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» Clarin
Fecha: 08/08/2025 08:38
Gafas que responden preguntas en exámenes nacionales de residencias médicas, sellos que presuponen el uso de GPT por parte del alumnado: artefactos que integran el ecosistema educativo actual y que son apenas una muestra que se viralizó en los últimos días. Cabe cuestionarnos si estamos yendo a fondo en el análisis, o bien lo reducimos a situaciones puntuales. Vale la pena especular si, en lugar de ir a la raíz del asunto, no intentamos desacreditar a los mensajeros que exhiben lo que nos incomoda y preferiríamos no ver. ¿Estaremos tratando el síntoma, bajando la temperatura de un problema instalado que reclama ser abordado? “Sospecho uso de IA. Debe explicar oralmente”, dice la leyenda. Lejos de cargar las tintas sobre el quehacer de docentes que desde sus espacios de influencia obran milagros, quizás deberíamos buscar respuestas a escala del sistema en su conjunto. Aunque se trata de fenómenos que nos atraviesan a toda velocidad, la capacidad de reacción resulta imprescindible: hoy ya es tarde. Porque si se minimizan estos episodios o se los asume como eventos aislados, corremos el riesgo de distraer la atención de los cambios estructurales que urge encarar. Porque no va por penalizar el uso de IA por parte de estudiantes, sino por reflexionar sobre los desafíos asociados al rol docente y actuar con la agilidad requerida en un escenario que exige orientación y sentido. Es cuanto menos inadecuado que graduados de profesiones que están diagnosticando con asistencia de IA diriman su carrera inmediata en un examen obsoleto de opción múltiple. Y que profesores, que tendríamos que modelar usos éticos y significativos de la IA, nos ocupemos de hacer sellos. Algo no estaría funcionando y no lo estamos detectando, aún si intuimos que en este momento de indefinición se nos juega el porvenir y que en la partida se decide el continuar siendo relevantes como educadores. Llegados a este punto, nos preguntamos si alguien está manejando alguna otra hipótesis de trabajo, más allá de centrar la mirada en el estudiantado. Porque reforzar la vigilancia parecería ser la única solución que emerge. Hace tiempo que venimos navegando entre pesados bloques de hielo en el mar de la educación digital, procrastinando y creyendo que leer un texto en PDF es amigarnos con la tecnología, sin advertir que estamos inmersos en un proceso de transformación de gran calado, de un nuevo paradigma. Y hoy, a casi dos años de la popularización de GPT, seguimos bailando en la cubierta de un Titanic que chocó de frente contra el iceberg de la IA. “Sospecho falta de planificación de la evaluación en contextos de uso de IA”, debería decir el rótulo en un colorado indeleble. Si bien toda práctica fraudulenta tiene que ser repudiada, estas noticias nos colocan de cara a otro imperativo: reafirmar en el debate público la necesidad de una educación integral en todos los niveles, incluso en la etapa universitaria. El viejo machete se sofisticó, pero la deshonestidad sigue siendo la misma. Crear comunidad de valores en torno al principio de integridad académica se vuelve entonces un objetivo prioritario, así como la promoción y el desarrollo de hábitos intelectuales y morales positivos. Sin duda, la formación de profesionales para un futuro que no atinamos a imaginar debe circular por estos carriles, si queremos recuperar un propósito más hondo. De lo contrario, lustrando la superficie y silenciando al mensajero, no haremos sino contribuir al naufragio mientras la música sigue sonando.
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