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» Diario Cordoba
Fecha: 21/07/2025 03:49
Contaba mi abuela que en sus tiempos (nació en 1902, así que su juventud se desarrolló en la loca, bulliciosa y liberadora década que se inició en 1920) los veraneos eran casi inexistentes; estaban limitados a la alta sociedad. Aristócratas, sobre todo, que seguían e imitaban a los Reyes en sus vacaciones veraniegas, y clases adineradas. Así adquirieron fama y prestigio destinos como Santander, San Sebastián y Gijón. En el sur, sólo Sanlúcar de Barrameda experimentó el éxito, siendo elegido como destino por las clases altas andaluzas, especialmente las de Sevilla y Cádiz, bien comunicadas por los barcos de vapor que cubrían esa línea. Así lo expresa Antonio Machado en un poema de su libro Nuevas canciones: «Desde Sevilla a Sanlúcar,/ desde Sanlúcar al mar,/ en una barca de plata/con los remos de coral,/ donde vayas, marinero,/ contigo me has de llevar.» Benalmádena, Fuengirola, Marbella, Estepona, Torre del Mar, Almuñécar, Salobreña, Nerja... a pesar de sus gloriosos pasados romanos y árabes, de los que conservan numerosas huellas, eran humildes poblaciones que se dedicaban a la pesca y a la agricultura y todavía tenían lejos la explosión turística que se produjo en los años 60 del siglo pasado y que nos ha traído hasta las desenfrenadas edificaciones y masificaciones que hoy disfrutamos. Pues bien, contaba mi abuela, que la mayor señal de pertenecer a las clases elegidas era el bronceado veraniego, precisamente el bronceado que los campesinos odiaban tanto como para, a pesar del calor, protegerse de él con camisas de manga larga, sombreros y cuantas prendas más supusieran aislamiento. El bronceado al final del verano, en ciudades sin costa, como Córdoba, indicaba el regreso de destinos playeros; al parecer, el color proporcionado por las aguas, los aires y los soles del mar, era más hermoso que el que se adquiría en la alberca de la huerta que algunas familias -también privilegiadas- poseían en algún pueblo. Contaba mi abuela que algunas y algunos -a los que llamaban señoritas y señoritos de pan pringao- para aparentar prosapia y posibles y darse tono ante sus amistades, fingían irse de veraneo, se encerraban en sus casas y se remojaban y tomaban el sol en las azoteas. Como ya hemos dicho, eran delatadas y delatados por el color -no llegaba a parecerse siquiera al de la alberca- o por el escaso servicio doméstico del que disponían. Actualmente, los miles de bronceadores que atiborran los estantes de las perfumerías han democratizado mucho lo del color y ya es imposible distinguir unos bronceados de otros, porque todas y todos exhibimos unas pieles espectacularmente sanas e hidratadas. *Académica
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