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  • El impresionante silencio de Javier Milei

    Parana » APF

    Fecha: 24/08/2025 16:30

    Hasta el momento, el Presidente no desmintió que los audios fueran verdaderos. Nadie tampoco se atrevió a decir que no hubo coimas. La actitud de las principales figuras del Gobierno contrasta con su habitual locuacidad. domingo 24 de agosto de 2025 | 15:33hs. Nota de opinión porErnesto Tenembaum “En pocas semanas, la sociedad argentina será sometida a una experiencia muy singular. Cuando millones de personas concurran a las urnas, sabrán que el principal referente de uno de los proyectos en disputa les ha mentido. La relación entre poder y mentira, o sobre la necesidad de mentir para sobrellevar nuestras vidas miserables, ha sido explorada de manera muy rica por historiadores, novelistas y filósofos. Miguel de Cervantes, Maquiavelo o -mucho más cerca en el tiempo- Javier Cercas, en El impostor, son tres de los tantos autores que recorrieron el asunto. No es un tema nuevo en la historia de la humanidad: la persona que miente, el político que miente. Pero pocas veces esta cuestión ha quedado a la vista de manera tan descarnada y humillante para todos: para la persona que engañó y para quienes fueron engañados. De manera que, en apenas algo más de un mes, se sabrá cuántos argentinos están dispuestos a apoyar a un Presidente, a pesar de tamaña defraudación. De ese resultado se podrá obtener al menos un acercamiento a la valoración que hace la sociedad argentina acerca de la mentira y la verdad”. Hace exactamente cuatro años, esta columna arrancó con el párrafo que antecede. No se refería, claro, a la aparición de audios donde un funcionario del entorno presidencial acusaba a la hermana de este Presidente de desviar dinero destinado a los discapacitados. El tema en ese momento era la aparición de una foto donde aquel Presidente aparecía en el cumpleaños de quien era su esposa sin respetar las normas de la cuarentena. El mismo Presidente que imponía restricciones estrictas a la vida cotidiana, que amenazaba con detener personalmente a los transgresores, ese paladín de la cuarentena al mismo tiempo desmentía en privado de todo lo que decía en público. O sea, el Presidente construía una ficción, una fake news sobre sí mismo, decía que era lo que no era, que hacía lo que no hacía. Ese día terminó la presidencia de Alberto Fernández. Se podrían llenar varios programas de televisión con la discusión acerca de si es más grave esto o aquello, si es peor desviar dinero de los discapacitados o festejar con la familia cuando todos los demás tienen prohibido hasta despedirse de quienes estaban por morir. En cualquier caso, ambos episodios juegan al límite con un asunto muy sensible: la credibilidad de la persona que conduce al país, su palabra, sus códigos, sus valores morales, la base de la autoridad. En aquel caso, el de hace cuatro años, la foto era un elemento demoledor, inapelable. En este, la investigación recién empieza. Pero el extraño recorrido del Presidente en los días posteriores al estallido del escándalo lo interna en un camino peligrosísimo, y lo enfrenta a un espejo muy degradante. La primera reacción presidencial se produjo el jueves a las 0.22, cuando ya el escándalo de los audios inundaba el debate público. En ese minuto, el Gobierno anunció por un tuit que había echado a Diego Spagnuolo, el abogado del presidente que, hasta ese momento, conducía la devastada Agencia Nacional de Discapacidad. No lo informó el presidente Javier Milei, ni el vocero presidencial Manuel Adorni: se trató de un texto subido por le cuenta de X llamada “Vocería presidencial”. Es decir, nadie ponía la cara para defender la decisión: era un pronunciamiento de una entidad burocrática. X

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