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Gualeguaychu » Reporte2820
Fecha: 17/08/2025 07:06
En el aniversario del fallecimiento del Libertador, el museo invita a conocer una pieza histórica que replica el sable que acompañó a San Martín durante las luchas por la independencia. Este 17 de agosto, en el marco del aniversario del fallecimiento del General José de San Martín, el Museo Casa de Haedo invita a la comunidad a descubrir uno de sus tesoros más significativos: una réplica del sable corvo que acompañó al Libertador en las gestas por la independencia de América. El sable original, custodiado por el Regimiento de Granaderos a Caballo, se exhibe en el Museo Histórico Nacional, en Buenos Aires. Existen pocas réplicas, como las que se encuentran en Mendoza, San Juan y, de manera menos conocida, en Gualeguaychú. La pieza que se conserva en la Casa de Haedo fue donada en junio de 2015 por Jorge Francisco Tunno, gerente de la empresa Jorfra S.R.L., por gestión del coronel Jorge Gustavo Pérez, y ocupa un lugar central en la sala principal del Museo, frente a la plaza que lleva el nombre del prócer. La historia de este sable remonta a 1811, cuando San Martín lo adquirió en Londres antes de embarcarse hacia el Río de la Plata. De origen árabe, fabricado en acero de Damasco con empuñadura de ébano y vaina recubierta en cuero y bronce, fue su arma de confianza durante toda las guerras de la Independencia. El propio San Martín dispuso en su testamento que, tras su muerte, el sable fuera entregado al general Juan Manuel de Rosas, en reconocimiento a su defensa del honor de la República. Además de esta valiosa pieza, la Casa de Haedo guarda un vínculo particular con la historia del prócer. Un artículo de la revista Caras y Caretas relata que Agustín de León, primer propietario del terreno donde se levanta la casa y originario de Yapeyú, fue padrino de óleos bautismales de San Martín. El museo puede visitarse de miércoles a viernes de 9 a 12 y de 14:30 a 17:30, y sábados, domingos y feriados de 10 a 13. La historia del Sable Este sable fue adquirido en 1811 por San Martín en Londres en una tienda de anticuario unas semanas antes de embarcarse hacia el Río de la Plata. Es un sable de origen árabe, y en esa época era una de las armas blancas orientales de moda entre los militares ingleses y europeos. El sable posee una hoja de acero de Damasco, de aproximadamente 100 años de antigüedad al momento de ser adquirido. Lo que caracteriza al acero de Damasco es su calidad, filo, resistencia y ligereza. La empuñadura es de madera de ébano y su vaina está recubierta en cuero y bronce. Se cree que San Martín habría sido el primero en introducir este tipo de arma en América del Sur, y según su propia declaración, el sable lo acompañaría en toda la guerra por la Independencia de América del Sud. Cuando el general San Martín deja la campaña libertadora, que continúa al mando de Simón Bolivar, regresa del Perú y debe emprender su exilio a Europa en 1824. El sable corvo queda en Mendoza al cuidado de doña Josefa Ruiz Huidobro. Recién en 1837 cuando San Martín estaba en Francia, mientras su hija y su yerno Mariano Balcarce se encontraban de viaje por el Río de la Plata, San Martín les escribió desde París solicitando “traigan mi sable corvo, que me ha servido en todas las campañas en América y servirá para algún nietecito si es que lo tengo”. Desde el momento en que su hija le hizo entrega del sable, San Martín lo tuvo colgado en su cuarto, como señalaron muchos de quienes lo visitaron. En su último y definitivo testamento, fechado en París el 23 de enero de 1844, San Martín dispone en su cláusula tercera que: “El sable que me ha acompañado en todas las guerras de la independencia de la América del Sud le será entregado al General de la República Argentina, Don Juan Manuel de Rosas, como una prueba de la satisfacción que como argentino he tenido, al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que trataron de humillarla...”. Rosas lo recibió luego del 17 de agosto de 1850 y lo conservó hasta su muerte. Luego pasa a manos de su hija Manuelita Rosas, hasta que en 1896 - dos años antes que Manuelita falleciera- Adolfo P. Carranza (fundador y primer director del Museo Histórico Nacional) lo solicita en donación. La familia acepta y así el sable pasa a formar parte del patrimonio del Museo y de todos los argentinos.
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