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Parana » Ahora
Fecha: 23/07/2025 12:19
Nos enseñaron a escondernos, a tapar la boca si la risa era muy amplia, a hablar bajo, a ser delicadas como flores. Nos dijeron: si te viene, no cuentes, tapate la cola con un buzo atado de sus mangas para evitar la vergüenza pero la vergüenza era terror, escuchamos disimulá el dolor, sonreí para la foto pariendo. Las mujeres crecimos torciendo las piernas más que expandiéndolas, la que se abría mucho era mala influencia. Y ahora que somos grandulotas no nos animamos a decir que la perimenopausia nos da sofocos por miedo a parecer viejas. Si algunas dejan de usar tinturas en el pelo, enseguida son acusadas de dejadas, seguramente están mal anímicamente. Una mujer natural no es juzgada de la misma manera que un varón natural ( qué término bobo “natural”, tanto como “real”). Veo fotos en redes de grupos de mujeres de mediana edad que ostentan siliconas nuevas, labios rellenos, pieles lustradas que devuelven el reflejo del flash, en los grupos de varones sobresalen las peladas y las panzas, los brindis y las risas con algunos desperfectos en la dentición. Los años pasan para todos, eso está claro, pero la manera de sobrellevarlos es la diferencia. Susan Sontag decía que la belleza en la mujer operaba como una auto opresión. Se nos obliga implícitamente a estar en apariencia bien porque si no el sistema nos desecha: no ser presentables es no acceder a muchas cosas. Nos da temor, nos dejamos hacer cosas, nos asumimos disfrutando pinchazos. Hace unas horas tuve un ataque de migrañas, es recurrente leer que de cuatro personas con esta enfermedad, tres son mujeres según las estadísticas, pienso que aún a nadie le interesó encontrar la cura porque al ser mujeres las afectadas nada se detiene. El segundo día de menstruación, nosotras aún con las rodillas derrumbándose, no dejamos de ir a trabajar. En vez de tener un día al mes o tres o cinco para poder estar luego, recuperadas dignamente en nuestras funciones, aumentan las propuestas de analgésicos (que concluyen desmejorando otro órgano) o nos ofrecen colocarnos copas de siliconas que casi no te permiten caminar para evitar derrames. Es decir, el disgusto ajeno se preserva, no vaya a haber sillas sucias, inodoros inhabilitados, ropa con manchas desagradables. Poner este tema a la vista lo es: inoportuna, nos da pudor, nos hace sentir incómodas. Pero cuando atravesamos todas las etapas hormonales, nosotras somos otras, con capacidades diferentes. Y ojo, queridos varones, también juzgados, ustedes empiezan callar la andropausia por el mismo concepto que de chicos los hacía exponerse como maricones. El tema es que pueden dejar de lado la casa en su cabeza sin culpa ni presión, que se acuestan y ningún hijo insistirá como lo hace con la madre menstruando o con jaqueca o con dolor de muelas. Los varones se auto inhabilitan y punto. Incuestionables y todo sigue sin remordimientos. Culturalmente nos han hecho cargo desde lo político, lo social y lo religioso. Hace unos años tenía una amiga íntima con la que compartía muchísimas cosas, después de que quedara embarazada y con temas personales por resolver para encarar la situación, nuestro vínculo dio un giro (un vuelco, derrape, no giro) y nunca pudimos concertar un encuentro. Quizás por el aislamiento mental que genera el puerperio, quizás por una evolución en su vida que dejaba al margen cosas pasadas, entre ellas personas como yo, nunca lo supe. Lo leí en gestos y en silencios tajantes a un avisame cuándo puedo verte que no tuvo respuesta. Hasta hoy no lo pienso como una ofensa personal, no lo quiero hacer, lo tomo como una circunstancia hormonal. Quizás con ingenuidad para protegerme y sobrellevar el duelo de la amistad que es también un tema delicado o quizás por idealización de una necesidad de compañerismo mujeril. Las mujeres crecimos con amigas y también con un discurso que sofocaba con el riesgo a la otra. La amenaza de la mujer que podía querer tu mal. La camaradería peneana que bautizó felizmente Malena Pichot, ejemplifica cómo entre varones es otro el discurso que los sostiene como género predominante a tener en cuenta en el sistema capitalista en el que crecimos y seguimos estando. Los varones se abrazan y prenden un fuego siendo rivales ideológicos, pueden volver a trabajar al tercer día después de ser padres, las mujeres no tenemos energía, no tenemos el mismo cuerpo, no tenemos la habilidad para hacer como que todo está bien. Quizás haya más honestidad en los aislamientos escogidos, quizás esa forma de no comentar qué nos pasa nos proteja, pero yo insisto en hablar de lo que me incomoda. Porque creo que donde se anula la palabra, es donde se sostiene un poder, y creo que a nosotras, las que todavía menstruamos, todavía parimos, todavía enloquecemos frente al espejo, todavía nos exigimos ser las que fuimos, todavía disimulamos que nos duele la cabeza para no caer en chistes para nada graciosos nos queda el lenguaje. Un poema de Karen Brodine en Mujer frente a la máquina, pensando dice: decimos que incluso si nos taparan la boca con cinta podríamos hablar entre nosotras con las cejas. Agrego yo: Queridas, hablemos.
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