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» Facundoquirogafm
Fecha: 17/08/2025 12:54
El 17 de agosto de 1850, en la ciudad francesa de Boulogne-sur-Mer, fallecía José de San Martín, el Libertador de América. Tenía 72 años, una salud muy deteriorada y un largo historial de padecimientos que lo habían acompañado desde joven: asma, úlceras, dolores reumáticos, ataques de gota y problemas estomacales que intentaba calmar con opio. A esas dolencias se sumaban la artritis, secuelas de antiguas heridas y la pérdida progresiva de la visión por cataratas. En sus últimos años, San Martín había optado por el retiro y la discreción. Tras el convulsionado panorama político de París, se refugió junto a su hija Mercedes, su yerno Mariano Balcarce y sus nietas en Boulogne-sur-Mer, una villa costera sobre el Canal de la Mancha. Allí alquiló un piso en la casa de Henri Adolphe Gérard, abogado y bibliotecario de la ciudad, con quien compartía largas charlas en varios idiomas. El 17 de agosto amaneció sereno, aunque sufría intensos dolores. Almorzó liviano y descansaba en la habitación de su hija cuando, poco después de las dos de la tarde, sufrió una convulsión y murió acompañado por su familia. El acta de defunción lo registró con precisión: 72 años, cinco meses y 23 días. Fue velado y sepultado provisoriamente en Boulogne, hasta que en 1880, durante la presidencia de Nicolás Avellaneda, sus restos fueron repatriados a Buenos Aires. Décadas más tarde, la ciudad francesa levantó en su honor una estatua ecuestre, inaugurada en 1909 con la presencia de granaderos argentinos. Ese monumento se convirtió en símbolo de memoria y también de misterio: durante la Segunda Guerra Mundial, Boulogne fue duramente bombardeada por los aliados debido a la base de submarinos alemanes instalada en la zona. Sin embargo, pese a la destrucción de barrios enteros, la estatua de San Martín permaneció en pie, apenas marcada por esquirlas. Muchos lo interpretaron como un verdadero milagro. A 175 años de su partida, la figura del Libertador sigue evocando no sólo sus hazañas militares y su visión política, sino también la humildad con que transitó sus últimos días, la sencillez de su vida en el exilio y el enigma que rodea el destino de su monumento en aquella ciudad costera que lo vio morir.
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