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Concepcion del Uruguay » La Calle
Fecha: 10/08/2025 06:36
Mientras los bollitos de harina, grasa y sal duermen, la luna despierta los hornos a fuego lento. A veces de leña, otras a gas. Hacer visible lo invisible no es un acto heroico, tampoco es tan fácil con un texto, pero a nadie lo va a empachar unos párrafos con dedicación. Ser y estar en Francés es el mismo verbo algo que el castellano no parece contemplar. Pero a mi gusta insistir en el labairo diario en donde pensar; sentir y hacer estén parecidos. Amanece un feriado patrio en nuestra ciudad; y con él, la esperanza que leuda junto a la masa, como un sueño, comienza a levantar. El olor a pan fresco se esparce, y con él, la promesa de un día nuevo, rezando volver con la canasta vacía. En las calles de Concepción, un fenómeno que ya no pasa desapercibido de los transeúntes forman parte del paisaje urbano y es la proliferación de vendedores de panes caseros. Se vienen caminando desde las zonas anchas de la ciudad En la YPF del cementerio se acerca Raquel con una canasta de mimbre y su especialidad tiene salame. La fe y la religión siempre estuvo vinculada al Pan.Como la escena de Jesúscrito con sus apóstoles partiendo el Pan. Hace años durante la procesión de la Parroquia San Roque había panchitos bendecidos y tenían semillitas de Aniz. Porque Concepción es cada día más ancha y se abre paso cada vez más lejos del río.Ellos se vienen desde lejos caminando o en bicicleta utilizando la creatividad para conservar el calor y su frescura. Los hay en variedades con queso, jamón y con chicharrón. El olorcito es un plan estratégico de prensa implícita. Pero esta tendencia no es fruto del azar. Detrás de cada pan, hay una historia de pasión, dedicación y necesidad. La multiplicación de vendedores de panes caseros en las calles de la ciudad no es casual. En los hogares, el pan es más que un alimento; es un símbolo, desde la Biblia hasta nuestros días, mejor dicho, mucho antes. Es el calor que llena las panzas y los corazones.Es la vida que late en cada hogar. Es el pan que trae pan. El paisaje contradice las recomendaciones de las redes y los nutricionistas que fulminan el consumo de harinas. Dos burbujas diametralmente opuestas. Por mi casa pasa la señora Simeone (recuerdo su apellido por la transferencia digital y porque me recuerda al Cholo) y nos vende el pecado a 3.000 pesos. Ella camina el tramo final de Moreno hacia la UTN porque me suena que vive para ese lado y siempre vuelve felizmente con la bolsa de tela vacia. Vende unos diez panes panes los días jueves. En mi casa actual, las harinas fueron inculcadas como un permitido, pero con la creencias que nos hacen mal. Hoy reflexiono que tal vez no sea tan así. O tal vez sí, pero mis ancestras han pasado décadas cocinando el pan casero, como mi abuela en el horno de barro en Basavilbaso. Familia criolla de ferroviarios en una colonia judía con todas las costumbres culinarias mezcladas en perfecta convivencia, hasta llegar a deleitar la torta rusa bajo la higuera del patio con suelo de tierra negra. Son los olores y las imágenes el transporte a la infancia. El pan dulce de la abuela Carmen y el grito de las gallinas cuando les quebraba el cuello son cine para mí . Por el centro y los locales alrededor de la plaza pasan dos pibes…Si dos que se parecen tanto que le decís ya te compré. En la otra esquina de la terminal hay uno, y allá arriba, después del rulo, también. Seguramente están pensando en el que les vende a ustedes, que siempre anda con la remera gris. Y la mayoría no empezó en este oficio, más bien lo abrazó porque lo excluyeron de otro. Se cruzan dos temas: el hábito de elaborar tu propio alimento y el recuerdo, como símbolo de fin de mes en casa de mis padres, con un hogar de asalariados, era abrir el aparador de los años 50 y que no haya ni pan. «Tengo hambre y no hay ni pan» era la protesta del estado de cosas. Y mi vieja, con dos huevos y jugo de naranja marca Miju y un poco de harina, nos elaboraba un bizcochuelo sabor naranja. La tragedia se convertía en fiesta. Tanto que hasta podíamos invitar a una amiga, porque ya teníamos una delicia hasta para compartir con la visita. El aroma a pan casero caliente invade el centro y, hasta acá, si nos extendemos, podemos caer en la romantización de la precariedad más obscena. La precariedad del mundo, lindo título. La precariedad del mundo laboral y su informalidad ha ido creciendo junto con el mercado y su lógica de una vida sin el sentido de la previsión. Nuestro pan de cada día hoy abunda por las calles y unos rostros amables recurren a la gastronomía informal como una forma de generar recursos. El pan casero hoy está en manos de los nuevos vendedores ambulantes con circuitos ya establecidos, y, a diferencia de otros, son quienes reciben respuestas incluso con simpatía. Tal vez sean hoy la última reserva de empatía.
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