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» Diario Cordoba
Fecha: 16/08/2025 03:07
No es extraño que en época de crisis sean tendencia las máximas estoicas. El caso es que esta filosofía, eminentemente práctica, se ha puesto de moda como remedio para afrontar las incertidumbres y adversidades de la vida. Sus enseñanzas resultan útiles a nivel individual y grupal; sin embargo, sus principios éticos se difunden más en el primer caso que en el segundo. Funcionan como referentes para forjar el carácter individual y no tanto para fomentar la inteligencia colaborativa que se precisa para la vida social. Por eso mismo, vienen como anillo al dedo las palabras de Marco Aurelio, reconocido filósofo estoico, cuando menciona que «hemos nacido para colaborar, al igual que los pies, las manos, los párpados, las hileras de dientes, superiores e inferiores. Obrar, pues, como adversarios es contrario a la naturaleza». Una sabia meditación que habría de tenerse en cuenta para resolver conflictos mediante la cooperación y el respeto mutuo. Dicho de otro modo «lo que no beneficia al enjambre, tampoco beneficia a la abeja». Esa visión de conjunto para vivir en comunidad no se aprende de la noche a la mañana, exige una preparación ética previa y una formación ciudadana que plantee las cuestiones interpersonales en el marco relacional de los derechos humanos. Se precisa una ética de mínimos que contenga los elementos básicos con los que todas las personas podamos estar de acuerdo a fin de no renunciar a la propia humanidad. Si estos mimbres estuvieran desarrollados, no se olvidaría que la democracia es un proyecto político basado en un sistema de valores sociales que dan sentido al ejercicio del poder. Y se rechazaría de manera inmediata esa retórica autoritaria que sirve de reproducción ideológica a un fascismo cada vez más explícito en nuestro país, en Europa y en otros continentes. Por eso, cuando en sede parlamentaria se han escuchado discursos que rozan lo impolítico e intolerable, viene al pelo recordar que los nazis se convirtieron en el segundo partido más grande del Reichstag, con seis millones y medio de votos y que nadie creía lo que iban a hacer. Esta semana se vivió definitivamente la implantación de la política de la post verdad (post-truth politics) en nuestra casa, la de la soberanía popular. Una política post factual que tiene su precedente en la campaña presidencial de Donald Trump, que sí ha llevado a cabo la promesa de deportaciones masivas ante el estupor incluso de sus propios votantes. Ahora mismo hablar en nuestro país de deportar o reemigrar a millones de extranjeros, resulta tan hiperbólico como difícil de creer. Solo un público concienciado con el descrédito de las instituciones, está al tanto del peligro que supone. El resto, en su gran mayoría, consume contenidos seleccionados por algoritmos al servicio de la desinformación y las mentiras. A esto se añade los discursos de odio de factura xenófoba, aporófoba y misógina que se enuncian con impunidad y que son un polvorín incendiario que puede prender mecha con más facilidad de la pensada. El resurgimiento en el siglo XXI de la mentalidad totalitaria del siglo XX obliga a imaginar alternativas que pueda hacerle frente. Un buen inicio es comprender que las dinámicas culturales no se limitan a un producto de consumo, sea un libro, un concierto o una representación teatral. La cultura es, sobre todo, una práctica social que ayuda al desarrollo integral de la persona, a crear comunidad y fortalecer la democracia. A este empeño van dirigidas las medidas del Plan de Derechos Culturales, aprobado por el Ministerio de Cultura a finales de 2024. El reto es potenciar el tejido social e hilarlo con una inteligencia sistémica, empática y colaborativa. Y dadas las recientes circunstancias habría que agilizar la lucha contra la ignorancia y la barbarie desde la cultura y la educación en interdependencia mutua. *Miembro del Instituto Universitario de Estudios Feministas y de Género Purificación Escribano - Universitat Jaume I
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