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  • Labor docente que acerca educación y preserva la cultura mbya guaraní

    » Elterritorio

    Fecha: 10/08/2025 06:50

    Rafael Bresiski enseña en la aldea Tacuarí, donde conviven las lenguas guaraní y español. Allí se disfruta una vida sencilla, fiel a su cultura y unida a la naturaleza. domingo 10 de agosto de 2025 | 0:30hs. Rafael Bresiski recorre kilómetros a diario para llegar a la aldea Tacuarí. En un rincón de Misiones donde la tierra colorada y el verde se entrelazan, enseñar es más que un oficio: es un compromiso sostenido por la vocación y el amor por la educación. Llegar hasta allí implica recorrer caminos de difícil acceso, entre cerros y bajadas, para encontrarse con una comunidad mbya guaraní cuya forma de vida es distinta a la de los criollos. En la Aldea Tacuarí de San Vicente, la escuela avanza pese a la distancia, el barro y las carencias, y se mantiene como un espacio donde la enseñanza y la cultura se fortalecen mutuamente. “Nuestro lugar de trabajo es el aula satélite 03 de la escuela número 374, que es una comunidad mbya guaraní que queda a cuatro kilómetros de la ruta nacional 14 en picada Zulma, San Vicente. El camino para llegar es todo tierra colorada, con muchos cerros, bajadas y mucho verde. Es bastante difícil llegar y yo voy todos los días desde la ciudad de San Vicente”, contó Rafael Bresiski, maestro de grado. Según relató el docente, la vida en la comunidad es distinta a la de los criollos. Está marcada por el contacto directo con la naturaleza, la simpleza y la alegría de los niños, que juegan, ríen, trepan y nadan en el arroyo Zulma. “Justamente dentro de la comunidad atraviesa el arroyo Zulma, donde tienen un lindo espacio para nadar y pescar. Es una vida muy feliz, carente pero feliz”, agregó el docente. En la escuela, el aula lleva el mismo nombre que la comunidad. Funciona como extensión de la Escuela 374 y actualmente asisten 48 alumnos, atendidos por tres docentes que trabajan con grados acoplados. Una maestra enseña primero y segundo grado, otra tercero y cuarto, y Bresiski está a cargo de quinto, sexto y séptimo. Esta modalidad permite que todos los niños de la aldea puedan estudiar sin salir de su entorno. “Este aula satélite es joven. Se creó en 2019 y es una historia muy linda, porque el maestro Yoni De los Santos -que falleció- vio la necesidad de que en la aldea funcione un aula satélite. Los chicos caminaban cinco kilómetros para ir a otra aula satélite, en el aula 01 de Picada Zulma”, recordó. Una tarde de estudio al aire libre frente al nuevo predio de la escuela construido por la ONG Pan del Alma. En ese momento, Yoni gestionó junto al director el traslado de un cargo docente a la aldea. Contaron con la autorización del cacique y del consejo, y así comenzó a funcionar el aula satélite 03. “En el año 2023 pedí traslado a esa aula satélite, debido a que estaba creciendo mucho la matrícula de los chicos. Vi la necesidad de construir un aula nueva y me puse en contacto con uno de los miembros de la ONG Pan del Alma, con el señor Juan Todone. Le envié el proyecto y le solicité la construcción”, relató Bresiski. La ONG tiene como objetivo construir una escuela por año para erradicar las escuelas rancho. Ha trabajado en provincias como Catamarca, Chaco, Misiones y Salta, además de otras zonas que lo requieren. Fue así que Juan visitó la comunidad para confirmar la necesidad y se sorprendió al ver que las clases se dictaban en un aula muy pequeña y en una iglesia ubicada al lado. Luego de presentar el proyecto, la ONG lo aprobó y en septiembre construyeron el nuevo aula junto con la comunidad, con la colaboración en la mano de obra de los padres de los estudiantes. El contacto con la organización se dio a través de la página de Facebook de la ONG. Desde allí comenzó un diálogo que permitió transformar el espacio y fortalecer el vínculo con la comunidad. “Yo enseño en quinto, sexto y séptimo grado. Al ser aula satélite, tiene grados acoplados. En total son 48 alumnos y hoy tengo 18 a mi cargo”, indicó. Llegar en días de lluvia es una odisea. Aunque los caminos estén en buen estado, la tierra colorada se vuelve resbaladiza y el barro dificulta cada paso. Asimismo, el maestro comentó que en la comunidad se habla español y guaraní, siendo esta última la lengua materna de los niños. En la escuela aprenden castellano, uno de los objetivos solicitados por el cacique para que, al crecer, puedan comunicarse con mayor facilidad, asistir al hospital, realizar compras o hacer trámites en Anses. La cultura mbya influye profundamente en la escuela. Bresiski explicó que es “totalmente otra cultura”, con una mirada distinta sobre la vida y el tiempo. “Son más tranquilos, más pacíficos y no sufren tanto de estrés. Realmente es lindo ver y compartir la cultura con ellos”, comentó. Las barreras más grandes siguen siendo la falta de infraestructura. Muchas escuelas rurales carecen de edificios dignos, agua o luz, aunque de a poco se hacen mejoras. “Eso afecta mucho al docente, porque no sólo tiene que enseñar, sino también cortar el pasto, lavar la olla, preparar la merienda, juntar los papeles y limpiar la escuela”, detalló. Aula donde los chicos estudiaban antes de la nueva construcción. Cada viernes, en la última hora, organizan la limpieza. Los chicos traen agua, los más grandes ayudan, y junto con la otra maestra, se limpia el grado. “Por ahí eso podría verse como algo negativo, porque la escuela debería contar con su personal de servicio y con una mejor infraestructura”, agregó. El aumento constante de la matrícula volvió pequeño el espacio del aula, y entre los anhelos del maestro figura la construcción de una biblioteca y un salón comedor donde los niños puedan merendar y leer. Siente que su lugar está en esa aldea y que, de poder elegir, seguiría allí, convencido de que su trabajo aporta a los chicos, quienes valoran su enseñanza y mantienen vivo el deseo de aprender. La felicidad de los niños al recibirlos con abrazos y sonrisas confirma que está en el lugar correcto. Es una motivación constante para seguir enseñando. “Vemos que lo estamos haciendo bien, que ellos quieren aprender y que uno se siente también útil en esos lugares porque lo que logramos enseñar, ellos aprenden. Son niños de primer grado a séptimo, de 6 a 12 años, una linda edad para trabajar porque están motivados siempre”, expresó el docente. Su experiencia en la aldea también lo cambió. Aprendió a valorar lo que tiene y a agradecer más, al ver que la alegría puede florecer aun en medio de la carencia. “Lo que más me motiva a seguir es la felicidad de los niños en esa comunidad, en el recreo o al jugar. Aunque sepan pocas palabras en castellano, vienen con ganas de completar las actividades y de dibujar. También sabe que si un docente no está motivado, enseñar en contextos rurales se vuelve mucho más difícil. “Muchas veces ellos tratan de enseñarme su lengua y yo realmente no aprendo. Entonces, ellos se frustran y también se enojan porque el maestro no puede aprender”. En el intercambio diario fueron incorporando juntos palabras en guaraní referidas a “silencio”, “vengan”, “por el pasto”, entre otras. “Por ahí cuando nos enseñan y tratamos de repetir en el idioma guaraní, no nos sale parecido, porque es un idioma totalmente distinto. Las palabras se pronuncian para adentro. No sé pronunciar correctamente y muchas veces, los alumnos se convierten en mis maestros”. En medio de este entorno, la escuela se mantiene como un espacio de aprendizaje y encuentro, donde la educación y la vida comunitaria se fortalecen día a día entre dos culturas.

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