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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 03/08/2025 04:35
Javier Milei En los últimos tiempos, se pusieron de moda personajes que narran la historia con brocha gorda apelando a cifras que oscilan entre los 80 y los 120 años desde que la Argentina dejó de ser un país rico, una realidad que los argentinos conocemos y sabemos, por lo tanto, que no soporta semejante simplificación. Se insiste en la concepción de que la riqueza de una sociedad es aquella que define a sus poderosos económicamente, y en consecuencia, se cuestiona la integración social como si esta fuera un detalle insignificante, que no debe ser tenido en cuenta para el cumplimiento de sus objetivos elitistas, al estilo de los mencionados por Milei en el Jockey Club o en su discurso de inauguración de la exposición del agro. Nada más infantil que imaginar haber descubierto la verdad o la piedra filosofal creyendo que en esta idea de equilibrio macroeconómico se define en sí mismo un proyecto político amplio y total. La riqueza de los debates políticos en las últimas décadas, siglos incluso, tiene una profundidad mayor que esta burda y engañosa visión reduccionista. Uno de estos personajes de moda decía que hace 80 años se inició nuestra decadencia, y quien lo escucha se queda en silencio, porque en esos 80 años lo único que él pretende señalar es el momento en que el peronismo, su industria y su distribución de riqueza les arruinó el negocio a él y a sus secuaces. Claro que cuando se habla de peronismo, viene luego la época de Menem, que ellos recuperan e integran al presente con la algarabía de quien está reencontrando algunas apariciones notables de ese apellido de oscuras negociaciones dentro del poder. Ni las dictaduras fueron iguales ni mucho menos los peronismos, porque la historia no se repite. El de Menem y el de los Kirchner estuvieron muy distantes del de su fundador. Surgen ahí las dos visiones de la Argentina: aquellos que creen que con el golpe de Estado de 1976 se inauguró un capitalismo real, y los que consideramos que desde la Dictadura militar y el modelo económico instaurado por Martínez de Hoz se destruyó la idea de una sociedad integrada con concepción europea. Esa fractura sigue vigente y está hoy más presente que nunca. En alguna medida, el kirchnerismo no supo reflejarla o se excedió en algunas de sus reivindicaciones, dejando al sector popular fuera de su opción de poder y satisfaciendo particularmente la voluntad de sus militantes. La reciente aparición del grupo de gobernadores es valiosa. En alguna medida, desnuda la debilidad de los partidos políticos cuyos ideales ahora deben ser sostenidos por el poder provincial, el último poder capaz de enfrentar a la concentración económica. Esos gobernadores están marcándole un límite al Presidente en su desmesurada concepción autoritaria en la que surgen por doquier enemigos que deben ser expulsados de la escena política. Un proceso de inversiones lógico y coherente estaría centrado en la coincidencia de gobierno y oposición sobre el rumbo de nuestra sociedad. Pero eso requiere debates, acuerdos, consensos y, en cambio, el sueño autoritario de gobiernos anteriores -con la creación del concepto de periodismo militante, hoy renovado y acrecentado, aunque de signo contrario, por buena parte de la prensa que adula sin matices y con desenfadada obsecuencia a Milei-, ese sueño de convertir todo en fanatismo nos trajo, en cierto sentido, a esta grotesca decadencia, sin olvidar, obviamente, la multicausalidad del fenómeno que es mucho más complejo. El actual gobierno encontró en su estilo ultra hiperbólico sus limitaciones, y entonces, argumentos como la traición de la vicepresidenta -cuando no tenía otra opción que presidir la sesión del Senado- o ignorancias institucionales de toda índole generan enemistades y enconos, más allá de que está fuera de discusión la conciencia institucional que todo gobernante está obligado a tener. Situación penosa porque era necesaria la esperanza, porque hubo una gran parte del pueblo que la abrazó, y ardua porque lenta e inexorablemente se desvanece y se va transformando en desazón y desconcierto. Sin embargo, la presencia de los gobernadores marca una situación de resurgimiento de una opción política madura asentada sobre un poder real y eso, en el futuro, puede ofrecernos una política de estabilidad y equilibrio. Entre los riesgos del dólar y la unión de los gobernadores, se establece el fin de una etapa donde la seguridad del gobierno era absoluta, y se inicia una en la que los errores empiezan a verse como resultado en la sociedad, errores cuyas consecuencias ya se han tornado ineludibles.
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