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  • La Eutanasia como falsa solución y cuál es la auténtica alternativa bioética

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 18/08/2025 10:52

    La eutanasia, en el centro del debate. En los últimos años, la legalización de la eutanasia ha sido presentada como una propuesta progresista en derechos y compasión. Bajo el argumento de la autonomía personal y la “muerte digna”, se impulsa la idea de que la manera más humana de enfrentar ciertas enfermedades terminales es acelerar la muerte del paciente. Sin embargo, detrás de este discurso aparentemente humanitario se esconden profundas falacias éticas, riesgos sociales y consecuencias que, lejos de proteger la dignidad, la socavan. Escribo estas líneas de forma simple, sin tecnicismos ni complejidades, pero como académico, investigador y profesor titular universitario, quien ha dedicado más de una década al estudio específico de la eutanasia y el suicidio asistido, culminando con una tesis doctoral sobre el tema la cual se ha incorporado en la biblioteca de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, más numerosos papers y una tesis posdoctoral en bioética. He trabajado con datos, casos y marcos normativos de distintos países, y he podido observar tanto los argumentos a favor como en contra, y sobre todo, las graves falencias que presenta la eutanasia como política pública. La experiencia comparada, la reflexión bioética y la evidencia clínica apuntan todas en la misma dirección: la eutanasia no es la solución. Existe un camino más ético, más humano y coherente con la esencia de la medicina, con la responsabilidad social y con la función del Estado. El espejismo de la autonomía como argumento Gran parte de la defensa de la eutanasia se apoya en el principio bioético de la autonomía entendida como la capacidad de una persona de decidir sobre su vida sin coacción externa. Quienes la promueven sostienen que, si alguien enfrenta un sufrimiento insoportable y sin expectativas de mejora, tiene derecho a decidir su propia muerte, y que la medicina debe facilitar dicha decisión. El problema es que este planteo invierte el orden de los valores. La dignidad humana no depende de la capacidad de producir, de valerse por sí mismo, de la apariencia estética o de no sufrir. La dignidad es inherente a toda persona, independientemente de su estado físico o mental. Cuando se la subordina a la “calidad de vida” entendida de manera utilitaria, se abre la puerta a que, al deteriorarse esas condiciones, se considere que la vida ya no vale la pena. El resultado es una peligrosa pendiente en la que la dignidad deja de ser un valor absoluto para transformarse en un bien condicional y frágil. Incluso desde la bioética principista como la escuela más extendida, la cual ordena la práctica médica según los principios de autonomía, beneficencia, no maleficencia y justicia, la autonomía no puede absolutizarse. Porque si se la prioriza respecto de los otros tres principios, se la separa de la dignidad humana convirtiéndose en una mera “libertad de deseo”, similar a la de un animal, sin base moral sólida, y por ello la eutanasia se convierte más en un acto veterinario que en uno médico humano. Así, tratar el sufrimiento eliminando a quien lo padece es la negación misma del sentido de la medicina humana, dado que su misión no es matar, sino cuidar cuando ya no se puede curar. En este sentido, sancionar una ley para que un médico provoque la muerte de un paciente atenta contra su deontología profesional y contra el contrato implícito que fundamenta la medicina desde Hipócrates. Porque velar por la vida y la salud del paciente, crea el deber y la responsabilidad profesional médica de omitir lo que dañe o degrade la vida del paciente y actuar en favor de cuidarlo, terapéutica o paliativamente, tanto como sea posible. Desde esta perspectiva, de ninguna forma el Estado debe legalizar acciones o permitir decisiones que atenten contra la dignidad humana, aunque sean voluntarias, tal como tampoco autoriza el voluntario sometimiento a la esclavitud. Por lo contrario, el Estado tiene el deber de proteger a los individuos de prácticas que los cosifican o degradan. Rab. Dr. Fishel Szlajen, autor de la columna de opinión. La pendiente resbaladiza La experiencia de países donde se ha legalizado la eutanasia confirma que su instrumentación no se detiene en los casos excepcionales para los que supuestamente fue pensada. Se comienza con criterios estrictos para pacientes terminales con dolor insoportable, y rápidamente se amplía a personas con enfermedades crónicas, discapacidades, trastornos mentales, menores de edad e incluso para quienes declaran cansancio vital o estar “cansados de vivir”. En Países Bajos, expertos en ética médica como Berna Van Baarsen y Theo Boer, defensores iniciales de la eutanasia, renunciaron a sus cargos en sus comités de revisión al ver cómo se multiplicaban los casos y se relajaban los requisitos. Entre 2002 y 2018, el número de eutanasias se triplicó, incluyendo casos de pacientes con demencia avanzada, jóvenes con depresión y personas con adicciones. Incluso centenares de médicos de la Real Asociación Médica Holandesa han manifestado sentirse presionados para aplicar eutanasias, y en algunos casos se han practicado contra la voluntad expresa del paciente. El paso más inquietante ha sido la presión psicológica que sienten muchos pacientes para “no ser una carga” para sus familias o para el sistema de salud. Así, lo que comenzó como un derecho individual se convirtió en una expectativa social donde ahora se debe justificar por qué uno quiere seguir viviendo cuando existe la opción “liberadora” de morir. Este populismo moral de la eutanasia disfrazado de compasión, síntoma de una cultura del descarte, disminuye los niveles sociales e individuales de tolerancia, esfuerzo y respeto, evadiendo la responsabilidad para con quien depende de cuidados, descartando al más desamparado y al más débil, dejándolo en condiciones de extrema vulnerabilidad. Ni eutanasia ni ensañamiento terapéutico: la auténtica alternativa ética Rechazar la eutanasia no significa caer en el extremo opuesto, el encarnizamiento o ensañamiento terapéutico. Mantener artificialmente funciones corporales en un proceso agónico e irreversible, sin esperanza de recuperación y con sufrimiento extremo, es tan inmoral como provocar deliberadamente la muerte. La clave está en distinguir entre provocar o acelerar la muerte, lo cual es éticamente inaceptable; y no obstaculizar o desobstaculizar permitiendo un proceso tanático natural cuando ya es inminente e inevitable. Porque la diferencia en términos de responsabilidad moral es la relevancia o irrelevancia de la conducta para provocar un resultado o desenlace. Y esta alternativa, incluye el rechazo de tratamientos vitales aún no implementados o de los no vitales ya implementados, prohibiendo omitir elementos básicos para la subsistencia como oxígeno, hidratación, nutrición y medicación de soporte. De esta forma se exime tanto al paciente, al personal de salud y a terceros, de suicidio, homicidio y responsabilidad moral respectivamente. Aquí entra en juego el concepto clave denominado adistanasia, el cual consiste en permitir que la naturaleza siga su curso natural, evitando intervenciones desproporcionadas que sólo prolongan la agonía. Esto no implica dejar de cuidar, al contrario, se acompaña al paciente con todos los medios paliativos disponibles para aliviar el dolor físico, emocional y espiritual. Por ello, si de verdad queremos un final de vida digno, la respuesta no es acelerar la muerte, sino mejorar radicalmente el acceso y la calidad de los cuidados paliativos y en última instancia la adistanasia. Los primeros se centran en aliviar el dolor y el sufrimiento, atender las necesidades emocionales, espirituales y sociales del paciente, y brindar apoyo a la familia. Porque cuando ya no se puede curar, se debe cuidar, respetando la vida hasta su final natural. Los cuidados paliativos se basan en un enfoque multidisciplinario que incluye médicos, enfermeros, psicólogos, trabajadores sociales, consejeros espirituales y voluntarios. La evidencia muestra que, cuando se aplican de forma adecuada, reducen drásticamente las solicitudes de muerte, pues el deseo de morir suele disminuir cuando el dolor y la angustia están controlados. Importantes estudios demuestran que los cuidados paliativos no sólo mejoran la calidad de vida, sino que disminuyen la depresión y la ansiedad, fortalecen el sentido de dignidad y ayudan a encontrar propósito incluso en los últimos días. En países tan diversos como India, Canadá, Uganda y Australia se han implementado programas exitosos incluso con recursos limitados. En Argentina, la Ley 27.678 creó el Programa Nacional de Cuidados Paliativos. Sin embargo, su implementación es tan insuficiente como desigual, ausente de una verdadera inversión para formar profesionales, crear equipos interdisciplinarios, fomentar y garantizar su acceso federal. Si los recursos destinados a promover la eutanasia se aplicaran a fortalecer este sistema, se salvarían numerosas vidas de sufrimiento innecesario sin sacrificar la dignidad. El autor estableció: "La alternativa ética y humanitaria es fortalecer los cuidados paliativos y aplicar la adistanasia cuando corresponda, evitando tanto el ensañamiento terapéutico, como el suicidio o el homicidio". Conclusión: un compromiso con la vida y la dignidad La eutanasia se presenta como una solución rápida y compasiva, pero en realidad erosiona la inherente dignidad humana, animalizándola y desprecia la vida bajo cálculos utilitarios y cuestiones emotivistas, generando presiones sociales sobre los más vulnerables y transformando la medicina en un medio para eliminar problemas en lugar de aliviar sufrimientos. La alternativa ética y humanitaria es fortalecer los cuidados paliativos y aplicar la adistanasia cuando corresponda, evitando tanto el ensañamiento terapéutico, como el suicidio o el homicidio. La verdadera dignidad no radica en decidir cuándo morir, sino en ser cuidado hasta el final con respeto, amor y alivio del sufrimiento. Como sociedad, debemos apostar por un sistema de salud que acompañe y proteja, no que descarte. Y como comunidad ética, debemos recordar que una vida vulnerable sigue siendo plenamente humana, y por ello, digna de protegerse y respetarse.

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