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» Comercio y Justicia
Fecha: 09/08/2025 00:18
Por Luis Aragón (*) Vivimos en una época donde la transformación digital no avanza: se precipita. Y en medio de esa corriente veloz, la inteligencia artificial (IA) no aparece sólo como un nuevo recurso tecnológico sino como un catalizador capaz de redefinir la forma en que trabajamos, nos organizamos y nos relacionamos. Procesa datos a una velocidad inhumana, automatiza lo repetitivo y nos coloca frente a una pregunta clave: ¿cómo queremos que esta nueva fuerza se integre en el tejido de nuestras vidas y de nuestro trabajo? Contrario a los temores de muchos titulares, la IA no viene a arrebatarnos el trabajo, sino a ampliar nuestro alcance. Funciona como ese copiloto que, sin quitarte el volante, te ayuda a trazar rutas más inteligentes. Nos permite llegar más lejos en campos que no dominamos, conectar puntos que no veíamos y descubrir soluciones innovadoras. Su mayor promesa está en democratizar el conocimiento, derribar barreras y abrir la mesa a voces diversas, esas que multiplican las posibilidades creativas. El futuro del trabajo, en un mundo de capacidades potenciadas, nos lleva a hablar inevitablemente de diversidad. De género, de historias, orígenes, modos de pensar y generacional. En los mejores equipos, la experiencia de quienes ya vivieron varias transformaciones se entrelaza con la frescura y naturalidad digital de las generaciones jóvenes. Ese intercambio crea un sistema de mentoría mutua que acelera la innovación y fortalece el crecimiento. Este cambio también interpela al liderazgo. Ya no alcanza con ser el que sabe más. El nuevo liderazgo es el que construye contextos para que todos puedan dar lo mejor. Escuchar de verdad, integrar perspectivas distintas y crear un terreno fértil para la colaboración. Y aquí la IA nos libera de la carga operativa para concentrarnos en lo esencial: desarrollar habilidades profundamente humanas, como la empatía, la comunicación clara y la capacidad de tender puentes entre miradas opuestas. Hoy, IA y trabajo remoto redibujan el mapa laboral. Lo repetitivo se automatiza o se traslada al mundo virtual, mientras el valor diferencial del trabajo humano se concentra en la creatividad, la innovación y la conexión genuina. En este marco, la diversidad y la inclusión ya no son solo correctas desde lo ético: son estratégicas. Solo equipos con miradas y experiencias distintas podrán diseñar productos y servicios que respondan a una sociedad diversa. La IA también nos abre la puerta a un nivel de personalización nunca antes visto. Comprender las particularidades de cada persona permite crear soluciones a medida, no solo para clientes, sino también para colaboradores. Esa precisión genera valor real, fideliza y multiplica el impacto de las organizaciones. En este viaje, la actitud es tan importante como la herramienta. Adoptar la mentalidad del explorador: abrirse al cambio, desaprender lo que ya no sirve y entrenar el pensamiento complejo. Y aquí, inevitablemente, aparece el propósito, el ikigai. Esa intersección luminosa entre lo que amamos, lo que hacemos bien, lo que el mundo necesita y aquello por lo que podemos recibir una recompensa. Bien usada, la IA puede regalarnos tiempo para lo que realmente importa, liberándonos de tareas tediosas y acercándonos a nuestro propósito más profundo. Así, personas y organizaciones pueden generar un impacto más grande, más humano y más trascendente. Pensar la IA como el vehículo para crear un futuro donde la diversidad y la creatividad humanas sean la energía que nos empuje hacia adelante. (*) Mentor coach advisor en IA. Responsable de Innovación Diagonal.
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