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  • “Los huesos no mienten y nunca olvidan”: los inicios y las tareas en más de 70 países del Equipo Argentino de Antropología Forense

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 20/08/2025 03:02

    El EAAF empezó a trabajar con los restos de los desaparecidos en la última dictadura militar argentina. Luego continuó con los crímenes y violaciones de los derechos humanos en las democracias, como femicidios y delitos contra los migrantes, en diferentes partes del mundo Las noticias llegaron desde Jujuy. Un supuesto asesino serial, que mataba gente que vivía en la calle. Una delegación del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) viaja a la capital provincial para sumarse al caso. El horror es inimaginable, pero nada de lo que se puedan espantar. En el plan de trabajo, saben que habrá una inspección de la precaria vivienda del barrio Alto Comedero donde vivía el acusado, Matías Jurado, y del cauce de un arroyo, ubicado a 300 metros de la casa donde, al parecer, emborrachaba a sus víctimas para luego asesinarlas a machetazos y descuartizarlas. Se sospecha que Jurado pudo haber enterrado restos de sus víctimas y que también habría arrojado bolsas desde un puente, en basurales. El fiscal espera las directivas del EAAF, cuerpo experto en la pericia, para hacer las excavaciones. Había sido una semana fatigosa. Antes de viajar a Jujuy, el equipo identificó el cuerpo de Diego Fernández Lima, desaparecido en 1984 y hallado en mayo en el jardín de un chalet, al lado de una casa en la que vivió Gustavo Cerati. La identificación llevó un mes de trabajo. Y paralelo a eso, y por pedido de la Comisión Nacional de Monumentos, Lugares y Bienes Históricos, el EAAF había participado de la manipulación de los restos del sargento Juan Bautista Cabral, tras 212 años del combate de San Lorenzo, para que finalmente retornen a Saladas, su tierra natal correntina. Rigor técnico, prestigio mundial y una agenda a destajo, a poco más de 41 años desde su creación, el 23 de mayo de 2024 lleva a los integrantes del EAAF no sólo a distintos rincones de Argentina, hasta llegar a los cuerpos de Malvinas, sino a todas partes del mundo. Así es como, en los últimos tiempos, participaron en la pesquisa de la represión de la protesta social en Perú; en la desaparición de cuatro niños en Guayaquil; en los cotejos genéticos de los desaparecidos de la dictadura en Uruguay entre 1973 y 1985; o en el Proyecto Frontera, con la identificación de migrantes desaparecidos y restos no identificados en la ruta por Centroamérica, México y Estados Unidos. Sin ir más lejos, en diciembre de 2024, recibió un nuevo reconocimiento en tierras extranjeras, al ser distinguido en Uruguay con el Premio Internacional de la Fundación Mario Benedetti, junto a la organización Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos y el Grupo de Investigación en Antropología Forense (GIAF) de ese país. Fue poco tiempo después de que ocurriera la identificación de Amelia Sanjurjo Casal, militante política que había sido secuestrada y desaparecida en 1977 en Montevideo. Amelia tenía 41 años y había sido vista con vida por última vez en el centro clandestino de detención La Tablada. Sus restos fueron hallados y recuperados por el GIAF en el Batallón de Infantería Paracaidista Nº14 de Uruguay, en junio de 2023, y allí la Justicia uruguaya solicitó la colaboración del EAAF, que puso a disposición su base de datos de familiares de Argentina, Paraguay y Uruguay. Finalmente, después de unas pericias de rigor, el Laboratorio de Genética Forense del EAAF determinó que los restos hallados pertenecían a Amelia. El EAAF trabajando en las Islas Malvinas con los cuerpos de los soldados argentinos Patricia Bernardi es una de sus integrantes históricas. Como experta en la aplicación de las técnicas de la arqueología y antropología biológica en cuerpos enterrados como NN durante la última dictadura militar en Argentina, suele dar testimonio en juicios de lesa humanidad. En una audiencia reciente en La Plata por los centros clandestinos de Cuerpo de Caballería y Comisaría 8va., compartió un Power Point donde describió el contexto en el cual fueron encontrados los huesos. Habló del sector 134 del cementerio de Avellaneda: allí había fosas comunes cavadas por orden policial. Y del caso de Ana Teresa Diego, secuestrada el 30 de septiembre de 1976 en La Plata y cuyos restos fueron exhumados de una fosa común de ese cementerio. Al momento de su secuestro, Ana tenía 21 años y era estudiante de Astronomía en la Universidad Nacional de La Plata. En diciembre de 2011 la Unión Astronómica Internacional le puso el nombre de “Anadiego” a un asteroide, en homenaje a su memoria. Un fragmento del testimonio judicial de Patricia Bernardi fue el siguiente: “Ana Teresa Diego se exhumó del cementerio de Avellaneda. Para que tengan una idea del contexto de lo que sucedió en el sector 134 del cementerio de Avellaneda, voy a decir que el primer acercamiento que tuvimos fue en 1986, cuando la Cámara Federal da lugar a una denuncia sobre los posibles restos del periodista Rafael Perrota. Indudablemente no había un trabajo de investigación previo y cuando llegamos nos dimos cuenta que se trataba de una fosa común. Por lo cual decidimos parar el trabajo y escribimos nuestro informe diciendo que se necesitaba una infraestructura mucho mayor. En 1987, la mamá de María Teresa Cerviño, Matilde Cerviño, nos nombra como peritos en la causa, y a partir de ese momento accedimos a toda la información. Todavía seguimos con el proceso de identificación de otros restos del cementerio de Avellaneda”. En aquellas épocas primigenias trabajaron bajo la guía de un renombrado perito forense internacional. El rostro simpático y ajado de Clyde Snow es el puntapié del notable documental El Equipo, dirigido por el méxico-estadounidense Bernardo Ruiz, donde se cuenta la historia del EAAF. Son los años antes de su fallecimiento, en 2014, y Clyde Snow entra a paso lento en su casa mientras fuma un habano. La cámara lo sigue de cerca. El antropólogo forense norteamericano que había trabajado desenmascarando casos como el de John Wayne Gacy, “el payaso asesino” que mató a 18 jóvenes y los enterró debajo de su casa, cuenta la escena fundacional: cuando recibió un llamado para visitar la Argentina en 1984 porque “había familias que estaban desesperadas por encontrar a sus seres queridos”. La misión era la de un experto: armar un equipo para exhumar los restos, y así fue que, entonces, conoció a un grupo de “jóvenes notables” entre estudiantes avanzados y graduados de las facultades argentinas, como ocurrió con Julio César Strassera, el fiscal del Juicio a la Juntas, con su equipo de novatos judiciales. “Cada esqueleto que encontramos, cada cráneo con un agujero de bala, agrega algo más a nuestro conocimiento acerca de cómo funcionó este sistema de represión y asesinatos en serie”, explicaba Snow dando cuenta de aquel momento en el despertar democrático, cuando llegó al país siendo un perfecto desconocido. El documental, de reciente estreno y nominado a los Emmy, es una extraordinaria oportunidad para conocer la intimidad de cómo fue la creación del EAAF, con entrevistas, testimonios y material inédito en altísima calidad audiovisual, justo después de que uno de los organismos con mayor prestigio internacional cumpliera sus 40 años de vida. El EAAF comenzó su trabajo con siete personas. Hoy, 41 años después, está formado por más de 70 especialistas que participan de diferentes casos en todo el mundo Crecimiento, desarrollo y consolidación. Esas son las tres palabras que elige Luis Fondebrider, especialista en Antropología Forense. Dice que el EAAF se define desde la acción colectiva, algo que incluye a la sociedad civil en su integración. “Desde la ciencia, nuestro mayor logro fue defender la máxima de Verdad y Justicia para los familiares de los desaparecidos en Argentina. Pasado el tiempo fuimos interactuando con distintos gobiernos, de forma autónoma e independiente y sin ser parte de ningún partido político. Lo más importante sigue siendo trabajar con las familias de las víctimas y poder correr el velo de la impunidad”, reflexiona en diálogo con este medio. La antropóloga forense Mercedes Mimí Doretti es otra de las referentes del EAAF. Lo primero que marca es que en el grupo empezaron siete personas y hoy son más de setenta integrantes. Sus especialidades abarcan un abanico de disciplinas como la antropología, la arqueología, la medicina, la biología, la genética, la física, la arquitectura, la informática y la geografía. Y hubo un importante cambio generacional: gran parte de los fundadores ya no están más. Cuenta que el EAAF participó de acciones en más de 70 países. Se han ampliado las disciplinas en el organismo, y han ganado terreno la geociencia y el laboratorio forense. Se incorporó tecnología de avanzada, sobre todo en la búsqueda de fosas clandestinas y las intervenciones en el terreno. Así como el EAAF empezó a trabajar con los restos de los desaparecidos en dictadura, luego continuaron con los crímenes y violaciones de los derechos humanos en las democracias, como femicidios y delitos contra los migrantes. La infiltración del Estado en el crimen organizado y la obstrucción a la Justicia son otros temas recurrentes. “Siempre es un balance de fuerzas, donde en un amplio campo entran las Naciones Unidas, la Corte Internacional, organismos y asociaciones civiles tanto nacionales como extranjeras. Hoy estamos más sólidos, con más apoyos y estrategias de intervención que hace cuarenta años”, sintetiza Mimí Doretti. Con el correr de los años, el EAAF consolidó una casuística que le permitió ampliar las áreas de entrenamiento como aportar elementos para el mejoramiento de las instituciones públicas. Su laboratorio de genética forense, ubicado en Córdoba, ha sido reconocido internacionalmente, trabajando en casos complejos y con pruebas difíciles para extracción de ADN, como los restos humanos que han sido afectados por el fuego. Continúa Mimí: “Lo que aprendimos fue a regionalizar el trabajo. En vez de ir y volver a los lugares, establecimos presencia con staff locales. Eso nos permitió entender las problemáticas sociales y profundizar en cada región, trabajar mejor las prioridades, los impactos y la apertura de las investigaciones. Por eso fuimos creando distintas coordinaciones, hoy tenemos una dirección para Argentina y otra para Sudamérica, otra para África, Centro, Norteamérica y el Caribe, y otra para Medio Oriente y Europa, con oficinas en Madrid, Nueva York y Pretoria”. El laboratorio de genética forense del EAAF, ubicado en Córdoba, obtuvo reconocimiento internacional por su trabajo en casos complejos Emoción y tristeza es lo que sintió Patricia Bernardi cuando vio el documental. Por un lado, el reencontrase con imágenes de su mentor, Clyde Snow, y, por otro, los rostros de familiares de El Salvador que arriesgaron sus vidas luego de marcarle los sitios de exhumación. Bernardi también hace un balance del trabajo ininterrumpido, desde aquellas escenas iniciales. “Estos cuarenta años fueron etapas de permanente formación. En mi caso, tenía conocimiento de arqueología prehistórica que los adaptamos en sus técnicas y métodos al ámbito forense. Sobre lo que sí desconocíamos totalmente era el perfil biológico de los esqueletos que exhumamos. Por eso la presencia de Clyde fue sumamente importante y, además, un privilegio tenerlo como profesor. Descifrar un cuerpo en su peso, sexo, edad, su talla, sus patologías, lesiones y causas posibles de muerte. Todo eso aprendimos con él, en la marcha del trabajo. Luego, cuando empezamos a trabajar en el exterior, solicitábamos su permanente presencia, como una suerte de seguridad y de que había problemas políticos de peso a los cuales no estábamos acostumbrados”, cuenta la miembro fundadora a Infobae. “Estaba la sensación de no poder hacer nada con los atropellos de los militares, de que no había manera de defenderse. Nosotras íbamos a estudiar y nos revisaban la mochila en largas filas”, recuerda Mimí Doretti, quien junto a Patricia Bernardi y Luis Fondebrider fueron de los primeros jóvenes científicos en trabajar con el excéntrico y riguroso Clyde Snow. A comienzos de 1984 la CONADEP y Abuelas de Plaza de Mayo pidieron la asistencia de Eric Stover, entonces director del Programa de Ciencia y Derechos Humanos de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia, con sede en Washington. Fue Stover el que contactó a Snow, que venía de identificar el cuerpo de Josef Mengele en Brasil y era uno de los antropólogos forenses más importantes del mundo. “Los huesos son buenos testigos. Pueden hablar en voz baja, pero no mienten y nunca olvidan”, solía repetir Snow a sus discípulos. Había restos de miles de personas sin identificar cuando llegó a la Argentina. Empezaron, entonces, con las exhumaciones en fosas comunes en cementerios públicos. “Fueron con topadoras y destruyeron evidencia, fue un desastre”, denunció en la primera de ellas, donde no había ningún profesional autorizado y las familiares lloraban al lado de los huesos. Era un terreno muy improvisado, con los militares agazapados. Las Madres oficiaron de garantes. Snow no encontraba a nadie preparado para semejante tarea: muchos médicos forenses habían ayudado a tapar los crímenes de la dictadura. Ya estaba por volverse a Estados Unidos, decepcionado, cuando Morris Tidball Binz, su asistente, lo convenció para que convocara a estudiantes de arqueología y antropología. Al principio, “el gringo” no aceptó. Pero luego cayó en la cuenta de que era la única opción. Luis Fondebrider dicta un curso a nuevas generaciones de científicos Snow esperaba a los estudiantes en un hotel, donde comenzó a entrevistarlos. “Un típico tejano, con su sombrero y pipa”, fue la primera impresión de Patricia Bernardi, que acudió a la cita como una principiante. Snow no podía esperar y les propuso exhumar un cementerio en la zona norte de Buenos Aires. Sabía de los peligros y se los advirtió. La primera excavación se hizo con materiales caseros y precarios: utensilios de cocina y un mosquitero que Luis Fondebrider extrajo de la casa de su madre. Había policías cercando el lugar y los chicos estaban asustados, pero se rebelaron cuando los familiares de las víctimas no pudieron entrar. Snow habló con el juez y todo se resolvió en cuestión de horas. Los jóvenes, tan inexpertos como apasionados, habían trabajado en yacimientos arqueológicos, en huesos de guanaco y de lobos marinos. No tenían idea de un resto humano hasta que vieron un cráneo con una perforación de bala. Bernardi se puso a llorar. La propia Bernardi y sus compañeros empezaron a documentar su trabajo con fotos y videos caseros al dimensionar la relevancia de la prueba. Fueron aprendiendo el oficio en el terreno, en las clases prácticas con Snow. Comían dentro de la fosa, con el especialista norteamericano predispuesto a arremangarse y luego bromear con ellos tomando su clásico Martini seco. Eran épocas “pre-ADN” y había limitaciones técnicas para hacer identificaciones. En las mesas de disección se topaban con fracturas antiguas, datos odontológicos y cráneos destrozados para determinar edades y sexos. Bajo amenazas telefónicas, Snow se cambió de hotel y temió por la protección de los jóvenes de su equipo. La primavera democrática era un campo resbaladizo. Coqui Pereyra, de Abuelas, se acercó a ellos. El caso de su hija, Liliana, fue uno de los primeros en que el EAAF logró la identificación en 1985. Estaba enterrada en el cementerio de Mar del Plata y por la pelvis se comprobó que había dado a luz. ¿Cómo hacían los científicos para controlar las emociones? “Miren, si tienen que llorar, háganlo a la noche”, sugirió Snow, y las palabras se convirtieron en un mantra. La declaración de Clyde Snow en el Juicio a las Juntas fue bisagra. Allí, bajo un silencio sepulcral en la sala, contó de qué modo se identificó a Liliana Pereyra. “Habló de que nuestro trabajo no era sobre huesos sueltos, sino que ellos representaban a gente que tenía una vida, una cara, un cuerpo”, reflexiona Patricia Bernardi, destacando el momento en el que se proyectó el rostro completo de Liliana en una pantalla, frente a los jueces. La primera excavación se hizo con materiales caseros y precarios. Cuatro décadas más tarde el EAAF cuenta con tecnología de avanzada, sobre todo en la búsqueda de fosas clandestinas y las intervenciones en el terreno Cuando arrancaron con las primeras excavaciones, los jóvenes científicos no sabían cuánto tiempo les llevaría ni pensaron en armar un equipo de manera profesional. Snow se fue a Estados Unidos y poco después regresó. Los casos florecían y tenían la confianza de los familiares. Se sumaron nuevos voluntarios, como Carlos Maco Somigliana, estudiante de abogacía y de antropología. Al poco tiempo se instalaron en una oficina y en 1987 formaron una asociación civil. “Ellos habían adquirido más experiencia que nadie en el mundo. Y desencadenaron una revolución”, dijo en su momento Snow, que los llevó como peritos especializados a misiones internacionales, como en Chile, donde Pinochet seguía en el poder. Luego viajaron a Centroamérica. En 1990 se forma el equipo de antropólogos guatemaltecos en ese país. Entre otros casos emblemáticos, Patricia Bernardi y Mimí Doretti trabajaron en el esclarecimiento de la masacre de El Mozote, en El Salvador. Snow deja de llamarlos “chicos”. “Los eché del nido, me desprendí de ellos. Empezaron a tener vuelo propio”, dice en voz en off en el documental El Equipo. En El Salvador, Bernardi y Doretti recogen decenas de testimonios. Cuando excavan, hallan un niño detrás del otro. Ellas estaban acostumbradas a los jóvenes adultos, los huesos de los desaparecidos de la dictadura. En Centroamérica son mayormente niños menores de diez años. Batitas, escarpines, huesos dentro de sandalias. Una atrocidad a cielo abierto. Fragmentos diminutos, de niños recién nacidos. Lo convocan a Snow y a otros científicos norteamericanos. Snow, con sólo mirar una dentadura, parecía sacar la edad del niño. “Que estuviera Clyde y su equipo certificando que hubo una masacre tuvo un peso político en demostrar la intervención yanqui a Centroamérica”, remarca Bernardi. Las heridas permanecen abiertas a través de generaciones. Las amnistías a los represores son un duro golpe para el equipo. “¿Tiene sentido que sigamos trabajando?”, se plantearon al ver que las causas judiciales a las que aportaban pruebas se habían frenado. Pero el apoyo de los familiares y de los organismos de derechos humanos, una vez más, fue inexorable. Mimí Doretti y Patricia Bernardi en los primeros tiempos del equipo El EAAF pasó de Bolivia al Congo, pasando la línea de más de 50 países recorridos, y sus miembros se hicieron famosos en su expertise. Los cadáveres tienen distintos patrones, las formas de eliminar al ser humano varían según los contextos. Tener un familiar desaparecido es un dolor universal que trasciende cualquier religión, cultura o ideología. “No buscamos nunca reconciliación sino reparación, memoria y justicia”, vuelve a definir Luis Fondebrider, que destacó que el EAAF se potenció en pequeños grupos que actualmente trabajan en varias oficinas de Argentina. Al morir Snow, en 2014, sus restos se diseminaron, por su expreso pedido, en el sector 134 del cementerio de Avellaneda y otras partes en Guatemala. Como si sus restos estuvieran repartidos con los que ayudó a identificar. “Vivimos un costo personal muy alto”, asume Fondebrider, sobre todo cuando el EAAF entró en una dimensión colosal: México. Los femicidios ocurrían mientras los antropólogos forenses estaban trabajando en las fosas. Son cuerpos en estado avanzado de descomposición, no restos óseos. Los familiares todavía los buscaban con vida. El equipo siente el impacto: Patricia se retira y Mimí toma la posta. Todo se vuelve más peligroso con el caso de los 43 estudiantes de Ayotzinapa. A las científicas les pinchan sus teléfonos y hay ataques a dirigentes de derechos humanos de parte del Gobierno. Mimí se muestra firme, incólume, y desmonta la versión oficial enfrentando al Poder Judicial. “Perdón por meterlos en este lío”, les había dicho Clyde alguna vez. “Si sólo una familia tiene un poco de paz, justifica el trabajo. Por eso lo seguimos haciendo”, dice Fondebrider. “Fuimos puliendo la logística y el trabajo de campo. Es prioritario tener un contexto de información previo, poder leer las fuentes escritas y orales para elaborar hipótesis de identificación antes de ir a los cementerios”, resalta Bernardi. Para Mimí, cuando muchos se imaginan que lo relevante radica en las excavaciones o en los laboratorios, todo arranca con una misión preliminar: el contacto con las organizaciones sociales y con los familiares de las víctimas. Excavaciones en el emblemático cementerio de Avellaneda, punto cero del EAAF Devolver identidad a quienes la perdieron y ofrecer respuestas a sus familias. La tarea del EAAF, según se remarca en su página oficial, se sustenta en “los principios de los Derechos Humanos, del derecho humanitario internacional y, fundamentalmente, en el respeto por el derecho individual y colectivo a la identidad, la verdad y la justicia”. Con el tiempo, además, el equipo argentino se convirtió en un modelo replicado por otros países y organismos de derechos humanos. “La acumulación de la experiencia política es otro eslabón fundamental. Primero, analizar la situación de cada país y evaluar si están las condiciones políticas para sopesar la magnitud de nuestra intervención. Muchas veces nos enfrentamos con férreas oposiciones para que lo nuestro no se visibilice y se ponen trabas muy complicadas. Y nuestro trabajo no puede hacerse en etapas, está el resguardo del sitio y tenemos que terminarlo una vez que lo iniciamos. Yo sigo aprendiendo de cada notificación, porque cada familia es distinta y cada territorio impone un desafío nuevo para los peritajes, debemos estudiar delicadamente los tiempos. Para nosotros son tan importante los restos que hallamos como los familiares que los reciben. Esa comunicación es trascendental”, concluye Patricia Bernardi. En 2020, el EAAF fue postulado al Premio Nobel por primera vez. Hoy sigue siendo una organización científica, no gubernamental y sin fines de lucro, financiada a través de donaciones, organismos y fundaciones internacionales. Fiscales y jueces de todo el mundo continúan solicitándolos para las pericias, citando tanto su antecedente fundacional con la dictadura como su trabajo más allá de las fronteras argentinas, tales como los crímenes del apartheid en Sudáfrica, los restos del Che Guevara, las masacres en Timor Oriental y en Kurdistán, los femicidios de Ciudad Juárez y la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, entre otros. En el presente, y sin dejar de estar en cada continente, “el EAAF interviene en casos de víctimas de desapariciones forzadas; violencia étnica, política, institucional, de género y religiosa; desapariciones actuales, narcotráfico, trata de personas, crimen organizado; procesos migratorios, guerras y conflictos armados, accidentes y catástrofes”, de acuerdo a su prédica institucional. Tan científico como político, el trabajo del colectivo, cada vez más expandido y prestigiado a nivel internacional, continúa con creces, de un asesino serial jujeño a un conflicto étnico en Extremo Oriente.

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