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  • Carebots, ¿solución a la soledad o abandono automatizado?

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 09/08/2025 06:51

    Carebots (imagen ilustrativa generada con IA) En un mundo donde el envejecimiento poblacional se acelera, el personal humano calificado escasea y los sistemas de salud se tensionan, la presencia de “carebots” o robots cuidadores avanza en residencias y hospitales. Bajo la promesa de asistentes incansables, siempre atentos, programables y disponibles las 24 horas, Japón, Corea del Sur, Estados Unidos, China y varios países europeos, producen y utilizan estos autómatas para asistir a personas mayores no siendo ya una ficción futurista, sino una realidad en expansión. Los carebots realizan diversas tareas, desde ayudar a incorporar a un paciente, asistir terapéuticamente en tareas de higiene o administrar medicación, recordar eventos, apoyo educativo y hasta mantener conversaciones básicas o brindar entretenimiento. Diseños como Paro, Pepper, Airec o Nao, han sido evaluados en diversos contextos, entre ellos, en geriatría y demencia leve, con muy buenos resultados técnicos. China ya ha probado carebots capaces de evaluar la condición corporal del paciente, monitorear sus signos vitales y detectar expresiones faciales. Similarmente, la robótica social se expande también en la asistencia domiciliaria, supervisando lo que respecta a la salud personal, estimulando la memoria, guiando en rehabilitación y hasta alertando caídas mediante sistemas con airbags integrados, como el robot E-bar. Así, Japón, con un 28% de su población mayor de 65 años, anunció recientemente la incorporación masiva de robots en residencias, como parte de su estrategia pública nacional; y la Generalitat de Cataluña anunció la inversión de 5,5 millones de euros en la compra de mil robots asistenciales. Ahora bien, estudios como el de María Codesal, Carolina Álvarez y Alba Blanco, documentan la eficacia de los carebots en casos de demencia, mejorando la comunicación, el estado de ánimo y la percepción de compañía en los pacientes. No obstante, los resultados son difíciles de extrapolar al total de la población, pues los beneficios suelen evaluarse mediante escalas cualitativas y su aceptación depende en gran medida del entorno cultural y las características individuales. Por ello, en Europa, la iniciativa Caresses, desarrolla carebots “culturalmente sensibles” capaces de adaptar su comunicación y comportamiento según la cultura y preferencias personales del usuario. Dicha adaptación incrementa su aceptación, así demostrado en Reino Unido y Japón, aunque no elimina el riesgo de crear vínculos afectivos artificiales que pueden derivar en dependencia emocional o sensación de abandono si el carerbot es retirado. Multiples casos documentados dan cuenta de adultos mayores que desarrollaron apego profundo a estos carebots, experimentando sentimientos de pérdida cuando el dispositivo falla o es sustituido. Congruentemente, estudios como el de Karen Lancaster, han documentado que si bien estos carebots han mejorado la adherencia a tratamientos y la percepción de compañía en los pacientes, también disminuyó la interacción humana en hogares geriátricos. Además, se destaca la preocupación sobre privacidad y seguridad de información, ya que muchos carerbots recopilan datos sensibles sobre emociones, conductas y rutinas diarias, exponiendo a los ancianos a riesgos de seguridad y mayor vulnerabilidad. Y aquí, la pregunta bioética es: ¿estamos mejorando la calidad de vida o simplemente automatizando el abandono? La respuesta depende si una máquina puede suplir la dimensión moral y afectiva del cuidado. Autores como Sherry Turkle advierten sobre los riesgos de crear relaciones “sin reciprocidad real”, simulando empatía, pero sin experimentarla. Diferencia que, según la ética del cuidado formulada por Joan Tronto, radica en que cuidar no es sólo ejecutar tareas, sino estar afectivamente presente; algo que los carerbots, por ahora, no pueden replicar. Luego, la utilización de los carerbots motivada por razones económicas y demográficas tales como la falta de personal especializado, los crecientes costos del cuidado humano y el aumento de adultos mayores que viven solos, resulta en lo advertido por Mark Coeckelbergh: la transformación de una relación moral en un servicio técnico. En este caso, se confunde el cumplimiento mecánico de una función con la experiencia humana de ser cuidado y valorado. Y ello, debido a la delegación del cuidado en entidades no humanas cosificando a quien debe ser cuidado. El problema es, entonces, el uso de la tecnología no para mejorar el cuidado, sino para sustituir con máquinas lo que antes hacían las familias y la comunidad. Así, resulta necesario advertir sobre la perjudicial sustitución del acompañamiento por la asistencia, porque la soledad no se resuelve con presencia funcional, sino con presencia humana. Es por esto que el riesgo ético más grave es naturalizar como cuidado auténtico lo que en realidad es su simulación funcional. Cuando un carebot emite un mensaje para recordar una medicación, simula una conversación o aparenta afecto con respuestas programadas, se produce una ilusión de compañía que, de sustituir el contacto humano real, su paradójico resultado es el aumento de la interacción a la vez que la soledad existencial. Este fenómeno ha sido descrito por Robert y Linda Sparrow como la creación de un “falso marco afectivo” que, lejos de contener emocionalmente al paciente, lo expone a una vulnerabilidad aún mayor. Se instala así una ética del mínimo esfuerzo relacional donde basta que el paciente no esté solo físicamente para suponer que está acompañado emocionalmente, diluyendo así la mencionada distinción entre presencia funcional y presencia humana. Y a medida que los carebots se incorporan a las rutinas de cuidado, puede instalarse una falsa percepción de cobertura afectiva que desincentive la visita de familiares o voluntarios. De hecho, este fenómeno ya se ha documentado en residencias de adultos mayores en países como Suecia y Japón. El anciano, progresivamente rodeado de artefactos que “le hablan”, “le asisten” y “le escuchan”, puede adaptarse conductualmente, pero pierde el horizonte del otro como sujeto ético y afectivo, consolidando una soledad asistida o un abandono automatizado. Y si a ello se le adiciona el diseño del carebots con estética animalizada, como Paro, que simula ser una foca bebé, provoca además una infantilización del adulto mayor, reforzando su dependencia y debilitando su autodeterminación. La UNESCO, en sus Recomendaciones sobre la Ética en la Inteligencia Artificial (2021), pondera las ventajas de los robots de asistencia social, física y estimuladora, en el cuidado de personas vulnerables, aliviando la carga de trabajo del personal de salud y permitiendo que las personas permanezcan más tiempo en sus hogares. Aunque también resalta su preocupación por la sustitución de la interacción humana por las máquinas, agravando el aislamiento social, más los problemas por la protección de los datos personales y conductuales. Similarmente advierte sobre los riesgos de pérdida de autonomía en los pacientes y la imposición del uso de los carebots sin consentimiento. Y ello, es porque el cuidado no es sólo eficacia, sino también reconocimiento, escucha y afecto. Así, la instrumentación de carebots será positiva como soporte complementario, pero negativa como sustituto. En otras palabras, estos avances sólo aportarán valor si no pierden de vista la centralidad de la dignidad y el vínculo humano en el cuidado. Como en la gran mayoría de casos en biotecnología, los problemas no son técnicos, sino morales. Y en sociedades que envejecen, cuidar no es sólo mantener a alguien con vida o asistirlo funcionalmente, sino reconocerlo como alguien que merece una relación, un espacio para su subjetividad, para su historia, respetando su fragilidad y sus vínculos. Por ello, el cuidado no puede ser delegado a una entidad que carece de conciencia, juicio moral y afecto real, porque en lugar de progreso sería renuncia ética.

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