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» Diario Cordoba
Fecha: 20/07/2025 19:44
Llegaron para quedarse y lo que parecía un simple entretenimiento o una forma irreverente de decir en 120 caracteres cosas medio talentosas, medio reivindicativas y básicamente inofensivas, comenzó a adquirir un poder terrible que hace que millones y millones de personas estén sometidas a un solo propósito: sus redes sociales y compartir con el mundo sus pequeños detalles cotidianos (como si eso tuviera algún interés), lanzar proclamas contra los distintos organizando cacerías como las que hemos visto en Torre Pacheco (esto da más miedo) o escribir en X esos mensajes políticos que en ocasiones, demasiadas, son panfletos que rozan lo absurdo y se mueven entre el insulto y la ocurrencia que exige el momento. No. No me gustan las redes sociales y la realidad es que hago muy poco uso de ellas -colgar de vez en cuando un artículo y poco más-. Y no me gustan porque se han convertido en el escondite de aquellos que necesitan esconderse para agredir, de aquellos que necesitan un perfil para atormentar, para insultar o simplemente buscan un repetido selfie para decir: «¡Eh!, yo también estuve allí». Seré una persona extraña, anormalmente lectora de periódicos que no se informa a través de las redes sociales, ni es asidua de Instagram, aunque más apropiado sería decir que lo ignoro, y X lo abandoné una vez se convirtió en ese canal para la descalificación y el desarrollo sin límites de egos que no me interesan en absoluto. Por todo eso soy una nula consumidora de eso sin lo que millones de personas no podrían vivir cada cual por un motivo y un fin. Porque todo en las redes sociales tiene un fin: mayor reconocimiento, más autoestima, dibujar líneas perversas para hacer que las noticias falsas corran como la pólvora y estallen rompiendo reglas y convivencias y porqué no, también para pensarse ingeniosos. Sí, muchas de las personas que publican en redes se creen ingeniosas cuando el ingenio reside en mentes que, tras recibir el premio Nobel por su tesis sobre las ondas de materia, se rinden al comprobar cuánto queda por hacer y cuánto de atormentado tiene un cerebro que piensa y al que no se puede dar un ‘me gusta’ con la misma tonta-alegría con la que las redes suplican seguidores, adeptos y multiplican sus ‘me gustas’ hasta cuando el cuerpo sale retorcido o apaleado. El principio de incertidumbre ya está aquí. *Periodista y escritora
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