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Parana » Informe Digital
Fecha: 26/07/2025 07:40
Todo estaba preparado para el regreso de los Poll Merino a la pista central de Palermo después de doce años. Este retorno de la histórica raza ovina a la Exposición Rural no era un acontecimiento menor: por primera vez, desfilaban en el escenario principal, donde lo hacen los grandes campeones bovinos y equinos, frente a un público entusiasta, jurados y cámaras. Sin embargo, la lluvia alteró los planes. El concurso, previsto al aire libre, debió ser reprogramado y trasladado urgentemente al Pabellón Ocre, bajo techo. A pesar del cambio de escenario, el significado del regreso permaneció intacto: tras más de una década ausente, el Merino volvió a Palermo para ocupar, nuevamente, lo que sus criadores describen como una de las “grandes vidrieras” del campo. “Volver con el Merino después de tanto tiempo, y encima a esta pista, fue algo muy especial”, afirma Matías Pérez Garderes, quien hizo el viaje desde Alpachiri, en el sur de La Pampa, trayendo consigo uno de sus carneros criados en los campos familiares. De las once cabañas que se inscribieron, solo tres lograron asistir. Las demás se quedaron en el camino por dificultades logísticas, altos costos o falta de condiciones. Pérez Garderes estuvo acompañado por un ejemplar de Sarmiento, en Chubut, y otro perteneciente a Nicolás Pino, presidente de la Sociedad Rural Argentina. En 2014, al inscribirse, ya no había otros productores que participaran con Merino. Volver solo carecía de sentido, así que decidió no participar más. Este año, una iniciativa del sur para reunir más animales lo entusiasmó de nuevo. Aunque muchas cabañas finalmente no pudieron sumarse, el cabañero decidió llevar lo suyo. “Quedamos pocos, pero esto sigue siendo una vidriera”, comentó. La historia de su cabaña, llamada La Nueva Argentina, se remonta a 1928, cuando su bisabuelo comenzó a trabajar con Merino argentino: animales de lana corta, bien arrugados y muy cubiertos. En 1936 se incorporó el primer carnero australiano, y desde entonces, su familia no ha dejado de criar ovinos. Lo continuó su abuelo, luego su padre, y ahora él y su hermano. Actualmente poseen alrededor de 300 ovejas, aunque en mejores tiempos llegaron a tener 900. Gran parte de su ganado conserva genes del plantel original. Otras hembras provienen de compras en Australia. La raza, explica Pérez Garderes, es de doble propósito: lana y carne. En su campo, trabajan con animales que alcanzan los 170 kilos y producen hasta 18 kilos de lana de 20 micrones. En los últimos años, también han comenzado a incorporar criterios de selección carniceros, como el área de ojo de bife y la grasa dorsal. La producción se divide entre lo textil y lo frigorífico. El cordero va a faena, parte es para consumo propio en los campos, y las ovejas viejas también se venden como carne. “El Merino tiene una carne magra, con menos grasa que otras razas. Solo la Pampinta, una raza desarrollada también en La Pampa, tiene un nivel más bajo de grasa”, sostiene. Además de su establecimiento familiar en Alpachiri, operan ganadería en campos en Cuchillocó, en el oeste pampeano. Pérez Garderes explica que la caída del stock ovino en la Patagonia es resultado de una combinación de factores. “El número de animales ha disminuido por las grandes sequías, las cenizas, los depredadores y las políticas inadecuadas. Hace 50 años que no hay incentivos para la actividad”, menciona. Y agrega: “Se ha perdido rentabilidad, se han abandonado campos y muchos productores se han distanciado”. Uno de los principales problemas, indica, es la falta de transparencia en el mercado. “Si no trabajás con un exportador directo, terminás vendiendo al barraquero de turno, a dos dólares por debajo del precio real”. Él logra exportar, pero reconoce que con poca escala, la rentabilidad se vuelve difícil de sostener. A esto se suma un problema cada vez más frecuente: el avance de los depredadores en zonas despobladas. En su campo La Laguna del Toro, donde se conserva buena parte de la genética de la cabaña, la presencia de pumas, zorros y guanacos es constante. “Hay mucho campo vacío que se llena de depredadores porque la gente lo ha abandonado. Hay que recorrer la Patagonia para entender lo que implica vivir y producir allá”, advierte. Regresar a Palermo, en ese contexto, significó mucho más que una simple participación. “Al principio no le daba tanta importancia, pero ahora estoy realmente contento. Se acerca gente de todo el mundo, se interesa por la raza, me hacen notas. Palermo tiene eso: es una vidriera. He recorrido exposiciones rurales en varios países y no he visto un predio como este. Los salones, los restaurantes… el glamour que hay aquí no se ve en ningún otro lado”, resume Pérez Garderes.
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