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  • Elogio de la mediocridad

    » Clarin

    Fecha: 13/08/2025 06:42

    Hablando de deportes y pasatiempos, casi todo el mundo tiene alguno. Están los que pintan, los que coleccionan estampillas, los que juegan al pádel u observan aves. Yo elegí las artes marciales y llevo casi treinta años practicando. Lo llamativo es que al menos tres veces por cada uno de esos años tuve que detenerme a explicarle a alguien, con mucha paciencia, que: primero no soy Bruce Lee, segundo no esquivo balas como en Matrix, tercero no parto tablas con la mente y, por último, lo que realmente les cuesta aceptar a los preguntones, no soy campeona del mundo, ni del país, ni de mi barrio, de ninguna disciplina. Empecemos por el principio. De chica era gordita y usaba anteojos. No me gustaba correr, no me salía la vertical ni la medialuna y la pasaba muy mal en la clase de gimnasia. Cuando trataba de jugar a la pelota, no la encontraba ni con las manos ni con los pies y sobre todo, nada de eso me provocaba ningún placer. Entonces conocí el judo, arte japonés de los derribos, y encontré un espacio seguro y donde no me hacían bullying y podía aprender y divertirme. Del judo me pasé al karate, que tiene golpes y patadas, y del karate al jiujitsu, que tiene palancas y estrangulaciones. Cambié un par de veces de arte, pero siempre busqué lugares donde se valore ser buen compañero, tener constancia y perseguir pequeños logros personales. Nunca fui muy buena. Hasta me atrevo a decir que soy de las más lentejas de la clase, de los que necesitan ver la técnica una vez más, o recibir una explicación personalizada por parte del profe. Aun así, cada vez que voy a practicar salgo agotada y contenta; con el kimono transpirado pero el espíritu limpio. Orgullosa de haber dado lo mejor de mí y aportado mi granito de arena para que la actividad siga funcionando. Bueno, tan sencillo como parece, la gente no lo entiende. Si hacés artes marciales todo el mundo da por sentado que tenés que ser un mega ninja, tus manos deben ser cohetes supersónicos, podés bajar un árbol de una patada y lucís en tu repisa todos los trofeos del universo conocido y por descubrir. Y aquí es donde vengo a plantar una bandera: no es pecado ser mediocre. ¿Qué es exactamente la mediocridad? Algo tan sencillo como estar en la mitad de la tabla. Cualquier actividad humana puede representarse con una pirámide poblacional. En la base están los turistas: gente que prueba, hace tres intentos, se frustra y abandona. En la punta están las estrellas: genios, talentosos, que ganan medallas de oro, salen en los diarios e inspiran a todos los demás. Pero el medio, el sólido y macizo cuerpo de la pirámide, somos nosotros, los mediocres, los que seguimos intentando, estamos presentes, no llegamos a destacar pero tampoco nos rendimos. Enorgullezcamos de nuestra mediocridad, llevémosla en el pecho como un distintivo, prueba de un carácter humilde pero tenaz.

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