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  • La muerte de sus hijas las unió y la búsqueda de justicia les dio una razón para seguir: “El tiempo no lo cura”

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 16/08/2025 05:06

    La muerte de sus hijas las unió y la búsqueda de justicia les dio una razón para seguir: “El tiempo no lo cura” Vencida, Marina Jara se arrodilló en el asfalto, allí, en medio de la Ruta 144. La envolvían los gritos y los llantos de un panorama desgarrador, imposible de asimilar, de comprender, mucho menos de aceptar. “La vi a Cami atrás del micro, afuera, con otros chicos, y ya no… Ya no se movía. Entonces le pedí a Dios que no sea verdad”, cuenta Marina. Y más que recordar, es como si estuviera sucediendo ahora mismo, aunque hayan pasado ocho años. Varias horas después, ese mismo domingo 25 de junio de 2017, Daiana Bauza necesitó salir por un momento de ese hospital de San Rafael, Mendoza, donde un equipo de psicólogos la estaba conteniendo. Y entonces allí, en soledad, se arrodilló en la calle. “Y le dije Dios: ‘Devolvemelá. Si tenía que aprender algo, lo que sea... devolvemelá”. Daiana también había visto sin vida a su hija, Maite, en ese micro que iba demasiado rápido antes de volcar y provocar ese panorama desgarrador. Sí, sabe bien que la vio. Aunque por algún mecanismo del cerebro -o del corazón- lo haya negado, anulado. Porque al igual que Marina, todo aquello resultaba imposible de asimilar, de comprender, de aceptar. Y aun hoy. Ocho años después. Porque... “El tiempo no lo cura: cada día se siente peor”, dicen, sobre el accidente -absolutamente evitable- que le costó la vida a 15 personas. Nueve eran niños. Maite de 8 años y Camila de 12 murieron en un accidente de micro que no debió suceder, sus madres buscan justicia. Camila tenía 12 años; Maite, ocho. Les apasionaba bailar: lo hacían en la escuela de danza Soul Dance, en Malvinas Argentinas, Buenos Aires. Eran compañeras, y sus mamás, Marina y Daiana, amigas. Las cuatro habían viajado (junto a Nicole, de siete años, y Delfina, de cinco, las hermanitas de Camila) a Mendoza, para una exhibición, que tuvo lugar el sábado 24. —¿Y el domingo, que pasó? Daiana baja la mirada, Marina suspira. Y como pueden, con lo que queda de ellas desde ese día en que les arrebataron a sus hijas, empiezan su relato. “Nos levantamos temprano en el hotel, en San Rafael, y el profesor (Claudio Giménez) nos dijo si queríamos hacer una excursión que no estaba planeada, que íbamos un rato y nos volvíamos”, dice Daiana. “Las nenas estaban chochas: la exhibición fue hermosa, estaban felices. Y aparte, irían a la nieve: era el plan perfecto”, cuenta Marina. —¿Adónde fueron? Daiana: —A Las Leñas. Las nenas estuvieron en la nieve, jugaron, hicieron muñequitos, culopatín, todo. Cuando estábamos volviendo, creímos que el micro había pinchado una rueda porque frenó, el chofer bajó y vi que estaba ahí, en la rueda. Al rato seguimos camino y a los diez minutos, no sé cuánto fue, el micro empezó a andar muy fuerte. Me paro y le digo (al profesor): “Claudio, nos vamos a matar”, porque venía muy rápido. Marina: —Era extremadamente fuerte la velocidad a la que iba... Daiana: —Y empezó a perder el control el micro. Ahí se desató toda… una película de terror. A veces busco palabras y siento que no describen la situación de ese día... Estábamos todos a los gritos. Marina: —Le gritábamos que por favor, que vaya más despacio. Daiana: —Algunas mamás nos paramos. Y fue un instante. Al estar parada, yo ruedo por el pasillo. El micro vuelca y arrastra, yo caigo de cabeza y quedo atrapada. Quería salir y no me podía mover. Veo a una amiga que pasa y le digo: “Ro, ayudame a salir”. Me mira y me dice: “Dai, hay muertos”. Cuando me dijo así fue como… “¿Dónde está Maite? Buscala a Maite”, le digo. “No la encuentro Daiana, no la encuentro”, me dice. Yo me tocaba y sentía que tenía la cabeza húmeda: era el gasoil que estaba perdiendo el micro. Unos rescatistas me sacaron. “Yo quiero a mi hija”, les decía. Y cuando salí y vi todo el panorama... El desastre: gente muerta, gente lastimada, gritando, llorando. Doy la vuelta al micro y vi a mi hija ahí, pero mi cabeza lo bloqueó. Entré en shock y empecé a los gritos: “¡Maite, Maite, Maite!”. La buscaba por todos lados, a los gritos. Me acerqué a ella: “Cami no está me dice”, me dice. Y era la desesperación. —¿Las ambulancias todavía no habían llegado? Daiana: —No. Y ella me dijo: “Cami no está”. Viajamos cinco mamás: tres de esas mamás fallecieron y sus hijas quedaron ahí, o sea, vieron a sus mamás morir. Y nosotras dos, que sobrevivimos, fallecieron nuestras hijas... Vos veías a los nenes que querían a sus mamás, y nosotras dos, buscando a nuestras hijas. Marina: —Fue horrible. El micro volvía de una competencia de baile, murieron 14 personas. —¿Qué recordás vos? Marina: —Recuerdo gritar. Pararnos todas y gritar. Y verlo a Claudio, que iba adelante de todo, levantarse y darse vuelta. Y ahí, el vuelco del colectivo. Y después, cuando volví en sí, recuerdo ver a Nicole con la cabeza en medio de dos butacas, y sacarla de ahí abajo. —¿Estaba inconsciente Nicole? Marina: —No, pero estaba muy lastimada. La saqué del micro y la puse al costado, a salvo, y salí a buscar a mis otras dos hijas. A Delfi la encontré caminando sobre el asfalto, solita. La puse a resguardo y salí a buscarla a Cami. Y nada... encontrarla y preguntarle a Dios por qué nos pasó... Y es como dice ella: bloquear ese momento, decir “lo que estoy viendo no es real”, y volver al micro y tratar de ayudar a los otros nenes y nenas, que también estaban lastimadas. Era muy cruel porque eran chicos muy chiquitos... —¿Vos entendiste en ese momento que Cami estaba muerta? Marina: —Sí. —O sea, no necesitabas que viniera una ambulancia para que lo constatara. Marina: —No. No, no... —¿Y vos? Daiana: —No. Yo me negué hasta último momento. En el fondo, yo sabía; pero entré en shock porque la seguía buscando. Mi rescatista se comunica con mi papá: “Tuvieron un accidente, venite para acá”, le dice. Y nos llevan al hospital. Maite tenía 8 años y amaba bailar. —¿Te vas al hospital sin todavía saber dónde estaba tu hija? Daiana: —Yo la vi a mi nena. Yo sé que la vi. Tengo una imagen, que obviamente no la tengo clara, pero sé que la vi... Me encuentro con mi papá, que había viajado a Mendoza con nosotras: “Pá, Maite...”. Y él: “Quedate tranquila que la vamos a encontrar”. Hasta las doce de la noche estuvimos con un grupo de psicólogos buscando, porque había nenes… Pero Maite ya estaba en la morgue. Nos dieron la noticia a las dos de la mañana porque quisieron protegernos todo ese tiempo y tratar de que yo me tranquilice. En un momento me escapo del hospital y me voy así, sola, y me arrodillo y le digo a Dios: “Devolvemelá. Si tenía que aprender algo, lo que sea... devolvemelá”. Volví a la sala, me habían medicado para tranquilizarme. Cuando me desperté, le vi la cara a mi papá... Mi viejo no aguantó y la reconoció en la morgue. Empezamos a llorar los dos, nos tiramos en el piso. Yo sé que la que la reconoció a Maite en el accidente fui yo, pero hasta el día de hoy, no me acuerdo... Tengo la imagen borrada, pero sé que llegué ahí, me arrodillé, la vi, me levanté y empecé: “Maite, Maite...”. Negué esa situación. No pude. —A vos, Marina, te tocó cuidar a otras dos hijas, que acababan de pasar por ese horror. Marina: —Sí. A nosotras primero nos derivaron a un refugio. Vi que las nenas estaban lastimadas y empecé a pedir un médico. Nos llevaron ahí porque tenían que evaluar si era leve lo que tenían o si era realmente para internación. Porque como había tantos, tantos chicos… —¿Cuántas personas había en el micro? Marina: —55. Daiana: —La mayoría eran chicos, éramos pocas mamás. —¿Cómo entendiste que tu hija estaba muerta? Marina: —La vi atrás del micro, afuera, con otros chicos, y ya no… Ya no se movía. No me pude acercar. Me tiré en el asfalto a pedirle a Dios que no sea verdad. Y no... no me quedé con ella. Después, no la reconocí en la morgue; mi marido la reconoció. O sea, la última imagen que tengo de mi hija es verla tirada. Y ya no la vi más. Camila tenía 12 años, en el micro también viajaban sus dos hermanas. —¿Vos le contaste a tus hijas que su hermanita había muerto? Marina: —Sí. Con ayuda de los psicólogos. ¿Cómo le decís a una nena de siete y a una de cinco que su hermana ya no está? —Había chicos buscando a sus mamás, que también habían muerto. ¿Qué pasaba con esos chicos? Daiana: —Fue un día muy largo donde no podías entender nada: había gente en un hospital, en otro, en el refugio, nenes solos con psicólogos. Y hubo mamás y papás que agarraron el auto y viajaron desde Buenos Aires, desesperados, sin saber qué había pasado con sus hijos. Imaginate que te llamen diciendo que hay un accidente y no tener más noticias... Mariana: —Muchos se enteraron por el noticiero que sus hijos habían fallecido. —¿Cuánta gente murió? Marina: —15. Daiana: —Nueve niños, cinco mamás, y el chofer. —Y ahí empezó otro recorrido de muchísimo dolor. Primero, un duelo imposible. Daiana: —Sí. Me acuerdo estar velando a mi hija, volver, pegarme un baño e ir al velorio de mis amigas, y al de Cami. Fue una semana compleja. Ahí nosotros, entre los padres, si bien ya teníamos una amistad generamos un vínculo y una unión. Y empezó nuestro calvario: decir que no, que eso no había sido un accidente. El micro estaba en pésimas condiciones. Así arrancó nuestra lucha y el revivir constantemente de todo lo que pasó. De ser víctimas nos convertimos en abogados, en detectives, queriendo saber qué pasó. Y hasta hoy estamos en esa lucha. —Unos años después volviste a ser mamá. Cuando nace tu segunda hija, debe haber sido… Daiana: —Muy fuerte. El primer Día de la Madre sin Maite no estuve con Pía, mi otra hija. No me la aguanté, me dolía. Yo la busqué, hice mucho tratamiento, y sin embargo, cuando nació ella... no podía. No quería que me viera mal. Trato de cuidarla mucho a Pía, le hablo de Maite, y es muy difícil porque no sabés cómo hacer para evitarle al dolor, para que no te vea sufrir. Yo lloraba a escondidas. Y sin embargo ella hoy, con cuatro años, me pregunta: “¿Y Maite, por qué se fue al cielo, mamá?”. Y te quedás sin respuesta. Pía le tiene miedo a la muerte. Lamentablemente, su vida es esta: tiene una hermana en el cielo y ella quiere saber por qué. Y yo no tengo respuesta para eso. “¿Cuándo la voy a conocer a Maite?”, me pregunta. “Y no sé, mamá...”. No tenés respuesta. Pero sí, hoy con Pía es diferente. Hoy, con Fausto (que nacerá en estos días), también. Pero sigue doliendo. Ya se realizó un primer juicio que comprobó que la VTV era fraudulenta y el micro no estaba en condiciones de circular. Las familias están a la espera del juicio penal en San Rafael. —¿Cómo fue en tu casa ese después? Marina: —Y… Es estar mal, y tener que estar bien para que las nenas estén bien. Fue muy difícil. Las nenas estaban lastimadas, no querían salir a la calle. Si bien ahora tienen 15 y 14 años, hay días que están mal y es durísimo. Nicole tiene 15 años y está enojada con la vida: la ves triste, no es la misma nena de antes del accidente. Yo tuve otra nena más después, que se llama Luz, y es lo que dice Daiana: es inevitable que no sienta tristeza por no conocer a su hermana. Es duro porque pasan los años, uno intenta estar mejor, y esto no se supera. El tiempo no lo cura: cada día se siente peor. Durante mucho tiempo tuve esa sensación de salir corriendo y buscarla donde sea. No sabía dónde, ni cómo, ni cuándo, ni por qué, pero tenía esa sensación de salir corriendo y encontrar a mi hija y traerla, y decirle a su papá: “Acá está”. Me acuerdo que cuando él llegó a la policlínica y lo vi, le pedí perdón por no cuidar a nuestra hija. Yo me sentía responsable de que mi hija no esté, y de que mis hijas estén lastimadas. —Muy pronto entendieron que no había sido un accidente, que había cosas que estaban mal. Daiana: —El micro tenía los papeles adulterados, no estaba en condiciones para salir a la calle, tenía una verificación trucha, estaba vencida. Era un micro viejo. —¿Se hicieron pericias que explicaron qué fue lo que pasó con el micro? Daiana: —Sí. No había pinchado: se había quedado sin frenos. Y no entiendo mucho cómo, pero los choferes manipularon los frenos para tratar de seguir. Hoy nos damos cuenta de que era obvio que iba a pasar. —Cuando los choferes bajaron, ¿fueron a tocar los frenos del micro? Marina: —Claro. Miraban abajo y hablaban entre ellos. Estuvieron diez minutos. Cuando suben, les preguntamos qué pasó y nos dijeron: “No, no pasó nada”. Y seguimos. —¿Quién contrató ese micro? Marina: —El profesor. Daiana: —Que nunca dio la cara. Cada vez que iba a la Fiscalía, era: “No puedo declarar, no me acuerdo”. A nosotras nos dijo: “El abogado me dijo que es preferible no declarar”. Hoy, sigue dando clases. Hicimos muchas movilizaciones porque en un momento nos estaban por cerrar la causa. Mariana: —Ahora tuvimos un juicio en los tribunales de Morón, por falsificación de documento público. Hubo seis imputados y cinco fueron condenados: los de la planta verificadora, el dueño del taller, mecánicos, ingenieros y la dueña del micro. La única que no fue condenada es una empleada administrativa de la planta verificadora. —¿Qué condena recibieron? Marina: —Al dueño de la planta verificadora le dieron seis años. A la persona que alteró los papeles, le dieron cuatro años. A uno de los ingenieros tres; al otro, dos años y 10 meses. Y a la dueña del micro le dieron tres años en suspenso. Daiana: —La causa principal es la de San Rafael, por homicidio simple: está imputada la dueña del micro, esposa del chofer que falleció, y el chofer que sobrevivió. Nos quisieron cerrar la causa porque nos decían que el chofer que manejaba falleció. Entonces, el dicho; muerto el perro muerta la rabia. Ahí fue cuando empezó nuestro trabajo de investigación, como mamás. Aparecieron pruebas nuevas y se pudo abrir este expediente en Morón, que se unificó la causa de San Rafael. —¿Qué pruebas hay contra la dueña del micro? Daiana: —Que llevó a verificar el micro y firmó todos los papeles. —¿Ella tenía que saber lo que estaba pasando? Marina: —Claro, porque su firma está en los papeles. Daiana: —Durante muchos años ella intentó decir que era una testaferro, que manejaba todo el marido, que era el chofer que falleció, y que ella solamente había firmado. Pero bueno, gracias a todo el trabajo de investigación, se comprobó que ella tenía una responsabilidad. Y que sabía. —¿El otro chofer tiene algún vínculo con ellos? Marina: —Sí. Es el padre del chófer fallecido, y también manejaba. —Estaba ahí, y bajó a ver lo que pasaba en el micro. Marina: —Sí. Daiana: —Y la mayoría del tiempo manejó él. A los tres meses del mal llamado accidente, volvió a salir con un micro que no estaba habilitado, lo paró Gendarmería y quiso coimearlos con 500 pesos. Marina: —Y también iba con un contingente de chicos. —¿El micro tenía cinturones de seguridad? Marina: —No, no tenía. Daiana: —Hubo una cadena de irregularidades. No logramos la imputación, pero el profesor es uno de los principales responsables. Mucho tiempo nos dijeron: “Ustedes, porque están enojadas, con odio”. Y no, no es odio. O sea, era la persona responsable de todo: había nenes que fueron sin mamá, entonces vos tenés que saber a dónde van. Y no puede ser que después de todo esto diga: “No me acuerdo”, y siga dando clases como si nada. Marina: —El año que viene vamos a tener la primera fecha para este juicio de Mendoza. Será oral y público, con jurados. —Hay que contarles a las mamás y a los papás que tienen derecho de pedir la documentación de los vehículos que se contratan para trasladar a sus hijos. La verificación, la CNRT. Pedir que se haga el control de alcoholemia de los conductores. Y exigir los cinturones de seguridad. Es la vida de nuestros hijos lo que está viajando ahí y como sociedad, tenemos que aprender de estos horrores. Marina: —¿Sabés lo que pasa también? Antes por ahí uno decía: “Ay, qué pesada esta mamá que pide todo, que vengan a ver y qué sé yo”. Y nosotras aprendimos que es nuestro derecho. Y es la seguridad de nuestros hijos. A mí no me importa si a alguien le molesta o si se atrasan cinco minutos: hoy, prefiero retrasarme cinco, diez minutos, y no llorar toda la vida por otra de mis hijas. Si querés contar tu historia escribinos a:voces@infobae.com

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