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  • Murió Karlic – Entre Ríos Ahora

    Concordia » Entre Rios Ahora

    Fecha: 08/08/2025 23:30

    Falleció el cardenal Estanislao Karlic. Alojado luego de una afección cardíaca en el Hogar Sacerdotal, Karlic sumaba 99 años y fue durante dos décadas arzobispo de Paraná. «Con profundo pesar informamos que hoy viernes 8 de agosto el cardenal Estanislao Esteban Karlic ha partido a la casa del Padre», informó la curia de Paraná. Los Karlic, Milka, Catalina, Estanislao, nacieron y crecieron en un pueblo que era entonces eso: un pueblo, sin demasiadas perspectivas de progreso y, sobre todo, sin lugar adonde continuar los estudios al concluir la escuela primaria. En aquellos años, entre la década de 1930 y de 1940, Oliva, un pueblito de Córdoba, todavía estaba en gestación. Por eso, una vez que concluyeron el séptimo grado en la Escuela Mariano Moreno, los hijos de Juan y Milka tuvieron que marcharse a la capital a continuar con la educación secundaria. Las dos mujeres, al Instituto Mercedarias; Estanislao, al Colegio Montserrat. Luego de un año en el que intentó seguir Abogacía en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Córdoba, decidió seguir el llamado de la vocación sacerdotal e ingresó en 1947 en el Seminario Mayor Nuestra Señora de Loreto de la Arquidiócesis de Córdoba. Ya entonces, de modo prematuro, asomaba su perfil teológico, su vocación para el estudio, y al año siguiente, en 1948, viajó a Roma para estudiar Filosofía y Teología en la Pontificia Universidad Gregoriana. Su biografía, la del ahora cardenal Karlic, dice esto: Después de realizar un año de estudios de Derecho en la Universidad de Córdoba, ingresó en 1947 en el Seminario de Córdoba para ser sacerdote. Pero ya al año siguiente, en 1948, fue enviado a Roma para estudiar Filosofía y Teología en la Pontificia Universidad Gregoriana. Fue ordenado sacerdote precisamente allá, en Roma, el 8 de diciembre de 1954. Entre 1955 y 1963 ejerció el ministerio y la actividad docente en Argentina, especialmente en el Seminario de Córdoba. En 1965 se doctoró en Teología en la Universidad Gregoriana de Roma. Desde entonces ejerció su ministerio en la Arquidiócesis de Córdoba y fue profesor en el Seminario de dicha diócesis, en la Facultad de Teología de Buenos Aires y en la Universidad Católica de Córdoba, además de otros institutos de formación. El 6 de junio de 1977 fue preconizado obispo auxiliar de Córdoba y titular de Castro. El 15 de agosto de ese mismo año fue consagrado obispo en la Catedral de Córdoba por el cardenal Raúl Primatesta. El 19 de enero de 1983 fue elegido arzobispo coadjutor de Paraná y administrador apostólico sede plena. Asumió el 20 de marzo de 1983. Al fallecer Monseñor Adolfo Tortolo, el 1º de abril de 1986, Karlic asumió como arzobispo de Paraná. En 2001, al cumplir los 75 años, y tal como lo establece el Código de Derecho Canónico, presentó su renuncia al Papa Juan Pablo II, la que no le fue aceptada sino hasta abril de 2003. El retiro, entonces, abría una ventana a través de la cual asomarse al mundo Karlic, a las dos décadas de gobierno en la diócesis de Paraná, con sus luces y sus sombras, y a sus dos períodos al frente del Episcopado. Aunque para hacerlo, es preciso recurrir a otras fuentes, no al protagonista de esta historia. Karlic ha sido siempre, y no dejaría de serlo durante su retiro, un hombre de bajísimo perfil. Un hombre al que jamás le gustó hablar de sí. Llega a Paraná En el otoño de 1983 el país estaba todavía bajo el manto de un gobierno de facto: faltaban siete meses para que las urnas estuvieran listas para sellar el regreso a la vida institucional luego de siete años de dictadura. Gobernaba Entre Ríos un gobernador de facto, Mario César Bertozzi, y la ciudad tenía un intendente que nadie había elegido, Carlos Quintero, una inundación descomunal hacía estragos en las riberas y el boleto urbano de colectivos en Paraná tenía un precio insólito: 8.500 pesos. Y había un príncipe de la Iglesia, Adolfo Servando Tortolo, que agonizaba, camino al cementerio, en un hospital de Buenos Aires. A principios de aquel año, en enero, el Vaticano había resuelto nombrar un reemplazante de Tortolo: la designación recayó en el cordobés Estanislao Esteban Karlic, que asumió efectivamente el cargo el domingo 20 de marzo. La ceremonia fue con pompa y circunstancia: pasadas las 18, Karlic descendió de un helicóptero en la zona del Parque Infantil Patito Sirirí, en las barrancas del Parque Urquiza. Allí lo recibieron el cura Félix Viviani, y el secretario de la Gobernación, Julio César Aizaga, y todos juntos emprendieron un recorrido, en caravana: primero la Costanera, subieron por la Cuesta de Izaguirre, rumbearon por Avenida Rivadavia (hoy Alameda de la Federación), siguieron por Buenos Aires, doblaron en Urquiza, bordearon la cuadra que está detrás de la Iglesia Catedral, y por fin alcanzaron el atrio, donde se desarrolló la misa central. Entre las visitas ilustres, estaban el nuncio Ubaldo Calabresi, y los arzobispos de Córdoba, Raúl Francisco Primatesta, y de Santa Fe, Vicente Zazpe. En la edición del lunes 21 de marzo, El Diario, de Paraná, le dedicó casi un cuarto de su portada, abajo, a la derecha, a la noticia. “Monseñor Karlic afirmó en su homilía que es su deseo enseñar la dignidad del trabajo”, tituló, y lo ilustró con dos fotos: una que muestra una compacta concurrencia de fieles, y otra en la que Karlic recibe el saludo de los sacerdotes. Cuando asumió, Karlic dijo dos cosas relevantes: habló de la dignidad del trabajo, que “ha de ser ofrecido a los demás para crear fraternidad y ha de ser reconocido y justamente remunerado”. También mencionó la unidad, y sabía por qué lo decía, quizá anticipándose a los tiempos por venir. Abogó para que su misión como arzobispo de Paraná sirviese “para contribuir a la profunda caridad de la Iglesia y que así sirva a la unidad de la vida temporal de la Nación”. Ese último propósito sería una obra que, al principio de los tiempos, cuando el Papa Juan Pablo II lo nombra arzobispo de Paraná, a mitad de la década de 1980, le llevó tiempo. Dos años después de poner pie en Paraná, intervino el Seminario local, y separó a su equipo de formadores, lo que le generó un conflicto de proporciones. La decisión, sin embargo, fue bien recibida fuera de la diócesis de Paraná, y entonces su nombre empezaría a sonar de otro modo. Su figura trascendería esas rencillas para posicionarse como el hombre que encabezó un cambio de época en la Iglesia argentina. Efectivamente, con Karlic a la cabeza la Iglesia argentina hizo un público pedido de perdón por los errores, omisiones y por el silencio cómplice de sus miembros durante la dictadura. En el documento “Reconciliación de los bautizados”, dado a conocer en el acto de apertura del Encuentro Eucarístico Nacional, el viernes 8 de setiembre de 2000, en Córdoba, la cúpula eclesiástica pidió perdón porque “en diferentes momentos de nuestra historia, hemos sido indulgentes con posturas totalitarias, lesionando libertades democráticas que brotan de la dignidad humana” y porque “con algunas acciones u omisiones hemos discriminado a muchos de nuestros hermanos, sin comprometemos suficientemente en la defensa de sus derechos”. Pero todavía faltaba para todo eso. Primero fue preciso atravesar un tembladeral en tierra propia. Era abril. Era 1999. Era Karlic, investido ya como presidente del Episcopado. Era un encuentro plenario de los obispos. Era Buenos Aires. Era esto lo que dijo entonces: “No hablemos del tiempo como si estuviera fuera de nosotros. San Agustín nos enseña que el tiempo está en nosotros mismos, y los tiempos serán buenos o malos según lo seamos nosotros con nuestras acciones. Seamos buenos nosotros y los tiempos serán buenos”. En el invierno de 1985 los tiempos parecían ser tiempos malos, al menos en las acciones de algunos personajes clave de la historia eclesiástica de entonces. Haidée Copatti, la laica consagrada que lo ha acompañado durante toda su vida –ha sido siempre su secretaria privada, y alcanzó, raro privilegio para una mujer en el universo católico local, el rango de vicecanciller de la Curia cuando Karlic fue arzobispo de Paraná– lo definió con una frase: “Es una persona de una sola pieza”. Copatti es una mujer muy bien formada. Es licenciada en Economía (Universidad del Salvador), Doctorada en Filosofía (Universidad Católica de Santa Fe), tuvo a su cargo la cátedra de Antropología Filosófica en el Instituto de Ciencias Políticas de la Facultad de Humanidades en la UCA sede Paraná y, además, la cátedra de Antropología en la Facultad de Ciencias Económicas en la UCA Santa Fe. Pero dedicó el último cuarto de siglo de su vida a acompañar a Karlic, con tanto celo que en los tiempos en los que el cardenal estuvo al frente de la Iglesia de Paraná, y Copatti fue su secretaria personal, se ganó unos cuantos enemigos por sus modos severos de relacionarse. Pero en Paraná ha debido cargar con sus cruces. Sobre todo al principio, no bien llegó, a mediados de la década de 1980. Entonces, encontró facciones hostiles dentro del propio rebaño. Y, quizá por primera vez a lo largo de su magisterio, se enfrentó a fuertes críticas que se hicieron públicas, y del modo más violento: con pintadas agresivas en el frente del Seminario Nuestra Señora del Cenáculo que aparecieron un frío lunes de julio de 1985 en ese edificio retirado, ubicado en la zona del Brete. Pero aquel incidente estuvo lejos de ser el más grave en la vida de Karlic. Una década después volvería a ocuparse del Seminario: en 1995 ordenó una investigación diocesana por los abusos cometidos por uno de sus protegidos, el cura Justo José Ilarraz, a quien había nombrado prefecto de disciplina. Pero todo se hizo en secreto, y así quedó sepultado en los archivos eclesiásticos. Hasta que estalló públicamente en 2012. Karlic se enteró de aquellos hechos cuando ya su figura se proyectaba a nivel nacional. En 1987 fue elegido vicepresidente segundo del Episcopado, cargo que retuvo hasta 1990, cuando fue votado como vicepresidente primero, hasta 1996. Ese año alcanzó, por primera vez, la presidencia de la Conferencia Episcopal Argentina, función en la que sería reelecto en 1999 y hasta 2002. Pero también su nombre era conocido en el Vaticano: entre 1987 y 1992 participó junto al actual Papa Joseph Ratzinger en la redacción del Nuevo Catecismo de la Iglesia Universal. Mientras, aquí, el gobierno de la Iglesia paranaense atravesaba un momento de crisis de conducción. Todavía Karlic no tenía un obispo auxiliar, y sus constantes ausencias de la diócesis crearon un clima de vacío de conducción. Juan Alberto Puiggari sería nombrado auxiliar en 1998. En medio, ocurrió el caso Ilarraz. Ilarraz fue condenado a 25 años de cárcel por abuso y corrupción en el Seminario Nuestra Señora del Cenáculo, donde Karlic lo había puesto a reclutar vocaciones. En la Justicia En su primera declaración en la Justicia en la causa Ilarraz, Karlic dijo que supo de los abusos de Ilarraz cuando ordenó investigarlo, en 1995. Esa investigación concluyó en 1996, con el testimonio de cuatro víctimas y de varios testigos, y la aplicación de la sanción del destierro para Ilarraz. “Como consta en la documentación entregada, al Pbro. Ilarraz se le puso como pena la prohibición de estar en el territorio de la Arquidiócesis, ejercer el ministerio en ella y tener contacto con los seminaristas. Esta medida se tomó como consecuencia de que se dieron por acreditados los hechos denunciados, que fueron admitidos por el Pbro. Ilarraz ante mí y de los cuales me expresó su arrepentimiento”, dice la declaración por escrito de Karlic. Ilarraz pidió perdón ante Karlic. Respecto de los abusos, dijo el cardenal que Ilarraz en principio “los negaba absolutamente, más tarde admitió su responsabilidad y pidió perdón». En su segunda declaración, durante la sustanciación del juicio a Ilarraz, Karlic reveló: “El pedido de perdón lo hizo en relación a los hechos que se le imputaban sobre su relación con algunos seminaristas. Reconoció su culpabilidad en los hechos”. El cardenal se reunió varias veces con el ahora condenado. “Me reunía con él en mis frecuentes viajes a Roma durante esos años y conversábamos mucho. No apliqué, según recuerdo, un protocolo, sino que actué sobre la base de una relación propia de un obispo con un sacerdote de su diócesis. Él estaba ciertamente al tanto de lo que acontecía aquí y de hecho respondió a los requerimientos que se le hicieron desde el Vicariato de Roma y accedió a hacer la pericia psiquiátrica que allí aconsejaron. También luego escribió la confesión pública conocida”. La desmentida «En primer lugar niego cada una de las denuncias que se me imputan», dijo el cura Justo José Ilarraz ante el tribunal que lo juzgó y lo condenó a 25 años de cárcel, integrado por Alicia Vivian, Carolina Castagno y Gustavo Pimentel. Lo dijo antes de conocer los alegatos de la Fiscalía y los querellantes, antes de escuchar la condena en su contra. Lo dijo con cierta saña. De modo insidioso, en su declaración Ilarraz descarga su ira sobre los siete denunciantes que lo llevaron a juicio, y los «desmiente», a su modo, pero se centra en uno, Hernán Rausch, a quien, de manera insólita, acusa de haber planeado una estrategia para sentarlo en el banquillo de los acusados, destruirlo a él, Ilarraz, a su familia, a la Iglesia Católica, al obispo Juan Alberto Puiggari y hasta el papa Francisco. En todo, dice Ilarraz, Rausch mintió. Y mintieron los otros seis denunciantes, cuyos testimonios fueron considerados clave por el tribunal al emitir una condena con voto unánime, sin fisuras. «Otra de las cosas que quiero señalar, es que no le mandé cartas a Rausch, sólo una postal de salutación de cumpleaños, no era una carta para que me respondiera, y sin embargo me escribió; fueron dos años después de ningún contacto, ya que estaba en Roma. Al día siguiente de su cumpleaños, me contesta con una carta a la postal que yo le mandé. Un abusado me parece que no escribe ese tipo de cartas, no condice con lo que dice», plantea Ilarraz. En su alegato defensivo, enfrentó a Hernán Rausch, denunciante, con su hermano, el sacerdote Diego Rausch, testigo, párroco en Santa Teresita. Negó que haya sido amigo de la familia Rausch. «Diego Rausch niega eso, sólo (dice) que fui 2 o 3 veces a ver su familia». Después de refutar todas y cada una de las denuncias -basado solamente en sus dichos: todos mienten- vuelve sobre Rausch: «Quiero decir cómo es que comienza esto: Rausch, celoso de su hermano, me pidió que lo lleve a un viaje y le dije que eligiera a un compañero». Después, entrevera a otros en ese plan, y enfila hacia la destrucción de la Iglesia y la «destitución» del arzobispo Juan Alberto Puiggari, según la teoría Ilarraz. Después, habla del cardenal Estanislao Karlic, de cómo se enteró de la investigación que se ordenó en 1995, y que concluyó con la sanción del destierro, en 1996. «Voy a Roma, en el año 1995, me llaman del Vicariato y me dicen que hay dos denuncias, DC y Hernán Rausch; lo único que me dicen es que son denuncias contra el sexto mandamiento (´no cometer actos impuros´) y (me preguntaron) si yo me sometía a una pericia psiquiátrica y le dije que sí». «Me entero por Karlic que se estaba haciendo una instrucción, pero nunca me pude defender de esa instrucción. (El sacerdote Silvio) Fariña estuvo en la misa del sepelio (de su madre) pero nunca me dijo; nunca me llamó a hacer una declaración, nunca me pude defender porque nunca tuve conocimiento, y ni siquiera de un juicio administrativo», dijo Ilarraz. Como en su declaración en 2015, en 2018 desmiente a Karlic. Cuenta Ilarraz que en Roma «alguien» le dice que Karlic «quiere cerrar» la investigación diocesana que había iniciado en 1995, y que para ello necesita que el sacerdote haga un pedido de perdón. «Me dijo: ´Usted pida perdón por lo que tenga que pedir perdón´. E hice una carta (en 1997, NdelR) en donde en ningún momento reconocí que había abusado a alguien, me presionó con esa carta porque sino no seguía en el sacerdocio y puse ´que no era homosexual y que no tuve relaciones sexuales´ (no dice eso, NdelR); yo pensé que pedir perdón por molestarlo tanto al obispo, por haber afectado con esta revolución, yo nunca recibí una pena, nunca se me comunicó ni oralmente ni en forma escrita solo Karlic me dijo ´no tengas comunicación con los seminaristas y por ahora no vengas a Paraná´; yo ya tenía una destino, La Rioja, para misionar; pero Karlic me dijo que había hablado a Tucumán». Al final, le tocó el turno a Puiggari. La Fiscalía le preguntó: -¿Usted sabe sabe que Puiggari pidió disculpas por los hechos que usted hizo? -Me tiró tantos comunicados, que estoy al tanto y me causó mucho dolor. De la Redacción de Entre Ríos Ahora.

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