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  • Leticia Obeid: “El arte está produciendo objetos de lujo realmente ridículos”

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 23/08/2025 05:25

    Leticia Obeid: “El arte está produciendo objetos de lujo realmente ridículos” En el cine, el coming-of-age refiere al paso de un personaje juvenil a la adultez. A partir de una o varias situaciones que producen una marca que determina esa transición inevitable, una fuerza que la empuja más allá de sus deseos. Esta noción puede asociarse a la Primera edad que es, a su vez, el nombre de la muestra de Leticia Obeid (Córdoba, 1975) en la galería Hache, donde la artista revisita sus años de formación para explorar cómo los gestos y temas de sus inicios tienen conexiones con su producción actual. Hay, en ese sentido, una serie de fotografías análogicas colocadas, casi al nivel del suelo, que forman una especie de fotograma fílmico; imágenes que Obeid sacaba cuando regresaba de estudiar desde la capital de la provincia serrana a su pueblo, Noetinger, que marcan de manera poética esa transformación y, a la vez, revelan cómo la cuestión de la captura de momentos marcaría su producción posterior, a partir del uso del video. "Primera edad" de Leticia Obeid, en galería Hache Hay en ese gesto, casi compulsivo, una pulsión por documentar lo efímero, por capturar instantes que para otros serían una rutina o un viaje irrelevante, pero que revelan una construcción sobre su propio recorrido, su manera de relacionarse con un mundo que por más que fuera de repetición no dejaba de ser extraordinario y necesitaba ser eternizado. La puesta en el espacio del barrio Villa Crespo recorre lo archivístico, sí, y plantea al mismo tiempo un juego sobre cómo se construye la propia memoria y, al mostrarlas, cómo se condiciona la visión del otro, qué es aquello que elegimos mostrar, un comportamiento que se extiende más allá de lo artístico ya que, en estos tiempos de cámaras en todos lados, se convirtió en una operación cotidiana a través de las redes sociales. Las piezas desplegadas en la expo recorren la producción de Obeid de 1998 a 2003, antes de su desembarco en Buenos Aires, su etapa final del coming-of-age, que hasta ahora nunca habían sido mostradas, y en los trazos de los dibujos, las frases al azar y los trapos intervenidos remiten a la inocencia del descubrimiento, a un constante autoreconocimiento, como a su vez de una estrategia de activación en el presente: una continuidad del ser creativo indivisible. Autorretrato de 1993 “Empecé a armar mi archivo el año pasado y las chicas de la galería, que están trabajando con la idea del archivo, me propusieron hacer una muestra de mi obra de la época que quisiera. Y yo elegí la más vieja”, comenta Obeid sobre el origen de la idea, en un recorrido con Infobae Cultura. En el conjunto de piezas surgen, constantemente, la experimentación y el cruce de lenguajes: dibujos, fotografías, videos, textos, objetos y registros de acciones tempranas. En ese ir y venir aparece la escritura, como gesto plástico y conceptual, que sería otro de los elementos centrales de su producción. Lejos de proponer una mirada anclada en el pasado, Obeid presenta una invitación a reconsiderar el valor de los comienzos, en la que una etapa vital y formativa funda los sentidos y perfila los gestos y posibilidades de un futuro siempre incierto. Esta perspectiva se refuerza con la inclusión de un precioso cuadernillo en formato de fanzine, co-producido junto a Ripio editora, que acompaña la exposición, en la que se reúnen recuerdos, hipótesis e impresiones sobre aquellos años, en el que el pensamiento de la artista se expresa en todo su potencial y al que se recomienda leer en voz alta. Un cuadernillo en formato de fanzine, co-producido junto a Ripio editora, acompaña la exposición En la sala contigua a la muestra, en una computadora, se puede acceder al archivo en video de Obeid, con obras como Auriculares, realizado en una residencia en el Atlantic Center for the Arts, donde diferentes personas cantan su canción favorita sin escucharse a si mismas, o Maqueta, en la canta una canción de los Beatles o 23 cuadras, en la que une la mítica Casa 13 con la céntrica Galería Cinerama, donde realiza una instalación con los restos de tela desechados por un taller de costura junto a Laura del Barco, todas de 2001. Durante el recorrida, la también autora de Frente, perfil y llanura (Caballo Negro, 2013), Preparación para el amor (Caballo Negro, 2015), Escribir, leer, escuchar (Blatt & Ríos, 2015) y Bajo sus pies (Blatt & Ríos, 2020), reflexionó sobre otros momentos de su carrera, la relación con la escritura y la escena cordobesa de los 90, entre otros temas: — ¿Cuándo y cómo comenzaste con el video? — Empecé a hacer video en 2001, puntualmente. Después, en el 2004, cuando me vine para Buenos Aires, no tenía taller y casi lo único que hice por mucho tiempo fue video, porque era como lo más portátil que tenía para hacer y porque me interesaba no producir más objetos. Estaba en un conflicto que no se me fue. — ¿Por qué decís que no se te fue? — Porque me parece algo bastante absurdo del arte que se sigan produciendo objetos. Se me hace muy raro eso. Y es una práctica que está muy arraigada. En contraposición con la escritura, que sí produce objetos, pero que pueden ser objetos digitales o industriales. Pero el arte está produciendo objetos de lujo realmente ridículos, mientras los seres humanos se están cayéndose a pedazos. Es más difícil de justificar lo del arte. Hay un moralismo que a mí no se me va o no se despega de mi propia producción. ¿Vos sabés por qué estás haciendo esto? Qué sé yo, no sé. Entonces, en esta muestra, veo que ya me estaba pasando desde ese momento. En la sala contigua a la muestra, en una computadora, se puede acceder al archivo en video de Obeid — ¿Pero vos sentís que eso, el conflicto con el objeto, fue importante o una condición para que pasaras a la escritura que, más allá de libro, posibilita generar otros discursos? — Sí, fue algo importante. El video para mí tenía esa maravilla de que era inmaterial. Ahora entiendo que no lo es, que siempre necesitan un soporte, claro, pero en ese momento era una solución porque podía tener todo: la narración, la performance, la acción, la imagen, el sonido. Mis primeros videos tienen mucho que ver con la performance, con la música. Entonces era como la síntesis perfecta, sin tener que fabricar un objeto. Insisto que ahora sé que también es un objeto. Pero en ese momento me parecía que era una buena solución de compromiso. — Claro, ¿y dónde creés que tiene origen ese acercamiento? Porque, pienso, quizás tenga que ver también con la propia proyección que tenías sobre vos en ese momento, con lo que querías hacer en el futuro y claramente lo mantuviste. — Sí. Y también con esa ruptura entre la escena cordobesa y la porteña, que cuando yo llegué también me chocó lo objetual de la producción de acá. En ese momento, 2004, 2005, ya había un mercado de arte. Me llamaba la atención que todo el mundo estuviera pintando todavía, cuando en Córdoba la pintura era lo que no queríamos hacer, porque esa era la institución con la que nos habíamos peleado. No queríamos pintar. Teníamos pintura de paisaje y el burrito, qué sé yo. No queríamos ser como esos carcamanes que pintaban y encima en un mundo patriarcal. Entonces todas hacíamos otras cosas y un poco hasta traté de agarrar ese espíritu de época en un relato, porque es una historia que no se conoce, que no está escrita tampoco, lo potente que fue el arte cordobés en los ’90. Un lugar muy hermoso, muy experimental, cero mercado. Entonces el video era como una bisagra entre los dos mundos. — Claro, en Buenos Aires los ‘90 se asocia generalmente a todo lo que es el “mundo C.C. Rojas”, etcétera, que era objetual, en general. Es como si no hubiera pasado otra cosa. — Sí, sí. Bueno, toda la historia del Rojas me parece muy monótona también, porque ya lo he escuchado tantas veces sin haberla visto y me parece que en el arte argentino pasaban muchas otras cosas que no eran solo esas, ¿no? Pero bueno, a esa historia yo llegué tarde, entonces también no tengo eso afectivo. — ¿Y por dónde ingresa la escritura? — Vino por otro lado y fue otro permiso que me tuve que dar. También en Córdoba la escritura era algo tan sagrado, tan que podían hacer muy poquitos, que recién viniéndome y empezando a ir a talleres y cosas, eso cambió. Igual en los últimos años que estuve allá trabajaba en una revista digital que se llamaba Fe de Rata, que me da pena no haberla incluido en la historia porque era una cosa que hicieron unos pibes muy jóvenes, entre los que estaban Fede Falco, Luciano Lamberti, que se convirtieron en grandes escritores. Ellos habían armado esa revistita para empezar a ejercitar una especie de periodismo cultural informal, escribir sobre muestras, cosas que veíamos o que leíamos. Entonces había una historia con la escritura ahí, claro, pero acá de a poquito empecé a entrar a ese mundo, me encantó, y empecé a escribir. Las piezas desplegadas en la expo recorren la producción de Obeid de 1998 a 2003 — ¿Te consideras más artista plástica o escritora? — Artista plástica, desgraciadamente. Creo que es un lastre, pero sí es mi mundo, es mi experiencia más larga. Aunque la escritura me hace más feliz. — Es como que, por definición propia, si tuvieras que identificarte, preferirías hacerlo a partir de la escritura, pero elegís hacerlo a partir de una historia plástica recorrida, pero tu deseo se asienta en la escritura. Hay un conflicto ahí. — Es un conflicto que no termino de resolver porque son dos mundos también muy comunicados, pero son diferentes. Son circuitos, como dispositivos diferentes. Pero también me peleé un poco también con la idea de que la literatura sea algo tan instituido. Invité a mi familia a 500.000 muestras, me he ganado becas, he andado por el mundo, pero cuando dije “Ah, escribí un libro” fue como “guau, la nena escribió un libro”. — Te miran por primera vez de otra manera, con respeto. — No tan así, pero con respeto hacia lo que hacía. La literatura toma un atajo muy fácil hacia lo que está bien. Supuestamente, las artes visuales en Argentina siempre están en un lugar mucho más paria. Es la cosa más renegada que tiene el arte y cómo se piensan las cosas el arte. Pero bueno, también el mundo del arte es muy complejo, que hoy lo manejan los poderes económicos. Heavy metal. Es re clasista, muy complicado. — Sí, y también hay una mirada en donde el arte se ha colocado justamente, por todas estas circunstancias, en un lugar un poco inaccesible, cuando al mismo tiempo es una expresión personal muy accesible. — Cualquiera puede pensar un problema a través del arte y hacer la obra que quiera. O sea, ¿querés aprender a hacer algo en el arte? Querés aprender carpintería, lo podés hacer. Esa es una forma de conocimiento. Como esa cosa de que cada uno hace lo que tiene ganas de hacer como puede. En la literatura es todo mucho más cerrado. Me he dado cuenta con el tiempo que es un mundo con muros que no dejan entrar a cualquiera y al mismo tiempo, es más democrático en otras cosas. Es muy barato escribir. No te hace falta nada más que una lapicera. No es como pintar al óleo o hacer una foto. Imprimir es caro, igual yo trato de hacer cosas muy baratas siempre. Y esto tiene algo de eso, de ese espíritu, de ese momento que era hacer todo con normalidad siempre. — Un DIY barato. — Sí, pero fijate que los dibujos que han sobrevivido son los que fueron hechos en los mejores papeles. Nos reíamos porque se ve que ahí tenía plata y me compré unos buenos papeles. En el conjunto se realiza un cruce de lenguajes: dibujos, fotografías, videos, textos, objetos y registros de acciones tempranas — O sea, al fin de cuentas la materialidad es importante. Pensaba que esta veta de unir artes plásticas con creación literaria era más común en los carcamanes: artistas que pensaba su obra o el mundo a partir de su obra y teorizaba a través de textos. Es algo que viene de la época de las vanguardias y que tuvo cierta continuidad en el tiempo, pero que se fue perdiendo. — A mí eso me gusta también, que el artista pueda pensarse como alguien que no es especialista en nada, simplemente está conectando cosas. Hay muchos modelos de artistas. A mí me interesa ese artista que no es muy especialista en nada, sino que se puede especializar en un tema porque lo estudia durante un tiempo. Pero siempre fue complicado, me parece, en Argentina integrar esos dos mundos, porque la literatura fue siempre muy sagrada. Desde la colonia en adelante, ¿quién escribía?, los abogados. Borges es Borges y su hermana, Norah, borrada del mapa, porque era pintora y si bien había conexiones entre esos mundos la apreciación no era la misma. — Hoy están bastante desconectados esos mundos. — Pero cada vez menos. Por ejemplo, hay muchos artistas que escriben, grandes artistas de la época, como Fernanda Laguna. — Pero son justamente los que hicieron ese camino desde las artes plásticas a las letras. No sucede al revés. — Si, es muy interesante eso. Para mí es parte de una vieja tradición de supremacía de la literatura. No sé. Yo tengo amigos escritores que les gusta el mundo del arte, pero miran un poco y después se van. Usan los mismos latiguillos, ellos viven en su propia cueva y está bien. Yo haría lo mismo si pudiera. Pero voy de una cueva a la otra. Pero bueno, ya no me peleo más con eso porque es parte de mi manera de hacer. ¿Es como el camino. Cuando escribo, dejo de hacer imágenes. Cuando estoy haciendo imágenes, dejo de escribir. Mi último libro (Galería de copias, Ripio), que fue en 2023, me hizo como un corte de lo visual de dos años. Recién ahora estoy con ganas de volver a pensar un video, volver a fabricar un objeto visual y sonoro. Me gusta pensar que uno puede ir como saltando, pero es complicado, muy complicado. — Con respecto a tu proyecto en el Centro Espigas con el acervo de Aída Carballo, ¿cómo nació ese interés?, ¿tiene que ver con el uso de la línea que está todo el tiempo en tu obra? — Lo de Aída fue porque me hicieron esa propuesta de trabajar con los archivos y la agarré. Fue un trabajo sobre los documentos personales de ella, no tanto sobre su obra visual, pero sí el hecho de que ella era dibujante me parece de lo más fascinante. Pero también el dibujo es un lugar indefinido, ¿no? O sea, cuando empecé a archivar mis cosas, empecé a encontrarme con que no sabía si catalogarlas como pintura, como dibujo. Y yo preferiría que pensemos todo como dibujo. Pero bueno, es medio arbitrario. Y Aída era una dibujante, también escultora, ceramista, pero sobre todo era una gran dibujante. Y una mujer de la que se dijo que estaba loca. Mucho tiempo se leyó su obra a través de eso, que fue un capítulo de su vida. Sus problemas psiquiátricos no eran algo constante. "El dibujo es un lugar indefinido", dijo — Yo veo tus dibujos y veo conexiones con los de Aída. Hay algo de lo mínimo en el trazo que aparecen en tu obra y en la de ella. Pensé que quizás la conexión venía de ahí, pero fue otro el camino. — Sí, me encanta la figura de la dibujante porque sabe que es un territorio medio vedado también. Toda esa producción mía, lo que estaba haciendo, me encantaba, si la miro a la luz de lo que hice después, con procesos mucho más conceptuales, mucho más exigidos intelectualmente. Y qué lindo eso también, algo del lado del capricho del artista que no está metida en un proyecto a largo plazo, que son cosas que hice después. No me arrepiento de haberlas hecho, pero fueron más esforzadas y en este momento era más... No sé si se puede distinguir entre lo emocional y lo intelectual. Yo creo que no, pero pareciera ser que eran procesos más emocionales que otra cosa donde lo intelectual se acomodaba a eso. — Como si la mayor libertad en un punto esté ligada a tus épocas de estudiante, donde no tenías como la mirada del otro todavía puesta sobre lo que producías. — Además, mientras sos estudiantes las consignas las pone siempre otro. Igual estas cosas ya las hice pensando en mostrarlas en mi primera individual, que fue a los 23, en que iba a haber un espectador que no era académico. Pero había como una reescritura muy libre en ese momento, porque, por ejemplo, todo esto era una serie de objetos que hice de tela para mi tesis, que fueron objetos, eran restos de una mesa de cortes y yo hice toneladas de estos objetos y los metí en un negocio en Córdoba (NdR: 23 cuadras) que solo se podía ver desde afuera en la Galería Cinerama, que eran lugares muy decadentes. O sea que ya había algunas reflexiones sobre el contexto del arte y todo, pero todo muy pulsional. Ahora rescaté unos videos que filmé con Laura del Barco, que era mi compañera de tesis, que hicimos como un recorrido llevando un hilo por la ciudad y lo filmamos. Empecé a encontrar videos en los que hacíamos parodias de reality shows de música también. — ¿Y cómo te sentís hoy mirando este material que "smells like a teenage spirit"? — Me encanta. O sea, como que veo esto y digo ¡Guau! Yo quiero volver a hacer esto. Quiero volver a esa forma de trabajar. Creo que esto es algo que se vuelve a abrir. Que sea realmente mucho más caprichoso. Esa bronca también, que la tengo todavía, la furia. — ¿Y en qué crees que canalizas hoy esa furia? Digo, si la sacaste del espacio del arte donde la estás dosificando de otra manera. — De otra manera, en la escritura, hay bastante. Pero también yo a la escritura la hago como autodidacta. Entonces nunca sé bien qué estoy haciendo, bastante a ciegas. Pasan los años y sigo haciéndolo a ciegas. No entiendo bien lo que estoy haciendo ahí, pero no me parece que haya que entender lo que uno hace tampoco. *“Primera edad”, de Leticia Obeid en la galería Hache, Loyola 32, CABA. De lunes a viernes de 14 a 19 h, hasta el 4 de octubre. Otros horarios con cita previa. Entrada gratuita. Fotos: Gentileza Galería Hache / Lucía Bonells

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