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  • La historia del huracán que reescribió la meteorología del espacio y sorprendió a los científicos

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 18/08/2025 11:01

    Concepto artístico de un huracán espacial que expulsa plasma sobre el Polo Norte. Observada por primera vez en 2014, la tormenta de casi ocho horas causó intensos efectos meteorológicos espaciales, a pesar de las inusualmente tranquilas condiciones solares. (Crédito de la imagen: Qing-He Zhang, Universidad de Shandong) En agosto de 2014, mientras el Sol mostraba una calma inusual, sobre el Polo Norte magnético de la Tierra se desarrolló un evento tan extraño como fascinante: un huracán espacial. No se trató de una tormenta convencional ni de un fenómeno visible para quien mirara al cielo, sino de un vórtice de plasma de 1.000 kilómetros de diámetro que giró durante casi 8 horas en la atmósfera superior, descargando millones de electrones sobre el planeta. Los investigadores que analizaron el suceso lo describieron como un evento de gran intensidad, capaz de generar efectos típicos de las tormentas solares más potentes, a pesar de que el entorno solar estaba en uno de sus momentos más tranquilos. Esa contradicción convirtió el hallazgo en una rareza científica. Un huracán espacial descargó electrones sobre la atmósfera superior en 2014 alterando señales de navegación y el campo magnético terrestre (NASA) El satélite militar estadounidense DMSP F17, diseñado para monitorear el clima espacial, registró las primeras señales de algo inusual. Poco después, el satélite Swarm B de la Agencia Espacial Europea sobrevoló una zona cercana y recogió datos decisivos. Esas mediciones permitieron confirmar la magnitud y estructura del huracán, cuya forma, similar a la de los ciclones terrestres, incluía un ojo central calmo y brazos espirales bien definidos. Sin embargo, en lugar de vientos y lluvia, el huracán expulsaba chorros de electrones de alta energía hacia la atmósfera. La estructura, invisible para el ojo humano, pudo reconstruirse gracias a la colaboración de múltiples satélites y estaciones geomagnéticas situadas en Groenlandia y el Ártico canadiense. Las observaciones revelaron perturbaciones en el campo magnético, interrupciones en las señales de GPS y un aumento significativo en la densidad de electrones a gran altitud. Estas condiciones, aunque inofensivas para la vida en la superficie, sí pueden complicar la navegación satelital, las telecomunicaciones y ciertos sistemas de transmisión de radio. “Nuestro estudio demuestra que los huracanes espaciales pueden provocar efectos climáticos espaciales significativos, incluso durante lo que generalmente se considera períodos extremadamente tranquilos”, escribió Sheng Lu, científico del Instituto de Ciencias Espaciales de la Universidad de Shandong. El huracán espacial duró casi ocho horas el 20 de agosto de 2014, girando a cientos de millas sobre el Polo Norte magnético de la Tierra, según un estudio publicado el 22 de febrero en la revista Nature Communications . Un fenómeno que reescribe lo que sabíamos del clima espacial El fenómeno tuvo un diámetro de más de 1000 kilómetros y duró casi ocho horas girando sobre el Polo Norte magnético de la Tierra (the Atlas) Aunque los registros meteorológicos espaciales datan de décadas atrás, hasta hace poco la existencia de huracanes de plasma era solo una hipótesis. Desde finales de los años sesenta, algunos investigadores sospechaban que, bajo ciertas condiciones, las interacciones entre el viento solar y el campo magnético terrestre podían generar estructuras rotatorias de gran escala en la atmósfera superior. Sin embargo, la tecnología de observación no permitía confirmar estos indicios. John Foster, del Observatorio Haystack del MIT, recordó haber presenciado un episodio similar hace más de 50 años, pero sin las herramientas necesarias para estudiarlo a fondo. “Lo que hace que este evento sea realmente especial es la amplia variedad de instrumentación disponible en el espacio para observar las características de este fenómeno”, explicó a la revista Eos. El huracán de 2014 presentó un patrón bien definido: un embudo rotatorio en sentido antihorario, con un centro sereno y varios brazos de plasma extendiéndose hacia afuera. La similitud con los huracanes tropicales no es casual; en ambos casos, la dinámica responde a un gran intercambio de energía. La diferencia está en el origen: mientras que los ciclones terrestres se alimentan de calor y humedad, este huracán espacial se formó por una compleja interacción entre el viento solar de alta velocidad y las líneas de campo magnético que convergen sobre el Polo Norte. La tormenta fue detectada por satélites y estaciones en el Ártico lo que permitió reconstruir su estructura con un detalle sin precedentes (CNSA) Mike Lockwood, científico espacial de la Universidad de Reading y coautor de otro estudio sobre el fenómeno, lo resumió así: “Hasta ahora, era incierto que existieran los huracanes de plasma espacial, por lo que demostrarlo con una observación tan impactante es increíble”. Y añadió que la formación de un sistema de esta magnitud implica “una transferencia inusualmente grande y rápida de energía eólica solar y partículas cargadas a la atmósfera superior de la Tierra”. La reconstrucción tridimensional del evento confirmó que el huracán no fue un caso aislado ni irrepetible. Investigaciones posteriores descubrieron que estas tormentas espaciales pueden ocurrir en ambos hemisferios, normalmente en los meses de verano y, en algunos años, hasta una decena de veces. Esto implica que podrían ser un fenómeno mucho más común de lo imaginado. La observación también abre una perspectiva más amplia: si el ingrediente esencial es la interacción entre un escudo magnético y plasma atmosférico, entonces cualquier planeta con esas condiciones podría experimentar huracanes espaciales. “Los campos de plasma y magnéticos en la atmósfera de los planetas existen en todo el universo, por lo que los hallazgos sugieren que los huracanes espaciales deberían ser un fenómeno generalizado”, apuntó Lockwood. Aunque estos huracanes no suponen un riesgo directo para los seres humanos ni para la biosfera, sí pueden agravar problemas ya conocidos del clima espacial. Por ejemplo, al aumentar la densidad de electrones en la atmósfera superior, se incrementa la resistencia que enfrentan los satélites, lo que puede alterar sus órbitas y acortar su vida útil. Del mismo modo, las alteraciones del campo magnético afectan la precisión de los sistemas de posicionamiento global y pueden producir interferencias en la comunicación por radio. En casos extremos, y dependiendo de la intensidad, un huracán espacial podría amplificar los efectos de una tormenta geomagnética provocada por una eyección de masa coronal del Sol, creando un escenario complejo para las agencias espaciales y las operadoras de telecomunicaciones. Sin embargo, el evento de 2014 demostró que incluso sin una gran tormenta solar previa, la atmósfera superior puede experimentar perturbaciones notables. El valor científico de un hallazgo inesperado Investigadores estiman que estos fenómenos podrían ocurrir hasta diez veces al año y también en el hemisferio sur durante el verano (NASA via AP). El análisis detallado de este huracán fue posible gracias a una sincronización fortuita de instrumentos. Cuatro satélites meteorológicos coincidieron en su paso por la región ártica justo durante el desarrollo de la tormenta, lo que permitió observarla desde diferentes ángulos y con sensores complementarios. Estos datos fueron reforzados por mediciones desde tierra, lo que brindó una imagen completa y de alta resolución. Para los científicos, este tipo de eventos son una oportunidad única de poner a prueba modelos teóricos y de ajustar las predicciones sobre el clima espacial. A diferencia de las tormentas solares, cuyo origen y desarrollo se estudian con relativa anticipación, los huracanes espaciales parecen surgir de interacciones locales más complejas y menos previsibles. Las conclusiones no solo enriquecen el conocimiento sobre la dinámica de la atmósfera terrestre, sino que también aportan pistas para comprender fenómenos en otros mundos. Marte, por ejemplo, carece de un campo magnético global, lo que probablemente impide la formación de huracanes espaciales en su atmósfera actual. En cambio, planetas como Júpiter y Saturno, con potentes magnetosferas y abundante plasma, podrían experimentar tormentas mucho más intensas que la registrada sobre el Polo Norte terrestre. Este primer huracán espacial documentado no solo confirma que el clima espacial es más variado y complejo de lo que se pensaba, sino que también demuestra que la Tierra puede recibir “tormentas” que no tienen su origen en una gran erupción solar. El hecho de que el fenómeno se produjera en un momento de calma solar obliga a reconsiderar cómo se evalúa el riesgo y cómo se planifican las misiones y operaciones que dependen de infraestructura en el espacio. El huracán espacial presentó un ojo central tranquilo y brazos espirales de plasma similares a un huracán terrestre pero sin agua (NOAA) La historia de este hallazgo combina paciencia científica, tecnología de observación avanzada y un golpe de suerte en la sincronización de las mediciones. Los satélites que registraron el fenómeno pasaron por el lugar y momento exactos para capturar la formación en pleno desarrollo. De no haber ocurrido esa coincidencia, es posible que el huracán de 2014 hubiera pasado inadvertido, oculto en la inmensidad de la atmósfera superior. Hoy, una década después de aquel episodio, el caso sigue inspirando investigaciones. Las agencias espaciales afinan modelos y algoritmos para detectar rápidamente este tipo de tormentas y comprender mejor sus causas. Cada nueva pieza de información no solo ayuda a proteger la tecnología en órbita, sino que también amplía el conocimiento sobre la interacción entre nuestro planeta y el entorno espacial. El huracán espacial de 2014 fue invisible para los ojos humanos, pero dejó huellas claras en los instrumentos científicos. En su aparente silencio y lejanía, agitó las capas más altas de la atmósfera con una fuerza que, hasta entonces, se creía imposible sin la intervención de una gran tormenta solar.

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