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  • Manolete y Cano, la tragedia en el objetivo

    » Diario Cordoba

    Fecha: 24/08/2025 04:32

    En 1952, el gran maestro de la fotografía Henri Cartier-Bresson publicaba su emblemático libro Images à la sauvette. Una gran antología de su obra donde desarrollaba su célebre teoría del instante decisivo. Con este concepto, el fotógrafo francés aspiraba a anticiparse un momento en el fluir de la vida para disparar su cámara y conseguir congelar en una instantánea para la historia esa fracción de tiempo. Eso mismo fue lo que logró Francisco Cano Lorenza, Canito (Alicante 1912-Liria 2016), en la tarde del 28 de agosto de 1947, cuando captó la cogida de Manolete en la plaza de toros de Linares, una imagen icónica que marcó toda su carrera profesional y por la que siempre será recordado. Paco fue el perfecto arquetipo de una raza hoy ya casi extinta: el fotógrafo taurino. Aunque antes de reportero, Cano fue -bueno, intentó ser- boxeador y torero. Dos de las pocas alternativas para salir de la pobreza en la España de la posguerra. Pero, como el propio Cano le confesaba a Manolete en una charla el mismo día de su muerte: «El más bruto del toreo he sido yo». A pesar de ello, fue su conocimiento de la tauromaquia lo que lo convirtió en un gran profesional de la cámara, con la que se ganaba la vida vendiendo sus imágenes a particulares, medios de comunicación y toreros o, como diríamos hoy, un freelance. Esa independencia fue la que le llevó el fatídico día a la feria de Linares por encargo de otro de los diestros de la terna, Luis Miguel Dominguín, como el fotoperiodista le relataba al escritor Filiberto Mira para su libro Manolete, vida y tragedia. La cuadrilla de Manolete retira al torero tras la cogida. / Francisco Cano/Museo Manolete de Villa del Río/Colección Paco Laguna Cano llegó a la localidad jiennense la misma madrugada del 28. Esa mañana, temprano, el retratista se lanza a fotografiar el ambiente festivo del pueblo en fiestas, le enseña a Manolete un reportaje que le había realizado en Badajoz, sin duda para ver si el matador cordobés se lo adquiría, y acompaña a Camará, su apoderado, al sorteo de las reses del festejo. Por la tarde, ya en el coso, el fotógrafo consigue que el presidente de la corrida le autorice a acceder al callejón, espacio clave para poder trabajar durante la lidia con cercanía y cierta movilidad, y que lo convierten en el único profesional acreditado de la corrida. Al repasar hoy sus fotografías publicadas del reportaje de Linares, sorprende la prodigalidad con que Cano disparó su cámara ese día. Son los años de la autarquía en nuestro país y, además de cara, la película fotográfica era difícil de conseguir. Por ello, los profesionales se pensaban muy mucho cada instantánea que tomaban. Sin embargo, Francisco parece intuir que va a ser un día para la historia y no deja de inmortalizar ni un detalle del festejo, captando desde los preparativos previos de los distintos profesionales en el coso, el ambiente en el tendido, los personajes que desfilan por el burladero o el paseíllo de los espadas. Y, a partir de ahí, todos los lances de la lidia con un especial seguimiento al torero de Santa Marina, al que le realiza dos imponentes instantáneas: un bello retrato sonriendo desde el tercio y un expresivo desplante en el que el Monstruo le agarra el pitón derecho a Islero, el toro de la tragedia, mientras mira al tendido. Las cuadrillas inician el paseíllo en la plaza de Linares. / Francisco Cano/Museo Manolete de Villa del Río/Colección Paco Laguna El instante decisivo Hasta aquí, la imágenes de Cano son simplemente correctas, de una estética más bien pobre, tanto por la escasa calidad del material fotográfico como por la falta de un teleobjetivo, muy raros por entonces, que le permita tomar escenas más próximas a la acción. Paco fía todo el valor de sus tomas a algo fundamental en la fotografía taurina: su saber torero para capturar el pase perfecto. Una destreza que le permite captar el instante decisivo de la tarde. Esa centésima de segundo en la que el astado de Miura clava el pitón en el muslo derecho del diestro cordobés mientras este tuerce el gesto de dolor. A partir de ahí, la pericia y la frialdad del fotógrafo es asombrosa, ya que la Leica del fotoperiodista, como le confirmó a nuestro compañero Rafael de la Haba en una entrevista en 1997, no tenía motor de arrastre de la película. Un accesorio recién inventado en 1940 y por entonces nada habitual entre los profesionales. Esto implicaba que Cano tenía que desplazar manualmente la película después de cada disparo. Una acción que podía requerir entre dos y cinco segundos, según la habilidad de cada profesional. Y, en un suceso de acción, esto es una auténtica eternidad de tiempo. A pesar de ello, asombra su increíble templanza y rapidez para realizar en los momentos posteriores a la cornada, al menos que se conozcan, hasta cinco tomas: la primera muestra a Manolete arrollado en el ruedo por el astado; la siguiente es un caos donde varias personas acuden a socorrerlo cuando aún se encuentra postrado en el albero; la tercera es la toma mil veces reproducida en la que el cordobés es sacado del ruedo en brazos por los miembros de su cuadrilla mientras su rostro se quiebra de dolor, y las dos últimas, en las que el reportero parece que saltó al ruedo para tener un mejor ángulo, capta la piña de personas que transportan al diestro y en las que ya tan solo se le entrevé. Desplante de Manolete a 'Islero'. / Francisco Cano/Museo Manolete de Villa del Río/Colección Paco Laguna Como un documentalista Pero tras la impresión del suceso, Cano, de nuevo, intuye la trascendencia de la cornada e inmediatamente se traslada al desolladero para fotografiar a Islero antes de ser descuartizado. Posteriormente, y cual experto documentalista, el reportero se lanza a retratar todos los lugares claves de la jornada: la enfermería, después del traslado de Manuel al Hospital de los Marqueses de Linares, la habitación de hotel del torero, el personal que le atendió o la expectación del público al finalizar el festejo. Por si fuera poco, como reflejaban las páginas del diario Pueblo del 29 de agosto, «el fotógrafo Cano ofrece su sangre para Manolete». Aunque finalmente esta es rechazada por la de otro donante más compatible. Francisco, como era tan habitual entre los corresponsales de provincias hasta no hace tantos años, sale disparado en coche para la estación de tren de Baeza, donde le entrega los carretes al jefe de tren para que los traslade a Madrid y sus imágenes puedan llegar a las principales redacciones de la capital y en los siguientes días a las de todo el mundo. Lupe Sino junto al torero cordobés en el hospital de Linares. / Francisco Cano/Museo Manolete de Villa del Río/Colección Paco Laguna Un reportaje histórico Poco antes del amanecer del día 29, lo avisan en su hotel de que Manuel había fallecido. El fotógrafo se cuelga la cámara y se traslada al hospital, donde completa el icónico reportaje, inmortalizando el cadáver del torero rodeado de sus allegados, entre ellos Lupe Sino, su compañera. Una toma que, sorprendentemente, no fue publicada por los medios, que optan mayoritariamente por un primer plano del rostro del diestro de cuerpo presente o la de los miembros de su cuadrilla velándolo. Pero el reportero no para y fotografía a los numerosos linarenses que se trasladan al hospital, convertido en improvisada capilla ardiente, a homenajear al cordobés y, por último, la salida del cuerpo de Manuel camino de Córdoba. Unas imágenes que cierran un reportaje tan histórico para la fotografía española como lo es el propio fallecimiento del torero para la historia de la tauromaquia. A los pocos días de la tragedia, Cano vuelve a Linares para realizar una información para la que él mismo se inmortaliza en el ruedo en el lugar de la cogida o con el equipo médico y el sacerdote que atendió al Monstruo, finalizando esa especie de peregrinación en Córdoba, donde es recibido por doña Angustias, madre de Manolete, con la que también se fotografía. En la actualidad, en la era de los teléfonos inteligentes, en la que todo es fotografiado y grabado, puede sorprender que Cano fuera el único fotógrafo profesional en la plaza de Linares, como siempre se ha afirmado. Y es que en esos años tan duros, no solo había pocos profesionales, sino aún menos aficionados a la cámara que se pudieran permitir el lujo de hacer fotos por placer. Sin embargo, no sabemos por qué se olvidó que otro retratista captó el momento de la tragedia. Eso sí, este se encontraba en el tendido, retratando el mismo instante, aunque desde una gran distancia y desde el ángulo contrario al de Cano, por lo que sus dos instantáneas son muy inferiores en calidad y expresividad. Pero la autoría de estas tomas es confusa, ya que dependiendo del diario que las publica se las firma a profesionales diferentes: Ortiz, en La Jornada de Valencia, o J. Baras, en el prestigioso semanario El Ruedo. Además, el rotativo madrileño Pueblo incluyó durante varios días en su portada un anuncio de la venta de una colección «histórica» de doce postales fotográficas por la nada desdeñable cifra en aquellos días de 25 pesetas. Las tarjetas, entre ellas las dos de la cogida realizadas desde el tendido, eran distribuidas desde el estudio linarense del retratista local Antonio Linares, quien compartía la autoría de las imágenes con J. Baras. Para rematar el embrollo, el reportero madrileño Ortiz realiza en la mañana del 29 de agosto una instantánea al propio Cano en la cabecera de la cama donde yace Manolete. Cano, arriba, vela a Manolete. / Ortiz Una rúbrica que en el caso de Cano está fuera de toda duda, ya que este, como siempre ha sido norma entre los fotógrafos taurinos, firmaba todas sus fotografías a mano con su apellido en un lugar bien visible de la imagen. Además, Francisco siempre rechazó que él se hubiera lucrado con la muerte de Manolete más allá del normal pago por su trabajo. Lo cierto es que lo que no rechazó fue el reconocimiento por sus fotografías, algo que le permitió afianzarse en la profesión y seguir en activo casi hasta su mismo fallecimiento en 2016. Una trayectoria profesional muy especializada en el mundo taurino, y que se vio reconocida con el Premio Nacional de la Tauromaquia a su larga trayectoria en 2014. Hoy, tras su fallecimiento, el reportaje íntegro de la cogida, su gran legado, lo custodia Paco Laguna en el Museo Manolete de Villa del Río, que generosamente nos permitió estudiarlo, y donde por suerte este pedazo de la historia de Córdoba se encuentra a disposición de visitantes e investigadores. Suscríbete para seguir leyendo

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