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  • Lo abandonaron en un hospital y no sabe cuándo nació ni quiénes fueron sus padres: a los 79 años aún busca su identidad

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 15/07/2025 04:40

    Miguel Urien (79) exhibe un portarretrato de la hermana Silvestre, la monja que lo rescató cuando lo abandonaron en el Hospital Pirovano (Foto/Maximiliano Luna) En el barrio porteño de Saavedra, a Miguel Urien lo conocen todos. Las tres cuadras que separan la confitería La Farola —“su segunda casa”, como la llama él— de la inmobiliaria donde pidió que nos cedieran una sala para hacer esta entrevista, están llenas de saludos: lo llaman por su nombre desde los mozos hasta el ferretero y algunos vecinos. “¿Cómo le va, Miguelito?”, “¿Qué dice?”. Él devuelve el saludo con una sonrisa o alzando la mano. Nunca frena el paso. Lleva puesto un jogging gris, una campera de polar negra y, debajo, otra color trigo, sobre una remera salmón. Tiene el rostro curtido, los ojos calmos y una expresión seria. En una bolsa de tela carga dos de sus tesoros personales: un álbum de fotos de lo que podría haber sido su cumpleaños número 33 y un portarretrato de la hermana Silvestre, la monja que lo rescató cuando lo abandonaron, junto a otros dos bebés, en el Hospital Pirovano. Aunque está por llegar a los 80, Miguel no sabe qué día nació. “Hay tres fechas posibles. Todo indica que fue en 1946, pero en los documentos oficiales hay diferencias. Tuve que ir a Tribunales para que me revisaran médicos legistas”, le cuenta a Infobae. La búsqueda de su familia biológica empezó desde que tiene uso de razón. “No sé quiénes fueron mis padres. Solo sé que no me quisieron y me abandonaron”, lamenta. Su historia, como la de tantos, es la de alguien que quiere conocer su identidad. Nunca logró dar con un pariente, pero no se rinde. “A veces veo que hay gente que se reencuentra con hermanos después de 40 años. Me gustaría que me pasara lo mismo. Sería emocionante”, dice. Aunque está por llegar a los 80, Miguel no sabe qué día nació. “Hay tres fechas posibles”, cuenta (Foto/Maximiliano Luna) “Decían que vivía en una agonía espiritual” Miguel pasó su infancia y adolescencia entre hogares de menores y hospitales, debido a distintas afecciones: asma, celiaquía y hasta una cirugía para corregir el pie plano. Su relato, fragmentado y lleno de nombres, se compone de recuerdos que, por momentos, se superponen y, por momentos, se detienen en detalles minúsculos. Primer recuerdo. “No sé si me dejaron en el Hospital Pirovano o me llevaron ahí después. Lo único seguro es que no vinieron a buscarme. Me dejaron con otros dos bebés. A ellos los adoptaron. A mí no”, dice. Mientras estuvo internado, una monja, la hermana Silvestre, se encariñó con él. “Se preocupó mucho por mí. Me hizo bautizar, me consiguió una tutora (Ángela Ruiz) y me ayudó a encontrar trabajo. Me cuidó como pudo”, cuenta. Segundo recuerdo. Tenía alrededor de 15 años y lo llevaron a un juzgado para determinar su edad. “Me hicieron desnudar y me revisaron todo el cuerpo. Yo temblaba”, dice. En ese momento le asignaron una fecha de nacimiento: 12 de marzo de 1946. Tercer recuerdo. Vivió en varios hogares, pero el que más recuerda es el Hogar Martín Rodríguez, en Mercedes, provincia de Buenos Aires. “Ahí éramos como 800 chicos. ¿Y vos podés creer que el único que era raro era yo? La directora decía que vivía en una ‘agonía espiritual’: no me integraba, no estudiaba, ni hacía amigos. Me escapaba a la pinturería”. En ese lugar Miguel también fue abusado. “Nunca se descubrió esa porquería porque se hacía bien. Solo me acuerdo de que eran pibes un poco más grandes que yo. Me decían: ‘Si te dejás, te damos el postre’. Yo pensaba que eso era lo normal”, sigue. La imagen de la hermana Silvestre que Miguel lleva siempre con él. “Se preocupó mucho por mí. Me hizo bautizar, me consiguió una tutora y me ayudó a encontrar trabajo. Me cuidó como pudo”, cuenta él (Foto/Maximiliano Luna) Cuarto recuerdo. Uno de los pocos momentos luminosos en la vida de Miguel lo protagoniza Ismael Santos Medina, un empleado de la pinturería a la que se escapaba. El hombre se encariñó con él y comenzó a llevarlo a su casa los domingos. “Pasaba el día con su familia y, antes de que me devolviera al hogar, yo me despedía: ‘Chau, puertita querida, hasta la semana que viene’, le decía”. Miguel todavía se emociona al recordarlo. “Él me quiso de verdad”, asegura. Quinto recuerdo. Después de pasar por cuatro hogares, Miguel vivió en distintas parroquias. Primero en la Sagrada Familia de Saavedra, luego en Santa María, ubicada en Almagro. “Ahí estuve uno o dos años. La pasé mal porque me hacían bullying. El padre Carballo me defendía. Hasta que un día un chico me provocó, le pegué una piña y lo desmayé. Después de ese episodio me echaron de la iglesia”, cuenta. A partir de entonces, con el padre Carballo como intermediario, Miguel empezó a frecuentar casas de familia. “Me invitaban a pasar el día y a veces me dejaban quedarme a dormir. La pasaba como un rey, pero sabía que era una fantasía momentánea”, recuerda. Con los hermanos Caldarelli dormía en la misma habitación, “me tiraban un colchón en el piso”; con los Bóveda, en cambio, llegó a compartir fiestas importantes como Año Nuevo, el Día del Padre o el de la Madre. Aún hoy lo sigue haciendo. La Farola de Saavedra es “su segunda casa” (Foto/Maximiliano Luna) “¿Quién te puso ese apellido?” Miguel tuvo muchos trabajos. Primero en una fábrica de escobillones, después en una curtiembre, donde la hermana Silvestre —siempre pendiente de su suerte— le consiguió un puesto. “¡Lo que sufrí ahí! Toda la gente era muy bruta. Yo salí demasiado delicado”, dice. En 1975 entró a trabajar a una petrolera llamada Bridas: “Arranqué haciendo copias en libros rubricados y terminé siendo el fotógrafo oficial de la empresa”. Ese lugar —dice— le cambió la vida. “Yo era muy salvaje. Pero en Bridas me civilicé. Todos eran ingenieros, contadores, abogados. Y a mí me querían mucho”. Para Miguel, ese afecto era clave. Como no tenía familia, se las ingenió para crear la suya. “Organizaba almuerzos con mis compañeros. Íbamos a comer a la Real Papa Soufflé, la de la calle Lavalle. Aunque nunca logré que vinieran los dueños, el resto me acompañaba. Yo tenía ese don de convocar”, asegura. Un día, como parte de un evento con una delegación rusa, lo llevaron a una estancia en Zárate. Durante la visita, Miguel se enteró de que el dueño del lugar se apellidaba “Urien”, como él. Intrigado por la coincidencia, se presentó. El hombre, sorprendido, le preguntó: “¿Quién le puso ese apellido? ¿Sabe que tal vez no le corresponde?”. Miguel se encogió de hombros. “Habrá sido un juez”, respondió. El dueño prometió averiguar algo, pero nunca volvió a contactarse. Esa fue una más de las tantas puertas que Miguel golpeó en su intento por reconstruir su historia. Según dice, mucho antes de que existieran los medios digitales y las redes sociales, enviaba cartas a programas de radio y televisión. Así logró que Magdalena Ruiz Guiñazú contara su historia al aire en Radio Mitre. Años después, Santo Biasatti lo entrevistó para Telenoche. “Lo hice llorar”, repite Miguel, con cierta mezcla de orgullo y tristeza. También lo entrevistó Jorge Palomar, periodista de La Nación, quien lo puso en contacto con otro Urien: el periodista Jorge Urien Berri. “Compartimos apellido, pero no parentesco. Hoy, junto a él y a cinco o seis más, tenemos lo que llamamos el Comité Solidario. Tomamos café en Jonathan, algo parecido a cuando trabajaba en Bridas y organizaba almuerzos”. Miguel conserva un álbum de fotos de lo que podría haber sido su cumpleaños número 33, en marzo de 1979. “Me llevaron a un club con chicos, pero no concía a nadie”, cuenta (Foto/Maximiliano Luna) Un accidente y varias despedidas El 4 de diciembre de 1978, Miguel tuvo un accidente que casi le cuesta la vida. “Me aplastaron entre dos colectivos. Se me partió la pelvis, la caja torácica colapsó y sufrí varias fracturas”, cuenta. Pasó más de tres meses internado en el Hospital Británico. “Los médicos no podían creer que estuviera vivo.” Le dieron el alta en marzo de 1979, justo para lo que él cree que fue su cumpleaños número 33. De aquella época conserva un álbum con fotos de un festejo que le organizaron. “Me llevaron a un club con un montón de chicos, pero no conocía a nadie. Al día de hoy sigo sin saber quiénes eran”, resume. Además de la hermana Silvestre y su tutora Ángela Ruiz (ambas fallecidas), Miguel destaca la figura de Monseñor Horacio Benites Astoul, a quien conoció cuando era párroco en La Redonda de Belgrano. “Él me salvó la vida”, asegura. Durante años, Benites Astoul fue su confidente, su guía espiritual, alguien que supo ver su dolor. “Me dijo: ‘Miguel, te pido un favor. No te quedes solo. Vení a verme. Vos sos una bomba de tiempo’”. La advertencia no fue exagerada. En uno de sus momentos más oscuros, Miguel pensó en quitarse la vida. “Estaba cansado de sufrir. De estar solo, de no tener pareja, de no tener definida mi sexualidad”, confiesa. Para ese entonces, la hermana Silvestre —su primera red de contención— se había ido a Italia a pasar sus últimos años cerca de su familia. Lo hizo sin despedirse. “Nadie me avisó. Me enteré después y sufrí mucho. Pero peor la pasé cuando murió el padre Horacio, en 2016. Eso me destrozó”, dice Miguel. Después de pasar por cuatro hogares, Miguel vivió en distintas parroquias, entre ellas, la Sagrada Familia de Saavedra (Foto/Maximiliano Luna) Siempre buscando Hoy Miguel vive solo en una pieza alquilada en Saavedra. Se las arregla con lo que cobra de su jubilación y la ayuda de sus vecinos. Uno le conectó el cable, otro le regaló un anafe para que pueda cocinar. Anda a pie desde que le robaron la bicicleta. “Era lo único que me gustaba”, lamenta. A veces se siente acompañado, otras un poco más solo. “Cuando paso las fiestas con los Bóveda, por ejemplo, me cuesta integrarme. Pero le doy valor al cariño que me dan”, reconoce. Su búsqueda nunca terminó. A lo largo de todos estos años, cada vez que se enteraba de alguna familia Urien, iba hasta la casa y se paraba en la puerta. Pero no se animaba a tocar el timbre. “Soy un hijo bastardo. Ese apellido no es común”, asegura. Y aun así sueña: “Me gustaría encontrarme con algún hermano o sobrino. Sería emocionante. Hasta mi último día voy a seguir luchando para saber de dónde vengo y quién soy”. Fotos/Maximiliano Luna.

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