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» Clarin
Fecha: 10/08/2025 06:38
La tapa de Clarín del domingo 20 de noviembre de 1988 era contundente, dominada por una noticia con foto incluida: “Murió en Buenos Aires Cristina Onassis”. Y una bajada: “La encontraron sin vida en la mañana de ayer en una quinta de Tortuguitas. Investigan el contenido de unas pastillas halladas cerca del cadáver”. Solamente otras dos noticias, debajo, compartieron esa portada: el anuncio de la final del Masters del tenis femenino en Nueva York entre Gaby Sabatini y Pam Shriver, y otro anuncio, sobre la interna de los radicales. La noticia de la muerte de la hija del (ex) hombre más rico del mundo abarcó otras cuatro páginas en nuestro diario. Al momento de su muerte, en la casona de su amiga Marina Tchomlekdjoglou de Dodero, la fortuna de Cristina alcanzaba los 500 millones de dólares. Frente a las múltiples versiones de aquellos días, el obispo Grigoris Crisolakis, de la Iglesia ortodoxa griega en Buenos Aires, rechazó que Cristina Onassis se hubiera suicidado. “Estuve con ella la semana pasada, se sentía feliz porque había resuelto sus problemas de orden afectivo”, declaró. Cristina Onassis en 1984 con su cuarto marido y padre de su hija Athina, Thierry Roussel. AFP Los restos de Cristina fueron trasladados a Grecia y la ceremonia fúnebre fue en la Iglesia Aguia Fotini, en Atenas, antes del entierro en la isla de Skorpios. Allí estaban Thierry Rousell, el último de sus cuatro maridos, de quien se había divorciado el año anterior. Y la hija del matrimonio, Athina, quien tenía apenas tres años y era la heredera (su fortuna se multiplicó cuatro veces desde entonces) de: una flota, propiedades por todo el mundo (Nueva York, Montecarlo, Saint Moritz) y toda la isla de Skorpios. Esa flota abarcaba 11 buques petroleros y 14 de carga, administrados por la Springfield Shipping Co. Cristina había llegado en octubre del 88 a Buenos Aires, la misma ciudad donde décadas antes Aristóteles Onassis empezó a levantar esa fortuna, la misma ciudad que Cristina visitó varias veces y donde los templos de la noche la tuvieron como estrella habitual. La noche anterior a su muerte cenó en el Tortugas Country Club con su amiga Marina, esposa de Alberto Dodero. Este era hijo de otro empresario del sector naviero, quien ayudó a Onassis en sus amaneceres en la industria. La relación entre Cristina y Marina venía desde la infancia de ambas, por vacaciones compartidas en Punta del Este. Pasadas ya casi cuatro décadas de aquel momento, Marina acaba de publicar sus memorias en España: “Mi vida con Christina Onassis, la verdadera historia jamás contada”. Y allí se confirman muchas de las historias que, solo en retazos, aparecían en las páginas periodísticas. Cristina era multimillonaria, y apenas lo disfrutó. Y tanto consumo de pastillas para adelgazar y otros fármacos la llevó a la muerte a sus 37 años. Todo se desencadenó sorpresivamente: un edema pulmonar agudo. Athina Roussel Onassis y su mamá Cristina en una foto de 1988, poco antes de su muerte. (AFP) Completaba así la saga trágica de su familia. Su hermano mayor Alexander se mató en 1973, a sus 24 años, al estrellarse con su avioneta en Atenas. Poco después en París murió su madre Tina Livanos —divorciada mucho antes de Onassis— por una sobredosis de barbitúricos. Y las propias aventuras de Aristóteles Onassis, el hombre que llegó de joven y sin un centavo a Buenos Aires para luego convertirse en el hombre más rico del mundo, concluyeron al morir en 1975, agobiado de pena por Alexander. Según cuenta Marina, “en aquella última noche de 1988, fue como si Cristina estuviera haciendo catarsis, una declaración de amor a sus seres más queridos”. Y ofrece detalles de la intimidad: amores, peleas, adicciones y excentricidades. “Le pagaba a la gente para no estar sola. Le pagaba a su doncella, le pagaba a su tía, al novio de su tía... Quería estar siempre acompañada. Muchos se acercaban a ella por su fortuna. Yo era de las pocas que no estaba por su dinero”, cuenta. La vida de Cristina Onassis estuvo sembrada de dramas y decepciones. Nacida en Nueva York, pasó su infancia rodeada de lujo y guardaespaldas, conociendo a gobernantes y saltando de la Gran Manzana a la exclusiva avenida Foch de París o a las islas griegas. Cuando tenía 10 años, sus padres se divorciaron. Su madre Tina, hija del gran armador Livanos, se casaría después con el marqués de Brandford y, en 1970, con el gran rival de Onassis, Stavros Niarchos. Aristóteles Onassis, por su lado, vivió un amor tormentoso con la estrella de la ópera María Callas y se casó en 1968 con Jackie Kennedy, la viuda del asesinado presidente de Estados Unidos, JFK. Cristina, a su vez, se casó por primera vez en 1971, en Las Vegas, con un vividor llamado Joseph Baker, veinte años mayor. Onassis movió todas sus influencias para deshacer ese matrimonio, lo consiguió y terminó celebrando con la propia Cristina en el Maxim’s de París. Tampoco le duró el segundo marido, un armador griego llamado Alexandre Andreadi. Este viajó a Skorpios para reconciliarse y sufrió un accidente de moto. Para despedirlo, Cristina le escribió sobre su yeso: “Buen viaje, Alejandro, que tengas más suerte la próxima vez”. Más enigmático fue el tercer matrimonio, en 1978, con un funcionario de la ex-URSS, un tal Sergei Kauzov, con toda la aureola de agente de la KGB. Duró dos años, incluyendo algunos meses de estadía en la Moscú soviética. Y finalmente se casó con Roussel, hijo de un rico empresario farmacéutico, en 1984, para divorciarse tres años más tarde. Aristóteles Onassis había muerto el 15 de marzo de 1975 en el Hospital Americano de París, en Neuilly-sur-Seine. Cristina fue su heredera, pero también afrontó múltiples problemas legales y la declinación del emporio. Uno de estos problemas fue el reclamo de Jackie por la división de bienes. Athina Rousel Onassis en una foto de archivo en San Pablo, en 2007. La documentación revelada hace poco indica que finalmente Jackie accedió a una compensación de “solo” 20 millones de dólares. James Malcolm Waugh, un notario de Londres, redactó el acuerdo, estipulando que Cristina era la “heredera universal” de Aristóteles Onassis. El documento dice que “la esposa renuncia a favor de la hija de toda reclamación, derecho, título e interés para recibir o heredar cualquier parte del patrimonio de su padre”. Otro apartado revela que Onassis había entregado a Jackie otros 2 millones de dólares en bonos antes de morir. Y concluyen: “Aunque ella entiende que Onassis era un hombre de riqueza sustancial, está satisfecha con la provisión que le hizo y no desea reclamar su participación en su patrimonio en caso de su muerte”. Cristina heredó aquellos 500 millones. Y otra parte de lo que dejó Onassis quedó depositada en Liechtenstein para crear la fundación Alexander Onassis, con un centro cultural en Nueva York y una clínica cardiológica en Atenas. Dos de las herencias que simbolizaron la opulencia del imperio Onassis eran su isla (Skorpios) y su yate (Cristina O). El yate que Onassis bautizó con el nombre de su hija fue construido en los astilleros canadienses en 1943 y destinado enseguida a ayudar a los aliados en la Segunda Guerra Mundial: estuvo en el desembarco de Normandía. Onassis, al comprarlo, lo transformó en el yate más lujoso del mundo, al que invitó a las celebridades de su época: Churchill y Kennedy, Marilyn y Elizabeth Taylor, Sinatra y Richard Burton. También allí se alojaron los invitados a la más fastuosa boda de los 50, la del príncipe Rainiero de Mónaco y Grace Kelly. Pero Cristina, a la muerte de su padre, se lo sacó de encima y lo cedió al gobierno griego para reducir su cuota de impuestos. A principios de este siglo, por un breve período, lo tuvo otro magnate griego, Pavlos Papanikolau, y finalmente pasó a la flota de yates de la compañía Edmiston, que lo valuó en una cifra relativamente “modesta”: 25 millones de dólares. Aristóteles Onassis fue el hombre más rico del mundo en la primera mitad del siglo XX. Vivió entre 1923 y 1932 en Buenos Aires y regresó varias veces, incluida su primera luna de miel en el Plaza Hotel, en 1946. Los restos de Aristóteles Onassis, así como los de sus hijos Alexander y Cristina, descansan en la isla de Skorpios. Resuelta a terminar con todo vínculo, Athina Onassis se desprendió de la isla. La puso en venta en 2008 y cinco años más tarde encontró una compradora, a la que había conocido en los campos de equitación: la joven rusa Ekaterina Rybolovleva, hija de Dmitry Rybolovlev, uno de los que se enriquecieron en su país a la salida del comunismo. En su caso, con las industrias de fertilizantes. La chica —de 24 años en ese momento— pagó 120 millones de dólares para quedarse con la isla, sobre las aguas del Jónico.
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