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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 28/07/2025 18:56
El presidente de Argentina, Javier Milei, en el Congreso de la Nación REUTERS/Agustin Marcarian Varias veces he dicho que, desde la recuperación democrática, el gobierno de Milei es, entre otras cosas, el más autoritario y socialmente el más insensible. Y no es una caracterización arbitraria. Es obvio que el presidente posee poco aprecio por la democracia y los valores que la hacen posible. Él mismo lo reconoció en una entrevista. Pero no era necesario que lo hiciera. Solo alguien que aprecia poco los valores democráticos puede calificar a sus oponentes de “rata”, “gusano”, “parásito”, “excremento humano”. Lo mismo se puede decir de quien de forma recurrente le pide a la gente que “odie más a los periodistas”. O de quien reproduce en las redes el odio y los discursos más violentos e injuriosos de sus acólitos digitales. Milei no solo desprecia la democracia, actúa como si quisiera que los ciudadanos compartan ese desprecio. Su deriva autoritaria es cada vez más evidente. No digo que puedan repetirse fenómenos como los que conocimos a partir de los años treinta del siglo XX; digo que la democracia puede transformarse en lo que la ciencia política denomina “democracia iliberal”: un régimen que tiene un pie en la democracia y otro en la autocracia. Y esa dinámica es muy peligrosa. Dije también al comienzo de esta nota que el de Milei, es el gobierno más insensible desde el punto de vista social. Y no se podía esperar otra cosa de un Presidente que piensa que la justicia social y la igualdad son aberraciones; que los derechos sociales no existen; que la dignidad es solo un asunto personal; que la economía debe estar exclusivamente en manos del mercado -una institución que no tiene horizontes éticos, ni sociales, ni ecológicos-; que los impuestos son un robo; que la sociedad no existe; que solo existe el individuo y cada uno debe arreglárselas en la vida como pueda. El presidente de la nación habla ante el Congreso (Fotos: Charly Diaz Azcue / Comunicación Senado) Una gestión inspirada en estas ideas no puede, sino producir una Argentina distópica: con elevados niveles de desigualdad e injusticia social, con gran concentración de la riqueza, sin movilidad social ascendente, con escasa cohesión social, con exclusión estructural de amplios sectores, con el debilitamiento de derechos fundamentales para una vida digna, con crecientes niveles de inseguridad y recurrentes conflictos sociales. Esto es lo que ocurre cuando la economía se autonomiza de la política y la política de la ética. Eso es Milei. Permítanme decirles algo que parece una digresión, pero no lo es: no me sorprendería, si Milei gana las elecciones, que intente reformar la Constitución con un doble propósito. Por un lado, para eliminar las instituciones propias del constitucionalismo social e introducir normas que restrinjan al máximo la posibilidad de que el Estado intervenga en la economía. Una Constitución neoliberalizada haría más difícil revertir las decisiones que su gobierno pueda adoptar. Por otro lado, para modificar el régimen político, concentrando en el Ejecutivo —a expensas del Congreso y de las provincias— poderes y facultades que le permitan desarrollar con facilidad esa tarea que tanto ama: demoler el Estado. Quienes estén en desacuerdo con la filosofía que inspira la actual gestión de gobierno y quieren evitar que en la segunda parte de su mandato Milei profundice su proyecto político, económico y social, tenemos en las elecciones de octubre, la oportunidad de ponerle límites. Es cierto que en octubre no se elige presidente. Milei gobernará hasta 2027. Pero ocurre que muchas de las decisiones que necesita para avanzar en su deriva autoritaria y en su proyecto económico-social, tienen que pasar por el Congreso. Y es ahí, en el Congreso, donde podemos, no solo ponerle límites, sino también revertir las decisiones que se hayan tomado en oposición al interés nacional. Pero para ello es necesario que en las elecciones de octubre ingresen más legisladores progresistas -además de muy democráticos y muy republicanos-, que los que pueda ingresar por el oficialismo. A veces a los ciudadanos nos cuesta discernir con claridad la ideas que representan cada una de las fuerzas que compiten en una elección. Para no equivocar el voto, cualquiera sea la ideología del votante, se les deberían hacer a los candidatos algunas preguntas. Entre otras, las siguientes: ¿Qué piensan de la justicia social? ¿Qué piensan del rol del Estado en la economía? ¿Debe intervenir en la distribución del ingreso? ¿Cómo debería ser el sistema tributario? ¿Revisarían la reducción del impuesto a los Bienes Personales? ¿Es necesario revisar el RIGI? ¿Avalarían la privatización del sistema jubilatorio? ¿La reforma laboral deja igual, mejora o empeora los derechos de los trabajadores? ¿Cómo enfrentar la inseguridad? ¿Qué debe hacer el país con los Brics? ¿Cómo debemos pararnos frente a la disputa por la hegemonía mundial? Estas preguntas y sus respuestas, contribuirían a la racionalidad de nuestro voto. Y eso, créanme, no es poco.
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