevedra en “Socias” (eltrece, 2009) junto a Mercedes Morán y Nancy Duplaá Mientras Marta Betoldi y Silvia Frejdkes escribían Socias (eltrece, 2009), y aprovechando la cercanía, Pietra espío esos libros y se enamoró. “Le hablé a Adrián: ‘Yo quiero ser Mía Pontevedra’”, recuerda. “¿Eh? ¿Por qué leíste el guión? ¿Quién te dijo que tendrías ese papel?”, reaccionó él algo displicente. Y no tardó en ofrecerle una rol en Son de fierro (2007). “Sé que no te gustan las tiras. Pero antes de decirme ‘no’, haceme el favor de mirar un capítulo. Es con María Valenzuela (69) y Osvaldo Laport (69), una historia diferente porque es ella quien deja a este carnicero con tres hijos y entonces entrarías vos… ¡Mirala!”, vendió él, “como sabe vender todo lo que imagina”, acota. “’Pero yo quiero Socias’, insistí. ‘Ay, ¡Basta con Socias! Eso es lo que hay’, concluyó tajante. Y me gustó. Lo que serían dos meses terminaron siendo siete. No solo me casé con Laport, sino que tuvimos hijos y, en lo personal, lo amé”, cuenta. “Y se lo dije: ‘Mirá Osvaldo, yo no quería hacer una tira y menos con vos. ¡Perdón por el prejuicio!”, se sinceró la actriz. “Me voy feliz: Sos lo más, un actorazo y mucho mejor compañero’”, relata. No habían terminado de celebrar el fin de las grabaciones cuando Adrián la citó en su oficina. Al entrar, la miró y lo confirmó: “Felicitaciones, sos Mía Pontevedra”. Llanto después, reconoció: “Te lo ganaste, Negrita”. Entonces, “es por eso que siempre lo defendí cuando muchos le reclamaban ‘Ey, ¿por qué no nos das laburo?’… Es que él se lo da a quien considera que mejor contará la historia de cada uno de sus personajes. Es el productor, el que arriesga, el que decide. Está en su pleno derecho”. Ana, la madre de Andrea Pietra, fallecida a sus 59 Vuelve a hablar de su madre, porque de seguro no escapa de esa nómina. Después de todo, Ana resultó “una gran compañera”, califica Andrea. “Mi mejor amiga en mucho de lo que fue sucediéndome profesionalmente, aun cuando se tratase de cuestiones ‘anormales’ para ella. Logró esquivar muchos prejuicios y acomodarse entre sus miedos. Principalmente a sus miedos”, resalta mientras recuerda el terror que despertaba su noviazgo con un chico de diecinueve que vivía solo. Pero pronto llegaría la reversión de ese vínculo que coincidió con cuatro años de soltería consecutivos en la vida de la actriz. “Fue desde mis 26 a mis 30, y nos acercamos como nunca antes. Disfrutamos ese tiempo y aprendimos tanto de ese riquísimo ‘ida y vuelta’ que pudimos generar”, descubre. “Mi vieja se convertía en la propia artífice de su evolución. Y ese escapar de las líneas que nos han bajado, tantas veces sin sentido ni razón, es un gran talento para mí. Mamá pudo pasar de ser espectadora a vivir mis experiencias muy al lado”. Es entonces que cita la boda de Sabrina Guerrico y Leo Predás (su personaje y el de Fabián Vena), en Verdad/Consecuencia. “Me acuerdo que le dije: ‘Má, si alguna vez querés verme vestida de novia, esta es tu oportunidad’. Y ahí estuvo, entre todos los extras que hicieron de invitados en la iglesia donde grabamos, dándose vuelta para seguirme el paso”, cuenta Pietra. “Lloro cada vez que veo es escena, pero me quedó ahí… Para siempre”. Andrea Pietra, protagonista coral de “Verdad/Consecuencia” (eltrece, 1996/1998) Andrea Pietra, como Sabrina Guerrico, junto a su madre Ana y su hermano Fernando, extras en la ceremonia de su boda en “Verdad/Consecuencia” (eltrece, 1996/1998) Ana tenía cincuenta y nueve “recién cumplidos” cuando partió. Tan solo dos más que Andrea hoy. “Le habían descubierto un linfoma, ni bien nacido mi hermano Fernando, y siempre supo que el episodio podría repetirse alguna vez. Así se dio. Al principio confundió los síntomas con los de la menopausia, pero el tiempo no solo determinó que se trataba de un cáncer sino que, además, le quedaban seis meses de vida. Un plazo que resultó exacto y que luchó como leona”, relata un tanto “arrepentida” tal vez, por “todo lo que insistimos que hiciera”. Pero “nadie quiere entregarse fácil ante un caso así y, principalmente, de alguien tan joven”, explica. En fin, Andrea sabe que está con ella. “La siento. La siento muy cerca en todos los momentos de mi vida. Y es una clara presencia”, descubre resguardando la intimidad más íntima, pero dispuesta a compartir algunas de sus señales. Ana, la madre y “mejor amiga” de Andrea Pietra “Muchas veces me da miedo porque, de golpe, el nombre de mamá me aparece una y otra vez”, comienza Pietra. “Por ejemplo: Llegué a El Eternauta por un proceso de casting; Fueron varias pruebas y, al terminar, me tocó el rol de Ana… ¡Wow! Otro: mi hija está participando de un programa de intercambio cultural, y la chica alemana que está viniendo a casa… ¿Cómo se llama? Sí, Ana. Y, además, cumple años el mismo día en que murió mamá”, enumera. “Mi marido, que no cree en nada de estas cosas, me dice: ‘Basta, Andrea’. Pero yo sé que la conexión es real. Siento su compañía”, asegura antes de analizar algo más de su legado. “Esta que soy hoy, tiene mucho que ver con ella. Porque fue una mina que tuvo poco y jamás perdió la alegría”, resuelve. “Si hay algo que aprendí de ella es que uno no debe dar su vida entera por los demás. Mi vieja no se guardaba nada, ni un poquito para sí misma… Vivía para la casa, para mi viejo, para nosotros; quedando atrapada en un sistema en el que había dejado su vocación y debía esperar que su marido le diese plata para salir a comprar. Entonces fue olvidándose de ella… Así quedó, ¿no? Siempre juré que eso a mí nunca me pasaría. Porque el dinero propio es libertad, es independencia”, dice. “Mamá me aleccionó a administrar el tiempo. No importa si es para una siesta profunda o para una caminata… A reservarme esos minutos exclusivos para mí. A trazar mi mapa de decisiones. Porque yo también soy una mamá que cocina y que entendió que no necesita desbordarse de todo el laburo ofrecido. Hoy disfruto más de mi trabajo cuando tengo uno solo, eso de correr de un lado al otro se me vuelve en contra, comienza a pesar. Nunca fui voraz ni me gustó lo improvisado”, explica. “Y, por supuesto, me enseñó a aferrarme a la vida y transitarla con disfrute, siempre viendo el vaso medio lleno. Más que un deber, un ejercicio que me propongo a diario”, anota. Andrea Pietra y Alejandra Darín, su amiga del alma, fallecida el pasado 15 de enero En tren de señales, desenfundar otro de los nombres de su vida se hace, más que oportuno, un homenaje. Se referirá, entonces, a su adorada Alejandra Darín (1962-2025). Hablará de cómo suelen acercársele “los pajaritos” tan amados por la actriz y dirigente sindical. Visitas frecuentes desde su dolorosa partida, el pasado 15 de enero, vencida por un cáncer de mama. Y es precisamente por un ave que despunta la próxima anécdota. “Siempre jodíamos sobre su muerte, pero cuando parecía estar muy lejos… Claro. Nos decíamos: ‘Nosotras, que creemos tanto en las señales, vamos a mandarnos algunas cuando una de las dos esté del otro lado’”, recuerda. “Y después de que se fue, estando yo en Pilar, al sol y en el medio de la nada, miré hacia el cielo y pensé: ‘¿Dónde estarás, Ale? ¿Seguirás acá o ya te habrás ido? Y en ese instante me cagó un pájaro en la cara… ‘¡Ahí estás, hija de puta!’, dije. Ya recibí la señal. Entendí todo, gracias”, cuenta con humor. Andrea Pietra y Alejandra Darín, su amiga del alma, fallecida el pasado 15 de enero Alejandra Darín y su hijo Fausto Bengoechea, ahijado de Andrea Pietra “Ale fue mi primera amiga en el primer trabajo de mi carrera”, evoca de aquel set compartido en Así son los míos (Canal 13, 1989). “Y cuando el ciclo se terminó, después de haber sido inesperadamente extendido a un año y medio de emisión, ella me miró y me dijo: ‘Tranquila, Negra… Siempre vas a trabajar. ¡Confiá en vos!’ Porque Ale era muy del dictamen. Del ‘esto va a ser así’. Cruda, franca, honesta, segura… Hasta para lo no tan agradable de escuchar. Una vez, en la que yo dudaba de salir con un chico, comenté: ‘¡Ay, no sé, es feo!’ Y ella me respondió: ‘¿Y vos crees que sos tan linda?’ Me fui pensando: ‘Es verdad…¿Quién me creo que soy?’”, relata entre risas. “Muchas veces nos hemos prometido: ‘Che, cuando seamos viejas, digámonos si alguna de las dos esté haciendo un papelón’. Después, al crecer, te das cuenta de que no siempre hay que decir todo. O que, al menos, hay momentos más oportunos que otros”, concluye Andrea, madrina de Fausto Bengoechea (30), hijo de Alejandra, hermano (y colega) de Antonia Bengoechea (25). Ambos, crecieron llamando “tía” a ‘la Negra’. Andrea Pietra y Ricardo Darín, como Mariana y Juan, en “Escenas de la vida conyugal”. Regresan al Coliseo a partir del 19 de noviembre Su fascinación por Ricardo Darín (68) se despertó mucho después. La admiración, claro, había nacido antes. “Él es un ser único e increíble”, describe hoy como compañera en Escenas de la vida conyugal. “Yendo con él a trabajar a España, me di cuenta de lo grande que es allá y en el mundo. Porque en el relato que suelo hacer de nuestras vueltas del teatro en el Metro, charlando de la obra con varias personas del público, se colaban polacos, italianos y hasta franceses que habían aprendido a hablar español mirando las películas de Ricardo. Y él siempre tan fuera de pose, con sus zapatillas, sus jeans… Su ‘ser uno del montón’. Un tipo tan simple, tan austero. Alguien a quien no le mueve la aguja si tal o cual estrella de Hollywood le da bola. Él es respetuoso por igual con quien sea. Y te digo más, cuando mi marido (que es productor) vio como Ricardo se maneja en nuestras giras, me dijo: ‘No existe una persona así’. ¡Nunca pide nada! Todo es ‘pará, yo lo hago. Yo lo arreglo’. No hay precedente de una figura de su talla que sea tan honesto consigo mismo, tan sensible y con tanto registro de lo que sucede alrededor”. Andrea Pietra y Ricardo Darín, dirigidos por Norma Aleandro en Escenas de la vida conyugal El beso entre Mariana y Juan, interpretados por Andrea Pietra y Ricardo Darín, sobre el escenario de Escenas de la vida conyugal Dicho sea de paso, Andrea hace mención a la gran versión teatral del mítico film de Ingmar Bergman, con producción de DG Experiencie & Teatriming y dirigido por Norma Aleandro (89), que ya han ovacionado más de seiscientos mil espectadores en setecientas funciones a lo largo de una década en Argentina, Uruguay, Chile, Perú y España. Y que el próximo 19 de noviembre regresará una vez más sobre el escenario del Teatro Coliseo. En Escenas de la vida conyugal –ya considerada como uno de los clásicos modernos en español– Darín y Pietra interpretan a Juan y Mariana, una pareja atravesada por el amor pero también por las rutinas, las contradicciones, los conflictos y una ruptura que desnuda el caos emocional que eso implica y recrea como pocas, la brutal sinceridad de los vínculos. Andrea Pietra junto a Daniel Grinbank y su hija Stephanie “Any” Pietra Grinbank De retorno al hilo de nuestra charla, el “trabajo” con su ego parece no haber sido asunto meramente profesional. Porque “la maternidad me ha resultado una doma importantísima”, según define. Hará referencia a los tres tratamientos de fertilidad, en término de diez años, que fue dosificando con cuidado “para que mi gran amor con Daniel (Grinbank, 71) no se rompiese”, detalla. “Porque ese proceso no solo involucra una revolución hormonal sino también las ilusiones, el desborde emocional... Son quince días de vida de embarazada, con la incertidumbre a flor de piel, la dependencia de un test y la sensación inevitable de ser un recipiente”, describe. Hacia el último intento, “cuando ya estábamos en el horno, principalmente yo con cuarenta y uno”, la doctora Esther Feldman inyectó una idea que finalmente prendió con fuerza. “Ella me dijo: ‘Andrea, más allá de la ovodonación, una gran alternativa es la adopción. Yo tengo tres hijos y realmente fui madre cuando atravesé el umbral de casa con mi bebé en brazos. Antes, solo fui una embarazada. Mamá es quien materna’. Pensé: ‘Uff…’”, relata. Pietra se despidió (por demás “reflexiva”) hasta el próximo marzo, cuando regresaría para “buscar la donante”. Pero el verano traería otro rumbo. Andrea Pietra y la pequeña Any Andrea Pietra y su hija Stephanie o “Any”, como prefiere ser llamada Andrea Pietra y Any, su hija haitiana Fue a través de un compañero de teatro –de la obra Agosto, Condado de Osage (Tracy Letts, 2009)– que se enteró de la “adopción plena” en Haití, una modalidad diferente a la nacional, “que me torturaba”, admite. “De hecho todos los adoptantes de haitianos, con quienes comparto un grupo, estaban anotados desde hacía siete u ocho años en el RUAGA (Registro Único de Aspirantes a Guarda con Fines Adoptivos)”, cuenta respecto de este Organismo de plazos mejorables y ajustadas, por ejemplo, a viejas leyes de adopción ligadas a la desaparición de personas y sustracción de hijos durante la nefasta dictadura. Por lo que la adopción internacional, si bien legal, se vio afectada por la necesidad de proteger a los niños en cuestión, parte de la válida lucha de Madres y Abuelas. Destaca también que “se supone que Argentina tiene un montón de niños para adoptar pero muchos no son adoptables” por cuestiones como la judicialización obligatoria, la guarda por un año (con el corazón en la garganta por si la familia de origen se arrepiente y lo reclama) o la idea de “recomposición del núcleo biológico en situaciones terribles, que terminan con los chicos anclados por años en una institución y perdiendo una historia, lo fundamental: amor, abrazos, estímulos, sonidos, miradas. En fin… ¡Maternar!”. Andrea Pietra y su hija Stephanie, quien a los dos años decidió que se llamaría Any La ficha había caído. “Pensé: ‘¿Nueve meses de panza o toda la vida de un hijo?’”, cuenta Pietra. “Y lejos de juzgar otros modos también muy válidos y respetables de ser mamá, llegado el caso, yo no hubiese sabido explicar el tema de la ovodonación. En cambio, mediante la adopción, me sentía con armas más precisas para contarle a mi hijo su propio origen”, comparte. Aún con el trabajo que insumió armar una exhaustiva carpeta paralela a la presentada en Argentina, vía Cancillería y dando cuenta “hasta de cuánta cera tengo en el oído, como si fueses un delincuente”. Con la urgencia, claro, de un terremoto que aceleró la voluntad de “sacar a los chicos de ahí para que no se mueran, porque desgraciadamente siguen siendo los más pobres del mundo. Sin agua potable, sin comida y con novecientos orfanatos estallados”. La adopción se agilizaría. Entonces, en la casilla de ‘pretensiones’, Andrea anotó: “Niño o niña, lo más pequeño posible”. Porque, como señala: “Me interesaba acompañarlo durante sus primeros años de vida, ya que los primeros seis son fundamentales en la formación de las personas”. Días después, Stephanie llegó a casa y la cambió para siempre. Daniel Grinbank y su hija Any en el inicio de su escuela primaria Natalia Florido, directora de la Red Argentina por la Adopción y referente nacional e internacional de la adopción, identidad y derechos de niños y adolescentes, con quien Andrea colabora, le enseñó a decir “hijo por adopción” y no “adoptado” como el más correcto de los calificativos. Y la vida misma, que “todos los padres adoptan y todos son adoptados”. Porque, en definitiva, “una puede parir un bebé y no adoptarlo”. Entonces cita a tal psicólogo que, alguna vez, le dijo: “Para muchos chicos, la madre es la empleada. Quien convive, quien juega, quien los arropa y a quien le cuentan sus cosas. Y la otra, esa que los parió, tan solo una figura que anda por ahí. Ahí radica la diferencia entre madre y progenitora”, explica. “Me felicito todos los días de mi vida por haber corrido mi ego de lugar, desestimando el protagonismo de una panza para dárselo a mi hija. A ella, a nuestro vínculo y a la compañía de su crecimiento. Nuevamente, eso es ‘maternar’”. Andrea Pietra y Any, su hija Quince años después, Andrea asegura que Any “llegó con todos los regalos del mundo”. Todos, incluso un guiño de la abuela. “El deseo se cumplía por completo. Yo había ansiado una nena. Quería que fuese ariana, como yo, porque sé que mi fortaleza, esa potencia para defenderme en la vida, tiene mucho que ver con el fuego de ese signo. Y que se llamase Ana, como mi madre”, cuenta Pietra. “El nombre original de mi hija es Stephanie. Y ya a los dos años, me decía: ‘¡Stephie no, Any!’. No había caso. Las maestras del jardín una vez me preguntaron: ‘¿Le cambiaste el nombre?’ ‘¡No! ¿Por?’ ‘Porque le hablamos y nada… Sólo responde o se da vuelta si la llamamos ‘Ana o Any’ Y así le pasaba a todo el mundo. Ella había resuelto que sería Ana”, recuerda. “Claro… Entendí todo. Ahí fue cuando pensé: ‘¡Otra vez mamá!’”, suelta con gracia referenciando aquella certezas de sus señales. El productor Daniel Grinbank, pareja de Andrea Pietra, y Any, hija de ambos Andrea Pietra y su hija Any Daniel Grinbank y Any, apasionados por la música Any, además de ser “una mujer muy buena gente”, como asegura mamá, es hábil deportista en las canchas de handball, voley y tenis, y una “artista autodidacta” puertas adentro. A la que no sólo le basta su colección de instrumentos musicales que atesora en su cuarto: “Ella quiere estudiar artes escénicas… Muere por actuar en El Eternauta, básicamente”, dispara Pietra. “Cuando se abrieron las pruebas para el musical School of Rock, se volvió loca. Insistía con participar. Pero le dije: ‘No, Any, esa no es una posibilidad’. Va a un colegio muy exigente e ir al teatro, para los pibes, representa gran parte del día. Y no me parece bien que un niño trabaje”, sentencia. “Yo he estado en elencos en los que había chicos y vi como algunos de ellos lo padecían las grabaciones. Me decían: ‘No quiero estar acá’… Todo se debía a la proyección de los deseos de sus padres. Y te juro que, en complicidad con los autores, hacíamos lo que fuese para dejarlos fuera de los libros lo más rápido posible”, revela. Pero ahora, que mi hija ya cumplió sus quince, hay otra conversación: ‘De repente algo cortito… Unas fotos... Eso podría ser’. Lo que no voy a permitir es que asuma un compromiso laboral. Mi función es protegerla. Hay épocas y tiempos para todo”. Any, hija de Andrea Pietra, fanática de Tiana, la heroína de “La princesa y el sapo” Any, la hija de Andrea Pietra, inspirada por la figura de Tiana, la primera princesa afroamericana de Disney Así lució Any, hija de Andrea Pietra y Daniel Grinbank, la noche de la gran celebración de sus 15 años en la que puso en valor sus orígenes El fomento de las aptitudes de Any no es el único que ocupa a Andrea, el de sus orígenes también. “Desde el instante mismo en que nos asignaron a Any, comencé a armar un álbum con sus fotos, comenzando por las primeras que nos iban enviando para que la conociéramos. En ese registro fui anotando todo. Ahí está su historia, siempre disponible para que la revise o la consulte según quiera o necesite”, relata. “Cuando era chica, a veces lo abría, otras no quería… No tenía interés o de repente preguntaba mucho. Son tiempos. La frase ‘la verdad te hará libre’ es tal cual. Mi hija nunca debió investigar nada, porque todo lo que quiso saber estuvo siempre al alcance de sus manos”. Mantienen lazos fluidos con otras familias de chicos haitianos y se valoran las raíces. “Fue ella quien decidió que su vestido de quince fuese inspirado en el de Tiana, de La princesa y el sapo, única heroína negra de Disney. Any está muy contenta de quien es. Lleva con orgullo el color de su piel. Eso es algo que siempre ha puesto en valor. Un indicio muy importante de que, como padres, hemos hecho las cosas bien”. Andrea Pietra y Daniel Grinbank, juntos desde hace 27 años Grinbank no quedará fuera de nómina después de veintisiete años “de convivencia, porque no quise casarme nunca”, aclara, para retomar esta posta luego. ¿Qué aprendió Pietra del amor?, pregunto. “La paciencia. La compañía. El ‘poner el cuerpo’ cuando hay que ponerlo. El ‘estar presente’ al ciento por ciento en los momentos en los que estuve quebrada. Ahí estaba él, siempre al lado. Lo que hizo por nuestra hija… Mientras yo trabajaba, él pasó veinticinco días en el Haití profundo sin comer, durmiendo en el piso… ¡Porque viajó catorce veces!”, enumera sin respiro y dando pie a otra anécdota hilarante que tiene lugar en tiempos en los que la pareja llevaba el tema con absoluta reserva. Por entonces Grinbank producía Agosto, pieza en la que Andrea compartía elenco con Norma Aleandro (89). Y fue así que en cierto momento, esta última, retiró a Pietra del grupo para decirle: ‘Mirá, Andreita… Yo estoy muy preocupada por vos. Daniel viaja a New York cada diez días… ¡Vamos! ¿Ustedes están bien?’, con tono de sospecha y compasivo a la vez. Lo que determinó que la Primera Actriz fuese de las primeras en compartir ese camino con ellos. Andrea Pietra, Daniel Grinbank y su hija Any, hoy de 15 años Y no puedo evitar compartir la escena. Mientras Andrea esperaba aquel 29 de septiembre (2009) para viajar a Haití, Daniel la llamó con la noticia: ‘Tenemos los papeles, mañana salimos para allá’. Fue puntual. A las cuatro de la mañana, y escoltada por sus sobrinos (Matías y Sofía) estuvo firme frente a la puerta de ‘arrivals’ del aeropuerto de Ezeiza. Entonces vio llegar a su amor (“con aspecto de Neandertal”) y a su hija, “con la misma ropita que le había enviado tiempo atrás”. Stephanie estaba dormida. Y de trayecto a casa (decorada con cientos de globos para recibirla), “abrió sus ojitos, me vio, sonrió y volvió a dormirse”. El rayo caía. Pietra sintió que ese “ya era el amor más infinito que conociera jamás” y entendió “por qué no había sucedido todo lo anterior”: Debía ser ella, “mi hija”. Andrea Pietra, Daniel Grinbank y su hija Any, hoy de 15 años “Daniel también me habló de resiliencia”, continúa Andrea en revisión de su leccionario. “Porque yo lo he visto caerse económicamente muchas veces, y siempre volvió a levantarse. Él es un tipo muy joven. Con cerebro muy joven. Tiene ideas, proyectos, ganas, lecturas infaltables, movimiento… Mucho movimiento y una necesidad admirable de seguir aprendiendo. Y, sobre todo, es generoso por demás con todo su entorno. Así como lo es en casa, queriendo a mis sobrinos como propios, lo es en el trabajo… Sí, puede ser un jefe hinchapelotas, es desestructurado y en ese contexto podés irte de vacaciones cuando quieras pero también estar listo para atender su llamado un domingo a las once de la noche. Y yo, que soy muy Sarmiento, le digo: ‘¡No molestes a la gente!’ ‘Ay, Andrea… Yo manejo mis cosas, vos manejá las tuyas’, responde. Pero siempre es abrazador de su equipo”. Andrea Pietra, Daniel Grinbank y su hija Any de trip familiar Ahora sí: ¿Por qué Pietra jamás quiso casarse? “Cuando Any llegó, Dani y yo llevábamos doce años de convivencia…”, comienza. “Para adoptar en Haití se requería cinco años de matrimonio o adopción monoparental. Yo elijo la segunda opción. Pero no había chances de ponerle los dos apellidos, aún no estaba permitido en casos de concubinato. Entonces, cuando la Jueza nos cita para iniciar el trámite, me dice: ‘¿Por qué no querés casarte? Sería mucho más fácil…’ Le respondí: ‘Por cábala. Conozco parejas de hasta catorce años que se casaron y se separaron al poco tiempo. Ella hizo una pausa, me miró y me dijo: ‘¿Sabés que tenés razón? Vamos a hacerlo así. Pero hay que sentar jurisprudencia y eso puede tardar hasta tres años y medio’. Fueron tres. Tres años de un solo apellido… ¡Y finalmente sentamos jurisprudencia en Argentina! Nuestra hija se llama Any Pietranera Grinbank”, explica. Sí, primero Pietranera. Ni siquiera el empleado del Renaper (Registro Nacional de las Personas) pudo contra esa decisión. Porque, según recuerda: “Cuando fuimos a tramitar el DNI de Any, nos dijo: ‘¿Pongo el del padre primero, no?’ ‘¡¿Qué?! De ninguna manera… ¡Evolucionemos juntos!’, le respondí. ‘El mío queda donde está’”, decretó. “Desde entonces, todos las parejas de la comunidad de padres de hijos haitianos, que por lo general habían adoptado monoparental, pudieron sumar sus apellidos. Fue un lindo logro”, evoca. “Y sí, en definitiva, no me casé por superstición. Porque quiero estar con Dani toda nuestra vida”. ‘Negrita, ¿sabés que volando así de bajito sos el éxito de tu vida?’, le digo en la despedida. “Estoy muy contenta de lo que soy, de lo que fui alcanzando, de lo que tengo. Todavía queda mucho por aprender…¡Muchas cosas! Y espero que haya nafta suficiente para el resto del camino, especialmente por y para ella”, suelta respecto de Any. “Y por ver crecer a mis nietitos… ¡Que chocha estaría!”, imagina. “Mientras –y como aquella vez, a los catorce, al salir del San Martín– voy honesta y muy fiel en el camino de mis deseos. Hasta ahora pareciera que se cumpliéndose… ¿No?”

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