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  • Sudor sin culpa: la ciencia explica por qué es necesario frenar a tiempo :: Asdigitalnews

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    Fecha: 30/07/2025 22:31

    Durante años, Mary Cain fue la promesa dorada del atletismo norteamericano. Gabriela Sabatini, la princesa eterna del tenis argentino. Dos mujeres distintas, dos generaciones separadas, pero un mismo final: ambas dijeron basta. No fue por una lesión puntual, ni por una derrota escandalosa. Fue por algo más íntimo, más silencioso y más brutal: el agotamiento de entrenar sin alegría. Detrás de las medallas, los aplausos y las rutinas perfectas, había cuerpos obedientes y mentes en guerra. Y ahora la ciencia pone en palabras lo que ellas vivieron en carne y hueso: el ejercicio no es una tabla de salvación universal. Para algunos puede ser alivio. Para otros, una jaula disfrazada de salud. Un reciente estudio de la University College London lo confirma con datos: la personalidad no solo influye en el tipo de actividad física que se elige, sino en cómo se la sufre, sostiene y —sobre todo— en cuánto daña si no es la adecuada. Porque no todos entrenan igual. Y porque rendir, cuando se hace sin escuchar(se), puede tener un costo demasiado alto. Cabeza al borde A los 16 años, Mary Cain corría como si no pisara el suelo. Rompió récords juveniles, fue portada de revistas deportivas y entró al legendario Nike Oregon Project dirigida por el prestigioso —y luego cuestionado— entrenador Alberto Salazar. Lo que parecía un sueño olímpico, pronto se volvió un calvario. Para mantener su rendimiento, le exigieron perder peso, controlar su cuerpo como una máquina perfecta y someterse a entrenamientos extenuantes sin freno emocional. "Me quebré por dentro", dijo años después en una columna demoledora en The New York Times. "No solo perdí la menstruación, el apetito y la masa ósea. Perdí el deseo de correr. Me apagaron". Su testimonio fue una cachetada para una industria que premia la disciplina, pero castiga la vulnerabilidad. Cain no se retiró por débil: se retiró porque no la escucharon. Y cuando el cuerpo no habla, el alma termina gritando Quisieron romperla para que corriera más rápido. Ella eligió hablar para que otras no se rompan. Mary Cain fue la promesa más joven del atletismo estadounidense. En este testimonio, denuncia el sistema que priorizó su cuerpo sobre su salud y su voz sobre su silencio. Su historia transforma el dolor en impulso para un deporte más humano. La ciencia marcó un cambio: hasta hace poco, el entrenamiento se prescribía como si fuera un antibiótico, igual para todos. Sin embargo, un equipo de investigadores del University College London publicó un estudio en la revista Frontiers, que propone un enfoque diferente. ¿Y si el ejercicio no fuera una receta única? ¿Y si el disfrute, la tolerancia al esfuerzo o el nivel de estrés dependieran de quién sos y no solo de cuántas calorías quieres quemar? Reclutaron a 132 adultos, los dividieron en dos grupos —uno con un plan de entrenamiento de ocho semanas, otro sin cambios— y midieron todo: desde el nivel de disfrute hasta el estrés percibido. Evaluaron cinco rasgos de personalidad: extroversión, neuroticismo, responsabilidad, apertura y amabilidad. ¿El resultado? Demoledor. Cinco personalidades, cinco cuerpos en movimiento Los datos confirmaron lo que hasta ahora no se había cuantificado con precisión: la forma en que una persona se relaciona con el ejercicio físico está profundamente marcada por su tipo de personalidad. Quienes obtuvieron puntajes altos en neuroticismo —más sensibles, ansiosos, vulnerables al estrés— fueron los que menos disfrutaron la actividad física al comienzo. Sin embargo, también fueron quienes mostraron mayor reducción del estrés una vez finalizada la rutina. Necesitaron ambientes predecibles, rutinas suaves y espacios solitarios. Para este perfil, un gimnasio ruidoso funciona más como una prisión que como un alivio. Los extrovertidos, en cambio, se potenciaron en entornos grupales. Con música fuerte, ritmo elevado y personas alrededor, encontraron su mejor versión. Para ellos, el motor no está en la disciplina sino en la conexión con los demás. La adrenalina les estimula, pero la compañía les sostiene. El grupo de los responsables fue el más constante. No se saltaron una clase, cumplieron con cada indicación. Pero eso no significó necesariamente disfrute: en su caso, el cumplimiento del deber pesó más que el placer por la actividad en sí. Las personas con alta apertura a la experiencia buscaron variedad. Se mostraron inquietas ante la repetición, necesitadas de propuestas nuevas, creativas, dinámicas. Si la rutina se estanca, se desconectan. Si aparece lo inesperado, se entusiasman. Por último, quienes puntuaron alto en amabilidad respondieron mejor a entornos armónicos, sin competencia feroz ni exigencias autoritarias. No entrenan para superar al otro ni para alcanzar una meta externa, sino para sentirse bien. Para este perfil, moverse tiene que ser tan amable como ellos. El retiro como acto de libertad Sabatini también lo entendió antes que nadie. Se retiró a los 26, cuando estaba en la cima. ¿La razón? "Ya no era feliz", dijo con esa simpleza que suena a verdad profunda. No fue el revés de Graf ni las críticas del circuito. Fue la soledad, la presión, la repetición sin sentido. Fue entrenar por obligación y competir sin alegría. Muchos la vieron como una decisión prematura. Hoy, parece una jugada brillante. Porque a veces retirarse no es perder. Es salvarse. El estudio aporta datos y abre una puerta. La de una nueva pedagogía del cuerpo, donde el ejercicio no sea una penitencia ni un imperativo moral. Donde no haya que elegir entre estar en forma o estar en paz. Donde el rendimiento no opaque al placer.

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