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Parana » AnalisisDigital
Fecha: 11/08/2025 00:58
El reconocido narrador publicó en simultáneo dos novelas cortas que se venden al precio de una: Un hombre y Dos mujeres; “La literatura da y pide un tiempo excluyente”, dice. En tiempos en que la oferta y la demanda de literatura no pasa por su mejor momento en la Argentina, el escritor Juan José Becerra (Junín, 1965) publicó no una sino dos novelas cortas: Dos mujeres y Un hombre (Seix Barral, $29.900). La segunda buena noticia para los lectores es que con la compra de una de las novelas, la otra viene de regalo. El arte de tapa de los libros se completa en una sola imagen, a la manera de un díptico. No es el primer experimento literario solventado por el Grupo Planeta que se le atribuye al autor. Becerra sería el autor del “libro blanco” que Seix Barral lanzó en 2021 y el del promocionado lanzamiento de un candidato a presidente que no llegó a publicarse. “Embarrar un poco la cancha con un libro que se desborda hacia el que está al lado -dice Becerra a La Nación sobre sus nouvelles simultáneas-. Ese sería el gesto, que no es gran cosa, y que la editorial acompañó amablemente de un modo que llamaría terapéutico”. En Dos mujeres, a lo largo de una jornada la narradora sigue los pasos, por una ciudad que es y no es Buenos Aires, de María Isabel Di Pierro, una mujer que aspira a ser nadie, “posiblemente el proyecto más irrealizable de la vida”; en Un hombre, un empresario inmobiliario encarna distintos arquetipos -de El Ingeniero a El Coleccionista de Autos, y de El Mecánico a El Parrillero- en un escenario fronterizo, con un elenco que cataloga estereotipos del conurbano bonaerense. Una escena sensual, veraniega y nocturna, conecta a las protagonistas de una novela con el de la otra. En ambas, los narradores sazonan las historias con reflexiones existenciales, sociológicas, estéticas. -¿Cómo nació la idea de publicar dos nouvelles al mismo tiempo y qué representa esa decisión? -Hace tiempo que tengo una sensación ambigua con los libros. Cualquier cosa va a parar a un libro, por lo que la reserva de calidad que hasta cierto punto garantizaba la literatura se viene desplomando sin que se desplome el prestigio de los libros, que extrañamente sigue indemne. Y a eso hay que agregarle el carácter propio de la escritura, que le da a la lengua libresca la fatalidad del hecho consumado. Es decir que por un lado veo al libro como un objeto industrial tan ordinario como una camisa o un lavarropas y, por el otro, como una cárcel de la lengua. Lo tomo como un ataque de melancolía que anhela una literatura anterior a la bibliofilia y sospecha de la “terminación” de la escritura, que pierde por el camino lo poco que el lenguaje tiene de orgánico. Entonces, ¿qué hago? Embarrar un poco la cancha con un libro que se desborda hacia el que está al lado. Ese sería el gesto, que no es gran cosa, y que la editorial acompañó amablemente de un modo que llamaría terapéutico. -¿En qué época y en qué lugares transcurren las historias? ¿La identidad de los personajes es una excusa para la narración? -Transcurren en ese limbo que llamamos actualidad, un presente que está pasando y que la literatura corre de atrás como el perro al sulky. Hay en los dos libros una cultura y un escenario común. De hecho, los personajes de un libro se cruzan con los del otro del modo en el que cualquiera de nosotros se cruza con desconocidos. ¿Hay que detenerse o seguir? Esa es la cuestión. De los personajes, lo único que se me ocurre decir es que abandonan el sayo de la identidad para elevarse hacia lo informe y el devenir, como si buscaran el alma perdida de la especie. Pero no estoy seguro. -¿Cuál es el parentesco entre ambas? ¿Expresan tu opinión sobre varones y mujeres? -El parentesco es la escena en común, y lo que se gane y se pierda en ella lo sabrán los personajes, que no creo que expresen mis opiniones sobre los hombres y las mujeres porque, sencillamente, no las tengo afianzadas. La literatura es enemiga del enciclopedismo. Todo lo que sabe lo sabe por ignorancia y por accidente, aunque sea más sabia que las enciclopedias. -¿En quiénes están inspirados los personajes? -En mi experiencia siempre son composiciones similares a lo que en gastronomía se conoce como “reducciones”. Digamos que es hacer un caldo de una vaca, aunque también se puede hacer una vaca de un caldo. -¿Por qué elegiste diferentes narradores y unidades de tiempo para cada novela? -No sé. Creo que cada libro determina sus condiciones desde la primera frase, y esas condiciones son un misterio cuya justificación debe deducirse. -¿Cuál es tu método de escritura? ¿Escribir es un trabajo? -En los últimos quince años, mi método es ponerme las estrategias narrativas de sombrero. Me avergüenza el cálculo, justamente porque no considero que la literatura sea un trabajo. Es más bien una perversión inofensiva. -¿Las dos nouvelles se relacionan con otros experimentos editoriales en los que trabajaste? -Me parece que no. Pero me atraen los experimentos editoriales, sobre todo los que van a pérdida. -¿Qué libros y librerías no deberían existir, como opina la narradora de Dos mujeres? -Ah, no sé: cosas de ella. Se ve que tiene algún rencor. -¿Cómo ves el panorama de la literatura en general y de la Argentina en particular? -La literatura es un arte sobreviviente que superó todas las competencias desleales que le presentó la historia, incluyendo la fonomanía heroinómana de esta época, que parece incapaz de desearla. Pero ¿cuándo tuvo su época la literatura? Hasta en los mejores momentos su existencia fue marginal. Es una fuerza que vive de la reincidencia. Y en cuanto a la literatura argentina, considero que es un lujo nacional inmerecido. -¿Qué respuestas tenés de los lectores? -Creo que la propiedad de los libros, tanto la patrimonial como la del sentido, es de los lectores. Ellos saben lo que hice, no yo. Pero cuando me encuentro con alguno que me dice algo, sobre todo si eso es halagüeño, me dan ganas de que me trague la tierra. Quizás es porque ese tipo de encuentro violenta la intimidad del acto de escribir, que es una experiencia que no tiene exterior. Un día vi a un tipo en el subte leyendo parado El espectáculo del tiempo y me cambié de vagón. Fue como ver al diablo. -¿No parece que ya no se habla tanto de los libros sino de declaraciones recortadas en redes sociales sobre libros dichas por los autores? -Estamos en la época del “fragmento encuadrado”, o sea de la museificación del fragmento. Pero lo que me parece peor que eso es que se le da al recorte el estatus de totalidad. No existe más la vinculación con lo entero, ni con la secuencia. La ansiedad destruyó la experiencia de contemplación. No hay paciencia, por lo tanto, no hay procesos. Sucede en todos los niveles, pero en la literatura tal vez se sienta más porque ahí todo es proceso completo. La literatura da y pide un tiempo excluyente. Una persona que hoy lee un libro completo es un héroe. -¿Cuál es tu opinión sobre la batalla cultural del mileísmo? ¿Las intervenciones públicas de los intelectuales son escuchadas? -La batalla cultural una idiotez de diez gatos locos que disfrazan sus complejos de inferioridad con delirios de grandeza. Si hay una batalla, es la del combate ideológico contra un ejército de fantasmas. Quizás menos que fantasmas: apenas sábanas en un tender. En esas distracciones de vida o muerte se concentra casi el 100% de la actividad presidencial. Lo que convierte al presente en una catástrofe momentáneamente en suspenso. Pero no creo que la parte de la sociedad que se identifica con el desorden interior del presidente Milei y sus consecuencias de Estado esté dispuesta a escuchar alguna sirena de evacuación. Acá nadie escucha a nadie. -¿Seguís escribiendo guiones? -Sigo escribiendo guiones, y firmando compromisos de confidencialidad. Se ve que en el mundo del entretenimiento hay amigos de lo ajeno. Fuente: La Nación, Daniel Gigena.
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