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    Fecha: 20/07/2025 11:50

    Oscar Herrera Ahuad continúa con su caminata rumbo al 26 de octubre- Con el peso de la campaña sobre sus hombros, el actual presidente de la Cámara de Representante traza una línea de acción- El cierre de las listas en la Provincia de Buenos Aires evidencia el principio del fin para el kirchnerismo- El futuro del PJ ya no estará controlado por la impronta de los K- El silencio que hace ruido Jack Kerouac escribió una vez que siempre hay que viajar hacia el oeste. Lo dijo en On the road, novela de culto para quienes entienden que el movimiento no es un escape, sino un modo de estar. Una manera de ser en el mundo. Y en Misiones, si alguien encarna esa lógica es Oscar Herrera Ahuad. No se queda quieto. No se quedó antes. No se quedó ahora. Camina. Y al hacerlo, traza una línea que une, que escucha, que propone. No camina solo para mostrarse. Camina para entender. Para cuidar. Para defender. A veces con botas embarradas. A veces con una agenda que nadie ve. Siempre con la convicción de que la política se ejerce en el cuerpo a cuerpo. Cada vez que alguien lo ve bajarse de una camioneta en una colonia, en una escuela, en una chacra, no baja un candidato. Baja alguien que ya estuvo ahí. Que se quedó cuando otros se iban. Que no especuló ni esperó el momento exacto. Herrera camina porque sabe que ahí, en ese camino de tierra, se juega la verdad del hacer. Como Sal Paradise en la novela de Kerouac, parece tener una brújula interna. Pero en vez de apuntar al oeste, apunta a Misiones. No busca la ruta 66, sino la 14, la 12, la 17. No atraviesa desiertos, pero sí atraviesa necesidades, urgencias, ilusiones. Y al final del camino, siempre encuentra lo mismo: su gente. Caminar, para él, no es escapar del poder. Es ejercerlo de otra forma. Con el oído, con la mirada, con la presencia. Donde muchos hablan, él escucha. Donde muchos imponen, él acuerda. Donde muchos temen, él avanza. No necesita rodearse de un batallón. Le alcanza con saber para qué camina. Cuando el gobierno nacional ajustó sin mirar, Herrera no titubeó. Se paró frente a las decisiones que afectaron la producción, la universidad, la yerba mate. Se plantó sin levantar la voz, sin gestos vacíos, sin cálculo. Lo hizo porque su base está clara: la provincia. Ese es su centro. Ese es su rumbo. Por eso es el candidato justo en el momento necesario. Porque no duda, porque no pide permiso. Porque no teme enfrentar al poder central de Buenos Aires cuando ese poder amenaza el presente y el futuro de su tierra. Porque su compromiso no cambia con los vientos. Porque camina, incluso cuando el camino se vuelve cuesta arriba. Kerouac tenía razón. Hay que viajar. Hay que ir hacia el oeste. Pero en este mapa rojo y verde del noreste argentino, el camino tiene nombre. Y camina con paso firme, sin estridencias, sin pausas. Como quien sabe que cada paso también deja una huella. El ruido que se escucha En política, el silencio también grita. Y lo que hoy se escucha, aunque no se diga, es el crujido de un sistema que ya no aguanta más nostalgia ni rosca vieja. El cierre de listas en la provincia de Buenos Aires lo dejó claro: el peronismo que viene no será el que algunos creen que aún conducen. Máximo Kirchner todavía actúa como si lo esperaran. Como si su rol fuera inevitable. Como si la historia tuviera obligación de repetirse. Pero ya no. Ni Axel Kicillof ni Sergio Massa parecen dispuestos a entregarle el bastón. El hijo de la expresidente se acomoda en un lugar que no existe más, una silla sin patas. Y mientras tanto, el kirchnerismo duro —ese que aún cree que puede bajar línea desde un relato oxidado— sigue apostando a perder. Se encierra, resiste, pero no construye. En este contexto, los sindicatos se parecen a estatuas. Ni en la dictadura se vio un movimiento obrero tan callado. Las bases ya los pasaron por arriba. No hay documento, marcha ni paro que exprese la angustia real de los laburantes. Y no es que no hay motivos. Sobra bronca. Falta coraje. Mientras tanto, las listas arden. Las internas ya no son debates, son trincheras. Cada nombre que se anota borra otro. Cada acuerdo encierra una traición. Y el resultado, como siempre, lo paga la gente. Porque la política, cuando no escucha, se convierte en eco de sí misma. En el Gobierno nacional, el desorden se vuelve doctrina. Luis Caputo suena como saliente, pero no se va. Se queda. Aguanta. Aunque el barco haga agua por todos lados, y Milei no corrija el rumbo, sino que profundiza el delirio. Ni sus propios aliados le creen. Gobernadores que antes se mostraban dispuestos a bancar la institucionalidad, como Hugo Passalacqua, ahora toman distancia. El acompañamiento ya no es apoyo, es prudencia. Y el PRO se rompe. Ya no queda ni el esqueleto de lo que alguna vez fue. Los gobernadores amarillos no logran imponer nada. Ni siquiera consiguen respeto. A los radicales, ni las migas. Rodrigo De Loredo apenas recibe una promesa. Martín Arjol, ni eso. La alianza no existe. Lo que hay es una mesa chica donde el presidente juega solo, sin mirar a los costados. El escenario se acomoda. No por las estrategias, sino por el peso de la realidad. El país se mueve. Aunque muchos no lo vean. Aunque algunos sigan creyendo que se puede volver al pasado, o que el ajuste salvaje es la única salida. Todo eso también hace ruido. Y cada vez se escucha más. Por Sergio Fernández

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