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» Diario Cordoba
Fecha: 11/08/2025 04:44
Chupitira es una palabra compuesta por dos verbos: chupar y tirar; justamente las dos acciones que hay que realizar cuando se comen almejas. A mediados del siglo pasado, al barrio de la Victoria de Málaga le llamaban el del «chupitira». Se comentaba que dicho barrio, habitado por familias de quiero y no puedo, consumía grandes cantidades de almejas; de chirlas de toda la vida; de las de cuarto y mitad para el arroz y puñado para la sopa de fideos, que eran baratas -eran- y de gran rendimiento. Necesitaban poco aliño y eran sabrosas productoras de un exquisito caldo donde saciar el hambre mojando pan. Al parecer había vecinos malintencionados que revisaban las basuras en busca de pistas indicadoras de una dieta alimenticia que justificase los aires de grandeza de los moradores victorianos y sólo hallaban cáscaras de almejas. No sé si actualmente las almejas, en general, o las chirlas, en particular, en relación con otros alimentos, son baratas o caras. Las coquinas, sus parientas elegantes, sí me lo parecen. De cualquier modo, los precios están tan disparatados que casi nos hemos quedado sin criterios, pero valga también señalar que los moluscos bivalvos pequeños tienen gran atractivo para el público infantil, que los come con verdadera fruición. Lo cierto es que a cualquiera puede gustarle sentarse ante una fuente de pequeños moluscos bivalvos: chirlas, coquinas o berberechos (las almejas que se cultivan en Santiago de Carril, perteneciente al municipio de Villagarcía de Arosa, juegan en otra liga, igual que su precio. Los mejillones también juegan en otra liga; en este caso por ser baratos) que hayan sido salteados con aceite, ajo, perejil, pimienta, sal y vino; chuparlos uno a uno extrayendo el bicho y pegar al mismo tiempo el correspondiente sorbetón para evitar que el caldillo chorree por la barbilla y discurra hacia los codos o hacia caminos más recónditos; y culminar las operaciones empapando barquitos que, aún con la ayuda del tenedor, se rompen en el trayecto hacia la boca y vuelven a caer sobre el caldo «haciendo la bomba» -tan prohibida en las piscinas- y poniendo perdidas las proximidades. A mí también me gusta, pero reconozco que es un placer poco glamuroso, solo apto para ser disfrutado en soledad o en una compañía de muchísima confianza. Desde luego lo del chupitira no es para comidas de compromiso o para cenas de enamorados, al menos para las que aspiren a posteriores consumaciones, porque aparte del espectáculo de la ingesta, manoseo y chupeteo incluidos, la contemplación de las cáscaras chupadas y vacías nunca es agradable.
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