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  • Pía Iezzi en “Y sí, soy mamá”: “La maternidad me enseñó a liberarme de prejuicios y a decir ‘hago hasta donde puedo’”

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 23/07/2025 04:34

    Y Sí, Soy Mamá - Pía Iezzi Pía Iezzi lo hizo sin pensarlo, sin analizarlo. Dice que también es así en el trabajo. Se ríe cuando su marido le repite que hace las cosas con cierta inconsciencia. “Hago, voy, como un caballito y voy al frente y lo hago, no importa cómo, con qué”, relata. Así como construyó una agencia de comunicación 360 (es dueña, fundadora y directora general de WeInfluence), así fue como se embarcó en la maternidad. “Si lo pienso, nunca es el momento -dice-. Hay una realidad que es que en este momento estoy creciendo profesionalmente y mi agencia está creciendo como nunca antes, y si yo lo hubiese racionalizado, hubiese dicho ‘¿realmente es el momento?’. Te impacta en algún sentido porque no manejo más mis tiempos, por más de que quiera, si mi nena me necesita o mi nena se enferma o lo que sea, necesito estar con ella. Tengo que estar con ella. Entonces, en algún punto, no es el momento ideal. Pero no hay felicidad más grande”. Su felicidad más grande se llama Emma, quien nació en diciembre de 2024 tras un proceso de fertilidad. El principio, el diagnóstico, la búsqueda, la urgencia, el tratamiento, el resultado. Las vivencias de Pía en un relato descarnado sobre su tránsito hacia la maternidad. “Yo siempre fui muy Susanita. Siempre dije ‘me voy a casar, voy a tener hijos’. Todo así, bien de la vieja usanza. Y más o menos que fue así. Conocí a mi marido, a los seis meses nos fuimos a vivir juntos, al año y medio me propuso casamiento. Un año después nos casamos, hicimos dos fiestas, una de civil, una de casamiento por iglesia, todo lo que siempre soñé y siempre quise y dije ‘bueno, tengo todos mis checks cumplidos’. Y de repente, cuando quise ser mamá, después de casados, empezamos a buscar. Pasó un año, no quedaba, otro año no quedaba. Yo un poco lo atribuía tal vez a mi trabajo, a todo el estrés que tenía encima”. Federico Carbone, su marido, le pedía que se relajara, que no pensara en el después. Pero ella empezó a comprarse todos los test de ovulación. “Hicimos todo eso y no dio resultado. Mi marido tiene diez años más que yo y él estaba como más ansioso por ser padre. Fuimos a hacer una consulta a un centro de fertilidad y nos dijeron que si queríamos ser padres en un corto periodo, nos recomendaban empezar un tratamiento, porque lleva sus meses, no es que es de un día para el otro”. Ahí fue cuando le dijeron que tenían pocas probabilidades de ser padres de manera natural: no nulas, sí escasas. “Nos sugirieron que si queríamos empezar con un tratamiento, lo empezáramos cuanto antes, porque lleva unos tres o cuatro meses y es un proceso bastante desgastante”, cuenta. El proceso de fertilización in vitro, los desafíos laborales y el cambio de prioridades tras el nacimiento de Emma (Fotos Diego Barbatto) Inició un trance de introspección. Ya no lo hizo sin pensar, sin evaluarlo de manera razonable. En la balanza puso el trabajo, la dedicación y las ganas de maternar. En ese tiempo de autodescubrimiento, entendió que lo que más quería en la vida era ser mamá y tener un hijo con su marido. “Empezamos con lo primero -desmenuza-, que es la parte de congelar los óvulos, que ahí hay que pincharse a la mañana, a la noche, es bastante engorroso. Por suerte él me ayudaba porque encima soy fóbica a las agujas”. -¿En qué sentido era desgastante? ¿Qué requería de vos? -Hicimos fertilización in vitro, que es el tratamiento más conocido hoy en día. Lo primero que hacés son los pinchazos a la mañana y a la noche. Y una vez que hacés eso, te hacen la extracción de los óvulos. Cuando te sacan los óvulos, te dicen cuántos te sacaron. A mí ese día me sacaron 26 óvulos, lo cual es un montón, por lo que me dijo la médica. O sea que es súper positivo en ese sentido, porque cuantos menos óvulos te sacan después más se te van achicando las posibilidades. De esos 26 que me dijeron ese día que me sacaron, ya al día siguiente me llamaron para avisarme que solo 20 eran maduros y había seis que eran inmaduros, o sea que se descartan. Así que ahí ya tenés la primera advertencia que no te quedan tantos como pensabas. A esos 20 óvulos maduros los fecundan, con el espermatozoide de mi marido. Y de esos 20 quedaron diez vivos. A esos diez embriones los llevan a analizar a Estados Unidos, le hacen unos estudios, que ven un poco el crecimiento y el desarrollo de cada uno de ellos. Y de esos diez, te llaman para decirte efectivamente cuántos son transferibles realmente, porque hay muchos de esos que quedan en el camino porque no se desarrollaron bien o lo que sea. Y de esos nos quedaron cuatro nada más. De 26 terminás en cuatro. Y cuatro es un montón, porque tengo un montón de amigas y conocidas que hicieron tratamiento y le quedaban hasta menos de cuatro. O te puede quedar uno o ninguno, entonces es difícil. Por eso te digo que hay que estar preparado mentalmente para vivirlo. -Está asegurado que por lo menos cuatro intentos de tener hijos tenés. -Exacto, son cuatro intentos. Uno no quiere decir que los cuatro, lamentablemente, vayan a ser concebidos, porque muchas veces en el camino suceden cosas. De hecho, yo hasta que no estaba de casi cinco meses de embarazo no lo conté porque tenía mucho miedo a las energías, un montón de cosas, porque pueden pasar un montón de cosas en los primeros meses. En la transferencia en sí pueden pasar un montón de cosas. La maternidad llevó a Pía Iezzi a replantear sus prejuicios y su visión sobre el equilibrio entre trabajo y familia -De esos cuatro embriones viables que te ofrecía la agencia de fertilidad. ¿tenías información sobre ellos? -Ellos los tienen categorizados por A, B y C. Nosotros teníamos un embrión A, dos embriones B y un embrión C. Eso es por cómo se desarrollaron en esos cinco días. Y no podés elegir el sexo, tenés que empezar sí o sí por el A, después seguir por los B y última opción, C. Igual son todos “buenos”. Nosotros obviamente comenzamos con el A que era Emma y por suerte salió todo bien. Después nos quedan de ambos sexos. Tenemos nenes y nenas en esos tres que están congelados. -¿Sabés el sexo del embrión? -Sí, lo único que sabés es el sexo, la realidad es que no tenés ningún otro dato. Hay mucho mito. Hay gente que me ha preguntado “¿sabés el color de ojos? ¿sabés el color de pelo?”. Pía cuenta que cuando quedó finalmente embarazada lo sintió como un sueño y lo vivió con miedo. “Hice todo a rajatabla, como te dicen que hay que hacerlo. Mi prioridad pasó a ser esa cosita que yo tenía adentro y todo lo que yo hacía en la vida desde el tratamiento, que no sabía ni si iba a suceder o no, hasta en el embarazo, lo hice en pos de que pueda tener el final feliz que todos queríamos”. Emma nació el 23 de diciembre, a dos días de Navidad, una fecha que ella prefería evitar por dos razones: iban a ser los únicos días del año en el que su obstetra iba a estar de licencia y para evitar la compaginación de celebraciones entre las fiestas y los cumpleaños. Pero no pudo. “Yo tenía cesárea programada para el 27, faltaban muy poquitos días, y el 23 a la tarde ella decidió que quería salir. Empecé con contracciones y yo estaba negada, estaba en una meet de trabajo. Hasta último momento: yo estaba teniendo una reunión y estaba teniendo una contracción. Literalmente. Mi marido no podía creer. Se me ponía la panza toda dura para arriba y de repente. Entonces llamé a la partera, me dijo ‘empezá a tomarte el tiempo y cuando sea cada siete minutos, llámame’. Bueno, la estuve contabilizando a lo largo del día y cuando ya era cada diez minutos le dije ‘che, por las dudas te voy avisando’. Me dijo ‘báñate, relájate, pero andá viniendo para el sanatorio’. Yo le digo a mi marido ‘hagamos una cosa, me voy a dormir una siesta porque si voy a parir necesito estar descansada’. Me fui a dormir una siesta, dormí una hora de siesta. Mi marido no lo podía creer”. "Liberarme de prejuicios y también soltar las riendas y un poco dejarme llevar y decir 'bueno, hago hasta donde puedo y controlo hasta donde puedo'”, razona Pía Nació con tres kilos, 250 gramos. Y pasaron la Navidad en el sanatorio. A la tercera semana de su maternidad, volvió a prender la computadora y a conectarse a reuniones por trabajo. “Trato de tener toda mi vida organizada y la maternidad vino a enseñarme que ella maneja mis tiempos. Ella maneja todo y no hay manera de que yo pueda decidir. Obviamente uno puede tener una mínima organización, pero se te puede cambiar todo de un segundo para el otro. De hecho, las primeras semanas me pasaba algo que hoy en día no lo pienso y me causa gracia, pero en el momento uno no se da cuenta el nivel de locura, de vorágine que yo hacía los meets con ella prendida en la teta, con la cámara más para arriba. Yo tenía que subir un poco la pantalla para que no se vea que ella estaba en mi pecho y obviamente la tenía que alimentar porque yo cada tres horas a rajatabla le daba. Muchas veces me encontré dándole el pecho mientras estaba teniendo una reunión con un potencial cliente, que encima son las reuniones que más me exigen porque más tengo que vender a mi agencia, a mi equipo. A veces uno romantiza: voy a dar la teta con todo apagado, sin teléfonos, la luz tenue, sola en mi sillón de amamantar, con mi almohadón, con mi bebé. Yo tenía eso en la cabeza. Después la vida se encarga de acomodar todo en su lugar y uno tiene que aprender a que ella es la que manda hoy en día. Fue un aprendizaje para mí también dejarme llevar y no padecerlo, voy a hacer lo que sea para ella lo mejor y el resto de mi vida, en este caso el trabajo, se va a adaptar a esa realidad”. -Hablás mucho de tu rol como responsable de una empresa, en ese ámbito, ¿hay algo que haya cambiado de tu filosofía o tu mirada sobre la maternidad en el trabajo? -Aprendí desde que soy mamá, a no juzgar. Eso es algo que uno lo dice, pero hasta que no lo vive es imposible de ejecutar. Porque quieras o no, los prejuicios los tenemos todos, por más de que nos hagamos los que no los liberales, todos tenemos prejuicios. Y a mí me pasaba, yo veía una mamá y capaz evaluaba si era buena mamá o si estaba realmente presente para su hijo. Todos los meses tengo una carga encima: hay un montón de personas que dependen de cobrar ese sueldo y de tener este trabajo, y a la misma vez tengo que ser buena mamá con Emma. Aprendí a que no tengo que juzgar cómo otras mamás lo viven o lo llevan, porque yo hoy en día hago lo que puedo. Lamentablemente no se puede ser buena mamá, buena jefa, buena amiga, buena pareja, todo lo que uno tiene como ideal. Hay momentos en los que uno hace agua. Pía Iezzi es publicista, emprendedora y CEO de WeInfluence. Está en pareja con el abogado Federico Cardone Confiesa que su visión de las prioridades cambió radicalmente. “Esa personita es lo más importante que uno tiene y todo el resto viene a una segunda, tercera, cuarta escala -reflexiona-. Para mí, mi trabajo siempre fue el foco y el eje de mi vida. Todo giraba en torno a mi trabajo y hoy en día es como que también entiendo a la gente, y a la gente que trabaja conmigo que tiene hijos y que en algún momento me dice ‘no, mi hijo está enfermo y tengo que priorizar eso’, y está perfecto. Así tiene que ser. Siento que la maternidad me trajo liberarme de prejuicios”. -¿Sentís que ese es el mayor mensaje que te dejó la maternidad en este tiempo? -Yo creo que sí. Liberarme de prejuicios, soltar las riendas y un poco dejarme llevar y decir “bueno, hago hasta donde puedo y controlo hasta donde puedo”. -El equilibrio entre lo correcto y lo posible, ¿no? Y también esto de no necesitar ser un 10 en todas las materias. -Totalmente. A mí me pasa que yo siempre tuve como la vara muy alta con mi mamá, que mi mamá es súper madraza, es re contra abuela y yo decía “¿voy a poder realmente ser tan buena madre como mi mamá?”. Y tal vez ella le sale más naturalmente y a mí no, pero me sale igual. También es un aprendizaje. Yo no soy igual de buena mamá hoy que hace seis meses, que fue cuando recién nació Emma. Cuando Emma nació yo no había cambiado un pañal en toda mi vida, tuve que aprender todo de cero. Una vez una persona me dijo que la maternidad es la única carrera en la que primero te dan el título y después te enseñan cómo se hace. Y es así. De repente todo el mundo me decía “mamá, mamá, mamá, mamá, mami”. Voy con el cochecito y la gente me abre las puertas. Me dice “mami, pasá”, y yo me quedo… Soy mamá, no lo puedo creer. Estoy aprendiendo en el camino qué quiere decir ser madre.

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