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Concordia » Hora Digital
Fecha: 11/08/2025 14:51
Cuando el tenis en el cine pierde seis-cero, seis-cero. Sí, es así. Los mejores actores del mundo pueden fingirlo todo: profesiones, acentos, artes marciales, monólogos de Shakespeare, orgasmos, enfermedades mentales, muertes y hasta resurrecciones. Pero no pueden simular un drive convincente ni aunque se les fuera la vida en eso. Creo que es el karma de todos los fanáticos del tenis, en particular de los que hemos jugado desde niños, de forma por lo menos semi-competitiva. Con sólo ver a un actor con una raqueta en la mano, ya nos empiezan a doler los ojos. Una mala escena tenística nos arruina la experiencia cinematográfica o televisiva. La semana pasada, en el programa Otro Día Perdido, de Mario Pergolini, lo dijo Martín Bossi: “Yo veo a alguien sacar la raqueta del bolso y ya sé cómo juega”. Se lo tildó automáticamente de agrandado, pero el cómico no faltaba a la verdad. Los que jugamos o hemos jugado al tenis lo sabemos. Basta con ver a alguien agarrar la raqueta para entender su jerarquía como jugador. En los casos de los actores de Hollywood, nula. Primer ejemplo en cuestión: Challengers. La película de Luca Guadagnino, protagonizada por Zendaya, Josh O’Connor y Mike Feist, cuenta la historia de un triángulo amoroso que se sucede entre tres tenistas que primero brillan en el circuito junior y luego en el profesional. La película, hypeada hasta la manija, prometía ser una mezcla entre Euphoria y ESPN. Tanto hype me llevó a verla en la pantalla grande. La primera escena, después de los títulos, nos mete de lleno en un partido donde los dos protagonistas masculinos se enfrentan en un torneo challenger. Me bastó ver a uno de ellos picar la pelota antes de sacar para que me empezaran a sangrar las pupilas. No pude mirar el resto de la película con objetividad. En escasos tres minutos, ya sabía que la odiaría. Para peor, en la película se juega mucho, muchísimo, al tenis. Zendaya, a quien le he creído ser adicta a las drogas, acróbata de circo y guerrera en el desierto, muestra sus dotes tenísticas por primera vez en el papel de coach, tirándole canasto a su novio. Mamita querida. No convence como espectadora de un partido, y mucho menos como ex niña prodigio del deporte. Se dice que entrenó durante meses con el mismísimo Brad Gilbert para lucir convincente. Como al ex coach de Agassi le gusta decir: NG, No Good. Horrible. Pero bueno: Brad, quien alguna vez fuera número cinco del mundo, tampoco jugaba muy lindo que digamos. No es la primera vez que me sucede. En Wimbledon: El amor está en juego, Paul Bettany protagoniza un jugador que, al borde de su retiro y habiendo alcanzado el puesto número 11 como máxima gloria, vuelve del ostracismo tenístico para disputar su último torneo. Empujado por el poder del amor, gana el torneo que lleva el nombre de la película. Su enamorada, Kirsten Dunst, juega el papel de la número uno del lado femenino del draw. Con Pat Cash como consultor técnico, y John McEnroe y Chris Evert como ellos mismos en el papel de comentaristas, la técnica de ambos protagonistas no resultan mucho más convincentes que las de Zendaya y compañía. En Match Point, de Woody Allen, por suerte el tenis casi ni se muestra en escena. Lo poco que se muestra es, para mí, la única mancha en un film que de otra manera resulta brillante. ¿Sólo a mí me pasa? ¿Por qué me será tan difícil abstraerme del hecho? ¿Será que mi amor por el tenis me nubla al ver la paupérrima interpretación que se hace de mi deporte favorito? Debo decir que no me sucede con otros deportes en el cine. Según dicen los que saben, el Sonny Hayes de Brad Pitt en F1 luce sumamente verosímil. Para mí, habiendo practicado boxeo durante varios años, los movimientos del Creed de Michael B. Jordan me resultan bastante realistas (aunque las remontadas ridículas que incluye el guión no lo sean). Podría incluso remontarme a principios de los 80 con Escape a la Victoria, donde Michael Caine actuaba un soberbio (y convincente) marcador central en un equipo de prisioneros que incluía jugadores como Pelé, Bobby Moore o nuestro querido Osvaldo Ardiles. Hasta Stallone atajando penales, que se parecía más a Rocky con guantes de arquero que a un guardametas, realizaba un papel más digno que los ya mencionados tenistas de ficción. Sin embargo, debo destacar que Challengers puso al tenis en su momento más alto a nivel cultural. A pocas semanas de su estreno, las búsquedas en Google de “tennis skirt outfit summer” se dispararon un 138%, y las de “clases de tenis para adultos” subieron un 245%. El tenis pasó de ser un deporte con tufillo a viejo, a ser considerado sexy y cool. Zendaya sin duda llevó al tenis a un nuevo nivel y consolidó el tenniscore como una tendencia establecida en la cultura pop y de la moda. Gracias a eso, resulta cada vez más común ver al tenis mezclarse con la cultura pop. Y eso le hace bien al deporte. Aunque claramente, no a mí. En Your Friends and Neighbors, Jon Hamm interpreta a un millonario de las finanzas, graduado en Princeton, un college norteamericano. Como explayer de su equipo de tenis de su universidad —que en la realidad compite en la División I de la NCAA, la más alta del circuito educativo americano— Coop, el personaje de Hamm, además de dedicarse a robar las casas de sus adinerados amigos, entrena a su hija que sueña con entrar a un equipo universitario. Ni toda la inversión de la marca de la manzanita en la producción de la serie logra que ninguno de los dos resulte creíble, tenísticamente hablando. Y si lo de Hamm les parece poco convincente, esperen a ver el tenis de Billions. Si han visto la serie, sabrán que Damian Lewis encarna con una precisión quirúrgica al cruel y despiadado depredador financiero Bobby Axelrod. En la serie, Bobby también juega al tenis. En el décimo episodio de la tercera temporada, lo vemos intercambiar golpes de fondo con la rusa Maria Sharapova. Cosas de billonarios. Es verdad, el personaje de Bobby no pretende ser un jugador de tenis. Pero sí prueba fehaciente de que millones de dólares no pueden comprar un revés a una mano, ni en la realidad ni en la ficción. Todas estas apariciones del tenis en la cultura pop le dan un renovado caché al tenis. Y me encanta. Pero también pido un poco de respeto. No es fácil jugar al tenis. Llevo casi cuarenta años tratando de aprenderlo. Miles de horas transpirando dentro de ese maldito rectángulo. Millones de drives, reveses, saques y voleas, y todavía siento que no logro perfeccionarlo. Por eso mi enojo y por eso mi diatriba. El tenis merece ser bien representado. Se ha ganado ese lugar. Como Andy Roddick ha dicho en su podcast Served, el tenis tal vez sea el deporte más demandante del planeta. Técnicamente, para mí, tal vez el más difícil de todos. Un deporte que jamás se termina de aprender. Porque siempre hay algo para mejorar. Porque la perfección es inalcanzable (por lo menos para todos menos para uno). Y porque el carácter de inalcanzable de esa búsqueda, en lugar de desanimarnos, nos estimula. Nos incita, nos empuja, nos seduce. Esa búsqueda nos llevará toda la vida, y sabemos que no la abandonaremos. Que moriremos en el intento. Y eso es lo que hace a este deporte tan hermoso. Y por eso, pido que el tenis se vea igual de hermoso en la pantalla grande. Porque los que lo jugamos sabemos lo que los ejecutivos de Hollywood no: hay más chances de que Carlitos o Sinner ganen un Oscar, que las de que un actor de Hollywood le saque un game a un tenista profesional.
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