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  • Los Da Vinci y Rafael de la antigüedad que existieron antes que cualquier sistema financiero

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 11/08/2025 06:51

    El arte existe antes que los mercaderes y banqueros Una serie de manos, una cazadores de cerdos en una cueva, la estatuilla de una mujer, los rostros que esperan la muerte. El arte impregna toda la historia humana y su expresiones aparecieron antes que los mismos sistema de producción e intercambio material y comercial. Carl Marx consideraba que el arte no es en sí una esfera autónoma, sino que está condicionado por la base económica de la sociedad, por las relaciones de producción. Lo que es cierto desde hace mucho tiempo, pero no siempre fue así. Y es que antes que los mercaderes y banqueros, hubo expresiones que no tuvieron fines comerciales. No todo comenzó con el Renacimiento, ni con Rafael, Da Vinci o Miguel Angel. No siempre se creó para vender, para mantener un sistema de relaciones económicas. Hagamos un rápido punteo: Cueva de las manos (Matias Arbotto) En la provincia de Santa Cruz, Argentina, se encuentra la Cueva de las Manos y también Piedra Museo, que se estima fueron intervenidas hace más de 12 mil años, y que componen junto a muchas otras como Monte Verde (Chile) o Pedra Furada (Brasil) -según la UNESCO tendría alrededor de 25 mil años- algunos de los más destacados sitios arqueológicos de la región. Pero no son ni de cerca las más antiguas del mundo. El año pasado se anunció que nuevas pruebas constataban que “las pinturas figurativas más viejas del mundo” se encuentran en la isla de Sulawesi, en Indonesia. Allí, la escena que contiene a tres figuras humanas y a un cerdo fue realizada hace alrededor de 51.200 años. Pintura creada hace al menos 51.200 años en la cueva de piedra caliza de Leang Karampuang, en la región de Maros-Pangkep, en la isla indonesia de Sulawesi (BRIN/Cedida vía REUTERS) Hay, aún, aquellos que no consideran a este tipo de expresiones como artísticas porque, justamente, no fueron creadas dentro de un sistema comercial. ¿Pero no fue el arte, por siglos, incluso en el Renacimiento, una representación de la vida o de un ideal de belleza? Entonces, en la era de las cavernas, no existía el concepto de arte como construcción cultural ni mucho menos como bien de intercambio, pero eso no descarta que detrás de estas expresiones había un gesto creativo, un gesto artístico. Quizá el más puro de toda la historia. A principios del siglo XX, en Austria se encontró una pequeña figura femenina a la que se llamó la Venus de Willendorf, de la que estudios posteriores revelaron que tenía unos 30 mil años. Mucho se ha investigado y escrito sobre los por qué detrás de su creación: ¿representación?, ¿religiosidad?, ¿un ideal de belleza? La Venus de Willendorf, es una escultura paleolítica de más de 25.000 años considerada un símbolo de la fertilidad La cuestión es, más allá de lo que se pueda saber o conjeturar, lo que sí es comprobable es que detrás de la estatuilla hubo un alguien que la talló sobre piedra caliza oolítica, que podría haber sido recolectada en Italia, le dio forma y luego la tiñó de rojo ocre. ¿Podemos equiparar a estos artistas anónimos a los canónicos del Renacimiento? Eso dependerá de la visión de cómo se entiende la Historia. Desde el siglo XVI al XVII, los burgueses y nobles europeos atesoraban gabinetes de curiosidades (Wunderkammern), donde en habitaciones exponían objetos exóticos de todo el mundo: junto a un cuadro podía haber una caracola, un fósil o un pájaro embalsamado. "El Gabinete de curiosidades" (1690), obra de Domenico Remps, Florencia (Wikipedia) Estas proto-muestras, que fueron los antecesores de los museos modernos, especialmente de los de historia natural, sin dudas habrán sido excelentes temas de conversaciones, pero también revelaban ya una mirada sobre la otredad que se acentuó en el XIX, cuando el mundo comenzó a ser etiquetado para su entendimiento como resultado del positivismo. Allí, se diseccionó entre lo que era arqueológico y lo que era arte cómo lo conocemos en la actualidad: se sentó una postura sobre aquello que debía ser contemplado y lo que debía ser diseccionado. Por supuesto, las categorías fueron impuestas desde la mirada de las potencias como Inglaterra o Francia, países que estaban en una disputa por ser el centro cultural del mundo. Toda etiqueta es política o, por lo menos, tiene un trasfondo que así lo demuestra. Si Europa, bueno, si algunos países del Viejo Continente —otra categoría que resguarda una lectura sobre lo que luego se llamó Centro (se sumaba a EE.UU.) y Periferia o lo que el demógrafo francés Alfred Sauvy denominó como Tercer Mundo (aplicados a los que se decían eran los países con menos historia cultural y sin desarrollo económico)— concentraban la potestad de delimitar qué era arte o cuál era la Alta y la Baja cultura, nada que fuera externo a sus fronteras (y eso no incluía a las colonias, claro) podía ser considerado como fundacional de la cultura. Reproducción de la calavera y cómo había sido en vida el "Hombre de Piltadown" Una de las historias que mejor ilustran la competencia por ser el centro del inicio de todo es la del Hombre de Piltdown, un gran fraude arqueológico que aseguraba que el origen de la humanidad se había producido en Inglaterra. De hecho, en lo referente al arte rupestre, hasta la aparición de Sulawesi, los franceses sostenía que el origen del arte se encontraba en la Cueva de Chauvet, que posee una datación estimada de 36.000 años. Antes que el Renacimiento, los mercaderes y banqueros hubo arte en Egipto, en Grecia, arte en la región de Etruria, en Bizancio, etcétera. La anécdota es conocida, pero no por eso menos pertinente. Plinio el Viejo, militar romano y escritor del siglo I, narró en su Naturalis Historia que cuatro siglos antes Zeuxis y Parrasio, dos grandes pintores de la grecia antigua, compitieron en un concurso de pintura. Grabado sobre la escena de Zeuxis y Parrasio (1683) de J.J. von Sandrart (Wellcome Collection) Cuenta que Zeuxis presentó un cuadro de uvas tan creíble “que los pájaros se acercaron a picotearlas” y que, por su parte, Parrasio pintó una cortina tan realista que Zeuxis intentó correrla. Entre el siglo I y IV, en El Fayum, una zona conocida como el Jardín de Egipto, una serie de artistas capturaban a personas de clase media, desde soldados, atletas y sacerdotes a mercaderes y floristas antes de su muerte. A fines del XIX se encontraron alrededor de 900 retratos. Sobre ellos, el crítico de arte inglés John Berger, escribió: “Si los retratos hubieran sido descubiertos antes, digamos en el siglo XVIII, creo que se habían considerado una simple curiosidad”. Algunos de los retratos de El Fayum Estas obras anónimas fueron expoliadas y se encuentra en el Museo Británico, el Nacional de Escocia, el Met de Nueva York o el Louvre en París, porque otra manera de construir el relato sobre la Historia del arte es también hacerlo propio y mostrarlo en salas de exposición alejadas de su origen o, directamente, en bóvedas donde nadie puede acceder, como sucede con los Bronces de Benín que el Museo Británico se niega a devolver, cuando ya sí lo hicieron institucines de EE.UU., Países Bajos o Alemania. En cuanto a mercaderes y banqueros, las primeras expresiones similares a las actuales comenzaron en el dos mil a.c. en la Mesopotamia, donde se hacían préstamos de granos a los agricultores y negociantes que transportaban bienes. Esto se realizaba en el marco de un trueque, el intercambio de mercancías, que no siempre involucraba algún tipo de moneda, que aparecieron en los siglos VI y VII d.c. El concepto de banquero como se conoce hoy tuvo su desarrallo a finales del medioevo e inicios del Renacimiento en las ciudades del norte de Italia, como Florencia, Venecia y Génova. Fue, sin dudas, lo que permitió la expansión comercial y el desarrollo de nuevas ciudades a lo largo de Europa y, a través del sistema de mecenas, la dio la posibilidad a los artistas a vivir de su obra. A partir de allí, es que se produce esa relación en el que uno depende del otro, tal como suelen citar los marxistas. "Los usureros" (1548-51), de Marinus van Roejmerswaelen Considerar como causa-efecto la relación dinero-arte es una manera de continuar un proceso que reconoce un tipo de lectura acentuada desde el positivismo y, a la vez, una manera muy holywoodense, por no decir poco académica, de abordar el desarrollo cultural humano. Ahora, ¿continúa siendo así en su totalidad? Obviamente que el mercado del arte, a pesar de su crisis actual, es lo que define el valor simbólico de muchos artistas y, aquí, una vez más actúa la lógica del centro-periferia, en la que algunos por haber nacido en ciertas latitudes son más valorizados que otros. Sin embargo, no todo intercambio artistico es comercial. Desde los ‘60 existen los happenings, o también el arte relacional, el que, en palabras del historiador francés de arte Nicolas Bourriaud, revela que “el arte es un estado de encuentro”. “La esencia de la práctica artística residiría así en la invención de relaciones entre sujetos; cada obra de arte en particular sería la propuesta para habitar un mundo en común y el trabajo de cada artista, un haz de relaciones con el mundo, que generarían a su vez otras relaciones, y así sucecivamente hasta el infinito”, escribe en Estética Relacional (Adriana Hidalgo). Félix González-Torres (Malba) Por citar solo unos ejemplos: el artista cubano Félix González-Torres apiló caramelos envueltos individualmente, donde el público podía interactuar con la pieza, tomándolos y permitiendo que la obra se transforme con el tiempo. Allí no hay una búsqueda del bien económico. En 2002, el argentino Gabriel Baggio presentó Sopa en el espacio Boquitas Pintadas, donde junto a su madre y abuela, realizaron tres versiones de una receta familiar que descontextualizaba lo doméstico y que luego, como en un show de TV, un jurado elegía la “versión ganadora” que era también testeada por el público. Las artes plastícas continúan siendo un espacio de intercambio, de generar significados, como sucedía con esos ignotos que en las paredes de las cuevas representaban la caza o, como en un grafitti, un “yo estuve aquí”. Es, a fin de cuentas, a diferencia de la literatura o el cine, el único en el que la experiencia no se desarrolla en solitario. No se ejerce en el silencio, sino que puede comentarse en el momento. Y no necesita de banqueros o mercaderes para ser legitimado. Solo de tener un deseo, citando a Lacan, en el que existe un anhelo simbólico y subjetivo que está ligado a una falta, a una carencia, a la incompletud del sujeto. Porque, a fin de cuentas, puede completarnos. Aunque sea por un instante.

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