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» Diario Cordoba
Fecha: 25/07/2025 09:09
Volví al cine de verano y volví a descubrir el encanto de esta mezcla tan mediterránea y nuestra, de contemplación del séptimo arte y casa de vecinos. En lugar de acudir a centros comerciales, polígonos del extrarradio o barrios modernos, a esas salas envolventes, tan bien enmoquetadas y aisladas que están calcadas unas de otras, volví a las calles empedradas para acceder a estas salas de cine situadas en el casco viejo, sin más cubierta que un cielo estrellado y unas paredes donde la cal gana por fin la batalla al pétreo granito. Donde no falta su albero regado con una gran terraza de múltiples arriates con jazmines, ficus enormes y otras plantas, una pantalla gigante y blanca sobre la que se cruza siempre alguna salamanquesa pidiendo el oportuno ‘casting’ que la lleve al estrellato. El maullar de algunos gatos cinéfilos dando su versión sobre el guion, y un ambigú siempre al fondo, nutrido de público y bebidas refrescantes junto a jugosos bocadillos y algunas terrazas de viviendas contiguas, por las que se deja siempre entrever algún vecino curioso. Coincidirán conmigo en que más allá de las proyecciones más comerciales y de las películas de temporada, en ocasiones encuentras en la programación algunas joyas de festivales que pasaron inéditas por las salas, en las que siempre el sonido y la luz tiene ese toque especial de filmoteca de casas antiguas, de encuentros de amigos, de quedadas familiares sobre humildes sillones de plástico. Es esta visión más colectivista y compartida, de precios populares, menos anónima y formal que las salas de invierno, la que me cautiva, donde puedes departir con el vecino o saludar al tendero del barrio. Donde la puntualidad de la proyección siempre es una aproximación dependiendo de que el personal retire la manutención precisa y se acomode, y el tiempo adopta un ritmo distinto y más relajado, que parece detenerse a nuestros dictados y necesidades de convivencia. Quizás también hay algo generacional en estos eventos, donde echo particularmente en falta la presencia de más jóvenes que cambien el soliloquio de la pantalla pequeña del móvil por esta visión compartida de cine de barrio. Les confieso que, para mí, retornar al cine de verano es ponerme en la piel del pequeño Salvatore en ‘Cinema Paradiso’, y creer en la magia de un cine cotidiano y cercano, a la vuelta de la esquina, que te atrapa y en el que sumergirte como antídoto a tantas prisas y tantos problemas que nos asedian en el devenir de los días. En el mundo de hoy, con esta crisis que estamos experimentando tanto en lo político como en lo social, el cine me recuerda que podemos y debemos seguir soñando, sembrando fantasías y derrotando, libres de temores, a los mayores enemigos. Habría que ampliar el tiempo de estas veladas de cine, y los eventos de estos espacios abiertos y tan nuestros, con actuaciones o conciertos de grupos aficionados, o teatro o recitales poéticos o mil actividades colectivas que dieran continuidad a un pretexto siempre para encontrarnos, de forma sencilla, a cielo abierto con ese olor a cal y albero de nuestra infancia.
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